CAPITULO 4
HADES
Yidda camina como siempre a dos metros detrás mío por el largo corredor.
Uno, que a veces parecía interminable por la emoción, cuando mi padre necesitaba mi presencia por algo grato.
Y otras, que en dos zancadas llegaba a la gran puerta, cuando era para una reprimenda y esta, era las mayorías de las veces.
Cuando era niño nunca entendí ese comportamiento de Yidda, hasta creí que era algún tipo de juego y como tal, quería participar desafiándolo.
Algunas veces me detenía de golpe y con precisión; y él también lo hacía.
Intenté en otro momento apurar mis pasos para alejar esa distancia perfecta, pero al voltear divertido y riendo infantilmente, Yidda como una especie de sombra de mi persona, impecable cumplía esa jodida distancia.
Hombre delgado si los hay, baja estatura, cabeza totalmente rapada y con apariencia seria e impenetrable sobre su mirada rasgada.
Pero no había que dejarse engañar bajo esa fachada física y vestido de traje en punta en blanco, porque Yidda con sus poco más de 60kg podía enfrentarse solo a un batallón de hombres bien preparados con sus armas y tan solo él con las suyas, manos y pies marciales; o como decía la leyenda, bajar de raíz un árbol con sus buenos metros de altura con el toque de la palma de una de sus manos.
Yidda era mi héroe.
No mi padre como para cualquier niño.
Pero Yidda era para mis ojos ese perfecto héroe que podía aniquilar a cualquiera de la liga americana que tantos comics leí, cual con inocencia infantil le decía y dando vuelta estos mangas de superhéroes para que vea el motivo del porqué no estaba, él simplemente y sentado al lado mío en el patio trasero de casa mientras quebraba nueces de su cascarón para mí, solo se limitaba a sonreír por mi inocencia y negar.
- Yo tengo que usar mi fuerza, solo para proteger al oyabun (jefe). - Partió la nuez y me entregó la mitad y obedecí, comiendo con ganas mientras Yidda comía la otra parte. - Giri to ninjo (obligación y humanidad). - Repitió esa oración y digo repitió, porque desde que tengo prácticamente uso de razón se lo escuché a Yidda como también al resto de hombres que siempre están rodeando a mi padre.
Como un ejercito, pero no lo sabría en ese momento de mi niñez confirmarlo, pero sí, ahora.
Centena de centenas, esparcidos en el país como en casa.
Siempre.
Y con ellos, crecí.
Me acostumbré a sus presencias, cual me sería raro no verlos.
Me gusta pensar por eso que son familia, tal, que sus espíritus giran siempre y honorablemente en mostrar una lealtad inquebrantable a mi padre, el oyabun.
Todos vestidos de igual manera que Yidda, pero muchos y según la temporada que atravesemos, sin los sacos de vestir.
Siempre cubiertos y con las mangas de sus camisas hasta los puños abotonados, rara vez arremangadas hasta la altura de sus codos, solo por una situación en particular, ya que protegen para el exterior sus irezumi, el símbolo que se los puede reconocer.
La organización de mi padre.
El significado que declara el juramento del no a la sociedad general y vivir para esta familia de por vida al unirse, donde carpas koi, dragones, flores de cerezos y samuráis son los primeros elementos de nuestra tradición y cual con tintas, sellan este compromiso en nuestra piel.
De reojo y ya por costumbre lo busco detrás mío e imperturbable sigue ahí.
Los dos benditos metros atrás de mí, que y al ver que lo hago, una pequeña reverencia su delgado pero fuerte cuerpo hace hacia mi persona sin dejar de caminar como yo, como cada hombre que cruzamos en el basto pasillo, que se podría decir que es la arteria principal de esta casa y conduce a la gran puerta también.
Tal, la oficina de mi padre, pero yo la llamaría el salón por su dimensión y tamaño.
No hace falta que toquemos, uno de los hombres que siempre está erguido cuidándola lo hace por nosotros al vernos llegar, dejándonos pasar a ambos en silencio y con otra reverencia para ambos mientras ingresamos.
El piso de madera lustroso cruje algo con nuestros pasos por más que nos descalzamos al ingresar, sonido que hace voltear a mi padre, que con cuidado y esmero como hoja por hoja de una planta, limpia con un paño húmedo junto al gran ventanal que da a unos de los jardines botánicos que tenemos y se aprecia por estar las cortinas en su totalidad corridas a sus extremos.
Solo lleva puesto una yukata de algodón en tono gris, algo más ligera que un kimono y cómodo para esta estación.
La vestimenta que adoraba mi madre que se ponga y una noche mientras me acostaba siendo niño me confesó el motivo, cual constaban de dos secretos.
El primero, porque así y con uno puesto lo conoció en un festival de verano en su viaje a Japón y se enamoró de él tras conversar ambos toda esa noche y como el cupido de todo, fuegos artificiales dando fin a esa festividad veraniega, pero siendo el principio de la historia de amor de ellos.
Y lo segundo y no menos importante, esa vestimenta anunciaba calma en su corazón y mente.
No había peligro latente o alguna preocupación inminente que lo embargara.
Y suspiré por eso.
Ya que no indicaba otra mudanza o en su defecto y su mayor preocupación.
O sea, yo.
Viajar o trasladarme sin previo aviso y como siempre a otro colegio o estado con Iván.
De pequeño pocas oportunidades por sus compromisos tuve la oportunidad de pasar ratos o vivir con él, más con el fallecimiento de mi madre que la perdí de niño, decidiendo que mi crianza en gran parte fuera americana como lo era ella y luego Yidda en mi inicio secundario para fortalecerme y convertirme en lo que soy ahora y me convertiré en mi mayoría.
Mi ceremonia de iniciación...
MARLY
Jugando con mi cajita de juguito de naranja ya vacía entre mis manos, miro desinflada a mi amiga caminando por la calle.
El final de clases terminó hace rato, pero sin ganas ambas de regresar a nuestras casas, decidimos ir por una colación y aprovechar el día cálido que el inicio de la primavera nos regala.
Tomamos asiento en la banqueta de la parada de nuestro bus y Paty recolocando mejor sus lentes que graciosamente y por tener una nariz muy pequeñita se le bajan constantemente, escucha este amor o flechazo super poderoso que tuve con uno de los chicos nuevos de mi salón.
Con Paty compartíamos la misma clase hasta el año pasado, pero desgraciadamente ahora estoy un año menos por un accidente que tuve y me hizo perder el mismo, teniendo que repetir el curso.
- ¿Te enamoraste? - No se la cree.
Afirmo con un suspiro romántico y mirando a la vez si se aproxima nuestro colectivo.
- ¿Y eso fue hoy mismo? - Insiste.
Vuelvo a asentir.
- Ingresó a las 8:05h de la mañana a nuestra clase y... - Sumo con mis dedos. - ... a las 8:08h me enamoré. - Digo seria por más que Paty suelta una carcajada, cosa que causa que sus lentes se vuelvan a bajar, pero los sube con ayuda de dos de sus dedos ágilmente.
- ¿Cómo me lo perdí? - Se queja divertida y la miro.
- Tenías examen y me prohibiste que te molestara para estudiar, inclusive en los recreos.
Hace una mueca recordando.
- Cierto. - Y ferviente. - Mañana no me lo pierdo de conocerlo. - Y me emociono, uniendo nuestras manos entusiasmada como ella. - ¿Es guapo?
Y me pongo de pie.
Lo necesito para explicar esa belleza perfecta y exótica.
- ¡Es guapísimo! - Exclamo y elevo un dedo. - Parece muy listo. - Elevo un segundo dedo. - Es alto y tiene unos hombros de este tamaño... - Extiendo mis brazos hacia mis lados, bajo la mirada atenta de Paty. - ... su pelo es negro y algo largo; y lo lleva como donde va el viento. - Indico la altura del cuello haciendo reír a mi amiga. - Y sus ojos son color de la arcilla...
- ¿...arcilla? - Me interrumpe mientras nos ponemos de pie por ver el bus llegar.
- ¿Recuerdas a la profe de arte plástica con su clase de cerámica?
- ¿ La de 1er año?
Afirmo pasando mi tarjeta de pase, seguido a Paty ya subiendo y buscando asiento ambas.
- ¿Ese color? - Asombrada.
- Pero mojado. - Aclaro, para que comprenda la intensidad de esa mirada tomando asiento al final del colectivo.
- Y sus piernas... - Entre descontrol y con un segundo suspiro, al señalar sus tamaños con otro gesto de mis manos, denotando preparación física.
-¿Qué pasa con sus piernas?
- ¡Son increíbles! - Chillo en voz baja por la gente. - ¡Listo, guapo, mega ojos lindos, cuerpo y algo rarito, todo eso en una sola persona! - Reitero el combo perfecto que resulta ser Cibrian de Hades.
- ¿Rarito? - Repite esa cualidad o lo que sea.
- Lo parece... - Acomodo mi mochila en mi regazo.
- ¿Pero rarito bien o rarito mal?
Niego indecisa y por estar del lado de la ventanilla exhalo aire cálido de mi boca, provocando que esa porción de vidrio se empañe y con mi índice, dibuje un corazón con una C en el medio.
- Joder... - Solo dice mi amiga.
- Joder... - Digo también y pensando en Hades.
Y cochina palabra que fue dicha por las dos en tono de maldición, pero a su vez la mía, repercute en otro sentido y en una parte específica de mi cuerpo al escucharme decirla en voz alta, causando que cruce más mis piernas con disimulo, por la sensación agradable y con cierta demanda de mi bajo vientre.
MARLY
Aproximadamente, ocho años atrás...
- Como pesan... - Me quejo, por llevar en ambas manos bolsas con cosas que mamá me mandó a comprar.
- Se supone que cuando se va de vacaciones la gente descansa... - Agitada, rebuzno por venir unos días con mis papás a visitar a mi abuelita y gimo más, pensando en que en este momento me estoy perdiendo en ir a la playa y estrenar mi hermoso traje de baño a lunares de Minnie Mouse de dos piezas, ya que este verano al fin pude convencer a mamá de comprarme uno así y no, uno enterizo.
Pero toda mi protesta se me olvida y hasta el mar con sus olas, al ver una señora sentada contra la acera y apretando su lado izquierdo del pecho con mucha fuerza y hasta el punto de arrugar la bonita camisa de seda que lleva puesta, que por eso y sin dudar, corro como puedo hacia ella.
- ¿Se encuentra bien? - Soltando las bolsas, la ayudo a acomodarse mejor en el piso, ya que no puede ponerse de pie por falta de fuerzas.
A tientas logro deducir que le duele mucho esa zona y sus ojos apretándolos entre si y sin abrirlos lo acusan y mirando para todos lados, procuro buscar personas para que la socorren.
En el entretanto me deshago de mi carterita tipo morral para ponerlo bajo su cabeza y le sirva de apoyo y más comodidad al ver que deja caer su cuerpo al piso por tanto dolor y quiero levantarme para buscar ayuda, pero al instante su mano libre del pecho toma mi brazo, jadeante y deteniéndome.
Y trato de calmarla con una sonrisa y cubriendo su mano que no me abandona con mi otra mano, acariciándola.
- No me voy... - Le prometo. - ... solo voy por ayuda... - Le digo y contra su dolor comprende, aflojando su agarre dejando que me ponga de pie.
Y eso hago corriendo cuesta abajo, pero me detengo a los pocos metros y voltear hacia ella.
- ¡No se duerma y no vaya hacia la luz! - Le grito, porque eso dicen siempre en las películas, para luego retomar mi carrera hacia una tienda cercana.
Todo, fue rápido después.
El matrimonio del negocio llamó a urgencias mientras uno corría conmigo hacia la mujer.
La ambulancia por suerte llegó a tiempo para asistirla y subiéndola a una camilla e introducirla en su interior, partir a toda velocidad con el sonido inconfundible de su sirena pidiendo paso entre las calles y yo, mirándola hasta perderse de vista y sin moverme del lugar.
Poco a poco la gente curiosa que se había acumulado se fue diluyendo, inclusive el matrimonio y dueño de la tienda, cual fui a pedir socorro quedándome solo yo en el lugar donde yacía la mujer.
Con un suspiro junté mis bolsas de compras y dos de naranjas que se habían escapado al soltarlas de golpe y que rodaron un par de metros abajo.
Pero al levantar la segunda, el brillo de algo y a pocos centímetros llamó mi atención y curiosa me agaché para recogerlo, para luego mirar la distancia.
Mas bien, en la dirección donde se fue la ambulancia llevando a la bonita señora enferma.
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