Capítulo 6

"Dime lo que quieras, pero no que no me amas".
-Koll.

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Luego de dormir plácidamente durante apenas cuatro horas, Snixe se levantó a las cuatro de la mañana para alistar su almuerzo, bañarse y vestirse para ir a trabajar. Decidió tomar un baño primero, tomando agua en un balde, no porque no tuviese ducha, sino porque la factura del agua salía por las nubes.


Limpia, y económica.

Le pareció extraño ver que su ducha estaba más grande y lujosa. Pensó que era por el sueño y el cansancio.

Continuó con su rutina hasta ir a buscar un cepillo para su cabello. Observó su cuarto y espabiló al notar la diferencia de éste.

¿Desde cuando era tan grande y elegante? ¿Cuándo lo había pintado de blanco? ¿La habían cambiado de casa? Habían artilugios que no había visto más que en televisión por ser altamente costosos.

Observó a todos lados, claramente confundida. Una notificación del tablero le heló la sangre.

Actualización de entorno completa. Haz clic para ver las novedades.

Gruñó molesta por haber transformado su apartamento en un claro, ¿cómo debería llamarlo? Era tan grande que parecía una casa completa.

Sin percatarse de lo demás, observó el reloj antiguo que daba la hora. Habían pasado veinte minutos. Su entrada era a las siete de la mañana, pero evitaba el tráfico al irse a las seis y media.

Revisando sus cosas, ciertamente similares, tomó su uniforme y decidió vestirse.

El uniforme blanco contrastó con su piel. Amarró su cabello en una elegante coleta alta, dejando su frente al descubierto. Sus enormes y redondos lentes le ayudaron a leer mejor las instrucciones de la crema que estaba por aplicar en las puntas de su cabello. No sabía hablar francés así que no le tomó importancia. Echó una pequeña cantidad en su mano, y cuando estaba a punto de aplicarla, alguien tocó la puerta.

—Angelito, necesito pasar —escuchó decir a alguien.

Es Morer, pensó la peliblanca. Ya estaba vestida, así que le abrió la puerta, con cierto recelo debido a los sucesos anteriores. Era temprano, ¿qué hacía ahí en vez de dormir?

—¿Qué haces aquí? ¿Qué quieres? —inquirió arisca. Era inútil preguntarle el motivo del cual su presencia estaba en el apartamento, porque ya sabía que no los podía sacar de su hogar.

—No me hables con recelo. Simplemente vengo a arreglarte para que vayas radiante a tu trabajo.

Dicho esto, sacó una gran maleta llena de quien sabe qué, pero lo utilizaban los estilistas.

—Soy enfermera, Morer, no modelo.

Los ojos ámbar del pelinegro se dilataron al notar la mirada de Snixe en la clara marca de mordida que ella le dejó como método de autodefensa.

Guácala, pensó la muchacha.

—No te robaré mucho tiempo, cariño, solo quiero peinarte y nutrir tu lindo rostro con mis más recientes productos. Dame quince minutos y estarás lista.

No es como si no me sobraran, pensó. Lo dejó desatar su coleta, sin embargo, él la sentó en una silla sin respaldar que tenía cerca.

Su trabajo era profesional.

Notó que no habían dado muestras de sus profesiones hasta que desbloqueó la información de todos. Se quedó viendo hacia la nada, con un apenas notable nerviosismo.

Sin importar la situación, seguía siendo una mujer, soltera, y linda, aunque ella no tenía ese concepto de sí misma. A través del espejo frente a ella observó las lonjas que se formaban en su panza a través de su camisa blanca. Hizo una mueca y miró nuevamente el reloj.

Realmente solo pasaron quince minutos cuando Morer le dijo que ya había terminado. Había sido tan delicado que apenas sintió como desenredó un par de nudos en su cabellera.

Una hermosa trenza que terminaba en un moño adornaba su cabeza.

—Así no te molestará el cabello en el trabajo —susurró con voz grave el pelinegro.

Asintió, dio las gracias. Morer también la veía por medio del espejo.

Es un ángel, pensó el pelinegro. Sus mejillas se calentaron, así que decidió recoger todo y marcharse.

Ella se quedó ahí, muda, procesando lo que acababa de pasar. Aclaró sus pensamientos con un carraspeo y siguió alistándose. El tiempo iba muy rápido, así que desayunaría con una taza de café y llevaría pan con mermelada al trabajo. Compraría una bebida en el camino.

Se sobresaltó al escuchar el sonido de la licuadora. Corrió a ver quién licuaba algo a las cuatro de la mañana. Sus vecinos la insultarían.

Al caminar por el pasillo no reconocía su apartamento. Decoraciones por doquier, olía a algo dulce, todo muy bien arreglado. Al ver la cocina no podía creerlo.

Era aún más grande que esas cocinas de millonarios que veía en Internet. No era ni chef ni cocinera profesional, ¿para qué quería una cocina tan grande?

—Buenos días, solecito —saludó una varonil y reconocible voz.

—Buen día, Tracrew. ¿Qué haces levantado a esta hora? Van a ser las cinco de la mañana.

El moreno cocinaba atento a la mirada de Snixe. Andaba en un elegante traje blanco.

¿Desde cuando los abogados vestían smoking blanco?

A él le queda bien porque es moreno. Yo parezco zombie, sopesó la chica. Tracrew la invitó a sentarse, le ofreció un oloroso desayuno y luego de dar gracias, comieron juntos.

—Entro a las seis, así que aproveché para cocinarte algo y desayunar contigo.

Snixe casi se ahoga por meterse un bocado demasiado grande a la boca. La comida sabía demasiado bien. ¿Cuánto tiempo tenía de no comer comida que no fuese chatarra o comprada en algún puesto callejero? Casi cumplía dos meses de su ruptura con Azzier, y con él comía saludable.

Parecía glotona tragando de esa manera tan desesperada. El moreno rió y limpió una miga en su mejilla.

Se sintió amada, aún sabiendo que era una falsa ilusión por un deseo egoísta que pidió debido al despecho.

Ese remordimiento no la dejaba en paz.

Ambos terminaron de comer. Tracrew fue el primero en levantarse, besó la coronilla de la cabeza de la muchacha y la acarició en su blanca cabellera.

—Tu almuerzo queda listo en la lonchera, solecito.

Se retiró para marcharse a su trabajo.

El sol eres tú, Tracrew. Pensó.

Rittzo se ofreció a ir a dejarla, pues él iría cerca del hospital. Besó su mano al despedirse.

Arrideverchi, amore.

Con su autoestima por los cielos debido al cuchicheo de las demás enfermeras, se dirigió a la sala de emergencias. Le tocaba trabajar ahí.

Comenzó por curar la herida de una señora que se cortó con una sierra. Tenía casi deshecho dos dedos. ¿Quien rayos enciende una moto sierra con los dedos sobre ella?, pero fue posible.

Atendió a pacientes con una simple gripe, a ancianos que iban a consulta y a pacientes de la sala de ortopedia que irían a ponerse un yeso debido a una fractura.

—Snixe, ve a ver el paciente que recién llegó. Tiene una fractura media y su brazo está morado. Estimula el flujo de sangre mientras el doctor viene.

La peliblanca asintió y acomodó sus lentes. Chocó con alguien mientras revisaba el expediente del sujeto. Tenía veintiún años, padecía de hipotiroidismo...

Snixe, mira por donde vas.

Se detuvo abruptamente al escuchar esa voz tan grave, tan suave y al mismo tiempo grata.

—Koll —susurró a modo de afirmación.

¿Qué rayos hacía él ahí? Era doctor y todo, pero ¿necesariamente en su hospital? Ilógico.

—¡Veo que casi tiras el café del doctor! —comentó la jefa de enfermería. En un movimiento de desespero, Snixe la tomó de los hombros, pidiendo respuestas.

—Dígame, jefa. ¿Cuanto tiempo tiene Koll de trabajar aquí?

—Como ocho años, ¿por qué...?

Snixe la soltó de sus hombros, su cara reflejaba confusión. Retrocedió y acarició el canal de su nariz al quitarse los lentes.

No lo entiendo, pensó la peliblanca.

—Disculpen, no es por irrumpirlos pero no siento mi brazo —irrumpió alguien.

Snixe volteó, y se asombró ver al chico gordito que la había salvado de una muerte segura.

—¿Tú? —interrogó ella.

—¿Señorita...?

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Creé esta historia para un concurso, pero creo que he perdido mi objetivo, porque la amo. La creé con un propósito pero me terminé enamorando de ella.

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