5
CIARA
"La Mafia: una resistencia revolucionaria
dedicada a derrocar a déspotas
extranjeros tan tiránicos como
Carlos de Anjou."
Su porte seguro e intimidante no me causa vestigio de incomodidad: está en mi territorio, con mi familia. Además, la fama le precede. Es el hijo mayor de Aria Callavaro: una de las mejores amigas de mamá. Debe pensar que no lo recuerdo, pero nunca podría olvidar al irritante niño que me tiraba de los cabellos y me lanzaba bolas de barro para manchar mis bonitos vestidos; es unos meses mayor que Caleb y solían aliarse para fastidiarme.
Por la expresión irritada de mi hermano, deduzco que no lo recuerda tan bien como yo.
A pesar de que vivimos la mayoría de nuestra infancia en un pueblo recóndito de Francia, mamá no perdió el contacto con los Callavaro, ya que no pertenecían al seno de las familias de la Cosa Nostra; papá hacía servicios de limpieza para Doménico Callavaro contra los corsas.
Supuse que esto podría llegar a suceder, ya que mamá siempre ha querido formar una unión entre nuestras familias, así que como buena hija decidí investigar por mi cuenta.
Samuele Callavaro a la tierna edad de veintiún años es un despiadado asesino entregado al viejo oficio, lo que delata que disfruta manchándose las manos con el elixir de la existencia: eso me gusta. Muchos han sido los que han intentado quitárselo del camino, pero ninguno lo ha logrado hasta el momento; parece que tiene un trato con la muerte, y cuantas más almas le entregue menor será su deuda con el infierno.
Resulta que ha madurado en los últimos años, ya que era conocido por ser un mujeriego de categoría, lo que le costó algún que otro problema con padres rabiosos de otras familias de la mafia por aprovecharse de sus inocentes hijitas. Lo que me lleva a la conclusión de que solo es capaz de pensar con el pene. Siendo honesta, no creo que haya cambiado, solo que no toda la sangre le riega la polla, sino que algo debe llegarle al cerebro. Por ello, Doménico no le ha entregado el negocio: no cree que esté preparado para tomar el mando, a pesar de que los líderes de la Camorra suelen llegar al podio bastante jóvenes. Y sí, Samuele es bueno haciendo el trabajo sucio, pero le queda madurar para alcanzar el éxito.
Y si creo conocerlo como lo conozco, tampoco está contento con esta unión: ama con demasía su libertad.
—¿Nos sentamos? —ofrece Marcello, rompiendo el momento de conexión.
Pero yo tengo otros planes cuando cojo a Samuele del brazo, clavándole las uñas en la piel como advertencia de que no me contradiga.
—Preferiría desayunar con mi prometido a solas —sugiero con una sonrisa dulce. Caleb me fulmina con la mirada, pero mamá parece encantada—. He visto una heladería preciosa cerca, ¿podríamos ir a tomar un helado? —propongo—. ¡Ah! Me encanta el de fresa y nata —agrego con gesto infantil.
«Comportarme como una perra dócil se me da mejor de lo que pensaba...».
Samuele parece querer arrancarme la cabeza, pero Marcello ni siquiera se lo plantea. Nos hace un gesto afirmativo con la mano.
—Está bien —accede—: Astori os acompañará.
Asiento con una sonrisa, le hago a Astori un gesto con la mirada y tiro del brazo de Samuele hacia la salida. No puedo creer que haya accedido sin oponer resistencia, pero no negaré que el asunto será divertido de ahora en adelante.
En cuanto estamos lo suficientemente lejos de mi familia, Samuele se suelta del agarre de mi mano, gruñendo una maldición en italiano.
—¿Me has echado de menos, Samuele? —lo saludo con una media sonrisa divertida.
—Honestamente, no —escupe. Astori llama al ascensor y nos introducimos en el interior—. Podrías morirte ahora mismo y no te echaría de menos: creo que nadie lo haría, maldita desquiciada —agrega entre dientes.
¡Uch! Golpe bajo por su parte, pero sus palabras no causan ningún efecto en mí ya más que entrenada resiliencia; me he acostumbrado a recibir el desprecio de la gente a mi alrededor. A pesar de ser una cara bonita con un cuerpo bonito, Samuele no iba a ser la excepción. Nadie se acerca a mí por temor: suelen decir que soy como una rosa llena de espinas. Bueno, nadie excepto Caleb, pero me conoce bien.
Puede que Callavaro sea un imbécil, pero no es idiota, así que estoy segura de que se ha preocupado por cerciorarse de la fama que me precede a mí también.
Él fue mi primera víctima.
—Aún tengo la cicatriz —farfulla, llevándose la mano al brazo izquierdo.
—Mira, fui la primera mujer que te marcó para el resto de tu vida —respondo con fingida solemnidad.
La sombra de una sonrisa se forma en los labios de Astori mientras que Samuele parece querer rajarme la tráquea y arrancarme la lengua. Aunque si lo intentara mi querido guardaespaldas ya le habría dibujado una bonita sonrisa eterna.
No puedo negar que la situación me divierte más de lo que debería, sobre todo porque hay algunas cosas que no cambian. Desde que le clavé aquel tenedor cuando tenía siete años creo que su odio hacia mí se precipitó hasta convertirse en un nivel insoportable para su ego, ya que debí ser la primera chica que lo ridiculizó en su pose de macho alfa.
Seguro que nunca me echó de menos una vez que desaparecimos del mapa. Pero yo tampoco a él: era un incordio sin medio gramo de cerebro.
Salimos del hotel y volvemos a las estrechas callejuelas de la Vía. Temo que mis tacones acaben haciéndome tropezar, pero los manejo mientras Astori nos delimita el camino hasta la heladería.
Nos quedamos fuera. Astori es el primero en pasar para otear el ambiente: me he acostumbrado a esta dinámica al cabo de los años. Cuando te conviertes en los resquicios del último linaje de una de las familias más importantes y peligrosas de la mafia siciliana eres un blanco fácil, sobre todo si nunca sabes dónde pueden atacarte.
A pesar de que estamos en territorio Falcone, la seguridad nunca es suficiente.
Samuele espera a mi lado con las manos metidas en los bolsillos del ajustado pantalón de vestir. No puedo negar que tiene un trasero sexy. Lleva las mangas de la camisa dobladas hasta el codo, mostrando algunos tatuajes que por su simbología deduzco que hablan sobre la Camorra.
Es innegable que la pubertad y consiguiente madurez le han sentado bien: lo recordaba como un niño burlón con cara de pan, regordete y que se comía mis canicas.
—Todo despejado, Ciara —informa Astori una vez que se reúne con nosotros.
«Sí que aprende rápido».
—Perfecto —sonrío.
Le hago un gesto con la mirada a Samuele, a lo que obedece al pasar delante de mí. Al igual que yo, está tanteando el terreno, lo que delata que no es tan imbécil como lo recordaba.
Nos dirigimos a una mesa al lado de la cristalera; nos sentamos uno enfrente del otro y Astori se queda de pie, velando mi espalda. Los clientes que nos rodean se nos quedan mirando, pero nadie abre la boca.
Una camarera se acerca con manos temblorosas y mirada ansiosa.
—Bienvenidos a Gelato Velvet, ¿qué desean tomar? —pregunta.
Poso la cartera sobre la mesa y me incorporo un poco a la vez que mis labios se curvan en una sonrisa.
—Para mí un helado con dos bolas: una de fresa y la otra de nata —pido. Samuele me mira de reojo para después desviarla hacia la muchacha, a la que me dan ganas de ponerle un cubo para que pueda babear, ya que no le ha quitado el ojo de encima a mi prometido—, y para él un helado de chocolate con brownie y fundido de chocolate blanco —respondo por él.
La sorpresa en su expresión me divierte más de lo esperado. Me fulmina con la mirada mientras la camarera toma nota.
—En un momento se lo traigo —murmura.
—Genial —respondo con una fingida sonrisa dulce.
En cuanto nos dejan a solas, Samuele suelta un bufido de irritación al ver la sonrisa prevalecer en mis labios: mi felicidad le irrita, así que seré supremamente feliz.
—¿A qué coño estás jugando, Ciara? —lanza con acritud.
—No juego a nada, Samuele —respondo. Me muerdo el labio inferior y suelto una risa débil—. Solo... tengo buena memoria. Además, ahora que eres mi prometido debemos pasar más tiempo juntos. —Entrelazo los dedos a la altura del mentón y alzo una ceja inquisitiva.
Él, por el contrario, suelta una seca carcajada, provocando que su mirada se oscurezca al escrutarme.
—Ya veo que sigues estando tan loca como de costumbre —farfulla.
—Hay cosas que no cambian —suspiro, chasqueando la lengua. No me molestan sus insultos—. Supongo que no estás aquí por gusto, ¿verdad? —lanzo.
Su porte es tranquilo y dominante, su mirada fría y analítica. Sin embargo, sus ojos lo delatan cuando van al escote de mi vestido. No niego que me resulta interesante lo sencillo que será controlar su mente.
—No, pero supongo que eso ya lo sabías —repone.
—Entonces, eso nos facilita las cosas —comento. La camarera regresa con nuestro pedido—. Gracias —digo con entusiasmo.
—Buen provecho —responde, dirigiéndole una tímida mirada de reojo a Samuele, que le sonríe con educación.
Tomo la cuchara y la hundo en la bola de fresa para llevarme un poco a la boca y degustarlo en el paladar. Samuele ni siquiera prueba el suyo, sino que me escruta mientras saboreo mi postre con lentitud. Dejo que el silencio se instale para crear expectativa, o terror: me conoce más de lo que me gustaría, pero yo también lo conozco a él.
—¿Crees que soy un buen negocio? —inquiero sin desviar la mirada del helado, jugueteando con la cereza.
—No digo que no, pero fue mi madre quien insistió en el compromiso —responde.
¡Oh, sí! Aria Callavaro, una preciosa mujer con el corazón demasiado grande y una sonrisa dulce y cálida. Dedicada a su familia. Desprendía una debilidad que me resultaba delirante para ser una mujer de la Camorra, pero también una fortaleza envidiable, porque por su familia haría cualquier cosa. Eso es algo que envidio de las mujeres como Aria, que tienen ese sentido natural por proteger a sus crías por encima de todo y de todos. Yo, sin embargo, no he sido dotada con tales dones de instinto maternal.
Digamos que me creo la parte en la que nuestras madres insistieron en este inútil compromiso, pero no es ni la mitad de la verdad que debe contarme, sobre todo cuando puedo ver la ambición en los ojos del que será mi marido, el cual, por cierto, no es que me tolere lo suficiente para aguantarme el resto de su vida.
Cojo la cereza por el rabito y me la llevo a los labios, envolviéndola con la lengua antes de cerrar la boca. Samuele no puede apartar los ojos de esta y se revuelve en el asiento, sufriendo una erección de los mil demonios. Es bueno disimulándolo cuando carraspea y se endereza mientras sus ojos permanecen fijos en los míos.
Debo confesar que me gusta su rostro, la proporción armónica de sus facciones. Me inclino sobre la mesa y aprecio una cicatriz en el contorno de su ceja derecha. Tiene los ojos castaños moteados con en el color de la miel, la curvatura perfecta de sus labios de aspecto esponjoso con un adecuado arco de cupido; su nariz aguileña en combinación con su mandíbula definida y lampiña.
Tiene cara de ángel, pero con la mirada del diablo.
Me gusta la lascivia que emana, pero me gusta más ese poder que podré arrebatarle. Puede que los Callavaro no sean auténticos italianos, pero son poderosos: son de las familias más influyentes de la Camorra italoamericana. Su padre es un Boss y su riqueza, como todo en el Estado más conocido de Nevada proviene de los casinos y los préstamos a pobres desgraciados que le venden su alma al diablo por seguir jugando, o en este caso, a un Callavaro.
Su prestigio es conocido porque los Callavaro cobran cada préstamo con sangre si no tienes nada con lo que pagarles. Su fama proviene de su crueldad, pero sobre todo porque son los mejores haciendo su trabajo.
Y pronto pasaré a ser parte del clan de la muerte.
Me relamo los labios lentamente y lo miro con suspicacia, pero Samuele no muestra vestigio de debilidad.
—Los dos sabemos que hemos pasado a ser un contrato, así que dejemos claros aquí y ahora los términos para no llevar a confusión —comento. Vuelvo a sentarme recta y me llevo otra porción de helado a la boca para sacarme la cucharilla lentamente, provocándolo. Esto es demasiado divertido—. Estoy obligada a casarme contigo, a tener que compartir la cama y a fornicar, cosa que tampoco me disgusta. Tendré que hacer el papel de esposa fiel y sumisa. Tampoco me molesta a las mujeres que vayas a follarte una vez que estemos casados, lo único que exijo es que seas discreto y no me ridiculices —enumero. Me muerdo el labio y suspiro con fingida resignación—. Y por último. Nunca, jamás podrás tenerme a mí. Olvídate de que llegue a enamorarme: no sucederá —convengo con determinación.
Por un instante, nos miramos a los ojos, ninguno muestra sus cartas, mucho menos sentimientos, ya que dudo que los tengamos. Samuele tiene una capacidad envidiable de autocontrol respecto a lo que tomar decisiones se refiere.
Sus labios se curvan en una sonrisa maliciosa.
—Y tú debes estar más loca de lo que pensaba si piensas que deseo que te enamores de mí, Ciara —responde con sutileza. Se encoge de hombros y sus ojos se desvían de nuevo hacia mi escote, pero esta vez sin vergüenza alguna—. Puede que estés muy buena, pero algo que me gustaría hacer incluso más que follarte sería rebanarte la garganta y bañarme con tu sangre: sería un sueño hecho realidad que espero cumplir con ansias —agrega con fingida solemnidad a la vez que chasquea la lengua con diversión.
—Uhm, interesante —murmuro, terminándome el helado e ignorando su amenaza.
Puedo sentir la diversión de Astori a mi espalda mientras asiento lánguidamente con la cabeza. Me levanto, dejo un billete de cincuenta euros sobre la mesa y recojo mi bolso. Samuele resigue mi movimiento cuando me posiciono detrás de él y apoyo las manos sobre sus hombros tensos para inclinarme.
Huele de maravilla: Armani y muerte. Mi fragancia favorita.
—Querido, soy la clase de mujer que puedo hacerte perder la cabeza solo con mirarte y sentir como si hubiéramos echado el polvo del siglo con tocarte —le susurro al oído. Gruñe con fastidio cuando le muerdo el lóbulo de la oreja con los labios. Suelto una risita al escucharlo maldecirme con un perfecto italiano—. Ahora vete a buscar a esa mojigata a la que no le has quitado el ojo de encima y alivia esa erección que sabes que solo yo puedo provocarte, cariño —agrego.
Me gusta verlo molesto, mejor dicho, lo disfruto más que un buen orgasmo.
—Hasta pronto, futuro y querido esposo mío —lo despido con la mano.
Astori me sigue hacia la salida, dejando a Samuele en la mesa muerto de la rabia. Ha sido un intercambio de poder interesante. He tanteado que terreno pisaré de ahora en adelante.
Es manipulable, de eso no cabe duda, pero es peligroso, ya que su impulsividad puede llevarnos a cometer errores de difícil solución.
Siendo honesta, ya que mi compromiso era inevitable me alegra que sea con alguien conocido y no con cualquier hombre de la Cosa Nostra que podría ser mil veces peor que los Callavaro.
—Volvamos a casa, Astori —suspiro con gesto cansado.
—Como desees, Ciara —responde con educación.
Nada más entrar por la puerta me reciben las notas del piano procedentes del salón, donde Giovanni está tomando clases con su tutora particular. No hay ni rastro de mamá, Marcello o Caleb, lo que me preocupa. Aunque tengo más ganas de llegar a mi cuarto y dormir hasta la hora de la comida... Pero mis expectativas se van al caño cuando paso por delante del despacho de Falcone.
Por una pequeña rendija entre las puertas vislumbro la espalda de Caleb, inclinado sobre el escritorio: parece tenso y sus palabras atropelladas.
—¿Cómo has podido hacerle esto, Marcello? —lanza con decepción—. Tiene dieciocho años. Debe vivir, no pensar en qué vestido llevará u organizar una boda que no le hace falta. Quiere estudiar, ser alguien, no atarse a una familia. Además, sabemos que Samuele no podrá controlarla, no cuando Callavaro es tan inestable como ella —farfulla.
No sé si me duele que no me considere capaz de compartir mi vida con otra persona, o si valoro que se preocupe por mi libertad. Tiene razón al decir que Callavaro nunca podrá tener control alguno sobre mí. Solo Caleb tiene ese poder y años le ha costado: es el único capaz de mantenerme a raya.
Samuele solo logrará presionar más ese botón, hasta hacerme estallar.
—Sé que te dije que le daría cinco años de margen, pero la oportunidad surgió sin ser prevista. Doménico cree que una unión entre los Castello y los Callavaro es una buena anexión para las familias y los negocios. Los Castello son poderosos, los Callavaro letales: juntos serán poderosos y letales. Además, tu madre y Aria son buenas amigas y siempre han pensado que Samuele y Ciara se casaran: estaba previsto desde que tu padre continuaba con nosotros —responde con tranquilidad.
Marcello se levanta del sillón y temiendo que me pille, me escondo detrás de la puerta.
—¿Piensas que Samuele la respetará? Cuando eran críos se detestaban: van a terminar matándose —replica—. Y lo que no pienso permitirle es que ridiculice a mi hermana con su comportamiento inmaduro y pecaminoso —farfulla.
Marcello se sienta en la esquina del escritorio y apoya una mano en el hombro de mi hermano, sonriéndole con gesto condescendiente.
—No tengo nada en contra de que te preocupes por Ciara y la protejas, pero creo que es suficientemente capaz de solucionar sus problemas ella solita: Samuele podrá ser impulsivo, pero no es un mal chico, solo le hace falta madurar y se convertirá en un buen líder.
Samuele y madurar no son palabras compatibles en una misma frase. Aún tiene mucho que aprender y sufrir para ser un auténtico líder de la Camorra. Y sí, puede que una unión con la Cosa Nostra sea fructífera para el poder de los Callavaro, pero una anexión con la Camorra también nos beneficia a nosotros, sobre todo a Caleb.
Falcone piensa hacer de Caleb un hombre de negocios antes que un asesino como la mayoría de los hijos de Dons. Y como tal, su hermana no es más que otro negocio con el que comprar y vender; el problema es que la lealtad que mi hermano me profesa es todavía mayor que cualquier tipo de ambición que pueda ostentar.
—¿Y qué ganas tú con esto, Falcone? —inquiere en un tono que conozco.
¡Ups! Está pisando terreno de minas y no de las que pueden arrancarte una extremidad, sino de las que te descuartizan solo dejando pedazos calcinados de ti sobre la tierra. Así que decido interceder cuando abro las puertas correderas y entro con naturalidad.
Se me quedan mirando. Caleb me escruta por encima del hombro, haciendo que su expresión de enfado sea sustituida por el alivio al comprobar que estoy de una pieza tras mi cita con Callavaro; Marcello me muestra una sonrisa satisfecha.
—Ya estoy en casa —anuncio con una mirada juguetona.
—¿Qué tal con Samuele? —inquiere Falcone, recuperando la expresión determinante.
¡Oh! Todo estupendo. Hemos tenido una agradable conversación sobre sangre, sexo y matrimonio que puede terminar peor que Bodas de Sangre. También hemos recordado viejos tiempos de nuestra maravillosa infancia en el que le clavé un tenedor y desde entonces fantasea con bañarse en mi sangre. ¡Ah! Y como olvidar que lo puse cachondo comiéndome una cereza porque es un animal incapaz de mantener la polla a raya.
Una velada encantadora, en resumen.
Sonrío y suspiro con aire fantasioso.
—Ha sido todo un caballero —le respondo. Caleb frunce el ceño ante mi contestación. Por supuesto, no me cree—. Me ha invitado a helado y hemos charlado largo y tendido: creo que nuestro compromiso tiene muchas posibilidades —agrego.
¡Por Dios, que me den un Oscar! Falcone parece capaz de tragarse cada mentira al saber que nuestra compatibilidad es más alta de lo esperado; puedo ver el símbolo del dólar brillar en su mirada.
Sin embargo, Caleb parece preocupado cuando intercambiamos una mirada, advirtiéndole que ni se le ocurra abrir la boca en contra de la decisión que han tomado; con el tiempo hemos aprendido a comunicarnos de este modo.
Marcello cruza una pierna sobre la otra y se frota el mentón con deje pensativo. Caleb contiene el aliento y yo sonrío para mis adentros.
—No pensé que aceptarías: me sorprende tu madurez —confiesa cuando sus ojos hacen contacto con los míos.
«Sí, tengo mucho de eso, para qué mentir».
—Puede que la gente me tilde de loca, pero sé cuáles son mis deberes en esta familia, incluso si eso significa convertirme en la perra de un Callavaro —contesto a la vez que cruzo los brazos sobre el pecho.
La sombra de una sonrisa se dibuja en los labios de Caleb ante mi honesta contestación, ya que una cosa es que haya aceptado este compromiso y otra muy diferente que vaya a quedarme con la boca cerrada. Tengo que comenzar a entrenarlo para lo que le espera a partir de ahora y en adelante.
Pero lejos de ofenderse, Marcello suelta una carcajada que hace que las comisuras de los ojos se le arruguen por la diversión que evidencia su atractivo rostro.
—Si aprendieras a controlar esa lengua viperina te iría mucho mejor —comenta.
Sonrío.
—Mi lengua viperina es uno de mis muchos encantos —contesto, guiñándole el ojo. Frunzo los labios a la derecha mientras miro el reloj en mi muñeca—. Por cierto, debo dejaros: es la hora de mis pastillas —comento, enfatizando con burla cada palabra.
Salgo del despacho en dirección a las escaleras, pero una mano me detiene, haciendo que me dé la vuelta para encontrarme con sus ojos oscurecidos por el hastío.
—¿Me dices que mantenga la boca cerrada y vas y le sueltas esa mierda? ¿En serio, Ciara? —me recrimina con ácido humor.
—Bueno, puede que mi locura justifique lo que hago, por eso nadie me toma en serio, ¿no, Caleb? —replico con mezquindad. Me suelto de su agarre con brusquedad y lo encaro—. Ahora no puedes intentar protegerme de esta porquería porque estoy en esto por tu culpa. ¿Pensaste que me dejarían vivir por mi cuenta solo porque se lo habías pedido? —lanzo con malicia. La resignación late en sus ojos ante mi dureza—. Hasta que no les demuestres que eres un auténtico Castello no te tomarán en serio, así que es hora de que les enseñes de lo que eres capaz: te ven como un niño incapaz de tomar su lugar como jefe. ¿Crees que dejarán semejante poder en manos de un niño que ha sido criado con los irlandeses y no sabe ni la mitad de sus leyes sicilianas? No, Caleb, no pasará —enfatizo—. A este ritmo nos mataran antes de que Angelo tome una decisión y lo habremos perdido todo.
Sacudo la cabeza con resignación y le doy la espalda para no terminar haciendo algo de lo que me arrepentiré. No pienso permitir que arruine esto por no ser capaz de tomar el mando, y si para lograr lo que se espera de él debo romperlo, lo haré.
Lo prefiero malo y vivo que bueno y muerto.
Subo las escaleras hasta mi cuarto y me encierro. Solo quiero dormir hasta que este nudo construyéndose en mi pecho desaparezca y pueda volver a respirar como si una bola de hielo fuera a caérseme encima.
Rápidamente, me desprendo del vestido, quedándome desnuda, me deshago la coleta y me quito los pendientes, volviendo a guardarlos en el pequeño joyero antes de ir al baño y desmaquillarme. Voy hasta la mesilla de noche y comienzo a rebuscar por el cajón el frasco de pastillas. Últimamente las dosis han aumentado: cada noche acabo tomándome dos y comienzan a dejar de causar el efecto que necesito para dormir.
Cojo la pastillita roja y la muevo entre el índice y el pulgar antes de llevármela a los labios y tragarla. La raya no me lleva mucho más.
Limpio los restos y me meto bajo el edredón después de cerrar las cortinas con el balcón abierto. Dejo que la sensación me envuelva como si tuviera hierro en las venas. No es una sensación desagradable y me relaja cuando miro un punto fijo de la puerta, esperando a que llegue al punto en que los párpados se me cierren solos.
Finalmente, consigo cerrar los ojos.
La sensación de vacío es alimentada por la oscuridad que embarga mi cuerpo. Todos mis músculos se agarrotan en una vorágine de placer y dolor que me sumen en una catarsis de todo y nada.
Sus manos frías y duras se deslizan por mi espalda con cada movimiento y siento el corazón en la garganta por la sensación de opresión que se me agarrota en la tráquea, pero sabiendo que nadie me escuchara, decido no hacer nada.
Su mano presiona mi cabeza contra la almohada, provocando que el aire no me llegue a los pulmones.
Esto es lo que quería.
Duro y frío.
Frío y duro.
Nada.
Abro los ojos de golpe, incorporándome en la cama. El corazón me late a mil por hora, casi como si fuera a darme un infarto. Estoy bañada en sudor, aún con la sensación de sus manos sobre mí. Inconscientemente, mis ojos van a mi mano, como si quisiera comprobar que ha sido una pesadilla.
Cierro los ojos para intentar tranquilizarme y me retiro los cabellos empapados hacia atrás con una mueca de asco. Me levanto de la cama y abro las cortinas, admirando la noche estrellada antes de que mi mirada descienda hacia la luz artificial de la piscina.
Quizás un baño sea capaz de despejarme para dormir de una vez.
Con esa idea en mente me pongo un batín de seda y me lo anudo a la cintura. Salgo de mi cuarto descalza, provocando que mi piel se erice ante la frialdad del suelo.
Todo está en absoluto silencio al llegar a la cocina. Salgo por las puertas francesas hacia el jardín decorado con sofás, mesas y hamacas a pie de piscina. Sabiendo que la casa está durmiendo, no me preocupo cuando me deshago del batín, dejándolo caer a mis pies.
En una zambullida me hundo bajo el agua, distorsionando el resto al dejar que la masa me engulla hasta llevarme al fondo. Cuento a cuantos segundos por minuto me late el corazón y mis pulmones arden por la ausencia de oxígeno, como aquella vez que tuve la oportunidad de experimentar lo que era el vacío y comprenderlo de la forma más caótica posible, otorgándome la capacidad de empezar a convivir con él.
A causa de la falta de aire, subo a la superficie mientras me echo el pelo hacia atrás. Tomo una larga bocanada de oxígeno que parece recorrerme la espina dorsal con un escalofrío.
Me rio para mis adentros al verlo venir en mi dirección con una taza de café; algo me dice que aún no se ha acostado. Lleva una camiseta blanca de manga corta que define a la perfección los músculos de sus bíceps, unos pantalones cortos de deporte y el cabello retirado de la frente de forma desordenada.
Creo que mi hermano rompe la estadística de que los frikis no pueden estar buenos, o que todos los tíos que están buenos son gilipollas. Sí, hasta yo me he dado cuenta de que está bueno, por lo que me cuesta comprender porque no ha encontrado a nadie con quien compartir su soledad.
—Ciara, ya te he visto —comenta.
—Tan perspicaz como siempre, fratellino —canturreo.
Nado hasta la orilla y pongo los brazos cruzados sobre el alfeizar a la vez que ladeo la cabeza con una media sonrisa divertida. Caleb termina devolviéndomela una vez atraviesa el césped, se sienta en el borde y mete las piernas en el agua un cuarto por encima de la rodilla.
A pesar de nuestras conversaciones de esta mañana no parece enfadado. La verdad, ahora mismo yo tampoco lo estoy.
—Samuele me ha llamado esta tarde: quiere verme —comenta sin dosificar su tono de curiosidad. Me mira y yo le devuelvo una media sonrisa llena de júbilo—. Ahora de verdad, ¿cómo te ha ido esta mañana? —inquiere.
—Tranquilo, lo tengo controlado —aseguro, restándole importancia con un gesto de la mano—. No ha cambiado desde que lo vimos por última vez.
Caleb suelta una risita por la nariz y alza las cejas con suspicacia, seguro, intentando recordar al Samuele de once años y no el hombre que vio esta mañana.
—Aun así, ¿qué quieres que le diga? —Alzo una ceja, sin comprender del todo lo que me quiere decir—. C, llevamos sin vernos más de diez años. La verdad, dudo que quiera recuperar nuestra amistad, así que lo más probable es que quiera hablar sobre ti —explica.
—Dile lo que te convenga —respondo con indiferencia.
Debí suponer que Samuele más pronto que tarde movería ficha, pero eso de utilizar a Caleb en mi contra ha sido muy rastrero por su parte, sobre todo cuando hace años que dejamos de ser aquellos niños que nos peleábamos por todo: hemos aprendido a pelear juntos, a pesar de que seguimos teniendo nuestras diferencias.
Exhala un débil suspiro a la vez que desvía la mirada hacia el frente y posa la taza de café vacía entre los dos. Frunce los labios en una mueca dubitativa, como si no se decidiera a decir lo que quiere.
Tiene sendas ojeras bajo los ojos, lo que delata que la falta de sueño comienza a hacerle mella. Me pregunto si yo tendré el mismo aspecto si me miro al espejo... No me gusta saber que esta situación lo está afectando, pero sabía lo que conllevaría la decisión de tomar su lugar como futuro jefe. Y esto no ha hecho más que comenzar.
—Tienes razón, C —suspira con abatimiento a la vez que se lleva la mano al cabello, retirándoselo hacia atrás con irritación. «A veces odio tener razón»—. Tal vez no valgo para esto: nunca podré ser su jefe y pretender que me tomen en serio. Yo no soy como papá o como tú: nunca podría matar a alguien y que no me afecte —farfulla con la mirada llena de inseguridad—. Ya sabes que quiero ser médico, no esto en lo que se supone que debo convertirme. Ni siquiera sé cómo Declan me permitió empezar la carrera... ¿Cómo puedo pretender salvar vidas si estoy condenado a arrebatarlas? —reflexiona en voz alta.
Baja la mirada a sus manos, que de repente comienzan a temblarle, presa del pánico. Ni siquiera es capaz de hacer daño a una mosca y para desgracia de todos es algo en lo que se parece a mamá: es sensible, incapaz de hacerle daño a otro ser humano de forma intencionada.
Si pudiera lo haría por él, no me importaría tener que ser castigada con tal de no verlo sufrir por algo que desde luego, no va a ser capaz de controlar. Falcone nunca logrará romperlo si no es Caleb quien decide dar el paso.
Su alma no está lo suficientemente manchada, no como la mía.
Tomo su mano entre las mías, que parecen muy pequeña en comparación y la aprieto, reconfortándole.
—Lo haremos juntos —prometo.
—Tú misma lo dijiste, no puedes hacer esto por mí —replica, negando con la cabeza y la expresión abatida.
Enarco una ceja divertida y chasqueo la lengua.
—Es una promesa, Caleb: el día que tengas que iniciarte estaré ahí, y si debo apretar el gatillo por ti, lo haré —digo con seguridad.
Es cierto que últimamente he sido muy dura con él sin pensar que no soy la única que está sufriendo las consecuencias de su decisión. Al fin y al cabo, no lo hizo con mala intención, sino pensando que podría ayudar a mamá a limpiar nuestro nombre tras la muerte de papá. También está sometido a mucha presión al igual que expectativas por cumplir y estándares que no sabe si será capaz de alcanzar.
Caleb me sonríe con una mezcla de alivio y agradecimiento, sabiendo que cuando prometo algo, lo cumplo sin importar lo que deba hacer para lograr mi cometido: soy demasiado cabezota para mi seguridad.
—No sé qué haría sin ti —reconoce con una risa nerviosa.
—Harías lo mismo, pero lo harías por ti mismo —lanzo con una sonrisa maliciosa—. Pero ahora debemos comenzar por descansar.
Asiente brevemente con la cabeza, como si acabara de darse cuenta de que debe dormir y no fuera algo de vital importancia si no quiere morirse de agotamiento; el café no lo va a mantener cuerdo mucho más tiempo.
Se pone de pie a la vez que yo cojo impulso con los brazos, saliendo de la piscina para incorporarme.
Caleb sisea una maldición al darse cuenta de que no llevo nada encima.
—Joder, podrías haberme dicho que no llevabas bañador —masculla, desviando la mirada, lo que provoca que suelte una risita cuando sus mejillas se tiñen de rojo.
—Como si fuera la primera vez que me ves así —lanzo mientras me escurro el pelo con las manos.
—Eso fue hace mucho tiempo —replica, atravesándome con la mirada.
Lo escruto con los ojos entrecerrados al apresurarse a recoger mi batín del suelo y evita mirarme, demasiado avergonzado como para ser capaz de unir dos palabras coherentes.
Me doy media vuelta y decido picarlo un poquito más cuando suelto:
—Si no tuvieras siempre las narices hundidas en los libros y disfrutaras más de la vida, el cuerpo de una mujer no te resultaría tan desconocido.
—Sé lo suficiente sobre la anatomía femenina: no me interesa saber más, C —farfulla con desinterés.
Mi piel se eriza en el momento que me pone el batín sobre los hombros y paso los brazos por las mangas, retirándome el pelo hacia atrás. La manga izquierda se me desliza hacia abajo. Tenso los labios al sentir sus dedos calientes en contraste con mi piel helada, resiguiendo los trazos de la media luna tatuada en mi omóplato derecho.
—Aún no la has olvidado, ¿cierto? —susurra con la voz contenida. Ladeo la cara para ver sus facciones llenas de nostalgia y concentración en acariciar mi piel.
Cierro los ojos en el momento que los recuerdos dominan mis pensamientos por un breve segundo en el que la debilidad se apodera de mí.
—¿La has olvidado tú? —lanzo de vuelta.
—No —responde, negando con la cabeza. Su aliento cálido me hace cosquillas en la nuca, provocando que me tense—. Aún tengo pesadillas con ese día: no puedo borrarlo de mi mente —confiesa con la voz rota.
«Yo tampoco puedo dormir pensando en ello», pienso para mis adentros.
—Puede que haya sido lo mejor para ella —susurro con las facciones tensas, conteniendo las emociones que amenazan con emerger a la superficie.
Nuestros ojos se encuentran en la penumbra: ojos verdes contra ojos verdes; unos que saben ocultar lo que sienten y otros que no saben ocultarlo en absoluto.
—Me alegra que no haya acabado como nosotros: nunca estará tan jodida.
—¿A qué te refieres? —inquiere.
Me doy la vuelta, subiéndome la manga y anudándome el batín para alejar la huella de su tacto en mi piel.
—Elle n'aura jamais un poignet cassé comme nous —«Ella nunca será una muñeca rota como nosotros» —le respondo en francés, lo que provoca que su mirada se oscurezca al comprender la referencia.
—Nous ne sommes pas cassés, Ciara: jamais. Ne la laisse pas gagner —«Nosotros no estamos rotos: jamás. No la dejes que gane» —susurra a la vez que me toma del brazo con delicadeza.
Pero yo soy más rápida cuando me alejo y niego con la cabeza.
—Elle a gagné —«Ella ya ha ganado» —farfullo con una sonrisa cínica antes de pasar por su lado para entrar en la mansión.
Siempre ha ganado: ni siquiera en eso he tenido el control.
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NOTA DE AUTORA:
¿Qué os ha parecido la primera interacción entre Samuele y Ciara? Estos dos nos van a explotar la cabeza, os lo aseguro, si no terminan matándose antes entre ellos, que es otra posibilidad.
Que decir de Caleb, dan ganas de arroparlo y esconderlo de lo que se avecina. Además de esos secretos que los hermanos Castello nos irán revelando...
¡Nos leemos pronto!
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