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CIARA

"Mantén cerca a tus amigos,
pero aún más cerca a
tus enemigos."



En la comodidad del jet privado que Falcone dispuso para nosotros, me permito el privilegio de relajarme mientras disfruto de la versión original de Anna Karenina con una copa de vino italiano que provoca que mis papilas gustativas estallen.

Solo unos pocos pueden apreciar la calidad de un buen italiano.

Caleb está sentado frente a mí con el móvil, pero su mirada está perdida en la ventanilla, admirando un arcoíris que se ha formado sobre un charco de agua de las muchas pistas privadas del aeropuerto Londres-Heathrow.

Su pierna se mueve rítmicamente, delatando su nerviosismo; yo prefiero anestesiarme con vino y pastillas para las náuseas.

—¿Desea tomar algo, señor Castello? —le pregunta la auxiliar de vuelo a mi hermano.

Este, como si acabara de darse cuenta de su presencia, vuelve la cabeza hacia ella, que inconscientemente se muerde el labio y su mirada se entorna al admirar su particular belleza: una belleza frágil, cruel y maldita.

Caleb le muestra una sutil sonrisa y niega con la cabeza.

—No, gracias —le responde, declinando su oferta con educación.

Tengo que morderme la lengua para evitar reírme ante la expresión decepcionada de la mujer, a la que seguramente no suelen rechazar muy a menudo.

Por acto reflejo, Caleb desvía la mirada hacia mí cuando se da cuenta de que lo estoy mirando por encima del libro.

Niego brevemente con la cabeza y suelto una risa ahogada que lo hace fruncir el ceño.

—¿De qué te ríes? —inquiere.

¿Qué de que me rio? Por supuesto que ni siquiera es consciente del efecto que causa en las mujeres a su alrededor. No parece darse cuenta de lo atractivo que es y de todas las bragas que debe mojar al cabo del día. Pero no, solo puede preocuparse por los problemas o por estar con las narices hundidas en libros de medicina.

Aún recuerdo cuando iba al instituto y mis compañeras y compañeros eran lo más parecido a pollos sin cabeza en cuanto lo veían a la salida para recogerme: suspirando, babeando y fantaseando con mi queridísimo hermano mayor, preguntándome cada dos por tres si tenía novia o estaba con alguien.

Mis respuestas eran realmente ingeniosas...

—¿Tú no estás nerviosa por volver a verla? —lanza de repente.

Y como no, la pregunta que remata mi mañana perfecta.

Coloco el índice en el libro para no perder la página y exhalo un débil suspiro. Menos mal que estoy demasiado empastillada como para pensar con coherencia.

—No, no estoy nerviosa, porque me da igual —respondo con sequedad. Sonrío para quitarle peso a mi respuesta y le doy un trago al vino—. Al menos, nos vamos a Italia y podré hacer gala de mi buen gusto: vestidos de diseñador, joyas Bulgari y Roma como marco de mi buen gusto —agrego, alzando un poco la copa a modo de brindis, aunque no tengo nadie con quien brindar.

Caleb rueda los ojos y suelta una sutil carcajada ante mi contestación cargada de cinismo innecesario. Debo admitir que una parte de mí está ansiosa por regresar.

Italia es la patria reclamada y Sicilia el legado que nos pertenece por derecho.

El nudo en mi estómago me oprime cuando el capitán a cargo de nuestro vuelo nos informa a través de los altavoces que estamos a punto de despegar. Me obligo a apretar el tallo de la copa entre los dedos y fingir que no me da pánico volar. Pero sobre todo, que una parte de mí sigue inquieta por lo que se avecina.

Caleb se pone los auriculares y cierra los ojos, recostándose sobre el asiento. ¿Cómo demonios puede estar tan tranquilo cuando yo soy un manojo de nervios? Nos estamos metiendo en la boca del lobo por iniciativa propia, y no es que no sea una mujer de acción, sino que no quiero morir con una bala en la cabeza, tampoco quiero que nadie gobierne mi vida ni me diga lo que debo o no debo hacer.

En contra de las normas, me quito el cinturón y en dos zancadas paso al asiento libre al lado de Caleb. Este entreabre los ojos con expresión ceñuda cuando me acurruco a su lado y recuesto la cabeza sobre su regazo.

No nos hacen falta palabras al sentir como sus ligeros dedos me deshacen la coleta y me acarician el cabello con suavidad, hundiéndolos entre las finas hebras. Mi cuerpo se calma en cuestión de segundos y cierro los ojos, disfrutando de su olor familiar y la ternura con la que me toca; tal y como cuando éramos pequeños y no podía conciliar el sueño.

Mis labios se curvan en una breve sonrisa cuando comienza a canturrear Iris de Goo Goo Dolls. Durante mucho tiempo fue mi canción favorita y Caleb acabó por aprendérsela, cantándomela cada noche hasta que caía rendida.

Siempre he pensado que tiene una voz preciosa, como la de mamá: tenue, profunda y clara..., capaz de evocar a los breves momentos felices de mi infancia.


"And you can't fight the tears that ain't coming or the moment of truth in your lies
When everything feels like the movies
Yeah, you bleed just to know you're alive"

"And I don't want the world to see me
'Cause I don't think that they'd understand
When everything's made to be broken
I just want you to know who I am"








El jet aterriza casi tres horas después en la pista del aeropuerto de Fiumicino. Tengo las piernas entumecidas y la espalda dolorida, pero debo reconocer que echaba en falta dormir con la cercanía de mi hermano.

Caleb, sin poder ocultar su emoción, es el primero en levantarse del asiento para mirar por uno de los ventanucos, lo que me obliga a incorporarme bruscamente a la vez que me masajeo el cuello por culpa de la contractura.

Vuelvo a recogerme el pelo en una coleta y niego con la cabeza, yendo hacia la puerta, donde bajan las escaleras para que salgamos. Disimuladamente, me estiro a la vez que aspiro el anhelado aire italiano que corre por mis pulmones y oxigena mi sangre. Sin embargo, el entusiasmo es escaso al verla acompañada por cinco escoltas y dos Range Rover a sus espaldas. Lleva gafas de sol y una gabardina rosa palo. Tiene las manos de perfecta manicura en el interior con los pulgares fuera y unos stilettos blancos de más de doce centímetros.

Todo en ella grita dinero, poder y sensualidad.

Aunque no la he visto en años, sé que la reconocería en cualquier lugar. No parece que la edad le haya hecho mella, a pesar de que han pasado casi diez años desde la última vez que nos vimos. Sus rasgos siguen siendo igual de suaves, perfilados y sensuales que recordaba; los pómulos marcados, los labios con el perfecto arco de cupido, la piel pálida y tersa, el cabello rubio hasta el cuello y ondulado en imperfectas ondas.

Toda una princesa de la mafia irlandesa, aunque sigo preguntándome cómo demonios acabó en manos de otro italiano tras lo sucedido con papá.

El aliento se me queda atascado en los pulmones cuando se retira las gafas de sol para mostrar su mirada azulada, pero no es un azul común, sino un azul grisáceo que a veces da la sensación de ser plateado bajo los rayos del sol; muy lejos de ser los ojos que recordaba tras el asesinato de papá. Aquella mirada perdida, vacía y plagada de tristeza ha sido sustituida por la armonía, la felicidad y la tranquilidad.

Su mirada se encuentra con la mía y me muestra una sonrisa que yo hago el mayor esfuerzo por devolverle antes de ponerme las gafas de sol, ocultando lo que pueda llegar a transmitir.

Ahora debo poner en marcha lo que he aprendido estos últimos años: sonrisa, autocontrol y cordialidad.

Resumiendo, ser una cabrona manipuladora.

Caleb se me adelanta al bajar las escaleras. Aunque, quiero agarrarlo para que no vaya tan deprisa, me obligo a ser el eslabón fuerte mientras se acerca a mamá y se funden en un abrazo. En cuanto se separan, Colette lo toma de las mejillas, examinándolo como si no lo reconociera. Caleb casi le saca una cabeza y media.

—Dios mío, Caleb, estás enorme...

—Eso es lo que pasa con los niños, madre, que crecen —la interrumpo con inquina.

Colette dirige la mirada hacia mí y me sonríe con precaución, sabiendo que yo no soy el buenazo de mi hermano; seguro que Lilian le ha informado de la situación real entre las diferencias entre uno y otro.

Caleb se gira hacia mí y me suplica con la mirada que no lo estropee antes de tiempo, y aunque me gustaría mandarlo al diablo hay pocas cosas que pueda negarle cuando me lo ruega de ese modo.

Sé que para él es importante y que se disgustaría si la mala relación entre Colette y yo escala.

—Hola a ti también, Ciara —me saluda Colette con una sonrisa tensa.

—Hola, madre —respondo.

Me acerco con el corazón en la garganta, mordiéndome el interior de la mejilla. No obstante, me siento realmente asqueada al darme cuenta lo mucho que me parezco a ella, a pesar de que he heredado muchos rasgos de papá, para mi fortuna.

Me rodea con los brazos y me obligo a devolverle el abrazo para complacer a Caleb, sintiendo que me cuesta respirar. Lo único que pasa por mi mente es el sencillo hecho de que no tiene derecho a abrazarme mientras los recuerdos navegan sin rumbo, siendo consciente que a causa de su egoísmo perdí muchas cosas que nunca podré recuperar: mi familia, mi inocencia, mi inteligencia emocional, mi felicidad, mi infancia.

No puedo respirar hasta que consigo deshacerme de su agarre y con ello recobrar el sentido. Su empalagoso olor picante contamina mis fosas nasales, pero me doy por satisfecha al saber que Caleb está contento.

Tras el reencuentro, Colette le hace un gesto con la cabeza a uno de los hombres, que se acerca a nosotros con las manos detrás de la espalda y porte seguro.

Por su color de piel tostado deduzco que es italiano y no irlandés, como los otros cuatro hombres vestidos con trajes negros. Este lleva un abrigo ligero gris y debajo una camisa blanca con pantalones vaqueros. No tiene un gramo de pelo en la cabeza y una cicatriz le recorre el contorno del pómulo derecho. Debe tener alrededor de sesenta años, y aunque a mi parecer es demasiado viejo para ser Enforcer, algo en sus herméticos ojos azules me advierte que está capacitado para matar a todos los presentes sin pestañear.

—Astori será el encargado de tu seguridad. Es un obsequio de tu abuelo Castello —me explica Colette, a la que parece que le cuesta pronunciar el apellido sin derrumbarse—. Los ha protegido durante más de cuarenta años y ahora se encargará de ti, Ciara: no responderá a ninguna orden que no sea la tuya —agrega.

Me lo quedo mirando entre sorprendida e indiferente, ya que a una parte de mí le cuesta creer que el viejo Castello haya puesto a mi disposición un hombre de aspecto tan simple y letal a su vez. Y sí, puede que el sentido lógico fuera declinar el ofrecimiento, pero en el mundo en el que nos movemos, hombres como Astori escasean, mucho más uno que solo cumpla mis peticiones. Además, sería descortés por mi parte despreciar un regalo de mi querido abuelo, —al que ni siquiera conozco—, pero que lo ha hecho para preservar mi seguridad.

Asiento con la cabeza y chasqueo la lengua.

—Está bien —respondo bajo todo pronóstico. Incluso Caleb parece respirar tranquilo ante mi aceptación—. Si está a mis órdenes, puede comenzar por cargar mis maletas hasta el coche —comento.

Acto seguido, paso por su lado y me dirijo hacia el Land Rover, donde uno de los matones de Colette se apresura a abrirme la puerta. A través del cristal polarizado observo a Colette y Caleb intercambiar una conversión que los tiene enfrascados. Mi hermano parece tan risueño en su compañía que envidio sentirme como él...: disfrutar de la mujer que me dio la vida, e incluso perdonarla.

Pero siento que si llego a darle el perdón sería traicionar la memoria de Sophie.







Mi mirada permanece perdida en la ventanilla, admirando las pintorescas calles de Roma. Caleb está a mi lado con la mirada ausente.

—¿Recuerdas las historias que nos contaba papá sobre Roma? —le pregunto.

—Sí —responde él con una sonrisa nostálgica.

A pesar de que papá era un siciliano de la cabeza a los pies y que se pasó parte de su juventud en Chicago, adoraba Roma: fue la ciudad en la que conoció a Colette y se enamoraron. También donde concibieron a Caleb, a pesar de que nacimos en Francia, en un pequeño pueblo cerca de Marsella. No soy muy dada a las historias de amor, pero a esta le tengo especial cariño. Quizá porque es la historia de mis padres y, a pesar de que no acabó como suelen terminar en las películas, me gusta.

Es nuestra.

Papá y mamá se conocieron en Roma cuando tenían diecinueve y dieciocho años. Los Callaghan acudieron a una fiesta de máscaras al más estilo veneciano orquestada por los Castello. A pesar de la enemistad entre las familias, aceptaron la invitación. Durante el baile y casualidades del destino provocó que se juntaran, y a pesar de no saber quién era el otro, con mirarse a los ojos supieron que solo la muerte podría separarlos después de aquella noche. Todo al más estilo Romeo y Julieta, solo que mis padres se saltaron el toque romántico y trágico al escabullirse del anillo de seguridad y tuvieron mucho sexo durante el resto de la noche, haciendo que la cigüeña obrara su magia concibiendo a mi hermano. Pero no nos olvidemos que los Callaghan y los Castello son como los Montesco y los Capuleto y ese error costó vidas, sangre y lealtades. Mamá estaba comprometida con otro hombre y embarazada de papá... Y ahí comenzó la guerra que nos persiguió durante más de veinte años. Un mes después del encuentro pasional se reencontraron en Chicago. A pesar del abismo que los separaba dieron rienda suelta a su pasión sin importar que se jugaban más de lo que perdían.

Sin importar que mamá estaba enamorada de papá no rompió el compromiso, llevándolo hasta las últimas consecuencias con tal de no avergonzar a su idolatrado padre al confesar que esperaba un hijo de su enemigo. Así fue como al final, el día señalado y antes de que se pronunciaran los votos en el altar, papá irrumpió en la boda al más puro estilo de Richard Gere y Julia Roberts en Novia a la Fuga, solo que aquí se estaba dando fin a la unión entre los irlandeses y los rusos con un negocio millonario de por medio por culpa de un italiano. ¡Ah! Y no olvidemos los tiros, la violencia y el secuestro, claro sea.

Los dos, cada uno traicionando a sus familias, se largaron sin pensar en las consecuencias que sus decisiones traerían, que sus hijos seríamos señalados y marcados con una X el resto de nuestras vidas, o que la traición se paga con la muerte. Y papá pagó con su vida haber escogido el amor por encima de la Cosa Nostra.

—Temo que acabemos como ellos, Caleb —reconozco con un hilo de voz.

No me importa admitirlo en voz alta, ya que el único que nos puede escuchar es Astori.

—¿Siendo padres con dieciocho años? —bromea.

—Muertos —contesto sin atisbo de burla en mi contestación.

La expresión de Caleb se torna seria y me mira con comprensión. Entrelaza sus dedos con los míos sobre mi muslo y yo apoyo la cabeza sobre su hombro.

—¿Te has tomado las pastillas? —inquiere con suavidad.

—Aja —respondo sin disimular mi sonrisa condescendiente.

Lo que más temo de haber saltado al vacío es que acaben con nosotros. El abuelo y papá se han forjado enemigos a lo largo de los años. Aunque papá esté fuera del mapa, el viejo Castello sigue en pie de guerra y ahora que ha tomado la determinación de que Caleb sea su sucesor no significa que esté a salvo, sino que ahora llevará una diana en la espalda, porque quien lo mate se convertirá en el nuevo jefe, y muchos son los que ostentan el puesto como jefe de jefes de la Cosa Nostra, y con ello los territorios, contactos y negocios que dominan los Castello desde hace décadas.

Si Caleb muere, el legado Castello morirá con él.

Cierro los ojos cuando deja un fugaz beso en mi coronilla y exhala un débil suspiro.

—Nunca dejaría que te pusieran un dedo encima, C —me susurra con cariño—. Eres lo único que me queda y mataría a cualquiera que se atreviera a hacerte daño.

«Yo también, Caleb... Yo también...».







En el espléndido entorno verde del Gianicolo, —en uno de los lugares más exclusivos y fascinantes de Roma, —se encuentra la majestuosa villa construida en cuatro plantas de la familia Falcone, con enormes terrazas y un encantador jardín. La ubicación, a pesar de estar a diez minutos a pie del bullicioso Trastevere, ofrece privacidad y seguridad.

Sí, incluso su casa es un cuento de ensueño.

Hay dos hombres apostados a la puerta en cuanto nos bajamos del coche. Nos dan la bienvenida con un asentimiento de cabeza.

El recibidor por el que Colette nos dirige es de estilo indiscutible y estancias amuebladas con elegancia rococó. Tiene una entrada majestuosa dominada por una escalera real que conecta las diferentes plantas, dándole un ambiente encantador. Las áreas de estar son amplias y luminosas, una cocina y un comedor al nivel del jardín con terrazas que permiten disfrutar de la convivencia entre el interior y el exterior.

De la nada, aparecen dos niños cuchicheando entre risitas acompañados por una mujer bajita y rechoncha con el pelo cobrizo recogido en un moño inglés y cara amable.

Mis ojos no pueden evitar dirigirse al pequeño que no debe tener más de cinco años. Desde luego, no puede negar que es hijo de Colette al apreciar su cabello rubio y ojos plateados, que miran los míos con fascinación y timidez antes de dirigirse hacia Caleb.

El primero en venir a mi encuentro es Giovanni, mi hermano pequeño, que me recibe con alegría corriendo por su rostro pecoso. No dudo en agacharme y fundirnos en un fuerte abrazo que casi me tira a causa del ímpetu.

Creo que esta es una de las mayores razones por la que quería venir a Italia; me moría de ganas de conocerlo y ponerle cara en persona, no por las fotos que Lilian nos había enseñado.

Giovanni es un niño precioso que me recuerda al muñeco Ken versión infantil: se parece mucho a Caleb cuando era pequeño.

—¿Qué tal estás, Gio? —le pregunto con una sonrisa mientras le aparto un mechón de cabello de los ojos.

—Me alegra conocerte al fin, Ciara —contesta con una voz tierna y suave—. Mamá siempre nos habla sobre ti.

—Espero que todas cosas buenas —respondo con una sonrisa.

Giovanni alza la cabeza cuando comenzamos a sentirnos observados, tanto por Colette que parece tener los ojos brillantes hasta Caleb, que me mira de un modo extraño que me hace sonreír un poco: está orgulloso de mí.

—Mamá, no me habías dicho que mi nuevo hermano era taaaan guapo —menciona Fiorella con gesto coqueto.

Colette suelta una risa divertida y Caleb se ruboriza ante la efusividad de la hija de Falcone, que observa a mi hermano con la mirada entornada.

—¿No eres un poco pequeña para flirtear de ese modo? —lanza Caleb.

—¡Oye! Que tengo casi dieciséis —le rebate ella, alzando la barbilla con orgullo. Al principio parece un poco ofendida, pero rápidamente recupera la sonrisa grácil y coge de la mano a Caleb—. Pero ignoraré tu descaro y te mostraré tu habitación —repone.

Y él parece no poder resistirse al capricho de su nueva hermana cuando lo dirige escaleras arriba mientras le explica el funcionamiento de la casa en un perfecto inglés con acento británico, como si no supiéramos italiano tan bien como ella.

Tal como Lilian nos contó, la hija de Marcello Falcone es un terremoto. Fiorella es una hermosa hormona de largo cabello negro, piel pálida y enormes ojos azul cielo vestida con caros vestidos de Ralph Laurens. Por lo que tengo entendido, Fiorella es la hija de Marcello y un desliz que tuvo hace más de quince años. Supongo que no debe saber nada de su madre biológica cuando ha llamado a Colette "mamá" y por el cariño que le procesa la princesa Falcone, ha sido una buena madre para ella.

Cojo de la mano a Giovanni y espero a Colette.

—Mamá, ¿se quedarán a vivir con nosotros? —le pregunta con una mirada que llama a la esperanza cuando agarra con su mano libre la de su progenitora.

—Sí, cariño, se quedarán con nosotros —le responde.

—¿Y Marcello? ¿Cuándo lo conoceremos? —inquiero, cambiando de tema.

Colette abre los labios, pero Giovanni se le adelanta.

—Papá vendrá mañana: siempre está aquí para desayunar con nosotros.

—Marcello está en Chicago solucionando algunas cuestiones —responde ella, y por su tono serio deduzco que son cosas que implican al Outfit y Caleb.

En los pisos superiores hay diez dormitorios y catorce baños, un estudio, un salón de belleza extraordinaria, gimnasio y habitaciones de servicio. Cuando llegamos a la tercera planta me dirige por el pasillo de la derecha hacia el fondo, donde abre la última puerta.

Se me forma un enorme nudo en la garganta.

—Cuando eras pequeña te encantaba el blanco. Siempre decías: papi, ponme el vestido blanco de princesa —murmura detrás de mí.

Trago saliva y suspiro sonoramente. La miro por encima del hombro y observo su expresión pensativa mientras que Giovanni parece feliz por mi reacción. Delante de la cama se encuentran mis dos maletas, que supongo que Astori se ha encargado de subir.

Empiezo a sentirme incómoda con su mirada sobre mí.

—Aún es uno de mis colores favoritos, madre —reflexiono en voz alta. «Aunque mí alma sea negra». Sonríe, incómoda y se apoya en el marco de la puerta—. ¿Podríais darme un poco de espacio? —pido—. Me gustaría instalarme.

—Claro, es tu cuarto: te esperamos abajo —me contesta. Parece tan indecisa como yo.

Colette se pasa el pelo por detrás de las orejas mientras me analiza con la mirada. Finalmente asiente, coge a Giovanni en brazos y cierra la puerta cuando sale.

Me siento totalmente fuera de lugar en este sitio que con tanto esmero se ha esforzado en arreglar para mí.

Lo primero que capta mi atención son las puertas francesas que dan a una terraza con infinitas vistas verdes. El diseño interior muestra un espacio extravagante pero agradable y elegante. El tema de diseño refleja el atractivo atemporal romano del siglo XVIII, evidente desde la moldura del techo, los detalles decorativos de la pared hasta la alfombra de seda de inspiración clásica. La cama tiene una cabecera abotonada Borghese y elegantes mesas de noche otomanas con base de metal en acabado dorado renacentista que ocupan el centro del afecto en la decoración de un atractivo relajante y lujoso.

Hacia el otro lado hay un sofisticado tocador blanco con un espejo clásico y estanterías a cada lado para colocar el maquillaje. El vestidor es casi tan grande como una habitación. Cuenta con un módulo central y está envuelto de armarios y zapateros. Casi todos están llenos, algunos con la ropa que he tenido que ir enviando y otros con prendas y zapatos que jamás he visto; los cajones del modulador están llenos de joyas, desde las más sencillas hasta sofisticadas y elaboradas.

Cierro a mi espalda y paso a la segunda fase.

Coloco la maleta sobre la cama y cuando la abro, lo primero que me encuentro es el marco de una foto con papá en mi sexto cumpleaños. La cojo y la observo con detenimiento. En ella hay una niña de largos rizos rubios y ojos verdes que abraza a un hombre de cabellos negros e idénticos ojos verdes; es en eso lo único que nos parecemos esta niña y yo, porque ella parecía feliz. Bajo la fotografía, saco el viejo portafolio con mis dibujos, que no he abierto en años.

El primer retrato que aprecio provoca que las lágrimas se me agolpen en los ojos y la opresión en el pecho se acreciente. Recorro con suavidad el contorno de su nariz y acaricio el azul de sus ojos, tan particular como embriagador.

La presión termina por caerme sobre los hombros como un golpe seco y duro que me deja sin aliento, y sé que lo que necesito es desquitarme... Pero no debo, no debo hacerlo ahora que estoy tan cerca de lo que deseo. Estoy aquí por él y por Caleb, y lo último que debo es estropearlo antes de haber comenzado.

Busco el bolso apresuradamente y abro el frasco que me acompaña a todas partes, tragándome dos pastillas.

«Estoy bien. Estoy bien. Estoy bien», me repito para intentar convencerme de que es cierto.

Debo aguantar. Esperar mi momento. 



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NOTA DE AUTORA:

Lanzado el segundo capítulo de CIARA.

Por el momento todo será reedición, pero con muchos detallitos que serán cruciales para comprender lo que pasará en todos los capítulos que no habéis leído las lectoras de siempre.

De todos modos, espero que lo hayáis disfrutado mucho.

Para adelantos, spoilers y cositas, seguidme en mis redes sociales: las podéis encontrar en mi perfil.

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