Nueva vida

- ¡¿Cómo que te vas a Suiza?!

- Pues eso mamá, me voy a Suiza.

- ¿Pero qué se te ha perdido ahí cariño? - Seguía insistiendo mi madre, aturdida todavía por la noticia. 

- Naaaada, pero quiero salir de aquí. Vivir en otro país durante un tiempo. - Aclaré en un tono tranquilo.

Me esperaba esta reacción de mi madre, por eso había esperado a tenerlo todo claro antes de anunciárselo a mis padres.

- ¿Y tú?, ¿no vas a decir nada? Tu única hija se va a Suiza, y ahí estás, sin decir ni una palabra. – Regañó mi madre a mi padre, cruzándose de brazos.

- ¿Qué quieres que diga, María? Hace un año que se sacó la carrera y solo ha conseguido un par de trabajos temporales. Y no muy bien pagados que digamos.

Una amplia sonrisa se formó en mi interior. Sabía que mi padre me apoyaría desde el primer momento, aunque no fuera fácil para él, así como, también sabía que mi madre acabaría por aceptarlo aunque le costara un poco más.

- Mira mamá, ya está todo claro. Hace una semana se pusieron en contacto conmigo diciéndome que me habían dado el trabajo. – Dije yo en un fallido intento por tranquilizarla.

- ¿Pero a qué parte de Suiza vas? ¿Dónde te vas a quedar? Si no sabes hablar alemán cariño, por muchas horas que te pases con el Duolingo ese.

- No te preocupes por eso. Voy a Val-sur-Vert, en la Romandía, la parte francófona.

- Bueno, menos mal que algo de francés si que sabes. – Mi madre sonaba súper escéptica.

- Mamá, llevo estudiando francés desde los doce años. Creo que puedo irme sin ningún problema, ¿no crees?

Mi padre, que no había abierto la boca desde que me había dado el visto bueno, había sacado su teléfono del bolsillo y estaba mirando algo. Su cara había pasado de tranquilidad a preocupación en un par de segundos.

- Tori, a mí me parece todo bien, pero se te había olvidado comentar la parte esa de que el pueblo está en mitad de la nada y solo tiene quinientos habitantes. – "Gracias papá, eso era justo lo que necesitaba en ese momento", pensé. Pero antes de que yo pudiera decir nada, mi madre ya se había alterado más aún si eso era posible.

- ¡¿Cómo que en mitad de la nada?! Tú ahí no te vas.

- A ver, no os pongáis así, tampoco está tan en la nada. La ciudad más cercana está a cuarenta y cinco minutos en coche. Pero bueno, el caso es que hacía falta una enfermera urgentemente, con un contrato para dos años, casa incluida y todo. Además, me pagan más que aquí sin parar en la residencia, y claramente, mi jornada laboral es menor.

- ¿Y cuándo se supone que te vas? – Preguntó mi padre mientras mi madre aún procesaba toda la información que acababa de soltar.

- La semana que viene. Y ahora me tengo que ir que he quedado con mis amigas para tomarnos algo, y así aprovecho y les cuento la noticia.

Rápidamente cogí el bolso y salí disparada, afortunadamente, antes de que pudieran rebatirme la noticia bomba.

Mi pueblo no era muy grande (bueno, eso es apuntar alto incluso), y eso me encantaba, pero había vivido allí veinticuatro años y ya estaba cansada de ver todos los días a la misma gente. Gente que te conoce desde que has aprendido a gatear y lo saben todo de ti, así como de recorrer las mismas calles que no tendía ningún problema de caminar por ellas con los ojos vendados... Por eso había ido aceptar la oferta de vivir en otro país, necesitaba irme de allí, conocer otra gente y otro modo de vida.

Cuando llegué a la plaza, mis amigas ya se encontraban sentadas en la terraza del bar más grande del pueblo. Era nuestro lugar de reunión desde los dieciocho años, allí quedábamos para celebrar el fin de exámenes, el cumpleaños de alguien del grupo, o simplemente para vernos y hablar de cómo había ido la semana, es decir, ahí pasábamos tiempo juntas, y eso era lo más importante para conservar una amistad forjada desde preescolar.

- Mirad quién llega pro fin. – Anunció Olivia aplaudiendo.

- Victoria, ya era hora. – Se quejó Julia.

- Hoy tendríamos que haber llamado al de los Récord Guiness. – Rio Irene.

- Perdonad chicas, asuntos familiares. – Me disculpé ante sus caras largas.

- Sí sí, siéntate, que Julia tiene algo que decirnos y te estábamos esperando. – Evadió Olivia mi excusa.

- Patri, cuando puedas me traes una caña por favor - Le pedí a la camarera antes de sentarme.

Cuando Patri me trajo la caña y un plato con cacahuetes, nuestras miradas se dirigieron a Julia.

- Vamos Julia, escúpelo ya.

Diez pares de ojos mirábamos directamente a la más pequeña del grupo, esperando sus palabras. Yo creo que en ese momento todas pensábamos lo mismo, la notición era que se iba a casar con Salva. Julia y Salva llevaban juntos 7 años, y aunque habían tenido altibajos, como todas las parejas, ahora estaban en lo que yo nombraba su mejor momento.

- Estoy embarazada.

- ¿QUÉÉÉ?

- Si hombre.

- Lo sabía.

- Pues yo pensaba que os ibais a casar.

- Tía me alegro un montón.

Y así un barullo se formó en nuestra mesa mientras Julia seguía dando detalles de su inesperado embarazo, el cual, según nos contó, para ellos también lo había sido.

- Bueno chicas, yo también tengo algo que deciros. - Cuando los ánimos se habían calmado un poco decidí intervenir yo.

- ¿También estás embarazada?

- Sí, Inés. Del Espíritu Santo, no te jode.

- Bueno va, ¿Qué es? – Preguntó María, sacando a relucir su poca paciencia.

- Me voy a vivir a Suiza dos años. – Solté.

- ¿Qué dices?

- Tori, no estamos para tus idioteces.

- Que no es una idiotez, joder. Una amiga de la carrera me dijo que la habían llamado de Suiza por una vacante como enfermera de un pueblecito, y como ella no puede ir por temas familiares, me dijo que si me interesaba que había dado mi nombre como recomendación, que llamara. Llamé y me han dado el puesto. – Les conté de forma resumida y apresurada.

- Hostia, ¿y cuando te vas? – Preguntó Oli.

- La semana que viene

- ¿¡YA?! – Reaccionaron todas al unísono.

- Sí, ya.

Entonces otro barullo se formó, esta vez con mi inminente viaje como tema principal. Todas mis amigas se alegraron mucho con mi decisión, algunas dijeron que haríamos Skype todos los findes, otras, como Inés, mi mejor amiga desde pequeñas, se autoinvitaron a visitarme durante las vacaciones de verano.

Horas más tarde, y con alguna cerveza de más, llegué a mi casa con la extraña vista de mis dos padres sentados en la mesa de la cocina con cara seria y mirándome fijamente. No me supone ninguna vergüenza reconocer que los ovarios se me subieron hasta el cerebro. Menudo recibimiento.

- Victoria, - "Empezamos bien", pensé ya que muy pocas veces me llamaban por mi nombre sin abreviarlo. – Tu madre y yo hemos estado hablando, y solo queremos que seas feliz.

Solté de una la respiración que estaba aguantando hasta ese momento y los ovarios volvieron a su sito anatómico habitual.

- Y si te hace feliz irte dos años a un pueblo perdido de la mano de Dios, vete a saber tú donde, nosotros te apoyamos. – Continuó mi madre con un tono que al principio resultó tranquilo, pero como buena madre tardó menos de dos segundos en alterarse de nuevo. – Pero como no llames casi todos los días para decir que estás bien, nos plantamos en Suiza en menos que canta un gallo.

Una lagrimilla se me escapó ante semejante estampa, los iba a echar de menos cada hora que pasara fuera de casa, pero sabía que ese cambio me iría bien, y parafraseando un poco a mi manera a Joey en la mítica escena de Friends, "yo sabía que ellos sabían" que me sentaría bien esta experiencia.

- Ah, y este verano estaremos allí, eh. Que no vayamos en Pascua si tengo vacaciones. – Dijo mi padre con una enorme sonrisa mientras nos fundíamos en un gran abrazo de tres. 

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