¿Amigos?
- ¿Todo bien? - Me preguntó el doctor. - Llevas todo el día perdida.
- ¿Eh? Sí sí, todo bien. Es solo que, ya sabes, aún no se puede salir del pueblo y eso...
- Sí, ya. No te creo ni una palabra, pero haré como si sí. - Me sonrió dándose cuenta de que no quería contarle lo que me rondaba por la cabeza. - Pero, Victoria, sabes que puedes contarme lo que sea, te intentaré ayudar en todo lo que pueda.
- Lo sé, y gracias. Es solo que no se como me puedes ayudar en este asunto, es algo complicado.
- Te entiendo.
- Es que...
Iba a contarle a Elías lo que pasó la noche anterior cuando la puerta del consultorio se abrió y entró Vivianne, con su cara de alegría e irradiando luz como siempre, (nótese mi ironía).
- Hola, mi padre me manda aquí para decirle a Victoria que mañana a partir de las 10 vuelve a estar abierta la carretera y ya se puede salir. Adiós. - Y tan rápido como acabó de pronunciar esas palabras se fue sin esperar ni siquiera una contestación por parte de nosotros dos.
Miré a mi jefe con una inmensa alegría. La noticia fue tan bien recibida por mi parte que incluso olvidé todo lo que rondaba por mi cabeza desde la noche anterior.
- Vamos Vic. Vamos a buscar vuelos de última hora.
Mi felicidad se le había contagiado a mi jefe, y entre los dos buscamos vuelos durante un par de horas.
- ¿Ya está entonces?
- Sí, mañana a la 13 de Ginebra a Valencia. ¡Qué bien!.
- ¿No llamas a tus padres?
- No, he decidido que llegaré de sorpresa.
- Eres su regalo de Navidad.
- Algo así. - Reí.
La tarde pasó más rápida de lo que pensaba. No volví a pensar en él, me dediqué únicamente a preparar la maleta mientras escuchaba música a todo volumen y bailaba por toda a casa. A las 18h empecé a arreglarme para ir a cenar a casa de Lena. Decidí no vestirme ni muy formal ni con la ropa de todos los días, así que me puse una camisa blanca conjuntada con unos pantalones de tela a cuadros y las botas calentitas. A las seis y media ya estaba de camino a casa Lena.
- Feliz Nochebuena. - Felicité a mi amiga cuando ésta abrió la puerta.
- ¡Vic! Ya estás aquí. - Lena me abrazó. - Vamos entra, hace mucho frío.
Después de preparar la mesa entre Thomas y yo, nos sentamos los tres en la cocina mientras los niños jugaban en la sala de estar.
- Mañana vuelvo a casa.
- ¿Cómo?
Les relaté la aparición de Vivianne esa mañana en la consulta como mi ángel salvador (nunca pensé que me referiría a ella con esas palabras) y el vuelo de última hora que encontramos Doc y yo.
- Eso es genial Vic.
- ¡Sí! Aunque te echaremos de menos aquí. - Dijo Lena con una expresión de pena fingida.
- Oye, yo también os echaré de menos.
Nos volvimos a dar un abrazo, al cual, a los pocos segundos se unieron los dos pequeños de la casa que seguramente habían escuchado mi noticia.
- Vuelve pronto Vic. - Oí decir a Pierre, seguido de un "Por favor" de su hermano.
Justo cuando rompimos el abrazo sonó el timbre.
- Ya voy yo. - Dijo Thomas levantándose, y dejándonos a los cuatro un poco emocionados.
- A cenar chicos.
Nos dirigimos a la mesa y mientras nos sentábamos aparecieron Thomas y Johan.
- Mirad quién a aparecido.
- Johan, cariño, pensaba que no ibas a aparecer.
- Yo tampoco. - Contestó el rubio en voz baja, lo cual no pasó desadvertido por nadie.
- ¿Por qué? - Preguntó la anfitriona.
Sus ojos se posaron en mi una milésima de segundo, pero enseguida los desvío y volvió a ser el chico seguro que conocíamos.
- Por nada, ya sabes, problemas en la granja. - Dijo sentándose al lado de Thomas.
La cena estuvo bien, la comida deliciosa, como siempre que cocinaba Lena, el ambiente, sorprendentemente, muy relajado e incluso Johan y yo compartimos alguna frase y alguna sonrisa.
A las 21 ya habíamos acabado de cenar y fue cuando recibí una videollamada desde el teléfono de mi primo Miguel.
- Perdonad, tengo que contestar. - Disculpándome me levanté de mi asiento y me dirigí a la cocina para tener algo más de intimidad.
Aunque bueno, intimidad, intimidad... Ya sabéis. A una familia española al completo hablando por teléfono se les puede oír hasta en Marte. Así que aunque el único que entendiera la conversación era Johan, todas las personas que estaban en la habitación de al lado oían lo que estábamos hablando.
- ¿Cómo que ya has acabado de cenar? - Gritaba Miguel. Los ojos se le salían de las órbitas.
- Esos suizos no están bien. - Le seguía mi prima pequeña, Lucía.
Fue genial hablar con mi familia, y más aún sabiendo que al día siguiente los vería en carne y hueso. Los echaba mucho de menos, y ellos a mi también. Mi abuela incluso se puso a llorar, lo que hizo que yo también me pusiera a llorar (que puede ser más triste que tu abuela llorando) y estuve a punto de joder mi sorpresa y decirles que al día siguiente me tenían allí, pero me contuve, lo cual fue más fácil al tener a mi primo por el otro lado de la videollamada tal que así:
- Pues yo no te echo de menos, incluso esta noche me voy a quedar con tu regalo. - Por este comentario se ganó una colleja de mi prima, que aunque yo diga pequeña tenía 13 años.
Cuando la conversación acabó, volví a la mesa y me volví a unir a la conversación.
A la media hora Benji y Pierre se caían casi de la silla del sueño que tenían, entonces Thomas y Lena decidieron acostarlos y yo aproveché para despedirme e irme a dormir.
- Vuelve pronto eh. - Me repitió Pierre.
- ¿Volver? ¿Dónde vas? - Preguntó Johan.
- A casa. Mañana la carretera está abierta y he encontrado un vuelo para el medio día.
- Pero si les has dicho a tu familia...
Veis como si que se oían.
- Es sorpresa. - Le sonreí.
Pierre y Benji me abrazaron y se despidieron junto a Thomas que se los llevó al piso de arriba. Lena también me dio lo que fue el tercer abrazo de la noche y me acompañó a la puerta.
- Espera, te acompaño a casa. - Johan se puso la chaqueta y nos siguió.
- Pásatelo bien, cuando llegues me avisas y ya me llamarás un día de estos.
- Sí mami. Buenas noches.
- Buenas noches chicos.
Lena cerró la puerta dejándonos a Johan y a mi solos y en silencio.
- ¿Vamos? - Pregunté para cortar ese silencio.
- Mi coche está ahí.
- Prefiero ir a pie si no te molesta. Quiero recorrer las calles una vez más antes de irme. - "Y eso me da más tiempo para abordar el tema" pensé.
- Claro, sin problema. Vamos.
El silencio volvió a pesar sobre nosotros. Ya íbamos por la plaza cuando a la vez dijimos:
- Sobre lo de anoche...
Ambos reímos nerviosamente y callé para dejar a Johan hablar.
- Sobre lo de anoche, quería pedirte perdón por mi comportamiento de mierda. No debí hacer lo que hice, ni irme de esa manera luego. Me asusté y la cagué. Soy un imbécil.
- Toda la razón.
- Por otra parte lo que ese beso significó... Es verdad, me gustas.
- Pero...
- Pero eres mi amiga, eres muy joven, no te puedo retener aquí de por vida. Si hubieras visto tu cara de ilusión al decirme que volvías a casa... No te puedo privar de eso y yo no me puedo permitir salir de aquí. Además sé que en un año y pico cuando se acabe el contrato no te vas a quedar, quieres ver mundo y lo entiendo.
- Primero, lo de la edad, eres gilipollas. Segundo, te entiendo, también me gustas pero yo tampoco te puedo obligar a dejar todo lo que tienes aquí para venirte conmigo. Así que... - Hablando y caminando ya habíamos llegado a mi casa. Me giré hacia él para tenerlo de cara a mí y le tendí la mano.- ¿Seguimos siendo amigos como antes?
- Amigos como antes. - Me estrechó la mano con una sonrisa y estiró de ella para envolverme en un gran abrazo, el cual yo acepté con gusto.
- Nos vemos en 10 días grandullón. - Me despedí aún abrazándolo.
- Hasta dentro de diez días pequeña.
Ya estaba por abrir la puerta cuando me llamó.
- ¡Victoria! - Me giré y lo vi tendiéndome un paquetito muy bien envuelto. - Te lo iba a dar mañana, pero como te vas... Feliz Navidad.
- Johan... No tengo nada para ti. - Le dije tristemente.
- Tranquila, no es gran cosa. Pero me hace ilusión que seas de las primeras en saberlo y en probarlo.
- ¿El qué?
- Ya lo verás. Te lo explico todo dentro.
- De acuerdo chico misterioso. Muchas gracias. - Le volví a dar otro corto abrazo. - Te voy a echar de menos.
- Y yo a ti.
Dicho esto entré en casa. Decidí abrir el regalo de Johan en casa, mañana cuando llegara, y lo metí en la maleta.
Me acosté en la cama, feliz de mi inminente viaje y feliz también que el tema con Johan se hubiera arreglado. Igual no se había quedado como yo esperaba... Pero mejor eso que nada.
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