3

SAMUELE

"Todo lo que tengo en esta vida
es mi palabra y mis pelotas,
y no las rompo por nadie."




El informe cae sobre la mesa como un peso muerto, haciendo que alce la mirada hacia Dexter. Sus ojos encuentran los míos, mostrándome una satisfacción que pocas veces revela.

No puedo negar que es el mejor Enforcer que ha tenido mi familia: es un hombre fiel a los Callavaro, pero sobre todo, a mí.

—Los hermanos Castello —susurro, intentando ocultar mi emoción.

—Tal como pediste —me responde Dexter. Se sienta en la silla al otro lado del escritorio y se rasca la ceja con la punta del cuchillo en su mano derecha—. Declan los ha escondido bien, pero ahora volverán a Roma, con Falcone —agrega.

Sí, conozco a Marcello Falcone y esos críos estarán bien en sus manos. Es el Don de la Familia Falcone y uno de los hombres más poderosos y ricos de la Cosa Nostra siciliana en Roma. Ahora que tiene a los últimos Castello en sus manos su poder no ha hecho más que incrementar su influencia.

La historia de Matteo Castello y su desgracia no es ningún secreto. Se enamoró de Colette Callaghan, conllevando a una larga guerra entre el Outfit de Chicago y el Clan Irlandés de Nueva York. Como era de esperar, Angelo no podía hacerse cargo de ambos territorios; imposible ser Don de la familia Castello y el Capo dei capi de la Cosa Nostra siciliana, puesto que aún regenta sin el menor inconveniente.

Un joven siciliano enviado a Chicago como nuevo Capo del Outfit tras la muerte de su primo. Por lo que le había escuchado hablar a mi padre sobre él, —con respeto y admiración—, Matteo apuntaba a ser un gran sucesor, pero era el corazón lo que le fallaba y lo que terminó con su vida. Así fue como unieron dos factores muy peligrosos: un nuevo Capo siciliano y la tensión previa que existía entre las familias por un negocio fallido que les trajo problemas con la justicia posteriormente. Se cuenta que Colette estaba comprometida con un miembro importante de la Bratva neoyorquina, pero que Matteo la robó en el altar y desaparecieron durante más de diez años. Pero la familia nunca olvida una ofensa como esa, mucho menos la Bratva.

Y aquí todos sabemos que la traición se paga con muerte.

El viejo Castello nunca perdonó a Matteo, al que se dedicó a dar caza, pero, supuestamente, sin resultado alguno. Hasta que un buen día se hizo el anuncio de la muerte del hijo del Capo; aun a día de hoy no sé sabe quién fue el responsable del asesinato. Pero desde entonces Angelo jamás volvió a salir de su castillo en Palermo y siempre está protegido por un equipo de seguridad infranqueable. Las reuniones se planifican en su casa y nunca acude a eventos externos, lo que lo ha convertido en una leyenda en la historia de la Cosa Nostra, ya que sus líderes no suelen durar mucho.

Del matrimonio Castello-Callaghan nacieron dos hijos: Caleb y Ciara. Tras la muerte de Matteo, Colette los abandonó en un pequeño pueblo de Francia, donde terminaron en un orfanato en París hasta los doce y diez años respectivamente, que fueron adoptados por la familia Rousseau.

—¿Hay algo sobre la familia? —inquiero.

—Nada —responde Dexter con aburrimiento—. Declan hizo un buen trabajo —agrega con la sonrisa sádica que emplea antes de ejecutar a una víctima.

Asiento y chasqueo la lengua a modo de comprensión. Mientras, mi mirada se pierde por las fotografías que les ha sacado durante su estancia en Londres.

Caleb está a punto de comenzar su tercer año de Medicina mientras que Ciara ha terminado su último año de bachillerato con calificaciones por encima de la media, a pesar de su bajo rendimiento académico. En resumidas cuentas: los Castello son un cúmulo de problemas a los que mi padre les ha puesto los ojos encima.

Son muy parecidos y al mismo tiempo totalmente yuxtapuestos. Mientras que Caleb es la perfección y el buen ejemplo hecho carne, Ciara lleva la palabra problema tatuada en la frente. Eso sí, un problema con unas piernas de escándalo: no la recordaba así, pero debo confesar que la pubertad ha hecho maravillas con ella.

Nadie puede negar que Ciara Castello es una mujer hecha para pecar. Casi una copia de su madre si no fuera por sus ojos. Figura esbelta, curvas peligrosas, pechos grandes, un culo pequeño, pero respingón que logra que no puedas quitarle la mirada de encima. Una boca carnosa y rosada que me hace pensar en las cosas que podría hacer con ella cuando la tenga en mi poder. El cabello largo y ondulado en las puntas del color de las espigas en verano; nariz italiana, pero las pecas que salpican su anguloso rostro delatan su linaje irlandés. Sin embargo, es su mirada la que te obliga a seguir observándola: derrocha potencia, sensualidad, determinación y poder envuelto por el color verde trébol que caracteriza a la familia Castello y por la cual el viejo nunca podrá negar que es nieta suya.

Puede que casarme no me haga ni puta gracia, mucho menos para complacer a mamá, pero no discuto que es un buen negocio.

El problema: es una puta perra loca.

Incontrolable, rara y la mente más retorcida de la que he escuchado hablar. Pero al menos, follármela no será ningún sacrificio y me dará hijos con buenos genes.

La odio a ella, odio el tener que atar mi vida a una persona que no he visto en diez años. Pero desde luego, no odiaré las puertas que me abrirá nuestro matrimonio.

Caleb Castello, ahora que el viejo lo ha aceptado como sucesor, tarde o temprano pasará a ser un hombre poderoso en los bajos mundos tras heredar el título, los territorios de Nueva York de los irlandeses, el liderazgo del Outfit de Chicago y los pertenecientes a Filadelfia y Toronto, anexas al Outfit.

Y yo estaré casado con su hermana.

Mamá y Colette llevan esperando este día desde hace años y papá fue rápido al pedir la mano de Ciara a Falcone. Como era de esperar aceptó el negocio, sabiendo que un trato sustancioso con la Camorra de Las Vegas no debe desperdiciarse. Falcone es un hombre inteligente y ha sabido mover sus piezas de forma estratégica al haberle pedido a su esposa que los trajera. Además, estoy seguro de que Caleb bajo su mando se convertirá en un buen jefe, pero sobre todo, que lo tendrá controlado. Y sí, puede que la desquiciada de Ciara sea un desastre, pero pronto pasará a ser uno de mis desastres: uno que pienso amoldar a mi beneficio.

Con un suspiro cansado, me levanto del sillón y alcanzo el carrito auxiliar. Cojo un vaso, me sirvo una copa de whisky cargada y le doy un sorbo que me calienta el estómago y el pensamiento.

—Nadie puede negar que la loca está buenísima —comenta Dexter. Coge una de las fotografías en las que aparece con un ajustado body negro de yoga que marca cada una de sus generosas curvas.

Mis labios se curvan en una media sonrisa a la vez que en un ágil movimiento cojo el abrecartas y lo clavo en la fotografía, justo entre la abertura entre su índice y su dedo medio, lo que provoca que Dexter abra los ojos con sorpresa ante mi arrebato.

—No vuelvas a llamarla así nunca más, perro —le advierto sin perder mi buen humor, que acompaño con una sonrisa—. Pronto será mi esposa y tendréis que respetarla —agrego.

Dexter no pierde su gesto divertido, aunque su mirada se tiñe de respeto. Sabe que no es buena idea meterse con lo que me pertenece.

—No la conoces y ya te has convertido en un cabrón celoso —canturrea, apartando la mano llena de tatuajes para pasársela por el espeso pelo negro—. Además, ¿vas a respetarla?

Suelto una risa condescendiente y le doy otro trago al whisky a la vez que me siento en el borde del escritorio.

—Haré con ella lo que me dé la gana, porque será mía —respondo sin darle importancia.

Una cosa que tengo clara es que no abandonaré mi vida de excesos por una mujer, mucho menos una que me han impuesto y por la que no albergo clase alguna de sentimiento: es un negocio y yo he aceptado el trato.

Punto.

Mis planes van mucho más allá de casarme, ese solo es el primer paso que debo dar para alcanzar mis deseos. El objetivo real de esta pantomima que nuestras familias están a punto de montar cuando nuestro compromiso se haga público es muy diferente: ellos quieren prestigio, yo poder.

Me muerdo el labio inferior y exhalo un suspiro exasperado.

—Ahora mismo lo primordial es casarme y que me dé un hijo varón si tengo suerte —comento. Dexter me escucha con atención mientras prosigo sin presura—. Después es cuestión de tiempo que el viejo delegue y Caleb herede lo que le pertenece: es posible que lo eliminen pronto dada su poca experiencia. —Alzo el índice cuando hace el gesto de intentar interrumpirme—. Sí, es posible que pierda el título como Capo dei capi, pero toda la fortuna que le pertenece a los Castello, los territorios, los contactos y los negocios pasarán a ser míos si me da un pequeño Callavaro con sangre Castello: mi hijo sería el único heredero vivo de su linaje. Hasta que el pequeño no tenga dieciocho años, sería el tutor legal de sus bienes, y para ese entonces ya habré multiplicado su fortuna y la mía: imagínate lo que podré hacer con todo ese poder e influencia —digo finalmente.

Es una jugada muy arriesgada, soy consciente de ello, pero llevo toda la vida viviendo entre casinos, dinero y apuestas: he aprendido a saber cuándo una apuesta vale la pena, y la princesa de la mafia siciliana la merece.

Dexter se acomoda en la silla y enarca una ceja inquisitiva.

—¿Y si Castello demuestra tener más huevos de los que aparenta? ¿Qué harás con él? —lanza, retórico.

Suelto una risa por la nariz y lo miro con gesto torcido, cargado de humor.

—Seré yo mismo quien le ponga la bala en la cabeza: no te preocupes —sonrío.

Nuestra conversación es interrumpida cuando Gianna abre la puerta de mi despacho con una alegre sonrisa, haciendo que me incorpore.

—¡Hola, Dexter! —lo saluda, animada.

Él le hace un breve asentimiento de cabeza y se retira en silencio para darnos un momento. Dejo la copa en cuanto Gianna me dirige una mirada reprobadora.

Acaba de llegar del instituto y se ha cambiado el uniforme por un bonito mono blanco veraniego. Hace unos meses se cortó el pelo a la altura del cuello, haciéndola parecer más mayor.

No me gusta: para mí siempre será mi niña.

Observar su aspecto me recuerda que cumplirá diecisiete años y que más pronto que tarde papá entregará su mano según le convenga, tal y como hizo conmigo. Si por mí fuera, la encerraría en una torre y jamás permitiría que ningún patán le pusiera un dedo encima.

Es la combinación perfecta entre papá y mamá: el cabello castaño, la nariz recta y el cuerpo esbelto de papá. Mientras que de mamá ha heredado los ojos negros, la piel aceitunada y la bondad innata. A pesar de que ambas se criaron en el duro seno de la Camorra, ninguna ha perdido su dulzura, amabilidad y carisma. Aunque eso no les resta un carácter endemoniado cuando se meten con su familia.

Es mi princesa consentida.

Por el modo en el que se mordisquea el labio inferior y se retuerce los dedos llenos de anillos, va a pedirme algo.

—¿Qué quieres, Gianna? —inquiero.

—He escuchado que irás a Italia —comenta. Enarco una ceja, sin saber por dónde va—. Quiero ir contigo, Sam —implora—. Tengo ganas de ver a Alessandro y a Fiorella. Al menos, solo un par de días, hasta que papá y mamá se reúnan contigo.

Por supuesto que iba a querer ver a Alessandro. Y no, no puedo evitar la mueca de irritación que se me forma en los labios ante su mención. A pesar de llevar el apellido de papá, nunca lo consideraré un Callavaro.

Alessandro es el error de papá y de una mujer que conoció hace veintinueve años y dejó preñada una noche de rebote antes de casarse con mamá: una auténtica mujer de la mafia napolitana. Papá lo aceptó como un hijo más, aunque no tendría acceso al Imperio Callavaro al no ser un heredero legítimo. Se crio con nosotros, tuvo la mejor educación, vida y familia que pudo echarse a la cara. Nuestro padre lo educó en el mundo de la Camorra y mamá lo quiso como a Gianna o a mí, a pesar de ser el hijo de su marido con otra mujer.

Al cumplir dieciocho años papá consideró que era apto para tomar las riendas del negocio y lo mandó de vuelta a Nápoles para que se hiciera cargo de nuestros asuntos en Italia, ya que papá debía continuar en Las Vegas hasta que yo pueda tomar la responsabilidad de la parte que me corresponde. Ahora conquista las calles de Nápoles en el mercado de la heroína mientras que en Roma ha hecho un foco de blanqueamiento de capital en los múltiples restaurantes y clubes que regenta. Por otro lado, están los Falcone, con los que nuestra familia tiene buena relación y fructíferos negocios. Además, mamá y Colette son grandes amigas; nunca se alegró más que con su regreso de entre las sombras.

Quizá Ciara y yo estábamos destinados antes de saberlo.

Gianna sabe que me cuesta decirle que no, pero no soy el único que tiene la palabra en este asunto.

—No sé, Gigi...

—Venga, Sammy —me interrumpe, juntando las manos como si estuviera rezando a la vez que saca mucho el labio inferior—. Tengo muchas ganas de ver a Fio —insiste.

Exhalo un débil suspiro y la miro con derrota cuando me escruta con cara de corderillo degollado.

Sé lo importante que es Fiorella para ella, prácticamente es su mejor amiga, por no decir que es su única amiga. Gianna no ha tenido suerte a la hora de crear una vida social estable. Tal vez porque ser una Callavaro provoca tanta admiración como rechazo, ya que a pesar de que no solemos mostrarnos en público, todo el mundo sabe a lo que nos dedicamos.

Dominamos Las Vegas por encima de los rusos y los irlandeses, y al ser el único clan de la Camorra por la zona, no hay guerras de familias: tenemos el monopolio de los casinos, cobramos las deudas, también concedemos los préstamos a los pobres desgraciados que desperdician su vida y dinero en el juego. Estamos a la cabeza en la venta de cocaína y tenemos el favor político debido a los múltiples favores que hemos hecho al actual gobernador, al que papá le pagó la campaña electoral el año pasado. Hemos comprado a los fiscales de Distrito y a los jefes de las comisarías para que nos mantengan informados de las novedades y limpien nuestros estropicios cuando nosotros no lo hacemos.

Eso nos convierte en personas tan deseadas como temidas.

—Veré lo que puedo hacer, pero no te prometo nada —cedo finalmente.

Gianna exhala un chillido de emoción y me abraza con fuerza, haciendo que mi cadera se clave contra el pico del escritorio. Tengo que morderme la lengua para no maldecir. Aunque ya no sea ninguna niña, es algo que procuro evitar.

La envuelvo con un brazo y le beso la coronilla con suavidad, empapándome de su aroma a vainilla; sigue oliendo como cuando era bebé y mamá le ponía aquellos horrendos vestidos con volantes.

Me da un sonoro beso en la mejilla y sale de mi despacho con una sonrisa de triunfo en los labios. En cuanto se pierde por el pasillo vuelvo a coger la copa. Me la llevo a los labios y le doy un último trago antes de ver a papá por el resquicio de la puerta.

Parece que esta mañana el mundo ha conspirado en mi contra en el momento que su presencia segura y mirada analítica recae sobre mi persona. Lleva un elegante traje negro al más estilo de Marlon Brando en El Padrino y una barba recortada impecable. A pesar de estar entrado en los cincuenta es un hombre atractivo y bien conservado por el tiempo.

Sus ojos, del mismo tono dorado que los míos me hacen un gesto que interpreto como una orden. Cojo la cazadora de cuero de la silla y me la pongo antes de acompañarlo mientras me entrega un sobre.

Enarco una ceja.

—Es un favor para los rusos —responde a mi pregunta no formulada.

—¿Otra vez? —farfullo.

Papá me dirige una mirada de advertencia ante mi tono mordaz, a lo que prefiero no decir nada y sacar las fotografías del interior. Capto la imagen de una chica que no debe tener muchos más años que yo, saliendo de un hotel del brazo del hijo mayor de Igor Kozlov, el Pakhan de la Bratva en Las Vegas.

No me hace falta que lo diga con palabras para saber lo que quiere que haga con ella, y por su rapidez de actuación supongo que la tiene en su poder. Estoy harto de limpiar la mierda de Igor y del imbécil de Marcus, pero no puedo negar que es un desperdicio matarla con lo buena que está.

Una lástima que haya caído en manos equivocadas.

—Está embarazada y se niega a abortar —explica cuando llegamos al vestíbulo, donde Dexter me está esperando—. Igor quiere un trabajo limpio y que Marcus no sospeche de él. Por lo visto, está muy encaprichado con la chica —me advierte.

«Claro, por eso mejor que nos carguen el muerto a nosotros», pienso con ironía.

Pobre imbécil... Aunque pensándolo bien, si el abuelo hubiera hecho lo mismo por papá cuando fue el momento, Alessandro nunca hubiera aparecido en mi vida.

A pesar de que papá e Igor no son aliados, han llegado a una especie de acuerdo de no agresión que nos hace convivir sin problemas, lo que conlleva que a veces nos encarguemos de esta clase de favores. Y aunque estoy hasta los huevos de matar para Igor, nunca rechazo un poco de sangre; no perderé el tiempo con conflictos morales cuando disfruto haciéndolo.

Soy un Callavaro y matar es a lo que nos dedicamos. No nos hemos ganado la fama de ser los mejores por arte de magia; siempre proporcionamos un servicio limpio y sin testigos. Quizá los endeudados sean mis favoritos porque puedo torturarlos y divertirme con su sufrimiento. Aunque no me gusta deshacerme de mujeres, la idea no me disgusta si cumplo con el objetivo.

—Estaré aquí para comer —aseguro mientras guardo de nuevo las fotos.

—Eso espero —menciona mamá detrás de papá. Hace acto de presencia con un vestido blanco y la melena negra y rizada recogida en un moño en el cogote. Le sonrío cuando viene a despedirme con un beso en la mejilla y me aparta algunos rizos de la frente, haciéndome poner los ojos en blanco—. Te prepararé pollo a la cerveza, cariño —sonríe.

Asiento, ya que no me disgusta que me consienta con sus deliciosos platos y que se preocupe por mi seguridad. A pesar de que tiene servicio que lo haga por ella, es una mujer de la vieja escuela que no permite que nadie se meta en su cocina. Solo Gianna, y en contadas ocasiones.

Dexter carraspea con los brazos tatuados sobre el pecho para llamar mi atención, lo que me dice que tiene ganas de marcharse; la situación le incómoda más de lo que se arriesga a admitir.

No sé mucho sobre su pasado más que papá lo sacó de las calles de la avenida Balzar cuando era un adolescente metido en el mundo de la cocaína. Primero hizo que se limpiara y después lo entrenó para formar parte de nuestros soldados, hasta que vio en él potencial para ser algo más: nuestro Enforcer, sabiendo que siempre estaría en deuda con los Callavaro por haberlo sacado de las calles.

Algo que papá me enseñó desde muy pequeño es que un sentimiento más fuerte y duradero que el miedo es el agradecimiento, porque el agradecimiento tarde o temprano se convierte en lealtad, y eso es más eficaz en un hombre que el miedo para tenerlo manso.

Sigo a Dexter fuera de la mansión y nos subimos al coche: el nuevo Ferrari Roma que mamá me regaló por mi cumpleaños número veintiuno, hace dos meses.

Me crie en el ostentoso barrio de Summerlin, al sur de Las Vegas, en la mansión que el abuelo D'Angelo les concedió a mis padres como regalo de boda en Grove Crane Lane. A pesar de que tengo mi propio apartamento en Strip, mi casa siempre será esta, donde sé que tendré un techo en el que refugiarme.







Las fosas nasales me arden a causa del ácido olor de la putrefacción y la sangre seca que impregnan la estancia mientras bajo las escaleras del sótano de Magestic, una de las discotecas que manejan los Kozlov.

En particular, su favorita para dejarme encargos.

Dexter me sigue al vernos rodeados por cinco armarios rusos que custodian a la víctima, ya que estamos en el norte de Las Vegas, uno de sus territorios más protegidos. Si por mi fuera los hubiera echado a patadas, pero papá nunca me dejaría comenzar una guerra que no puedo ganar. Esto se trata de sobrevivir y me importa una mierda a quien tenga que meterle una bala entre ceja y ceja con tal de que me dejen en paz.

Tal vez me he vuelto más perturbado con el paso de los años, pero no negaré que esto me gusta más de lo que debería.

Mis botas resuenan sobre el duro cemento mientras abrazo el frío metal de la pistola. Aun me resulta extraño no poder hacer uso de mi navaja para rebanarle la yugular a la zorra, pero papá prefiere que sea rápido, limpio y sin sufrimiento.

Un gorila se interpone en mi camino antes de dejarme ver a mi víctima: me recuerda al puto ruso de La Casa de Papel.

G-n Kozlov skazal, chto Kallavaro budet s vami —«El señor Kozlov dijo que Callavaro estaría contigo» —masculla, dirigiéndome una mirada que a cualquier otro le hubiera costado una paliza.

Moy otets ne smog priyekhat', no ya budu stol' zhe effektiver —«Mi padre no pudo venir, pero seré igual de eficiente» —respondo con una media sonrisa mordaz—. Yesli khochesh', ya pokazhu tebe —«Si quieres, te lo enseño» —agrego, encañonándolo.

Lo único que quiero es acabar cuanto antes y volver a casa, así que me cuadro de hombros y adopto una mirada fría, carente de cualquier emoción. Pero flaqueo en el momento que unos intensos ojos verde esmeralda entran en contacto con los míos. Están rojos e hinchados de tanto llorar y me observan con horror y pánico, suplicándome en silencio que no le haga daño.

Está atada de manos y pies a una silla donde no deja de forcejear, intentando liberarse de las ataduras. No tardo en reconocerla como una de las camareras que trabajan para su padre. El gilipollas de Marcus tuvo que encapricharse de una jodida camarera cuando tiene a su disposición las putas que quiera; su padre maneja los mejores clubes de este sitio.

Intento no mirarla a los ojos mientras cojo la silla de madera a su lado, la coloco frente a ella y la pongo al revés antes de sentarme y apoyar los brazos con expresión de fingido interés. Su frágil cuerpo comienza a temblar a la vez que me suplica que no la mate. Pero sus súplicas no provocan ninguna consideración por mi parte.

Recuerdo que ni la primera vez que empuñé un arma y maté frente a mi padre y sus matones me tembló el pulso. Simplemente, apreté el gatillo y arrebaté una vida.

Nunca se me olvidará aquella sonrisa lobuna en los labios de papá mientras me felicitaba por haberme convertido en un hombre; lo que no sabía era que ya estaba corrompido mucho antes de tener sangre en las manos.

La chica intenta mantener el contacto visual conmigo, pero lo rehúyo y exhalo con lo más parecido al aburrimiento.

Le hago un gesto con la mirada a Dexter, que en un par de zancadas se posiciona a su espalda y le coloca el filo de la navaja en la garganta, apretando lo justo para que un hilillo de sangre resbale por su delicada piel.

—¡Por favor! ¡No lo hagáis! —nos grita, desesperada. Me encojo de hombros ante sus súplicas, hasta que su grito hace que levante la mirada—. ¡Estoy embarazada! —solloza con la cara retorcida por el miedo y la rabia.

—Sí, eso ya lo sabemos, preciosa —respondo. Ladeo la cabeza y arrugo la nariz—. Y por eso estás aquí —explico con fingida solemnidad.

—Es su hijo, no puede hacerme esto —solloza con el rostro contraído por la rabia y la traición.

Culpabilidad no es lo que me mueve, sino curiosidad. Aunque lo más preocupante es el hecho del vacío que se me instala en el pecho ante mis oscuros pensamientos; la poca importancia que les estoy dando a dos vidas humanas por preservar la mía.

Mis labios se curvan en una media sonrisa divertida al verla despotricar contra el padre de su hijo cuando el pobre imbécil ni siquiera sabe lo que está a punto de ocurrir. Y puede que sacarla de su error sea cruel por mi parte, pero incluso la crueldad me excita.

Me levanto de la silla y me acerco a ella, donde con el cañón de la pistola le levanto el mentón; el rímel corrido le hace churretones en esa cara tan bonita que tiene.

—Oh, no, querida. En realidad, Marcus no sabe nada de esto —murmuro con una falsa sonrisa solemne—. Pero si hubieras sido una perra inteligente hubieras aceptado el puto dinero de Kozlov y te hubieras largado lejos. Ahora míranos: me estás haciendo trabajar cuando podría estar haciendo cosas mucho mejores, como follarme a su hija —farfullo con falsa molestia.

Mis dedos se reafirman sobre el arma y le quito el seguro tras apartarla de su cara. Con mi mirada clavada en los ojos de la chica, mis aletas nasales se hinchan al tomar aire bruscamente. Debo tener un aspecto aterrador, porque comienza a temblar de pies a cabeza mientras más lágrimas desesperadas le ruedan por las mejillas.

Miro la hora en el reloj de mi muñeca y compruebo que tan solo me queda media hora antes de tener que llamar a papá para que pueda avisar a Kozlov.

Acabar con la vida de dos inocentes no es algo que vaya a pesarme mucho.

Me humedezco los labios y sin meditarlo apunto directamente a su frente antes de apretar el gatillo. Ni siquiera le da tiempo a implorar por su vida antes de que la bala le atraviese la frente con un bonito agujero entre ceja y ceja. Su cabeza cae inerte hacia delante y su cuerpo se queda laxo.

Mis músculos en tensión se relajan y me guardo la pistola en la cintura de los vaqueros. Dexter se aparta del cuerpo, limpiándose algunas gotitas de sangre de la cara con la mano.

Me paso la mano por el pelo alborotado y mientras subo las escaleras marco el número de papá.

Al instante, me lo coge.

—Hecho —espeto antes de colgar.

Salgo del sótano y Dexter me sigue. Me largo del establecimiento a grandes zancadas y cierro de un portazo. Cuando salgo a la calle, me lleno los pulmones de aire fresco y me obligo a respirar.

Hago una mueca de asco al ver a una de las perras nuevas de Kozlov echando hasta la primera papilla en el callejón. Seguro que todavía no está acostumbrado a esta clase de encargos, pero tendrá que aprender rápido si no quiere que este trabajo lo consuma.

Para esto solo hay dos opciones: o te gusta la destrucción o estás jodido.







Como aún me sobra una hora para cumplir mi palabra de llegar para comer, decido pasarme por mi apartamento para darme una ducha y cambiarme de ropa; odio el olor a pólvora que se queda impregnado en la piel tras usar un arma.

Al menos, si tengo que mancharme, prefiero la sangre.

Todo se encuentra en silencio mientras atravieso la recepción, pero soy recibido por el agradable aroma de cupcakes recién horneados.

A pesar de que este es mi lugar, aún no termino de sentirlo como mi hogar. La sala de estar, comedor y sala de entretenimiento fluyen perfectamente hacia los amplios balcones que brindan vistas infinitas de las calles de Strip, que por la noche son todo un espectáculo de colores. Tiene una decoración impecable, cada mueble fue diseñado bajo las órdenes de mamá, lo que resultó en una destilación moderna de diseño clásico clamoroso, elegante y acogedor.

Los aspectos más destacados del diseño del Pent-house incluyen un bar de vinos y gabinetes personalizados, una cocina gourmet con encimeras modernas, un refugio principal que se abre a una amplia terraza con vistas panorámicas; baños de spa de mármol; vestidores personalizados, una oficina privada y dos habitaciones en suite, cada una con vistas.

Con sigilo, me cuelo en la cocina para encontrarla contoneando sus maravillosas caderas bajo una de mis camisetas mientras prepara el glaseado para sus magdalenas de colores.

Anya exhala un gritito de sorpresa cuando la agarro de las caderas y me pego contra su espalda, lo que le arranca una sonrisa.

—¿Preparando tus mierdas cursis? —inquiero tras apartarle los cabellos pelirrojos del cuello y besarle la base de la yugular.

—Pues estas mierdas cursis te encantan —replica con una sonrisilla de superioridad.

Eso debo reconocerlo, pero también es cierto que soy un hombre al que cualquier mujer puede ganarse por el estómago. Y Anya conoce esa debilidad: son años de convivencia.

Usa la manga pastelera con precisión para dibujar sobre la magdalena una perfecta flor, seguro, sabiduría de su nana.

Muchas son las veces que se escabulle de la seguridad de su padre y viene en mi busca, a veces solo por sexo y otras porque necesita más compañía que la de sus matones y su inseparable nana: la mujer que la crio tras el fallecimiento de su madre. Ser la hija y el ojo derecho de Igor Kozlov la convierte en una mujer intocable, así que solo espero que nunca se entere de que soy yo quien se la beneficia si no quiero acabar con una bala en la cabeza, o que mi padre me pegue una paliza de órdago.

Las mujeres siempre me han metido en problemas.

Todavía sigo esperando el momento en el que me deje explotar su cereza, pero soy más paciente de lo que acostumbro. Aun considero que preservar la virginidad es una auténtica gilipollez, sobre todo porque considero que no existe. Sin embargo, Anya está obsesionada con que debe mantenerse pura para su futuro marido, a pesar de que llevamos con este tira y afloja desde hace más de dos años.

Creo que a estas alturas me he ganado el derecho de ser el primero.

—Has terminado pronto —comenta, sacándome de mis pensamientos.

—Aja —murmuro. Atrapo el lóbulo de su oreja entre los dientes y lo arrastro hasta soltarlo—. Solo he venido a darme una ducha antes de volver a casa —comento.

Anya asiente y chasquea la lengua.

—¿Cuándo te irás a Italia? —inquiere. Noto cierto tono de escepticismo en su voz.

—Esta noche —respondo.

Vuelve a asentir con la cabeza, pero siento como su cuerpo se tensa bajo mis manos y hace un ruido con la garganta que se parece a un asentimiento.

A pesar de que no hay nada sentimental que nos una, la he sentido un poco rara desde que se enteró que me comprometería con Castello.

Si pudiera me casaría con ella. Sería feliz compartiendo mi vida junto a la suya; al lado de una mujer dulce y cálida que me caliente la cama y siempre tenga una sonrisa con la que recibirme cada mañana, que me consienta y me satisfaga con su increíble repostería. En realidad, no soy un hombre tan difícil de complacer.

Necesito que me dé un poco de luz antes de que la oscuridad me consuma por completo. Suelen decir que en tu madre buscas el ejemplo de tu futura mujer. Y sé que en Ciara nunca encontraré la calma que necesito, sino que será la tormenta que arrase con mi existencia y me destruya.

Desisto de recibir su atención y me voy, pero no sin antes darle una palmada en el culo que provoca que suelte una maldición al moverla, haciendo que el glaseado de la magdalena le quede como un churro.

Kokon —«Cabrón» —me insulta en ruso.

YA znayu dragotsennyy —«Lo sé, preciosa» —respondo, guiñándole el ojo cuando me saca el dedo.

Me deshago de la ropa tras llegar al baño. En cuanto el agua caliente resbala por mis músculos en tensión, automáticamente me relajo. Alzo el rostro hacia el chorro suave y permito que invada mi piel caliente... Mi estómago se contrae al sentir sus delicados dedos recorrerme con ternura, provocando que me estremezca.

Su cuerpo se pega al mío y apoya la mejilla contra mi espalda.

—No puedo dejar que te vayas así —murmura por encima del ruido del agua chocando contra los azulejos oscuros.

Por encima del hombro, aprecio sus ojos entornados hacia mí, observándome con el labio inferior atrapado entre los dientes y la mirada cargada de deseo; estos reflejan lo que pide su cuerpo.

Con una sonrisa maliciosa me empuja con suavidad contra los azulejos helados, haciéndome estremecer a causa del contraste de temperatura, lo que provoca que la mire con diversión.

Anya es hermosa, una puta diosa nórdica de piel pálida como la nieve, ojos grandes y azules como el cielo, piernas largas, cintura pequeña, pero caderas marcadas. Tiene un precioso cabello rojo como el fuego y el rostro de una princesa capaz de protagonizar tu mejor fantasía sexual.

Enrosco los dedos entre sus cabellos enmarañados y atraigo sus labios hacia los míos, besándola con pasión mientras nuestras lenguas se mueven en un frenético compás que me deja sin aliento.

Su ansiedad hace acto de presencia a la hora de besarme, encendiéndome en cuestión de segundos. Tiro de su cabello en el momento que me muerde el labio y un gemido ronco escapa de mi garganta en respuesta. El pulso se me acelera en cuanto abandona mis labios y deja un reguero de besos por mi cuello mientras sus largas uñas se deslizan por mi estómago.

Mis manos ascienden hasta sus pechos duros y perfectos; tan perfectos que caben en mis putas palmas. Pellizco sus pequeños pezones rosas con la fuerza justa para que se frunzan, haciéndola gemir, lo que produce que mi polla se endurezca ante sus adorables ruiditos.

Abre los ojos para observar los míos a la vez que intenta reprimir sus suspiros de placer.

Sonrío cuando se arrodilla para mí, me agarra la polla con su delicada mano y comienza a moverla mientras pasa la lengua por mi glande como si se tratara de un dulce. Joder, la tengo como una piedra. Me mira por encima de las pestañas húmedas, fingiendo inocencia mientras me engulle en la calidez de su boca.

Bendita boca que tiene...

Los gemidos escapan de mis labios incontrolables mientras mis dedos se enredan en sus cabellos, follándomela sin contemplaciones. Mis caderas marcan el ritmo de la penetración y Anya se deja hacer hasta que rozo su campanilla y su garganta se contrae a causa de las arcadas. Las corrientes eléctricas descienden por mi columna, haciendo vibrar mi polla. Siento que voy a explotar si no se la meto ya, por mucho que me guste correrme entre esos grandes y rosados labios.

Su lengua se mueve sobre mí como si me tratara de un helado antes de sacarme de su húmeda boca con una última succión.

—¿Vas a follarme ya? —inquiere con tono quejumbroso.

—¿Me deseas? —lanzo con fingido tono de duda.

—Siempre te deseo.

No me da tiempo a replicar cuando se incorpora y cubre mis labios con los suyos, besándome. Mientras, la agarro de las caderas con ambas manos y le devuelvo el beso con la misma necesidad.

Cierro la llave del agua y la cojo de la mano, saliendo de la ducha delante de ella. Ninguno de los dos pronuncia palabra mientras la llevo hasta mi habitación.

Su mano va a mi rabo y la envuelve, provocando que este se endurezca todavía más.

—Fóllame —exige—. Necesito...

No le permito seguir hablando en cuanto cubro su boca con la mía y la hago retroceder hasta que el interior de sus rodillas choca contra el borde de la cama. Anya se tumba y con los codos se arrastra hasta que su cabeza descansa entre las almohadas. No tardo en unirme a ella después de coger un condón del cajón de la mesilla de noche y ponérmelo.

Estamos dejando la cama perdida, pero me importa una mierda.

Le doy la vuelta y ella se sostiene en las rodillas y los codos; su pecho se agita de forma irregular y gime, desesperada. La punta de mi pene acaricia su muslo, deseoso por estar dentro de ella. Juego un poco con su agujero, lubricando con los jugos de su coño empapado, hasta que me coloco en su oquedad y la penetro, inclinándome sobre su cuerpo tembloroso y mojado.

Maldita sea mi jodida mala suerte...

Anya exhala un profundo gemido de placer y cierra los ojos, disfrutando de la sensación.

—¿Crees que ella va a dejar que te la folles de este modo? —inquiere con gesto condescendiente.

Tengo la tentación de reírme ante su absurda obsesión de competir. Además, no tengo pensado jurarle fidelidad a Ciara: no sabe quién soy ni lo que me gusta.

Puede estar muy buena, pero nunca conseguirá amarrarme. Antes puede caérseme el rabo a tener que compartir el resto de mi vida con ella.

—Quien sabe —la provoco con una risita.

Siseo entre dientes y suspiro cuando comienzo a embestirla con estocadas profundas. Anya jadea al sentir mis dedos en su clítoris. Los muevo en círculos, rozándolo con el pulgar, lo que provoca que gima, recibiendo mis caricias con apremio. Sin esperar y con un movimiento violento, vuelvo a penetrarla de una embestida que la hace soltar un grito de dolor y sorpresa.

Mis dedos se clavan en sus caderas, haciéndola temblar mientras sus uñas se deslizan por la almohada. La embisto con más fuerza y me recompensa con un gruñido de puro gusto mientras se mueve contra mis caderas.

—Esto te gusta, ¿verdad? —murmuro a la vez que vuelvo a empujar contra su culo precioso y perfecto.

—Mmm, sí —suspira.

Casi no puedo contenerme y mirarla provoca que me excite muchísimo, más de lo que debería. Su espalda empapada en sudor, su cabello mojado y desparramado por la espalda, sus facciones contraídas por la pasión... Gruño cuando comienza a agitar sus caderas contra las mías, ayudándome a marcar el ritmo; su culo se mueve de maravilla.

Joder, va a volarme la cabeza...

—Joder —blasfemo entre dientes.

—Lo que tú digas, pero no pares —me advierte tras volver a empujar contra mí.

Deslizo dos dedos en su coño prieto, sacándolos y metiéndolos con suavidad, rozando sus paredes húmedas y suaves mientras le froto el botón de nervios con más ímpetu, haciendo que se retuerza bajo mi cuerpo.

Cada vez se menea con más rapidez y todo su cuerpo se tensa, pidiendo que la libere.

Las corrientes eléctricas ascienden y descienden por mi espina dorsal hasta desencadenar en la punta de mi polla. El estómago se me tensa y sé que estoy a punto.

—Vamos, nena, dámelo —gruño con la voz ronca por el placer.

Anya no tarda en llegar al clímax. Su interior comienza a palpitar a mi alrededor con furiosos espasmos, deshaciéndose en un escandaloso orgasmo. Se corre a la vez que hunde el rostro en la almohada, intentando controlar los gritos y jadeos. Aprieto la mano contra el cabecero cuando su cuerpo se inclina, sintiendo como sus músculos me atrapan y me exprimen. Mientras, yo continúo arremetiendo contra sus caderas, casi rozando la violencia.

Suspiro con alivio en el momento que mi liberación sigue a la suya, corriéndome en el condón. Me apoyo contra su espalda y cierro los ojos, disfrutando de la puta liberación.

Los dos estamos agitados y mojados, intentando recuperar el aliento; nuestros pechos se mueven arriba y abajo con frenesí.

Trago saliva e intento regular mi respiración cuando salgo de ella y me tumbo en la cama.

Anya apoya la cabeza contra mi pecho y suelta una risa divertida.

—Voy a echar de menos esto.

—Yo también —repongo con una risa irónica.

Lentamente, acaricio la línea de su espalda mientras ella continúa sobre mi pecho con los ojos cerrados.

Me quito el condón y le hago un nudo antes de tirarlo al suelo.

—Me quedaría, pero le prometí a mi madre que comería en casa —le recuerdo.

—Eres un aguafiestas —farfulla. Levanta la cabeza de mi pecho y me mira con un puchero de niña enfurruñada, señalándome con el índice—, pero sé que tienes que irte —agrega en un suspiro.

Me rio débilmente cuando Anya lo hace de forma agotada. Si por mi fuera no me iría hasta espolear mi juguete favorito, pero lo último que necesito es que mamá se enfade por no haber comido en casa después de prometerlo; aprendí la lección hace mucho.

Nunca faltes la palabra que le haces a una mujer Callavaro.

Hundo los dedos en las hebras rojas de su cabello y pego mis labios a los suyos, besándola con profundidad, recreándome en la sensación por unos segundos antes de que se aparte con una sonrisa suspicaz.

—¿No tenías que marcharte? —lanza con una mirada cargada de arrogancia.

La agarro de las caderas y con un ágil movimiento me pongo a horcajadas sobre ella. Su preciosa piel se eriza de emoción cuando mis dedos acarician las curvas de sus caderas y mis labios descienden con pequeños besos por su vientre plano. Le rodeo el ombligo con la lengua, lo que provoca que Anya exhale con brusquedad y sus dedos se hundan en mi cabello.

Sonrío con malicia y la miro por encima de las pestañas con picardía.

—Así es, pero aún tengo algo de tiempo —afirmo con una sonrisa socarrona antes de besar su monte de Venus y hundir la lengua entre sus labios sensibles.

Tengo que aprovechar: ¿cuándo tendré una oportunidad como esta para disfrutar del cuerpo de Anya Kozlova sin que su padre no me mate? Nunca, y me caracterizo por ser una persona que no desperdicia las oportunidades que se le ponen en el camino.

Hoy es el cuerpo de Anya, mañana la fortuna Castello.



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NOTA DE AUTORA:

Espero que hayáis disfrutado mucho del capítulo y que le deis mucho amor.

Sé que Samuele en los primeros capítulos será muy odioso, pero al final se le coge mucho cariño.

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