Prólogo
Recuerdos
Aún podía escuchar las voces lejanas taladrandomé el cerebro como malditos ecos que hacían enfasís en una palabra...
Muerte.
" — ¡Vamonos ya! ¡Joder!"
" — ¡No podemos dejarla Jack!"
" — Es una inútil"
" — Pero... Morira"
" — No es nuestro problema."
Apenas podía oír la discusión de mis compañeros de "trabajo", pero entendí a la perfección que me habían abandonado a mi suerte.
"Maldita sea... Moriré... ¡Moriré en está mierda!"
Mi respiración era acelerada y mis ojos se negaban a buscar la luz mientras las lágrimas descendían por mis mejillas de forma incontrolable.
¡Demonios! Dolían... Dolían como el infierno las profundas heridas que laceraban mi piel; desde los impactos de proyectiles a nivel de la pierna y hombro derecho hasta la amputación que recien había sufrido mi mano izquierda, aunado a los golpes sufridos al intentar escapar junto a Jack.
Yo estaba aún en el piso, sobre un charco formado por mi propia sangre y a pesar de toda la agonía que inundaba cada parte de mi cuerpo aún podía percibir los pasos de mi agresor. Pasos que agitaron mi corazón con violencia. Era la primera vez que sentía miedo real, una sensación que me calaba los huesos. Con fuerza aferre el pequeño botín que traía en mi mano derecha, una joya, era un rubí especificamente en forma de diamante.
— Vaya, Vaya... Miren lo que he capturado.
En seguida al oír aquella perversa voz sentí como mi cabeza era alzada a través de mi cabello sin delicadeza alguna, dios, me dolia. Sentía como las hebras de mi cabello eran dolorosamente desprendidas del cuero cabelludo. No podía abrir mis ojos, me negaba a hacerlo.
— No te ves muy bien dulzura... ¿qué piensas de mi gran puntería?
Sabía que se refería al corte de mi mano. El muy hijo de perra me arrojo una especíe de cuchilla justo antes de que tomará otra joya del museo de la ciudad.
— ¡Maldito!
Escupí las palabras, a lo cual él soltó una estruendosa carcajada que me erizó la piel, y luego dejó caer mi cabeza en el suelo golpeándome secamente la nariz.
— Vaya, me agradan las chicas rudas... — Soltó entre carcajadas, de repente me arrojo algo cerca del rostro, y al abrir los ojos pude ver con horror mi mano completamente ensangrentada frente a mí. — Creo que se te cayo esto.
......
Abrí los ojos de forma abrupta, sentándome de un solo golpe pequeñas gotas de sudor perleaban mi frente y el corazón me latía con fuerza casi al borde de un pronto colapso. Instintivamente elevé mi brazo izquierdo frente a mí, cerciorandomé de que aún estuviera mi mano allí suspiré cabizbaja masajeando el dorso de mi muñeca justo la parte donde se encontraba plasmado un tatuaje que simulaba ser una pulsera. Había sido tan jodidamente real.
— Vaya, veo que aún no sacas "eso" de tú sistema.
Cómo un acto reflejo guíe mi atención hacía la voz tan conocida, la misma que hasta hace breves instantes me había echo despertar. Él estaba allí en el mueble que está cerca de mi cama sentado de forma elegante y con sus ojos fijos en mí, como un depredador. ¿Desde hace cuánto me estaba vigilando?
— ¿Cuanto llevas ahí?
— Lo suficiente, como para saber que aún sigo siendo parte de tus pesadillas... Y no sabes cuanto éxtasis me da saberlo.
Bufé, desviando mi rostro lejos de aquellos ojos negros brillantes y dignos del mismísimo demonio.
— Vete al infierno.
Aquel comenzó a reír para luego verme con gesto arrogante.
— De allí es donde vengo dulzura... Y tú bien lo sabes.
Cansada de escuchar sus burlas me levanté dejando la comodidad de mi mullida cama. Aún traía puesto mis shorts negros y la blusa de camuflaje en matices grises, todo de la noche anterior. Si, llegué exhausta luego del maratón nocturno que tuvé que recorrer para evitar que me degollarán. Me dí la vuelta para encarar a aquel imbecil.
— Me dirás ¿qué carajos quieres o sólo viniste a joderme?
El hombre volvío a reír, levantandose de su asiento. Un haz de luz dio sobre su cuerpo permitiendo ver el traje de ejecutivo y aquel cabello color negro cuál ebano junto a una piel blanquecina. Un rostro de adonis que haría suspirar a cualquiera. Si, una belleza que haría pecar a cualquiera pero que sin duda traería brutales consecuencias.
— Siempre tan impetuosa dulzura... Me agrada.
Bufé de nuevo al rodar los ojos hastiada de tanta palabrería. ¡Dios! Había tenido una noche agitada casi me da un infarto, lo menos que quería era aguantar a Vincent y sus pendejadas ¿No merecía algó de paz? ¡Joder!
— Bien, Bien... Dejemonos de juegos y vamos directo al grano.
En cuestión de segundos, y de forma sobrenatural aquel hombre estaba detrás de mí, respirando sobre mi cuello y riendo con gran lascividad.
— Te tengó un encargo Eve.
«Genial, sabia que solo me jodería... »
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