Christmas Wish

Podría decir muchas cosas sobre esta época del año, sobre la sensación que me inunda cuando diciembre realiza su aterrizaje en el calendario. Podría opinar mil y una cosas, y ninguna de ellas sería una respuesta que acostumbra a tener la gente en boca. Pero no voy a decir nada. Todos sabemos lo pesado que se pone todo el mundo cuando llega Navidad.

Me voy a limitar a decir que me parece una tontería.

Aunque es una tontería bonita. Las calles llenas de luces, chocolate caliente, música alegre, sonrisas por todas partes. Si estás de suerte, incluso nieva a veces. Y es bonito, por supuesto que lo es. No hay nada más hermoso que pasar el invierno y disfrutar de una buena comida junto con tus amigos y tu familia. Si es que tienes una, claro.

Por eso es hermosa, porque me recuerda a aquella vida plena que yo alguna vez tuve.

—Aitor, ¿ya te vas? —cierta voz característica llega a mis oídos.

Doy media vuelta y me encuentro con esos profundos ojos azules observando los mios. Transmiten paz, y eso está bien.

—Hola Gabi —le saludo, como si no hubiéramos estado juntos hace apenas diez minutos— Sí, me voy. Oficialmente estamos en vacaciones, así que... Bueno, cada mochuelo a su olivo, ¿no?

—¿Quieres que te acompañe? —dice mientras sonríe con compasión. O soy demasiado obvio, o él es adivino. Una de dos.

—No tienes que preocuparte.

—No tengo nada mejor que hacer.

—Si insistes...

Continuamos con la marcha, dejando poco a poco atrás el instituto Raimon. No voy a volver en dos semanas, así que pasar un ratito con Gabi no me parece tan mal. Total, cuando llegue a casa voy a aburrirme más de lo normal. Él es callado, pero sabe sacar temas de conversación que dan para rato, y aunque no lo parezca, son conversaciones que quedan grabadas. Y ahora mismo me apetece hablar, no quiero pensar.

—¿Qué planes tienes para estos días? —comienzo yo. Soy Don Original, lo sé.

—No mucho. Cena familiar, visitas de conocidos, juegos de mesa con mi hermana... Lo típico —pero sonríe, porque le hace ilusión, se le ve. Una nube de vapor sale de su boca en un suspiro, y me mira con calidez— ¿Y tú? ¿Qué vas a hacer?

Me quedo mudo por un momento. No he pensado en esa respuesta antes de preguntar, era obvio que también iba a interesarse por mí. La verdad suena aburrida. Y lo es. Pero no merece la pena engañar a nadie.

—Absolutamente nada. Como todos los años —me limito a responder. Con suerte cambiamos de tema.

—¿Nada? ¿Acaso se puede hacer nada?

—Por supuesto que se puede —bajo la mirada. Antes era como él, no creía en el vacío en el pecho cuando solo tendría que haber sitio para la felicidad. Pero es eso, antes— Simplemente no haces nada. Te quedas sentado en tu cuarto. Piensas en algo, luego lo olvidas, y vuelves a pensar en otra cosa.

—...

—Como mucho los pequeños del orfanato me piden que juegue con ellos. Y es entretenido, pero solo un rato.

Me siento observado, y mirando a mi derecha, me cruzo de nuevo con sus ojos. Ya no sonríe. Tampoco expresa nada. Ya he hablado de más, tendría que aprender a cerrar el pico, no era el momento adecuado para esa conversación.

—¿Y si lo intentas? —pregunta después de unos segundos de silencio.

—¿Intentar el qué? —ahora me he perdido.

—Algo. Cambiar eso.

—Gabi, cuando no tienes una familia con la que celebrar, ¿qué sentido tiene la fiesta? No hay abrazos cálidos ni regalos que merezcan la pena —carraspeo y más nubes calientes salen de mi boca, elevándose hasta desaparecer— La Navidad es una fiesta para capitalistas y familias felices.

—Eso no tiene porque ser así.

Ahora le miro yo. Pero él ya no. Observa adelante. Contempla el gran abeto que corona la plaza en la que hemos llegado. Reluce como nunca por las luces, parece que hubiera un aura mágica que lo inundara. Los niños corren alegres, las parejas caminan de la mano, e incluso los ancianos parecen estar de buen humor.
Sin embargo la magia no me inunda, sigo renunciando a ella. Por hermosa que parezca. Es solo una falsa sensación.

Nos acercamos más. El gran árbol está decorado con decenas de papeles de colores brillantes. En ellos hay mensajes, escritos en tantos tipos de letra como personas pueden existir. Agarro uno y le doy la vuelta. "Deseo tener un perrito" dice. Al lado hay uno rojo. "Deseo muchos regalos". "Deseo una muñeca". "Deseo juguetes para toda mi familia".

—Pues lo que digo. Fiesta para capitalistas. —me dispongo a marcharme. Nada me pone de peor humor.

—Siempre hay alguna excepción —Gabi observa un papelito amarillo— "Deseo que mi hermano se cure" —lee en él.

—Excepción o mala suerte, llámalo como quieras.

—Es mala suerte, sí —su mirada es de empatía pura. Mira el papel con tristeza, como si sintiera las sensaciones de aquel pobre niño que ha escrito esas tiernas palabras— Pero sigue habiendo esperanza, ganas de cambiar algo.

—Desearlo en un papel no va a hacer que su hermano se cure, no merece la pena perder el tiempo —replico. Seguramente lo ha escrito un crío, no sabe cómo funciona el mundo todavía. Pobrecito.

—Si dices que no sirve, ¿por qué no lo intentas? No vas a perder nada.

—No creo en estas cosas —suelto sin pensarlo mucho.

—Bueno —responde él. Quizá he sido demasiado tosco, él solo intenta reconfortarme. Pero quiero que pare— Pero el primer paso para que un deseo se cumpla es tenerlo, ¿no?

—Supongo que sí. Pero no tengo ningún deseo.

—No digas tonterías. Todos tenemos —habla mientras me tiende un papel de color naranja y un bolígrafo— Estoy seguro de que algo se te ocurrirá. Yo también voy a escribir uno.

Recojo el papel de sus manos. Le miro harto, mientras él hace un esfuerzo por sonreír. Y me arrepiento de haberle dejado acompañarme a casa. Si hubiera ido solo ahora ya hubiera llegado.

—Si lo hago, ¿te callarás?

—Lo prometo —sonríe finalmente.

Suspiro con cansancio. Pero me reincorporo, y abro la tapa del bolígrafo. Y me quedo en blanco. ¿Qué se supone que tengo que escribir?
Gabi me observa y se ríe de mi confusión. Seguro que lo hace a propósito para meterse conmigo. Tampoco me sorprende, eso es lo que hago yo todo el tiempo.

Pensemos. ¿Qué es lo que quiero?...
¿Dinero? No, por culpa del dinero mi familia acabó en lo que es hoy, nada.
¿Amigos? Según Arion ellos son mis amigos, mi segunda familia. No sé si creerle.
¿Qué más pide la gente? "Deseo..."

Suspiro y anoto sin pensarlo mucho. Algo que podría arreglarme un poco las vacaciones. Me quiero marchar ya.

—¿Lo tienes? —cambia él el peso de su pierna.

—Sí —me dirijo hacia el árbol y cuelgo el papel— Pero los deseos no se dicen en voz alta, así que...

—Pues vamos. Te acompaño a casa de una vez.

Caminamos mientras hablamos de trivialidades. El tema de las vacaciones no vuleve a surgir, y hablamos como hacemos de costrumbre mientras el aire a nuestro alrededor se inunda de vapor. Al poco rato llegamos al orfanato Don Sol. Él se despide, y yo le deseo unas felices fiestas, porque no he podido evitar darme cuenta de que tiene ganas de pasar tiempo con sus seres queridos. Me desea lo mismo, confiando ciegamente en que algo cambie.

—Nos vemos en enero.

Nada más entrar, Lina me saluda. Le devuelvo la bienvenida y me dirijo a mi habitación. No me apetece ir con los demás niños y ver como reciben regalos después de la cena. En cambio, miro mi cuarto con melancolía.
Odio cuando de repente me doy cuenta de que ya es diciembre, y que ya no soy ese niño que solía ser. Solo me recuerda que me hago mayor y ya no tengo aquellos que me hacían presentes cuando también era un crío.

Todos los años es lo mismo, aún recuerdo todas las noches de Navidad que he pasado bajo este techo, torturándome al recordar que mis padres se deshicieron de mí en esta época, y que ya no volveré a celebrar comidas junto con ellos.
Recuerdo el dolor de esas noches, el cansancio de mis ojos y de mi corazón. Recuerdo cómo acostumbraba a quedarme sin aire por estar llorando en silencio.
Ya no me pasa, por suerte. Al menos ya no lloro por el exterior. Aunque el corazón es un músculo. Y los músculos tienen memoria.
Y estoy seguro de que nunca va a poder olvidar ese dolor.

≪ ◦✦◦ ≫

—Oye Aitor, la cena ya está hecha —me anuncia Lina tras un largo rato de espera.

—Sinceramente, hoy no me apetece cenar con todos —respondo de espaldas a ella. No quiero tener que darle explicaciones.

De todas formas tampoco sabría explicarle cómo me siento. Solo puedo decir que duele. Todo duele. Me pesa el corazón y solo quiero descansar. Aunque no sé cómo.

—Me lo imaginaba —habla mientras se aleja— Es una lástima, este año han venido Xavier y Jordan a cenar.

Algo hace un click dentro de mí. Me giro y miro asombrado a la mujer de tez pálida y cabellos verdes. Ella sonríe. Es perfectamente consciente de lo que siento por ellos dos, y me tiende la mano para que la acompañe a verles.

Xavier y Jordan fueron futbolistas reconocidos en su momento, y ahora son dueños de una de las empresas más grandes del país. Además de eso, ambos, como yo, vivieron en el orfanato de jóvenes.
Pero para mí, aparte de todo eso, son la pareja adorable que me visita y alegra mis días más grises. Acostumbramos a pasear por los alrededores y hablamos de todo con total y absoluta confianza desde que me trajeron a mi actual hogar, algunos años atrás. Los adoro como nadie, y oír sus nombres es suficiente como para hacerme salir de mi cueva y compartir la cena con los demás inquilinos del lugar.

Bajando las escaleras los veo, y como si se me fueran a escapar, corro hacia ellos y abarzo con fuerza al peliverde, que se encuentra más cerca de mi posición.

—Hola Aitor —rie mientras me devuelve el abrazo con cariño.

—Jordan, estoy tan feliz de que hayáis venido hoy —hundo mi cara en su pecho.

—Y nosotros de estar aquí —funde del todo nuestros cuerpos con ese amor paternal que tanto me gusta de él.

Xavier se une al abrazo, y siento como todos mis males se esfuman, como si nunca hubieran existido. Estar con ellos aleja mis demonios, y me da la sensación de que no todo es tan malo como parece. Doy gracias de que ellos se encuentren aquí ahora, en este día del año tan apagado y deprimente. Ellos me han salvado mil y una veces solo con su presencia, y hoy no parece ser la excepción.
Me reconozco a mí mismo como un chico muy independiente y solitario, pero por ellos dos lo abandonaría todo. Si ellos me lo pidieran, les seguiría al fin del mundo sin pensármelo dos veces. Porque me encanta estar solo, pero por primera vez en mi vida, siento que prefiero su compañía antes que la mía propia. Y no me avergüenzo para nada de admitirlo.

Gracias a su simple presencia, la cena transcurre en paz. Los pequeños juegan y chillan, mientras Lina trata de apaciguarles y ayudarles a comer con tranquilidad. Pero para mí, su sonido se funde con el ambiente y no me irrita como haría de costumbre en un día como hoy. Una nube espesa de pensamientos inunda mi cabeza y me aparta de los demás. Me resulta reconfortante, y me libera de la presión en el pecho que llevaba rato aprisionándome.

Yo no estaba preparado para marcharme. Cuando mis padres me dejaron aquí, sentí como el suelo se rompía y me tragaba en un pozo oscuro sin final. Recuerdo estar esperando con ilusión la cena de Navidad con mi familia. Así como recuerdo la desilusión al llegar a mi nueva habitación en el orfanato ese mismo día, dándome cuenta de que ya nada nunca iba a ser igual.
Nunca me faltó de nada en el orfanato, absolutamente nada. Tenía comida, entretenimiento y una tutora que era tierna en todos los aspectos. Así que podría haberme acostumbrado, e incluso haber sido feliz de nuevo.

Pero cuando de niño nadie te levanta por las mañanas, ni te acurruca por las noches, sientes que lo has perdido todo. Porque puedes estar rodeado de gente, y estar más solo que la una.

Lo llaman dejar ir, pero no tiene nada que ver. No es que puedas cojer tu dolor y lanzarlo por la ventana como aquel pájaro que enseña a volar a sus polluelos. No puedes simplemente ignorarlo solo porque ya no lo ves.
Solo aprendes. Aprendes a hacerlo llevadero, a balancearte entre lo ocurrido y a curar las heridas de tu corazón. Que no sanan nunca, solo cicatrizan.

Solo estos pensamientos saben a invierno. Al día de Navidad. A la cena en familia. A los villancicos. A las luces. A los árboles. A la nieve. A las promesas. A los deseos. A los regalos...

Hablando de regalos.

—Toma, Aitor —Xavier me tiende un sobre de papel, sacándome de mi huracán de pensamientos— Este es para ti.

Lo tomo entre mis manos y lo miro confuso. A mi alrededor, los niños abren también sus regalos, como todos los años. Y en este, también hay uno para mí.

—Sabemos que no te gusta que te regalen cosas en Navidad. Pero de verdad queríamos hacerlo esta vez —añade Jordan al ver mi confusión— Y solo tienes que aceptarlo si tu quieres.

Lo abro. Sé que va a hacerles ilusión verme abrir su regalo. Y con eso está bien, puedo aceptarlo por esta vez.
Sale un papel del sobre. Y las letras, impresas en él con tinta negra azabache, no me engañan. Ni mis ojos, ni mi cabeza, ni mi corazón.

Y me siento pequeño de nuevo, a los brazos de mis padres llorando, dándoles las gracias por el regalo de Navidad.
Porque ellos ahora son mis padres, y sus brazos me reciben como si siempre lo hubieran sido. Y lloro en ellos, lloro como todas aquellas noches de dicembre, suplicando volver hacia atrás. Sin embargo, esta vez, las lágrimas son ardientes. Ardientes como el cariño y la felicidad que esta pareja nunca deja de proporcionarme.
Desde que les conozco sueño con la vida a su lado, porque siempre estuvieron allí, abriéndome paso en un camino cortado. Y nada, absolutamente nada en el mundo, me hace más feliz que aquel pedazo de papel, que anuncia que ellos quieren adoptarme y seguir guiándome en todos mis pasos.

Quizás Gabi tenía razón. Puede que los deseos se cumplan, y que el primer paso para ello, es tenerlos. Quizás sí se pueda hacer algo para cambiar las cosas. Quizás sí haya esperanza.
Y cierto papelito vuela libre al viento, de camino a las estrellas a llevar mi mensaje al destino.

"Deseo una familia", dice en él.

FIN

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