Vuelve por Navidad

- Si mamá, a las tres sale el avión.

- Vale Tori, ten cuidado.

- Nos vemos mañana.

- Adiós cariño.

Era la noche del 22 de Diciembre, y al día siguiente iba a volver a casa. Iba a volver a casa por Navidad, como la propaganda del turrón. Me moría de ganas de poder volver a ver a los míos, mis padres, mis abuelos, mis primos, mis tíos, mis amigos... Hacía tres meses que solo los había visto por una pantalla, y a algunos ni si quiera eso, como a mis abuelos, que no son muy amigos de las nuevas tecnologías, así que no podéis ni imaginaros las ganas que tenía de volver a mi pueblo.
Como una niña la noche antes del día de Reyes, me fui a dormir pronto, ansiosa por el día siguiente. Por la mañana iba a despedirme de todos, y luego Elías me llevaría al aeropuerto. En realidad, también echaría de menos a mis vecinos, solo hacía 4 meses que los conocía pero se habían convertido en gente muy importante en mi vida.

Al poco tiempo de quedarme dormida, después de dar diez mil vueltas en la cama, un fuerte sonido me despertó.
Me sobresalté, asustada, "Ya está aquí la guerra" . Me puse el abrigo y bajé corriendo a ver qué había pasado. La calle estaba oscura, las farolas no emitían ninguna luz, y por lo que parecía a lo lejos, en el pueblo también había pasado lo mismo. Unos pocos metros más abajo, vislumbré, gracias a la luz de la luna, a Elsa, quién también estaba en la calle, así que me acerqué a mi vecina a por información.

- Elsa, ¿qué ha pasado?

- Victoria. - La mujer dio un salto, lo cuál me hizo sospechar que no me había oído llegar.

- Lo siento, no quería asustarte.

- No, tranquila. Ha habido una avalancha.

- ¿Una avalancha?

- Elsa, ¿dónde dejé mi abrigo?

Reconocí esa voz de inmediato, pero ver al doctor salir de casa de mi vecina me lo corroboró.

- Vaya, Doc...

- Ni una palabra. - Con un tono amenazador, y apuntándome con el dedo, me saludó mi jefe.

Me mordí el labio inferior para reprimir la risa, y con la mano hice el gesto de la cremallera en mi boca.

- Lo dejaste encima del sofá, amor.

Elías volvió a entrar y al cabo de un minuto salió con la chaqueta.

- Vamos.

- ¿Dónde?

- A la plaza, allí estarán la mayoría.

- ¿Pasa mucho?

- No es lo habitual, pero sí que ha pasado algunas veces. - Me aclaró el médico.

Con dos linternas que llevaban mis acompañantes, emprendimos el camino hasta la plaza. Entre la nieve y la oscuridad era difícil avanzar a un buen ritmo. Así que para hacer el viaje un poco más ameno, decidí hablar:

- ¿Y esto desde cuando...?

- Sh, he dicho que ni una palabra. - Me cortó Elías.

- Oh, vamos Doc...

Se oyó una tenue risa de Elsa, pero ninguno de los dos dijo nada más hasta llegar al centro.
Elías tenía razón, la plaza estaba bastante llena. Al rededor de 50 personas se encontraban allí, todos con linternas, haciendo una especie de circulo, y en el medio estaba el alcalde.
Junto con mi vecina y el doctor me acerqué al círculo, y pude llegar a oír las últimas palabras del discurso del alcalde:

- ...La carretera permanecerá cortada hasta nuevo aviso, al igual que la luz y el agua. Mañana cuando sepa más cosas os iré informando, buenas noches.

El silencio que se había formado para oír a Andersson se rompió inmediatamente después de sus últimas palabras. La gente empezó a hablar entre ella, y yo me giré hacia la pareja que me habían acompañado hasta allí.

- ¿¡Cómo que la carretera permanecerá cortada?! Mañana vuelvo a casa. - Una rabia intensa me consumía por dentro.

- Victoria...

- No no, debe haber otra forma de salir de aquí y poder llegar al aeropuerto.

- Lamento decirte que no, esa es la única carretera que tenemos de entrada y salida.

- Pero mañana pronto pueden haberla despejado y podría llegar al vuelo, ¿no? - Pregunté con una pizca de esperanza.

La mirada triste que podía ver en la cara de los dos mayores, me hizo saber que no, no podría volver a casa por Navidad.

- Lo siento mucho Vic, normalmente tardan unos 3 o 4 días en volverla a hacer transitable, y ahora en Navidad, seguramente tarden más.

Caí al suelo de rodillas y rompí a llorar, pero enseguida oí a alguien arrodillarse frente a mí, y envolverme en un abrazo. Los grandes brazos que me rodeaban definitivamente no eran ni de Elías ni de Elsa, así que abrí los ojos y me alejé un poco para poder ver la cara de quién fuera que me estuviera abrazando, pero en el mismo instante que vi el semblante entre preocupado y triste de Johan, de una forma brusca, me volví a hundir entre sus brazos.

- Lo siento Vic. - Susurró con la mejilla apoyada en mi cabeza.

Me apreté más fuerte a su pecho y seguí llorando, hasta unos diez minutos después que me quedé sin lágrimas.
Johan me ayudó a levantarme, tenía los pantalones de mi pijama empapados por la nieve. En ese momento me fijé que el hombre rudo que estaba a mi lado, también llevaba un pijama. Pero ni un pijama cualquiera, llevaba un pijama de Batman. Eso logró sacarme una sonrisa, nunca me lo habría imaginado con un pijama de Batman, le pegaba el típico pijama azul con la camiseta a rayas.

- Bonito pijama.

- Tú llevas un pijama de Mickey Mouse y no te he dicho nada.

- Pero yo aún soy pequeña.

- ¿Me estás llamando viejo?

- Algo así... - Le sonreí.

Aunque me acabaran de decir que no podía pasar la Navidad con mi familia, por primera vez en 24 años, y me sintiera como una mierda, ese chico siempre me hacía reír, y se lo agradecía de todo corazón.
Me acompañó a casa, y lo invité a pasar. La casa estaba completamente a oscuras, y no entraba ni un rayo de luz de luna para poder ver algo, así que Johan puso la linterna de su móvil, y entre los dos encendimos la chimenea.

- Quítate los pantalones.

- ¿Qué?

Cuando vi la cara de sorprendido del chico, recapacité en lo que había dicho, no sin antes ponerme roja como un tomate.

- Pa...para que se sequen hombre. Te vas a resfriar si sigues con esos pantalones tan mojados.

El joven rubio seguía mirándome pero sin hacer ningún movimiento.

- Vamos hombre, soy enfermera. No es la primera vez que veo a un hombre en calzoncillos.

Johan pareció entrar en razón y se quitó los pantalones. Yo intenté apartar la vista de esa escena, había visto muchos hombres sin pantalones por mi trabajo, pero ninguno era como él. Para disimular, me acerqué a la cocina a coger una silla y así poner los pantalones delante de la chimenea para que se secaran más rápido.

- Deja los pantalones ahí, voy a por una manta y a cambiarme los míos.

Subí lo más rápido que pude, me cambié los pantalones del pijama y me puse los de un chándal que estaban tirados encima de la silla del escritorio y con dos mantas en la mano volví a bajar. Aún sin mirarlo directamente le entregué una manta, que se enrolló en la cintura y se sentó en el sofá. Siguiendo un impulso de mi puto cerebro que no se podía estar quieto, me senté a su lado, le levanté un brazo y me hice un ovillo apoyando la cabeza en su pecho y poniendo mis piernas por encima de las suyas. Johan tardó un momento en reaccionar, y yo ya me estaba poniendo nerviosa, éramos muy amigos y abrazarnos se había convertido en algo habitual para nosotros pero igual me había pasado de confianza y lo había hecho sentir incómodo. Enseguida esos pensamientos se borraron de mi mente cuando me rodeó con sus dos brazos en un fuerte abrazo. Estuvimos así, los dos abrazados en silencio, una media hora, con el único sonido del crepitar de las llamas de la chimenea. En mi cabeza no dejaba de dar vueltas el hecho de que no podía volver a casa, una enorme tristeza me había invadido, hasta que me acordé de una cosa.

- Me debes 10 francos. - Le dije sin apartar la vista del fuego.

- ¿Qué? ¿Por qué?

El chico se giró hacia mí rompiendo un poco el abrazo para poder mirarme a la cara. No me apetecía moverme pero levanté el rostro para poder mirarlo a los ojos.

- Elsa y Doc....

- Nooo. - Me miró con los ojos como platos.

- Síí, los he pillado cuando salían a ver que había pasado. - Le confesé con una media sonrisa.

- Ya era hora. Llevaban años así.

- Solo los conozco de hace 4 meses, y puedo decir que sí, ya era hora. - Dije en voz baja volviendo a mi posición anterior.

Pasaron otros diez minutos sin decir nada, hasta que Johan me preguntó:

- ¿Qué vas a hacer con el vuelo?

En vez de contestarle, lo abracé un poco más fuerte y cerré los ojos para no volver a llorar. El chico notó que su pregunta me había afectado más de lo que pretendía porqué me dio un beso en la cabeza y apoyó su cabeza en la mía.

- No puedo hacer nada. - Dije al cabo de un rato con la voz ronca. - Mañana llamaré a mis padres.

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