III

Ésta estaba cerrada, Así que con la poca magia que poseía, San Nicolás se trasportó al tejado del gran edificio. Lo que vio fue algo que le rompió el corazón, haciéndolo llorar en silencio: una extraña maquina estaba torturando a los niños buenos, inyectándoles jeringas en el pecho y absorbiendo su alma.

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