La garrapata

Por supuesto que no accedí a trabajar en un estúpido restaurante grasiento y maloliente. Y por supuesto también, que fue el aviso de una guerra que estaba por detonarse.

—Lo siento, Hedric. Pero ya eres un adulto y nosotros no podemos seguir haciéndonos cargo de tí —anunció mi padre.

Irónico.

Una puta burla que Louis sea cinco años mayor y lo sigan manteniendo por ser un bueno para nada.

—Voy a pagarte cada centavo, Jack. Solo necesito el dinero para irme —dije en un ruego.

Mi padrastro soltó una carcajada tan estridente como maléfica.

—Y según tú trabajando de camarero, ¿va a darte lo suficiente para mantenerte, pagar la matrícula, y pagarme? —dice entre risas—. Deja de decir idioteces y toma las oportunidades cuando te las ofrecen.

Finalizó señalando con el mentón el mandil sobre el perchero con el obeso bordado. Aprieto los puños y salgo de ahí hecho una furia, pero cuando estoy por cruzar el arco de la puerta, mi padre agregó amenazante:

—Por cierto, el dinero del violín ya casi se acaba.

El muy hijo de puta, había vendido mi violín, con el pretexto de sacar dinero para pagar mis alimentos y los servicios básicos para el uso diario. Venga, que el muy cabrón me cobraba hasta los cuadros de papel higiénico que utilizaba.

Tenía las uñas comidas hasta la cutícula, uno que otro dedo sangraba por los padrastros arrancados por mi nerviosismo, y mis labios partidos, heridos y mordidos. Era un completo desastre, y lo incierto de mi futuro me tenía vuelto loco, destruyéndome lentamente desde adentro y cada vez más evidente por afuera.

Había recibido una oferta tentadora de una beca en Zúrich, era del cien por ciento, por lo que la matrícula estaba cubierta. Pero mudarme no sería barato, ni tampoco comprar otro puñetero violín. Y aunque había intentado trabajar en las asquerosas hamburguesas, Jack me quitaba cada centavo recibido.

Las ideas se me agotaban y comenzaba a carcomerme emocionalmente.

Un día, andando por las calles del barrio, húmedas y resbalosas, llegué a ese parque que tantas veces recorrí cuando era un niño, decidí cruzarlo en lugar de rodearlo. Tomar aire fresco y despejar un poco las pesadillas que me comían la cabeza, estuviera dormido o despierto.

Pateaba cuanta roca me encontraba, dejándome llevar por el repiqueteo de la llovizna en las hojas de los árboles, y las piedras golpeadas por mi zapato botar en el asfalto.

Un ruido ajeno a aquella melodía urbana, llamó mi atención. Un ruido húmedo, pasional. Miré a todos lados y no había una puta alma ahí.

Incapaz de hacer a un lado mi curiosidad, agucé mi oído, siguiendo el ruido hasta el arbusto que tenía a un costado. Estiré mi cuello para ver el otro lado, y me encuentro con una pareja de tíos de los más entrados en besos y caricias. Doy un respingo ante la película que tenía enfrente, pero se me hiela la sangre al reconocer la melena rubia de uno de ellos.

—¿Louis?

Se desprende del cabrón al que se estaba tragando para verme con los ojos desorbitados, y palidecer al instante.

—¡Joder! —digo reventando una carcajada.

—Hedric —dijo él ahogando un grito.

Me cuesta parar de reír, por lo que me sujeto el estómago con ambas manos.

—Bueno, ¿y tú de qué mierda te ríes? —reclama su compañero.

—Perdona, perdona —digo entre risas—. Es que esto es demasiado bueno para ser verdad.

 Continúo riendo mientras Louis respira agitado, con una mano en el pecho, y con el rostro ligeramente verdoso, como si estuviera a punto de devolver el estómago.

—¡A papá va a encantarle esto! —digo bromista.

—¿Papá? —preguntó el tío.

Louis se lanzó contra mí, empuñó mi camisa entre sus manos e intentó alzarme del suelo, sin éxito. Olvidó por un momento, que yo ya no era un crío, que ambos éramos adultos, y aunque él era más robusto, yo le sacaba media cabeza de altura.

—¡Escúchame bien, jardinero de mierda...!

Me enseñó los colmillos, gruñó en la garganta, y respiraba entrecortado. Entonces lo observé. Lo observé de verdad. En una expresión tan familiar en mí, como ajena en él. 

Estaba muerto de miedo, con la mirada acuosa y preocupada. Al borde del puto pánico. Y no pude evitar sentirme un monstruo, y además, incomodarme con eso.

—Dijiste que no tenías familia —reclamó su pareja con recelo.

Y mi hermano parece salir del trance violento entre nosotros, para percatarse de que el hombre estuvo todo el tiempo parado a su lado.

—Y-Yo no... —intentó justificar, pero nada más salió de su boca.

—¿Me mentiste? —preguntó dolido.

—¡No! —se apresura a responder Louis, al mismo tiempo que suelta mi camiseta—. ¡Este imbécil no sé de dónde ha salido!

—Vamos, Lou. Puedes mentir mejor que eso —ataqué irónico—. Mucho gusto, soy Hedric, su hermano.

—¡Cállate! —gritó acelerado—. ¡Este pendejo no es mi hermano!

—Bueno, ahora no miente del todo —aclaré divertido—. Solo compartimos madre, pero ¿a quién le importa eso? ¿No, Lou?

Su pareja se llevó ambas manos a la cabeza, completamente estupefacto.

—Joder... —dijo en un hilo afligido.

Louis se apresuró a tomarle ambos codos y rogarle que lo escuche, y yo aproveché su discusión marital para huir del lugar, tan desconcertado como su pareja, pero siendo mucho mejor actor, sin duda.

¡Coño! ¡Louis es gay!

Y venga que es el siglo veintiuno, a nadie le importa un carajo lo que te comes en la cama, excepto claro, por Jack. Su jodido padre que lleva toda la vida ofendiendo a los homosexuales llamándolos maricas, trastornados, entre todas las ofensas. Y que además, sueña con la llegada de Louis V, porque sí, seguir con esa tradición de mierda, era una parte importante de su plan de vida.

Esta noticia sería una patada en los testículos para Jack, no tenía duda.

Y no me juzguen, no soy tan malo. Sí, me sentí mal por él durante un par de minutos, porque después de mi breve, pero bien intencionada pena por mi hermano, lo vi como lo que realmente era. Mi puto boleto de salida.

Joder como disfruté esos días. 

Cada vez que Lou me veía entrar en la misma habitación que él, su rostro se turbaba, y yo recordaba los días en los que fui miserable por su culpa. Aun así, para poder estar a mano, debí jugar ese juego por años, y a mí el tiempo se me estaba agotando.

—Estás demente, no puedo hacer eso —dijo tajante.

—Es eso o... Tú sabes.

—¡Es que es imposible! Jamás me darían semejante cantidad de dinero.

—Sabía que dirías esto, y para tu buena suerte, yo ya tengo un plan pensado.

—Eres más imbécil de lo que creía si piensas que funcionará.

Pero iba a funcionar. Porque el sueño de Jack, era que cualquiera de sus hijos tocara el piano, cosa que no sucedió. Y yo planeaba utilizar el factor melancólico a mi favor, haciendo que Louis fingiera su repentino interés por estudiarlo y una supuesta oportunidad para hacerlo por el generoso pago de inscripción en la escuela. 

—Serás idiota. Papá conoce a todos los músicos de aquí, se va a enterar en menos de lo que trueno los dedos.

—Quizás. Pero cuando eso suceda, yo ya estaré a kilómetros de aquí.

—Sí, tú, caradura. Pero tremenda joda que me va a quedar encima.

—Yo creo que será una joda menor a la que te daría si se entera de tu pequeño secreto barbón.

Me vio con la mirada perturbada, presa del pánico y el miedo.

—¿De qué tienes miedo, hermanito? A ti no te golpea. Puedes soportar unos cuantos gritos.

Lo veo pasar saliva y bailar la mirada nerviosa. Estaba que se cagaba, y yo no pude evitar soltar un bufido burlón e irónico. Porque me parecía tan curioso, que duré todo lo que llevo de vida, temiéndole a este jodido enano llorica, que ahora tiembla como una gelatina solo de imaginar a su papito molesto. Y qué putada enterarme de que yo también era un llorica, que sintiera pena por él y me encontrara pensando otras alternativas para fastidiarlo un poco menos.

—Podemos fingir que te roban la plata —añadí—. Podría darte un puñetazo en el ojo para hacerlo más realista.

Le sonreí divertido y él me fulminó con la mirada.

—Bueno, hermano, estoy dándote soluciones y no te gusta nada.

Se mordió los labios queriendo decir algo, pero terminó por negarse. Soltó el aire con pesar y asintió resignado.

—Pero si no me da la plata, no será mi culpa.

—Entonces pensaremos en otro plan. Tu libertad está ligada a la mía, asi que por ahora, estás jodido.

Y aunque me dirigió una mirada filosa, sé que aceptó el trato.

Para su jodida buena suerte (como si el baboso la necesitara), Jack accedió a la primera petición. Se ofreció a acompañarlo y mi hermano, de manera muy torpe, logró convencerlo de que todo estaba bien y que podía hacerlo solo. Menuda sátira escuchar decir eso a un adulto de espalda ancha y rostro malicioso como lo era él.

Así que, sin despedirme, y con una maleta del tamaño de un puñetero buró, llegué a Zúrich. A un apartamento al que le rechinaban hasta los clavos, con las esquinas oscurecidas por la humedad, las cortinas roídas, y una puta peste a tabaco que quemaba las fosas nasales.

Un tío desaliñado, de cara texturizada, por no decir que deforme, ropa holgada, y cabello grasiento, fuma en la sala mientras ve la TV. Voltea y me muestra los dientes amarillentos en una sonrisa retorcida e incómoda, y yo, siento el ácido dispararse en mi estómago.

—¡Jardinero! —exclama—. ¡Cuánto tiempo! ¿Dónde has dejado al imbécil de Louis?

Y yo no puedo responder, porque lo único que pienso, es si la puta garrapata obesa extraña al perro de mi hermano para seguirlo.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top