Nuestras zonas de confort

Hacía una semana del partido. Hacía una semana que nos habíamos enfadado. Hacía una semana que no me hablaba con Johan. Hacía una semana que mi idílica vida en Val-sur-Vert se había truncado un poco. Hacía una semana que había perdido a mi mejor amigo.

- Vamos cariño, tienes que salir un poquito. - Lena estaba sentada al otro lado del sofá, donde yo estaba acostada y tapada con una manta, viendo El Gran Showman.

- Ya salgo, todos los días. - Respondí sin mirarla.

- Sí, a trabajar. Pero eso no cuenta.

- ¿Cómo que no?

- Elías dice que ahora trabajar contigo es como trabajar con un fantasma.

- El que tiene profesión de fantasma aquí no soy yo. - Respondí indignada, haciendo una clara referencia al que no debe ser nombrado (y no, no es Voldemort).

- ¡Victoria! - En ese momento tocaron a la puerta y lo agradecí internamente, así me ahorraba el sermón de Lena por décima vez en seis días.

- ¿Cómo está? - Oí la voz de León mientras entraba al salón.

- Parece una marmota hibernando.

Mis dos amigos resoplaron, llevaban toda la semana viniendo todas las tardes mi casa para animarme, hasta que desistían porque se daban cuenta que no había nada que hacer, y me volvían a dejar sola.

- ¿Otra vez estás viendo esa película? ¿Cuántas veces la has visto en estos últimos días? - León se apoyó en el respaldo del sofá, detrás de mí.

- Es mi película de confort.

- ¿Tu película de qué? - Preguntó Lena, volviéndose a sentar al otro lado del sofá.

- Una película que puedo ver mil veces, no me canso y me hace sentir mejor. Todos deberíamos encontrar la nuestra, es como un refugio en la mierda de mundo en el que vivimos.

- Ya me he cansado. - León se incorporó, se acercó a mi ordenador y bajó la pantalla, apagando así la película.

- ¿Qué haces? - Me senté de golpe e intenté alcanzar el ordenador para abrirlo de nuevo. Pero León me cogió del brazo y me paró.

- Estoy hasta las narices de esta actitud de mierda. - El alemán se sentó a mi lado. - Hace dos semanas y media, el primer día que me mudé aquí, tuve la suerte de conocer a una jovial chica que resultó ser mi vecina...

- ¿Jovial chica? - Pregunté con el ceño fruncido, por las palabras que había usado León. - A veces hablas como un viejo...

- Cállate. - Me cortó él. - Conocí a una chica de puta madre, siempre con una sonrisa en la boca, ¿así mejor? - Yo asentí. - Que resultó ser mi vecina, con la que tenía mucho en común, y nos encantaba pasar tiempo juntos al aire libre. ¿Dónde está esa chica? Hace una semana que no la he visto y la echo de menos. Yo la echo de menos, Lena la echa de menos, Elías la echa de menos...

- Pierre, Ben y Elsa también la echan de menos. - Intervino Lena.

- Todos la echamos de menos. Tu vida no se resume en una persona Vic, y porque Johan... - Carraspeé al oír aquel nombre. - Perdón, Voldemort. Y porqué Voldemort no quiera disfrutar de pasar tiempo con esta estupenda mujer, no significa que nos tengas que privar a los demás de ella.

- León tiene razón, él se lo pierde. Pero vamos Vic, sal, pasea, canta, baila... Vuelve a ser tú por favor. Y deja de comer chocolate por el amor de Dios, Astrid dice que en el Ultramarinos no queda nada, te lo has llevado tu todo.

- Exagerada. - Puse mis ojos en blanco, aunque es posible que no fuera ninguna exageración.

- Bueno, ¿volverás a ser tú? Hazlo por nosotros, pero sobre todo, hazlo por ti misma. - León, que seguía cogiéndome del brazo, me miró directamente a los ojos.

- De acuerdo... - Contesté no muy convencida.

- Eso era lo que quería oír. Vamos, arriba. Tienes quince minutos para quitarte el pijama, ducharte y ponerte ropa cómoda.

- No me apetece ir a pasear. - Respondí, mirándolo, sentada en el sofá con cara de corderito.

- Y no vamos a ir a pasear. He tenido una idea. - Me sonrió el chico.

- Espero que sea buena. Porque no me apetece nada ducharme.

- Va, sube y dúchate, que hueles a establo. - Me dijo Lena, quién seguía en su misma posición al otro lado del sofá, presenciando la escena.

- Voy. - Respondí como si me pesara la vida, y me dirigí hacia las escaleras.

- Lena, tú ve a por los niños, y nos vemos en media hora en la carpintería. - Oí decir a León, mientras subía hasta el piso de arriba.

"A saber que ha pensado el iluminao' este. Bueno, sea lo que sea no creo que me anime, ni me haga olvidarme de todo esto.", recuerdo que pensé mientras me duchaba y me arreglaba.

Ay, mi querida Victoria del pasado, subestimas a tus amigos.

Cuando llegamos a la carpintería, Lena, Thomas y los niños ya estaban allí.

- ¡Vic! - Los dos pequeños corrieron hacia mí, y yo los envolví en un fuerte abrazo.

- Espero que no te siente mal, pero he invitado a mi marido al plan. - Se disculpó Lena.

- ¡Claro que no! Es bienvenido. Cuanta más gente, mejor. Encantado Thomas, Lena y Victoria me han hablado mucho de ti.

- Lo mismo digo. - Se presentaron ambos con un apretón de manos.

- Bueno, adelante. - León abrió las puertas de la carpintería. - Tú dijiste que tenías una película de confort para evadirte del mundo, ¿no? Pues hoy vas a conocer mi actividad de confort.

- ¿Y cuál es? - Pregunté mientras paseaba la mirada pro toda la estancia.

La carpintería estaba llena de madera, como era obvio, cientos y cientos de tablones de madera de diversos tipos, tamaños y formas se distribuían por toda la habitación. Había dos mesas de madera de roble (la verdad es que no tengo ni idea de que madera era, pero las mesas son casi siempre de madera de roble, ¿no?), y un sin fin de artilugios para cortar, limar, lijar, pegar, atornillar... No sé porque pero el estar allí, ya me resultaba reconfortante. Nunca pensé que diría estas dos palabras juntas, pero esa carpintería era un lugar muy acogedor.

- Hacer juguetes.

Los niños miraron a León emocionados, y el resto de nosotros lo miramos como si se le hubiera ido la cabeza. Pero no, el joven estaba más cuerdo de lo que me imaginaba, y enseguida supe a lo que se refería con que esa era su actividad de confort. Empezamos todos con un trozo de madera, y siguiendo las instrucciones de León empezamos a hacer nuestra propia peonza. Los dos pequeños, con la ayuda de sus padres, y yo sola, transformamos unos trozos simples de madera en una peonza funcional, porque bonita al lado de la de León no nos había quedado, pero por lo menos giraba, y eso ya era un logro e hizo que me sintiera válida por primera vez en una semana. Luego las pintamos, y desde el primer momento carcajadas y risas más suaves invadieron la atmósfera del lugar. Estaba feliz.

Al final, como ya era tarde, decidimos ir todos a cenar a casa de Lena. La cena fue igual de bien que la tarde, León había encajado muy bien en nuestro grupo, tenía unas salidas irónicas muy graciosas, y nos hacía reír a todos. Cabe destacar que los niños lo adoraban, no más que a mí, pero disfrutaban mucho de su compañía.

Todo había ido genial hasta que, tras despedirnos de Lena y su familia, retomamos el viaje hasta nuestras casas. Al llegar a la plaza, iluminada solamente por las luces de las farolas, un perro se acercó a nosotros. Un perro que conocía muy bien, al que quería demasiado para llamar Nagini, pero que era el fiel acompañante de mi Voldemort suizo.

León y yo alzamos la vista hasta la entrada del bar, y adivinad quien estaba allí... ¡Bingo! Johan. Pero no estaba solo, si no que muy bien acompañado. Imaginaos mi cara de sorpresa y mis ganas de vomitar el puré de patatas, al ver a mi querida y dulce amiga, Vivianne, junto a él.

Seth ladró mientras se acercaba a mí, moviendo su cola, feliz por verme, pero ese gesto hizo que Johan levantara su mirada hacia mí y León. Un segundo. Nuestros ojos se cruzaron un segundo, y rápidamente el joven retomó su conversación con Vivianne, la cuál también nos había lanzado una mirada no muy amigable.

Acaricié al perro, y rápidamente, León unió su mano con la mía, y volvimos a retomar el camino hacia casa, sin volver la vista atrás. Aunque pude oír como el perro nos seguía.

- ¡Seth! Ven aquí. - Ese grito hizo que el perro volviera al lado de su dueño, pero a mí casi me hace falta un desfibrilador. Hacía una semana que no oía esa voz y mi corazón se paró de golpe, una fuerte palpitación seguida de la más absoluta nada. Un escalofrío me recorrió toda la médula espinal, pero una presión en mi mano me volvió al mundo real. Miré a mi lado y pude ver la mirada preocupada de León, quién aceleró sus pasos para desaparecer lo antes posible de ese lugar.

No os sorprenderá si os digo que esa noche me dormí bien entrada la madrugada, después de quedarme seca, sin una lágrima en mi organismo.

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