He vuelto

No os quiero aburrir con mis vacaciones de Navidad, así que os haré un resumen de lo que hice: comer con mi familia, salir de fiesta con mis amigos, pasar tiempo con mis padres, pasear por mi pueblo y alrededores, ir de compras, etc.

Es decir, como dirían mis queridísimos Extremoduro *, mi vuelta a casa fue salir, beber, el rollo de siempre.

Pasados los 10 días, y con bastante tristeza, me separé de mi familia y amigos y volví a coger el avión rumbo a Suiza. E igual que al ir, no tuve ningún problema. Bueno, la gente decía algo de turbulencias y cosas así, pero yo, que iba durmiendo todo el viaje, no noté nada (aunque igual por eso soñé que estaba montada en el Dragón Khan*).

Cuando llegué a Suiza, aunque parecía que hubiese llegado a Invernalia, estaban Elías y Elsa esperándome en la salida. La pareja me acogió maravillosamente, como siempre, y yo les relaté un sin fin de historias que me habían pasado durante mi estancia en España. Al llegar a Val-sur-Vert les perdí que me dejaran en casa de Lena, pero no sin antes darles tres tabletas de turrón de Alicante que les había traído (porqué pueden hablar mucho del chocolate suizo y esas cosas, pero no hay nada como el turrón de mi zona, ese dulce debería considerarse Patrimonio Gastronómico de la UNESCO).

Estuve en casa de la que había sido mi primera amiga en Suiza durante más de dos horas. En ese tiempo me di cuenta que había echado mucho de menos a esa familia, y viendo como los dos pequeños no se separaban de mi lado en el sofá, y Lena y Thomas oían bastante interesados lo que les contaba, podía imaginar que ellos también me habían echado de menos, y eso me derritió el corazoncito.
Cuando vi que empezaba a oscurecer decidí que era hora de marcharme y visitar a la última persona que me faltaba por ver. Tras mil súplicas de Pierre y Benji de que me quedara a cenar, y de, obviamente, darles más tabletas de turrón, salí de esa casa en dirección a casa de Johan.

Cuando Johan abrió la puerta, en vez de verlo a él, lo primero que vi fue algo blanco y negro saltar hacia mí. "Hay cosas que nunca cambiarán", pensé, tirada en el suelo, mientras acariciaba al perro.

- Ven. - Oí a Johan y al levantar la vista me lo encontré, sonriente, teniéndome la mano para ayudarme a ponerme de pie.

Nos encerramos en un abrazo, y después de lo que parecieron años, pero que seguramente sólo habrían sido un par de minutos, entramos en casa.
Al principio hablamos de mi viaje, y también de cómo estaban las cosas por Val-sur-Vert, aunque no era de extrañar que no hubiera pasado nada interesante durante mi ausencia.

- Lo más destacable es que alguien ha comprado la vieja casa, esa que hay cerca de la tuya. Según el alcalde, el comprador no tardará mucho en mudarse aquí, pero no sabemos nada más.

- Bueno, sea quién sea, es bienvenido. Hay que repoblar el pueblo de alguna manera.

- Tienes razón, cada vez somos menos. - Dijo Johan con el ceño fruncido.

- Eso me lleva a que alguien debería cambiar el número de habitantes que aparece en la Wikipedia. Yo vine aquí pensando qué erais 500 habitantes, pero es que sois menos de 200.

- Éxodo rural. - Me contestó Johan encogiéndose de hombros.

Nos quedamos un momento en un silencio cómodo, mirando la chimenea, hasta que decidí preguntarle por eso que me llevaba dando vueltas en la cabeza desde que leí su carta.

- Oye, ya estoy aquí.

- Ya te veo.

- No idiota, quiero decir que ya estoy aquí, ya me puedes contar eso de las deudas. Me dejaste preocupada. Si necesitas ayuda sabes que puedes contar conmigo.

Johan, que estaba sentado en un sillón de su sala de estar, se inclinó hacia delante, apoyando los codos en las rodillas y escondió la cara entre las dos manos. Después de un sonoro suspiro, volvió a recostarse en el sillón y me miró directamente a los ojos.
Yo estaba presenciando esa escena bastante inquieta, sabía que me lo quería contar pero era un tema que le costaba, así que decidí no intervenir más y que él se tomara su tiempo para empezar a hablar.
Y así fue, al cabo de unos minutos, empezó a hablar:

- Ya sabes que mi padre murió cuando yo tenía 10 años, por culpa de un accidente de coche. Cuando él murió, mi madre, qué hasta ese momento regentaba la peluquería del pueblo, decidió dejarlo todo y encargarse de la granja. La muerte de mi padre le afectó mucho, y aunque mucha gente intentaba ayudarla, ella se negaba a cualquier ayuda, decía que podía con todo. Pero no fue así. La granja fue acumulando deudas, y cuando yo cumplí 18 años, por mucho que insistiera en que debía ir a la universidad, no podía dejarla así. Había empezado a trabajar a los dieciséis, haciendo pequeños trabajos en granjas de la zona y con 20 años tenía el dinero suficiente para poder abrir el bar. Al principio todo fue bien, cubrimos algunas deudas, pero luego le diagnosticaron cáncer a mi madre, y aunque intenté hacerme cargo de todo, no pude. Además el bar cada vez me daba menos dinero, porqué la gente se iba, así que volvieron a aumentar las deudas. Intenté vender la granja pero, ¿quién quiere una granja con deudas?. Además mi idea de venderla hizo que mi madre no me hablara en 2 meses. Y antes de morir me hizo jurar que no vendería la granja nunca, que siempre pertenecería a nuestra familia...

- Johan... - Me levanté y me senté en reposabrazos del sillón donde se encontraba mi amigo. Johan levantó la vista del suelo, donde había estado mirando todo el rato mientras hablaba y vi que tenía los ojos llorosos.

Con un brazo me rodeó la cintura, me sentó encima de él y hundió la cabeza en el hueco entre mi cuello y mi hombro. Yo, aunque de primeras me había sorprendido ese movimiento, no dije nada. Lo dejé llorar todo lo que quiso mientras le acariciaba el pelo.

- Pero bueno. - Se incorporó tras un rato, se pasó la mano por la cara para quitarse las lágrimas y se absorbió los mocos (nada sexy por cierto). - Parece que la cosa va ahora mejor, y poco a poco podré ir arreglando todos estos temas.

- No sabes cuánto me alegro. - Le sonreí tiernamente.

Giró su cara hacia mí y me di cuenta que estábamos muy muy muy cerca. Tan cerca que si me agachaba 2 centímetros lo podía besar. Ese pensamiento, sumado a la posición en la que nos encontrábamos, hizo que me pusiera tan roja como Elmo el de Barrio Sésamo. Como si de un espejo se tratase, al chico le ocurrió lo mismo y rápidamente me soltó la cintura. Nos pusimos los dos de pie, cada uno mirando a un rincón de la sala, bastante incómodos.

- Creo que mejor me iré.

- Sí, mejor. - Dijo el suizo rascándose la nuca. - Quiero decir, si quieres.

- Sí. - Cogí mis cosas, le di un mini abrazo, y me dirigí a la puerta.

Pero cuando ya tenía la mano en el pomo, me acordé de una cosa.

- Toma, te he traído turrón. - Le dije entregándole las dos pastillas de turrón que le había traído.

- Gra...gracias.

Nos miramos una milésima de segundo, antes de que yo me girara abriera la puerta y me fuera a mi casa.
Al llegar, encendí la chimenea, cené un bocadillo de jamón serrano que me había traído de casa por si tenía hambre durante el vuelo y me quedé dormida en el sofá (obviamente pensando en lo de esa tarde).

Dormí profundamente, sin saber como cambiaría mi estancia en Val-sur-Vert a partir del siguiente día.

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* Extremoduro es un grupo de rock español, y la canción a la que me refiero se llama "Salir".
* El Dragón Khan es una montaña rusa muy famosa en España. Se encuentra en el parque temático PortAventura.

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