Jamón, fuet y Nocilla
- Bueno, señorita Victoria, esta es su casa. Aquí están las llaves y ya le han enchufado la luz y el agua caliente, por eso no se preocupe.
- Muy bien, muchas gracias.
- La dejo instalarse. Luego puede ir a dar una vuelta por el pueblo si quiere. Hoy tiene libre, mañana su jornada laboral empieza a las 8. Por favor, sé puntual, la puntualidad es algo muy importante aquí.
- Por eso sois los número uno en fabricación de relojes eh. - Por la cara que hizo el alcalde, puede ser que mi chiste no le pareciera muy gracioso. - De acuerdo señor, allí estaré.
- Muy bien. - Y dicho esto, y con una amplia sonrisa, el alcalde se marchó.
Intenté ser tan educada después de mi fallido chiste que ni siquiera pregunté donde se encontraba el consultorio, pero bueno, "luego daré una vuelta y a ver si lo veo", pensé.
Cogí mis dos maletas y mi mochila y me dirigí hacia mi nueva casa. Desde fuera se veía preciosa. Era una casa pequeña, de madera, como las de las películas, y habían adornado con flores el balcón.
Entonces, con las llaves que me había dado el alcalde, entré. Por dentro era igual de acogedora que por fuera, las paredes también eran de madera, tenía una gran chimenea en el centro de la sala de estar, que alguien había encendido para qué cuando llegara tuviera la casa calentita."¡Que amables!", pensé en aquel momento, pero ahora me doy cuenta qué alguien más tenia las llaves de mi casa, sin yo saberlo. También tenía una pequeña cocina y un baño. Subí al piso de arriba, y habían dos habitaciones, una para mi y otra para cuando alguien viniera a visitarme desde España. Me adueñé de la habitación más grande, la cual tenía un gran ventanal con vistas hacia el valle, que era justo lo que quería ver cuando me despertara, y no la terraza de mi vecina Milagros como me pasaba en casa.
Puse la maleta encima de la cama de matrimonio y la abrí, decidida a sacar toda la ropa y guardarla en el armario.
- Definitivamente, no puedo querer más a mis padres.
Y es que encima de toda la ropa, había un fuet, tres paquetes de jamón y un bote de Nocilla. Había sido una buena sorpresa al fin y al cabo. Pero en ese momento me di cuenta de dos cosas: la primera, no había avisado a mis padres de que había llegado, y la segunda, me moría de hambre y en esa casa no había comida. Estaréis pensando "tenías el jamón", pues sí, pero no me lo iba a comer solo llegar. Aún no echaba de menos mi país.
Volví a bajar, y después de conectarme al Wi-Fi, llamé a mis padres.
- Victoria, ya te iba a llamar yo. ¿Qué tal el viaje?
- Muy bien mami, ya estoy en el pueblo.
- ¿Todo bien? ¿Han ido a recogerte?
- Sii, nada más y nada menos que el mismísimo alcalde. Muy majo, me ha traído hasta casa y ya estoy instalada y todo.
- Muy bien. ¿Has visto la sorpresa?
- Ay si, gracias, de verdad.
- Ideas de tu padre.
- Bueno me voy a dar un paseo por el pueblo, y compraré algo de comida.
- Vale pequeña, hablamos esta noche.
- Adiós guapos. Os quiero.
- Y nosotros a ti.
Colgué el teléfono, lo guardé en la mochila, y me embutí en la chaqueta más gorda que había llevado. Cogí todo lo necesario y salí de casa. Estaba un poco a las afueras del casco urbano, si es que se le podía llamar así a unas 20 casas que estaban más juntas, así que bajé la cuesta que llevaba a mi casa y me dediqué a vagar por las calles. De repente vi un cartel, "ULTRAMARINOS" y me dirigí allí para hacer algunas compras.
- Buenos días - Saludé al entrar con una sonrisa.
El señor de detrás del mostrador, la viva imagen de Santa Claus salido de un after a las 9 de la mañana, me miró pero no hizo ningún sonido. Cogí una cesta de madera que había delante de la puerta y fui metiendo mi compra: café, croissants para desayunar, leche, algo para comer y cenar durante la semana, etc.
Santa Claus solo se dirigió a mi para decirme el importe de mi compra, le pagué, lo guarde todo en una bolsa de tela que llevaba en la mochila y salí por patas de allí.
Seguí la visita por el pueblo y llegué a la plaza mayor, bueno, y menor también. A la única plaza del pueblo, vamos. Y a mi derecha... ¡el consultorio!. Menos mal. También vi una panadería y al lado un bar. El bar se llamaba Le Bar, lo cual me dio una pista de que seguramente sería el único bar del pueblo, y en el único sitio donde podría comer, así que allí me dirigí.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top