Thomas (Capítulo Extra)

Todos los días me iba caminando de la escuela a la casa, pues la distancia no era demasiada, tal vez unas 8 calles. Cuando estaba en la esquina de la calle de mi casa una camioneta negra se detuvo a lado de mí.

– ¿Necesitas que te lleve, hermosa? –. Un hombre extremadamente pálido me sonreía desde la ventanilla del conductor.

– No. –acomodé las llaves entre mis dedos de tal forma que podían quedar como un "arma de defensa".

– Vamos, cariño, anímate. –la camioneta avanzaba lentamente a mi lado. Mi corazón empezó a latir deprisa, estaba a punto de llegar a mi casa y si ese hombre seguía acosándome tendría que pasarla de largo, como precaución para que no supiera dónde vivía y que estaba sola.

Miré por mi visión periférica y me di cuenta que la camioneta ya no iba a mi lado. Solté el aire que había estado aguantando. De repente alguien me rodeó por los brazos evitando que los moviera y antes de intentar gritar me tapó la boca. Quise encajarle las llaves en el brazo pero las había soltado cuando me sujetó. Lo rasguñé en los brazos, como pude, antes de sentir un piquete en el cuello haciendo que quedara inconsciente al instante.

***

Desperté sobre una cama, me mareé un poco al incorporarme. La cama estaba pegada a la pared y las sábanas estaban algo sucias. Bajé la mirada hacia mi torso, mis ojos se humedecieron cuando vi que estaba en ropa interior. Una cadena apretaba mi abdomen, un candado la mantenía pegada a mi cintura; la misma cadena bajaba hasta mi tobillo rodeándolo; al final, la cadena se fundía con la cama. Me puse de pie e intenté librarme de mi amarre pero me fue imposible. Quise caminar hasta la puerta que se encontraba del otro lado de la habitación pero la cadena no alcanzaba.

– ¡Ayuda! ¡Auxilio! ¡Por favor! ¡Ayudenme! –. Las lágrimas ya resbalaban por mis mejillas. Tenía miedo, no sabía en dónde estaba, mis padres no sabían en dónde estaba, y lo peor de todo, no quería ni imaginarme lo que me iban a hacer.

La puerta se abrió y por instinto di unos pasos hacia atrás.

– ¿Cómo estás? –el hombre pálido que había visto en la camioneta me sonreía y miraba todo mi cuerpo con morbo. Por instinto intenté taparme la parte descubierta de mis pechos y mi abdomen, lo que pareció causarle gracia pues soltó una carcajada–. Eso no evitará lo que está a punto de pasarte, nena. –sus ojos azules eran hermosos pero al mismo tiempo daban miedo y se mostraban vacíos. Dio unos pasos hacia mí y yo retrocedí hasta pegarme a la pared.

– Por favor, déjame ir. –las lágrimas me caían sobre el pecho. Y el hombre de cabello negro seguía su recorrido con la vista sin dejar de sonreír. Se lamió los labios y después se los tocó con el pulgar.

– Dime, ¿eres virgen? –. Mi vista estaba tan bloqueada por las lágrimas que ni siquiera podía verlo bien. No quería responderle pues sabía bien lo que pasaría después.

– Por favor... –un nudo estaba atorado en mi garganta.

– ¿Cuántos años tienes? –. Preguntó acercando su mano para acariciar un mechón de mi cabello, cuando lo hizo di un pequeño brinco.

– 16... –sabía que respiraba pero no sentía que el aire llenara mis pulmones.

– ¿Cómo te llamas? –. Deslizó sus manos suavemente por mi cuello.

– Por favor, déjame ir... –de repente apretó mi cuello con fuerza contra la pared. Lleve mis manos a la suya intentando zafarme; era mucho más fuerte que yo.

– ¿Cómo te llamas? –. Me soltó para que respondiera su pregunta. Empecé a toser con fuerza mientras intentaba recuperar el aire.

– Ve-Verónica...

– Muy bien, Verónica, ahora dime, ¿eres virgen? –. Miré las canicas azules sin vida que él hacía pasar por ojos. Me observaba seriamente esperando mi respuesta.

Sí, era virgen, pero no quería que él lo supiera, pero si le decía que no sería como darle permiso. Había tenido varios novios y muchos fajes, pero jamás habíamos llegado a más, siempre me arrepentía justo antes de empezar a quitarnos la ropa en la calentura del momento, por eso mis novios terminaban conmigo, una vez les decía "No" y me apartaban de su vida.

Un fuerte dolor me sacó de mis pensamientos. El hombre me había dado una bofetada tan fuerte que me había llevado al piso.

– Lo repetiré una vez más, y sólo una... ¿Eres virgen?

Apreté las mandíbulas intentando dejar de llorar, pero parecía que habían abierto un grifo detrás de mis ojos. Asentí lentamente lo que hizo que él sonriera aún más, parecía un tiburón.

– Excelente, sólo le he quitado la virginidad a un par de chicas, me di cuenta que entre más grandes son, menos probabilidades hay de que sean vírgenes. Ponte de pie. –me jaló con fuerza del brazo lastimándome.

– Por favor no...

– Cállate –me interrumpió–, ve a la cama. –me soltó el brazo. Mis piernas tardaron unos segundos en moverse, pero lo hicieron demasiado lento. Me senté sobre el colchón sin quitar la vista del suelo. El hombre se paró frente a mí. Se quitó la camisa pero no me animé a levantar la vista– ¿Sabes? Nunca he estado con una latina, gracioso, será una primera vez para ambos–rió. Acarició mi cabello pero empujé su mano en cuanto lo sentí–. Desnúdate –ordenó, no lo hice–. Que te desnudes –me jaló del cabello obligándome a levantar la vista hacia él–. No quieres empeorar las cosas, ¿o sí? –. No creía que hubiera otra forma de empeorar eso.Me soltó. Cerré los ojos intentando parar de llorar, algo que fue imposible.

Sentí un fuerte golpe en mi sien que me tiró acostada sobre la cama. Se colocó sobre mí. Lo rasguñé en los bíceps. Me agarró por las muñecas y las colocó a lado de mi cabeza; él estaba sentado a horcajadas sobre mi cadera.

– ¿Sabes? Mi hermano Christian está perdidamente enamorado de una chica, no sé cómo se siente el amor y sinceramente no sé si puedo sentirlo pero...

– ¿Acaso no amas a tu hermano? –. Pregunté intentando que se olvidara lo que estaba a punto de hacerme.

– Soy un sociópata, por definición no quiero a nadie.

– Eres un psicópata. –solté sin poder evitarlo. Soltó una carcajada.

– Sí, también. –miré sus brazos, tenía rasguños recientes y los que le hice cuando me raptó; eso me hizo preguntarme cuánto tiempo llevaba ahí, cuánto tiempo había estado dormida y qué me había hecho mientras estaba inconsciente.

– ¿Qué quieres de mí? –. Recorrió mi cuerpo con la vista y después me miró como si fuera tonta. Era obvio lo que quería.

– Quiero que finjas que me amas... –lo miré extrañada y él soltó una risita burlándose de mí–. Quiero que lo finjas porque sé que no lo sentirás de verdad, no soy tan estúpido.

– ¿Por qué?

– Quiero saber qué se siente. Una vez me acosté con una chica que era salvaje, me encantó –veía la almohada bajo mi cabeza como si eso le permitiera recordar mejor–, era una pelirroja muy sexy, pero intentó escapar y le rompí el cuello –volteó a verme con una sonrisa de orgullo que me causó escalofríos–. Lo he hecho con muchas chicas que se la pasan peleando y con una que era sensualmente salvaje. –parecía que hablaba más consigo mismo que conmigo.

– No voy a fingir que te amo.

– Bien –asintió con la cabeza como si me entendiera–, ahora averiguaremos lo que se siente cuando una chica no se mueve... –¿En serio creía que no me iba a defender con uñas y dientes?

Se puso de pie y salió de la habitación. Un minuto después regresó con una jeringa. Bajé de la cama e intenté caminar lo más lejos de él pero, con la cadena amarrada a mi cintura y mi pie, no podía ir muy lejos.

Me pinchó en el brazo y no pasaron ni 5 segundos cuando sentí que mis piernas me fallaban; caí sobre sus brazos. Me cargó y me colocó sobre la cama. Quería forzar a mi cuerpo a moverse pero éste no respondía, como si mi cerebro no controlara mis extremidades, ni mi propio rostro, es decir, no podía gritar, mover la boca, las cejas, nada, estaba paralizada.

Pasó su brazo por debajo de mi cuerpo y desabrochó mi brassier. Sentí como mis lágrimas resbalaban por mis sienes. Después de desnudarme por completo fue su turno. Abrió mis piernas y se colocó entre ellas. Acarició mi cabello suavemente. Me besó. Me obligó a abrir la boca y sentí su asquerosa lengua recorriendo toda mi boca. Cerré los ojos; pero los abrí de golpe en cuanto sentí un dolor en mi entrepierna. Sus movimientos eran tan salvajes que me lastimaban, pero mi cuerpo y mi rostro actuaban como si nada me estuviera pasando. Besó mi cuello sin dejar de penetrarme con violencia. Me pareció una eternidad hasta que sentí que terminó dentro de mí. Esa sensación, junto con el dolor, era lo peor que había sentido en mi vida. Se incorporó intentando recuperar la respiración.

– Podrás moverte en una media hora, más o menos –informó levantando su ropa del suelo–, volveré cuando puedas caminar por tu cuenta para que te des un baño. –se llevó mi ropa dejándome sola, desnuda e inmóvil, en la habitación.

***

Era desesperante no poder moverte aunque quisieras. Primero pude mover sólo los dedos de la mano, después los de los pies, y así hasta que pude pararme de la cama.

Quería volver a casa, ver a mis padres, abrazarlos, decirles que los amaba, que me perdonaran por mis errores...

– Vamos. –el pelinegro abrió la puerta de la habitación. Tragué saliva.

– ¿Qué vas a hacerme? –. Pregunté sin querer escuchar la respuesta.

– ¿Por ahora? Bañarte –me quedé viéndolo sin moverme–. ¡Oh! ¿Te refieres a cuando ya no te desee? Supongo que matarte... –mi respiración se aceleró y me alejé lo más que pude de él al mismo tiempo que intentaba arrancar las cadenas que rodeaban mi cintura.

Caminó hacia mí, sacó dos llaves y abrió los candados que mantenía la cadena sujeta a mí. Me tomó del brazo y me jaló con brusquedad hacia el baño. Caminé hacia la regadera y la abrí. Di un pequeño brinco cuando el agua helada cayó sobre mi cabeza y espalda. Enjuagué mi entrepierna viendo como la sangre mezclada con el agua bajaba por mis piernas. Dejé que las gotas cayeran sobre mi cara. Cuando terminé el pelinegro me extendió una toalla.

Habían pasado varias semanas desde que me había secuestrado y diario abusaba de mí.

Un día abrió la puerta pero no me giré para verlo. Yo estaba acostada dandole la espalda cuando escuché una voz masculina que no recocí.

– ¿Quién es ella, Thomas? –. Me giré para poder ver al dueño de aquella voz tan afeminada. Un hombre, muy delgado y un poco más bajo que mi captor, estaba parado frente al que llamó Thomas, observándome con los ojos abiertos como platos. Tenía el cabello castaño, largo a la altura de los hombros.

– Se llama Verónica. Verónica, saluda, no seas grosera... –me regañó el pelinegro.

– ¿Quién es ella? –. Volvió a preguntar el extraño.

– Quiero que tengas sexo con ella. –me senté incorporándome al escuchar aquello.

– Tom... Creo que no lo entiendes... –el chico volteó a ver al pelinegro–. Las mujeres... Bueno... No son el tipo de clientes que...

– Te pagué, ¿o no? –. Lo interrumpió el pelinegro.

– Sí, pero creí que querías las dos horas que pagaste contigo... No con... –volteó a verme de nuevo–. Además, ¿cuántos años tienes?

Thomas sacó un un cuchillo de su pantalón, sujetó al joven por la nuca y pegó el filo del arma al cuello del castaño.

– Vas a tener sexo con ella o te mato ahora mismo –lo soltó. El chico, lentamente se acercó a mí, era atractivo, pero tampoco quería tener sexo con él–. Van a hacerlo hasta que el chico termine, no antes.

– No nos obligues a esto, por favor. –supliqué.

–Cállate y bájale los pantalones –lo hice lentamente. Nos quedamos ahí, sin ser capaces de mirarnos a los ojos–. ¿Acaso no te he enseñado como funcionan las cosas, Verónica? Acuéstate y deja que se ponga sobre ti... –lo hice. El castaño lloraba mientras colocaba su cadera entre mis piernas.

– No quiero hacer esto. –me susurró.

– Yo tampoco... –pasé un mechón de su cabello por detrás de su oreja intentando tranquilizarlo–. Puedo ponerme boca abajo... Así podrías imaginar que soy un chico con cabello largo. –me encogí de hombros con una sonrisa de lado, también sonrió, pero al hacerlo una de sus lágrimas cayó sobre mi mejilla. Me giré sobre la cama y dejé que el cabello tapara mi rostro.

– Por favor... Thomas... No...

– ¡Cállate y hazlo de una vez!

Cerré los ojos en cuanto sentí que me penetró. No sé cuánto tiempo pasó, pero tardó una eternidad hasta que sentí una sustancia tibia en mi entrepierna.

– Perdóname. –lloró el chico antes de salir de mí.

– Tú no tienes la culpa...

– ¿No es lo mejor que has sentido? –Thomas soltó una carcajada–. No sé como no te gustan las mujeres...

El chico se sentó en el suelo lo más lejos posible de nosotros; me senté a un metro de él.

– Tranquilo... Todo va a estar bien...

– Sí, para ti. –Thomas lo jaló por el cabello y lo arrastró fuera de la habitación.

– ¿Qué vas a hacerle? –. Grité aunque ya sabía la respuesta.

***

No sabía cuánto tiempo había estado ahí pero aún no me bajaba y eso me estaba asustando.

– Quítate la ropa. –Thomas entró a la habitación. Hice lo que me pedía.

– Por favor... –me miró con el entrecejo fruncido.

– ¿Haz engordado? –me examinó–. No te has desangrado en estos últimos meses... –analizó mientras yo sólo pensé en la última palabra que dijo. Meses–. No puede ser mío...

– ¿En serio no sabes cómo se hacen los bebés? ¿Nunca te explicaron el cuento de la abejita? –. Me burlé aunque por dentro estaba asqueada de saber que ese hijo era suyo. No quería ser madre, era una niña.

– No... Me refiero a que no puede ser mío... No puedo tener hijos... –si no era suyo entonces...– Sólo puede ser del puto ese que traje...

– ¿Cuál era tu objetivo al obligarlo a tener sexo conmigo? –. Se mordió el labio con preocupación ignorandome.

Me tomó por el cabello y me tiró al suelo.

– ¡No vas a tener ningún hijo! –. Me pateó en el abdomen con fuerza. Me doblé de lado sólo para recibir otra patada en el mismo lugar. Me pateó una y otra vez, después me dio puñetazos hasta que mi abdomen estuvo morado. Salió de la habitación.

Lloré hasta quedarme dormida. Cuando desperté había una gran mancha roja al rededor de mí, y el origen era mi entrepierna.

***

– Vamos a dar un paseo, ¿sí? –. Thomas me jaló del brazo obligándome a pararme del suelo.

– ¿Qué? –. Lo miré extrañada.

– Ponte esto. –me lanzó una blusa sin mangas y unos shorts. Me vestí, se sentía maravilloso volver a ponerse algo más de ropa que sólo panties y tops.

Me sacó de la habitación, pasamos el comedor y llegamos a la puerta, cuando abrió el sol me pegó en el rostro obligándome a cerrar los ojos. Hacía meses que no sentía el calor que me ofrecía aquella estrella. Me empujó por la espalda baja para que saliera de la casa. Caminé unos segundos a ciegas en lo que mis ojos se acostumbraban a la luz solar. Para mi sorpresa no había nada al rededor, sólo una larga carretera que parecía no tener fin. Pasto y árboles, nada más, ni una sola casa a demás de la que acababa de salir. Sin perder la esperanza me eché a correr tan rápido como me fue posible; no pasaron ni 10 segundos cuando Thomas me tomó por la cintura deteniéndome.

– ¡No! ¡Auxilio! ¡Ayuda! –. Grité llorando. Sentí un pinchazo en el brazo y al instante mi cuerpo dejó de obedecer mis ordenes

– ¿Quién esperabas exactamente que te ayudara? ¿Aliens? ¿Dios? –. Se burló cargándome hacia la misma camioneta con la que me había secuestrado. Me colocó en el asiento trasero de la camioneta y se quedó unos segundos viéndome. Limpió mis lágrimas con una sonrisa que parecía ser tierna y cerró la puerta.

En el camino subió a una prostituta al asiento del copiloto. Cuando me vio se giró hacia Thomas.

– ¿Quién es ella? –. Preguntó.

– Nadie. No te pago para hacer preguntas.

Ella no se daba cuenta, pero nos estaba llevando debajo de un puente. Cuando lo notó se puso muy nerviosa.

– Déjame ir, –ordenó ella– no me des tu dinero, frena el auto.

Cuando lo hizo la chica salió disparada de la camioneta intentando escapar del pelinegro, pero él la atrapó sin problemas. La pegó a mi ventanilla y la pinchó del brazo dejándola inconsciente. Yo veía todo y no podía hacer nada para evitarlo.

La chica tardó un poco más que yo en despertar.

– ¿En dónde estamos? –. Me preguntó con ojos llorosos.

– No lo sé. –dije con sinceridad. Se puso de pie y empezó a golpear la puerta gritando por ayuda, después arañó las paredes como si cavando pudiera atravesarlas. Tenía que admitirlo, ella estaba luchando más de lo que yo lo había hecho cuando llegué. Cuando Thomas entró a la habitación la chica corrió hacia la cama y se tapó lo más que pudo con mi cuerpo.

– Acuéstate, Verónica –lentamente hice lo que me ordenaba–. Ahora, tú –señaló a la chica– bésala –las dos lo miramos con los ojos abiertos como platos–. Hazlo o te mataré.

– Por favor, no. –lloró más la chica.

– ¡Hazlo!

Ella se acercó lentamente a mí y una de sus lagrimas me cayó en el pómulo. Se acercó a mis labios pero yo me moví ligeramente haciendo que me besara en la mejilla. Pasó a mi cuello, pero yo solo podía sentir sus lagrimas pegándose a mi piel. Voltee a ver al pelinegro con ojos de odio, pero él no me estaba haciendo caso, se estaba tocando. Me asqueé; cuando la chica puso una mano suya en mi pecho la aparté y me senté con la espalda lo más recta que pude.

– No lo haré. No nos obligarás. –dije sonando tan firme como me fue posible. Thomas se acercó a mí desafiante. Tuve que levantar la barbilla para mantener mis ojos sobre los suyos. Levantó la mano a la altura de su cabeza.

– Haces lo que te digo o las pagarás.

– Pégame si quieres, pero no tendré sexo con ella solamente para que tú puedas mastu... –Thomas soltó una carcajada interrumpiéndome.

– Me encantas. –dijo riendo y salió de la habitación. Mi corazón empezó a latir con rapidez.

– Gracias. –la chica me abrazó por la espalda.

– No pudo haber sido tan fácil. –susurré.

– ¿Qué? –. Se alejó de mí. Me giré hacia ella.

– No pudo haber sido tan fácil –repetí–. Algo va a hacer... Algo va a hacer...

Cuando Thomas entró no me dio ni tiempo de reaccionar; en un segundo ya me sujetaba por el cabello haciendo mi cabeza hacia atrás. Me inyectó algo y mi cuerpo cayó hacia el suyo. Me cargó con cuidado y me dejó en la pared contraria, desde ahí podía ver a la chica temblando sobre la cama. Thomas se acercó a ella.

– ¿Sabes? Con Vero probé eso –me señaló– pero me di cuenta que no es divertido si no pelean... –brincó sobre ella.

– ¡No, por favor! ¡Ayuda!

Quería hacer algo, correr hacia él, detenerlo, rasguñarlo, algo, pero mi cuerpo no reaccionaba a mis ordenes. Cerré los ojos para no tener que ver como abusaba de ella, pero no podía hacer nada para evitar escuchar sus gritos.

Cuando dejé de escuchar la pelea lentamente abrí los ojos. Thomas estaba sentado a horcajadas sobre la cintura de la chica y respiraba agitadamente. Pasó su mano por su cabello y me sonrió. Sabía que algo andaba mal. La chica no se movía. Su pecho no se alzaba al respirar. Una lágrima resbaló por mi mejilla. Arrastró a la chica fuera de la habitación mientras yo recuperaba mi movilidad. Me recargué en la pared para no caerme. Thomas entró de nuevo a la habitación, me tomó por un brazo y me llevó al baño.

Mis piernas temblaron y se doblaron haciéndome caer de rodillas a lado del cuerpo sin vida de aquella chica. El pelinegro dejó caer un machete a mi lado.

– Córtale las extremidades –ordenó. Tomé el arma y me puse de pie viéndolo con rabia. Sonrió de lado–. Si fuera tú no lo haría. –sacó una pistola y la apunto hacia mi pecho.

– No puedo hacerlo. –susurré.

– Sí puedes, sólo agarra su brazo y córtalo hasta que se separe del resto de su cuerpo –negué con la cabeza–. Si no se lo haces a ella se lo harás a tu madre. –se me hizo un nudo en la garganta. Sabía perfectamente que él era muy capaz de secuestrar a mi mamá y matarla frente a mí.

– ¿Por qué quieres que lo haga yo? Puedes hacerlo tú...

– Bueno... Quiero que me ayudes en esto.

– ¿Qué?

– Quiero que a partir de ahora tú me ayudes a matar y a descuartizar los cuerpos.

– ¿Qué? ¡No!

– ¡Hazlo! –pegó la fría pistola a mi frente. Me giré lentamente hacia la chica y me arrodillé a su lado. Moví su brazo y levanté el mío a la altura de mi cabeza–. Recuerda, iré por tu madre... –cerré los ojos y dejé caer el hacha con fuerza. La sangre me salpicó en el rostro. Abrí los ojos.

Ni siquiera había atravesado la mitad de su brazo. Me arrastré hacia el retrete y vomité.

– Tranquila, eso pasa las primeras veces. –puso su mano sobre mi espalda.

– No me toques. –lo aparté de mí.

– Tienes que continuar. –negué con la cabeza llorando.

– No puedo.

– Sí puedes.

Mientras le cortaba las extremidades a la chica vomité varias veces más hasta que mi estómago quedó completamente vacío.

– Excelente –Thomas pasó sus manos por mis axilas y me puso de pie–. Quitaré este cuerpo y podrás darte una deliciosa ducha caliente. –me llevó de nuevo a la habitación. Quise recostarme en la cama, pero al sentir que iba a vomitar de nuevo me volví a incorporar.

¿Cómo podía haberle hecho eso a alguien? Las imágenes de sus extremidades separadas del cuerpo  y  de toda la sangre no se apartaban de mi mente.

Cuando Thomas me llevó al baño para que me limpiara, éste aún tenía sangre en las paredes y el piso, lo que me hizo querer vomitar de nuevo. El pelinegro abrió la llave del agua caliente pero yo no me moví. Me quedé viendo al suelo, recordando a la chica que momentos antes había estado ahí, descuartizada. De repente sentí las manos de Thomas tocando mi cintura. Pegó su pecho a mi espalda y empezó a acariciar mi cuerpo.

Las siguientes noches no había podido dormir, cada que cerraba los ojos, cada que pestañeaba, la imagen de la chica volvía a mí. Algunas noches Thomas me inyectaba algo para que me quedara inconsciente. No me gustaba, pero lo agradecía; era lo único que me permitía "dormir" varias horas seguidas.

Empezó a quedarse dormido conmigo después de abusar de mí. Una noche él se movió y acercó su boca a mi oreja.

– Voy al baño. –le di la espalda, realmente no me importaba en absoluto. Bajó de la cama y salió de la habitación. Se me hizo raro no escuchar todos los seguros que solía poner. Abrí lentamente los ojos y vi un brillo que provenía del suelo. Me incorporé extrañada. La luz salía de un pequeño aparato que estaba un poco tapado por los jeans de Thomas. Lo tomé para verlo mejor. Un celular. La luz me lastimaba los ojos así que tuve que entrecerrarlos hasta que se acostumbraron.

Llama a emergencias.

Quise hacerlo pero no había señal. Mi corazón cayó al suelo.

– ¿Qué estás haciendo? –. La voz de Thomas me hizo brincar.

– Nada... –por instinto escondí el aparato detrás de mí.

– ¿Qué pasó son la confianza, Vero? –al ver que no respondía sonrió–. No hay señal, ¿creías que era tan estúpido como para dejar un celular aquí? –. Tragué saliva y me arrastre por la cama hasta chocar contra la pared alejándome lo más posible de él.

– Por favor. Lo siento...

– Dámelo. –negué con la cabeza. Aunque no había señal no quería alejarme de aquel aparato que tal vez era mi única forma de escapar.

Thomas se abalanzó sobre mí y empezamos a pelear. Me puso boca abajo. Colocó una mano sobre mi hombro y jaló mi muñeca hacia atrás de tal manera que quedaba estirada hacia arriba. Solté un grito de dolor. Apretaba el celular con fuerza.

– Suéltalo –no lo hice. Un horrible dolor que empezó desde mi muñeca bajó hacia mi espalda. Grité. El celular calló sobre mi espalda. Thomas me soltó y tomó el celular–. Gracias. –salió de la habitación.

Llorando me giré para quedar boca arriba y vi como mi mano izquierda estaba acomodada de una manera anormal. Seguí llorando y gritando hasta que Thomas me inyectó algo para que me quedara inconsciente.

Cuando desperté tenía la muñeca enyesada. Intenté mover los dedos pero me dolió demasiado.

– ¿Cómo amaneciste? –. Thomas entró a la habitación.

– ¿A caso te importa? –. Lo fulminé con la mirada. Se llevó un dedo a la barbilla y pensó por varios segundos, después negó con la cabeza.

– No, en realidad no.

– ¿Tú me enyesaste la mano?

– Un doctor, un amigo mío que me debe muchos favores. –había estado cerca de otra persona, otra persona que pudo haberme ayudado a salir.

***

No sabía con exactitud cuanto tiempo llevaba ahí, pero mi muñeca ya había sanado casi por completo pero unas feas cicatrices la rodeaban.

Escuché los gritos de la mujer antes de que entrara a la habitación. Thomas la empujó haciéndola caer al suelo y la pateó en el abdomen.

– Verónica, no seas maleducada y saluda a tu nueva compañera –me miró con una sonrisa–, no te preocupes, no te va a quitar tu lugar, probablemente no dure más que un par de días.

– ¡No! ¡Por favor!

La chica debía tener unos 19 años y era muy linda pero, al pasar las horas, su belleza iba disminuyendo notablemente gracias a los moretones y la sangre que estaba en su rostro.

– Por favor, ayúdame. –se arrastró hasta mis piernas y las abrazó.

– No puedo hacerlo.

– Podemos escapar; somos dos contra uno. –pensé por unos minutos. Tenía razón, pero él era mucho más fuerte que nosotras dos juntas, y aún más en el estado en el que no encontrábamos.

Antes de que Thomas regresara a la habitación para seguir golpeándola, Lily (como me dijo que se llamaba) y yo ideamos un plan.

– ¿Estás lista para continuar? –. Thomas entró con un cuchillo en mano. Tenía que esperar hasta que concentrara toda su atención en Lily para que yo pudiera atacar. Cuando lo hizo me acerqué lentamente a él levantando la cadena para que no hiciera ruido. Justo antes de pasar la cadena por su cuello él se giró y me inyectó algo en la pierna. Caí al suelo sin poder mover las manos para amortiguar mi caída. Lily me miraba con horror. Nuestro plan había fallado. Thomas le dio un puñetazo que la dejó casi inconsciente. Me jaló por el cabello. Quería gritar de dolor. Ponerme de pie para que no siguiera jalando todo mi cuerpo con sólo mi cabello, pero no podía moverme.

Como odiaba aquello que me inyectaba, aquello que me dejaba inmóvil pero consciente.

Cuando me acostó en la cama juntó su rostro al mío. Nuestras narices se rozaban.

– ¿Olvidas que tengo cámaras aquí? ¿Acaso creías que no tengo micrófonos también? –me giró poniéndome boca abajo. Mi cabeza quedaba en dirección a Lily. Thomas se acercó a ella, se acuclilló tapándola y unos gritos horribles llenaron la habitación. Se puso de pie y vi que Lily sangraba demasiado–. Esto es por darle ideas. –cuando se giró y vi lo que tenía en la mano se me revolvió el estómago. Le había cortado un pecho con el cuchillo. Lily lloraba en el suelo. Thomas dejó caer el pecho al suelo y se subió a horcajadas sobre mi cintura. Un intenso dolor recorrió mi espalda. Cerré los ojos, aunque si alguien me hubiera visto, gracias a lo que me inyectó, parecía que estaba dormida. El dolor continuó por una interminable hora más. Cuando pude moverme lo único que hice fue temblar y vomitar en el suelo.

Como dijo Thomas. Lily no duró ni un par de días. Murió desangrada en mi habitación y yo tuve que recoger su cuerpo y limpiar su sangre. Semanas después, tal vez meses mi espalda ya casi no me ardía, pero no ayudaba que cada que Thomas abusaba de mí él tocara mis heridas para hacerme gritar.

– ¿Sabes? Creo que ya puedes ver lo que te hice.

– Me cortaste la espalda, no quiero ver eso. –ignorándome me tomó del brazo y me llevó al baño. Me pegó contra su pecho. Giré mi cabeza sobre mi hombro para ver el espejo. Lo que parecían letras al revés se reflejaban en mi espalda. Tuve que hacer algo de esfuerzo para leer lo que había escrito.

Soy tuya

Esas dos palabras las leía cuando me ponía boca abajo y abusaba de mí. Era suya.

***

– ¡No! ¡Suéltame! –. Thomas aventó a la chica contra la pared contraria a la puerta. Bajé de la cama rápidamente. Tom me extendió un cuchillo. Negué con la cabeza sabiendo lo que quería.

– ¿Qué pasa, Vero? Ya lo haz hecho muchas veces.

– No si están vivas.

– Siempre hay una primera vez –rió–, curiosamente gracias a mí haz tenido varias primeras veces.

– Por favor, ayúdame. –susurró la castaña.

– ¿Por qué? –pregunté viendo al suelo– ¿Por qué quieres que la torture?

– No lo sé... Supongo que siempre quise enseñarle a alguien a hacer lo mismo que yo.

– ¿Quieres decir que siempre quisiste una hija?

– ¿Hija? No... Tal vez en vez de enseñarle a hacer esto la violaría... –admitió.

– Me das asco. –sonrío dejándome ver sus blancos dientes.

– Lo sé. Bien... No la tortures, sólo mátala. Iremos poco a poco en tu nivel de sadismo.

– Estás enfermo. –puso los ojos en blanco sin dejar de sonreír.

– ¿Vas a seguir diciendo cosas obvias o vas a matarla?

– No lo haré.

– Bien –sacó una pistola y me la extendió–. Hazlo rápido, pero mátala. –temblando tomé el arma. Pesaba mucho más de lo que había imaginado. En las películas lo hacían ver fácil.

Apunté la pistola directo al pecho de Thomas. Mis dos manos sujetaban el arma porque sabía que rebotaría por el disparo.

– Dispara. –sonrió retándome.

– Lo haré, no lo dudes. –mis brazos empezaron a dolerme por el peso del arma.

– No lo hago –caminó lentamente hacia mí hasta que la pistola estuvo pegada a su pecho–. Dispara. Sabes que es la única forma de salir con vida de aquí. Si no me matas yo lo haré. –tragué saliva, cerré los ojos y jalé el gatillo.

Esperaba que un fuerte ruido llenara mis oídos pero no pasó nada. La carcajada de Thomas me hizo abrir los ojos de nuevo.

– ¿Pero qué...? –miré la pistola sin entender porqué el hombre no yacía muerto frente a mí.

– Me ofende que creas que soy tan idiota –me arrebató el arma. Le quitó el seguro. ¡Claro! ¿Por qué había sido tan estúpida? Había perdido mi única oportunidad–. ¿Ves? –apuntó el arma hacia mí. Mi cuerpo quería temblar pero yo no se lo permití, tragué saliva sin apartar mis ojos de los suyos– Ahora sí puede disparar. –eso era todo. Sabía que iba a matarme. Cerré los ojos.

Di un pequeño brinco cuando el arma se disparó pero no sentí ningún dolor. Lentamente abrí los ojos. Thomas sujetaba la pistola a su lado. Miré mi cuerpo; no tenía sangre. Giré la vista hacia la chica. Sus ojos estaban abiertos al igual que su boca, tenía un agujero justo en la frente. Quise vomitar pero me obligué a no hacerlo.

– ¿Sabes qué es lo que me gusta de ti? –. Preguntó acercándose a mí.

– No –lo miré levantando la barbilla para poder verlo a los ojos. Su pecho casi tocaba el mío– y no me importa. –sonrió.

– Eso mismo –tocó mi nariz con su dedo índice–. Siempre me estás retando, aunque sabes que te ira mal después. Eres muy madura para tu edad. Muchas chicas de 20 años lloran como si tuvieran 13 y suplican por su vida. Tú, a los 16 años, casi nunca lloras, nunca suplicas, aceptas lo que te está pasando y a la vez no –puso su mano en mi nuca y acercó su rostro al mío. Le escupí. Al principio se sorprendió un poco pero después la sonrisa regresó a su rostro y se lamió los labios–. ¿Quieres hacerlo otra vez? Anda, te dejo.

Quise golpearlo en la entrepierna pero se movió más rápido que yo. Levantó la pistola sobre su cabeza y me golpeó en la sien. Caí al suelo y vi cuando Thomas tiró el arma lejos de nosotros. Estaba segura de que iba a morir. Me arrastré hacia el arma pero Thomas me sujetó por el cabello levantándome y me aventó a la cama. Colocó su cadera entre mis muslos. Lo miré mientras se desabrochaba el cinturón.

– Realmente quería que me ayudaras con los asesinatos. –pasó un brazo por debajo de mi cuerpo y acarició las cicatrices de mi espalda. Puse mi mano en su mejilla tiernamente y lo rasguñé dejándole tres líneas rojas.

– Púdrete. –me jaló del cabello furioso mientras me penetraba.

– Eres mía. Siempre serás mía. –repitió una y otra vez hasta que sentí que terminaba dentro de mí.

Su vista estaba hacia la pared y unas lágrimas resbalaban por sus sienes. Ambos sabíamos que esos eran su últimos momentos. Me puse de pie, tomé la pistola y salí de la habitación.
Cuando regresé con cuchillo en mano Verónica seguía acostada en la cama pero ahora me daba la espalda dejándome leer lo que escribí sobre ella.

Soy tuya

Siempre lo había sido, desde aquel momento en el que la vi, con su uniforme, regresando de la escuela.
Moví su hombro de tal manera que dejaba su cuello a la vista.

– Mírame. –ordené. Quería observar cómo la vida escapaba de sus ojos.

– No te ofendas –dijo con obvio sarcasmo– pero lo último que quiero hacer antes de morir es ver tu pálido rostro. –sonreí, en serio me agradaba esa chica. Sólo por eso aceptaría su deseo.
Enterré el cuchillo directo sobre su vena yugular. Por instinto se llevo una mano a la herida. Cerré los ojos disfrutando de aquel delicioso hormigueo que recorría todo mi cuerpo. Asesinar o torturar a alguien me excitaba de una manera que el sexo no podía lograr. Acaricié su mano ensangrentada, viendo como daba pequeños brincos a causa del desangrado, y toqué mi rostro soltando un pequeño gruñido de placer. Cuando vi que ya no se movía la coloqué boca arriba. Manché mis manos aún más de su sangre y la deslicé por todo su cuerpo, su pecho, su abdomen, sus piernas. Le di un beso en los labios.
– Nunca lo esperé –susurré sin separar nuestros labios– pero eres de las mejores que he tenido.

—————————————————

No sé por qué hice este cap :u sólo se me ocurrió y dije "¿por qué no?" :3

En realidad lo iba a subir el domingo, pero dado que hoy es mi cumple dije de nuevo "¿Por qué no?" \(:3)/

Siendo honesta, no me gusta Thomas... Pero tengo que admitir que en los gifs Wes Bendley AKA Thomas se ve bien zukistrukis 7u7

Espero les haya gustado, si es así voten o comenten qué les pareció, y si no... Pus no :v

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top