«54»

El día miércoles llegó antes de lo esperado, para fortuna de ambos. Habían hablado varias veces antes, a fin de cuentas, el día que se encontraron había sido el jueves anterior, todos los días habían hablado. EL fin de semana lo hicieron por chat y durante horas.

Brian se duchó cuatro veces y se cambió de ropa otras nueve. Estaba más nervioso de lo que alguna vez pensó que estaría.

Y simplemente porque aquel beso en la mejilla aumentó las ganas de que todo volviese a la normalidad. A cuando eran novios. Supo que tenía que luchar por ello.

Finalmente, salió y se dirigió a la dirección que le había pedido a Roger en la escuela. Al llegar el mismo rubio le abrió.

— Hola —saludó.

— Hola.

Habrían quedado en una eterna mirada silenciosa, si Winifred no hubiese intervenido, diciéndole a Roger que fuera antes que llegaran tarde a la función.

Ambos bajaron por el ascensor, al principio iban en silencio.

— Y... ¿es cómodo vivir con tu mamá? —se atrevió a preguntar Brian.

— Lo es —respondió Roger—. Es estupendo.

— Te está creciendo el cabello otra vez —observó, él asintió.

— Volveré a dejármelo largo —dijo.

— Te ves precioso con cualquier corte —dijo el mayor sonrojándolo.

Caminaron al cine, esta vez no lo hacían tomados de la mano, pero llevaban un pequeño avance y algo era algo, y a fin de cuentas con aquello los dos se contentaban.

Entraron y esperaron en la fila. Estaban nerviosos y no sabían con exactitud qué decir. Solo se dedicaban miradas que alejaban cuando el otro la devolvía. Estaba claro que era incómodo por todo lo que antes había sucedido entre ellos, pero poco a poco fueron dejando esa incomodidad atrás y los ánimos para conversar aumentaron.

Incluso comenzaron a reír con tonterías dichas por el contrario, ni siquiera se percataron cuando la larga fila llegó a su fin, y ya les tocaba comprar las entradas.

Tras decidir una película entraron, Brian fue a comprar la comida y finalmente ingresaron a la sala, sentándose en los asientos que les habían asignado.

Tras un rato, la película empezó. La veían con atención y a veces la comentaban. En un momento, se miraron, perdiéndose en la mirada ajena y siguiendo un instinto que estaba presente en sus corazones.

Se acercaron de a poco, mientras iban cerrando los ojos, y el tono carmesí se acentuaba en sus mejillas.

Pero la luz del cine se encendió y los aplausos en la sala los hicieron separarse.

— Lo siento —murmuró Roger sentándose como corresponde y desviando su mirada, notoriamente avergonzado.

Brian no supo qué decir.

Minutos más tarde, iban saliendo del cine. Roger aún estaba algo avergonzado, miraba al suelo con las mejillas rosadas y las manos juntas. Brian se enterneció, pero no dijo nada.

— Antes... antes de que te vayas —dijo y el rubio lo miró expectante—. Me... me preguntaba si quizás quisieras ir a caminar, o... al monte.

— Claro —se atrevió a sonreír—. Eso estaría bien.

— E...estupendo —sonrió devuelta.

Las manos les sudaban producto del nerviosismo y sus corazones latían con fuerza. Roger no estaba seguro de lo que estaba ocurriendo. Iban a besarse, y algo los interrumpió ¿por qué?

Y ¿por qué no hizo un intento en repetir la oportunidad? ¿Y si esa no eran las intenciones de Brian, y solamente quería que volviesen a ser amigos? O siquiera eso, ¿Y si solo era el sentimiento de culpa por cómo su relación había acabado?

— Diablos, Roger eres un exagerado... —murmuró refiriéndose a sí mismo.

— ¿Hm?

— Nada —dijo.

Finalmente llegaron al monte. Comenzaba a anochecer y el cielo era pintado con tonos rojizos y violáceos. Había un viento cálido, pero agradable y decidieron sentarse en el pasto.

Roger se acostó sobre este para ver el cielo, Brian imitó su acción acostándose a su lado.

— Está hermoso —comentó.

— Sí, lo está —coincidió.

— ¿Has notado como las nubes muchas veces parecen objetos? —preguntó Brian.

— Sí, cuando era niño con Clare jugábamos a mirar las nubes y encontrar formas —sonrió con nostalgia—. Eran buenos tiempos.

— Imagino que sí —tomó su mano, Roger miró estas y luego a él, sonrojado.

Brian también lo miró e hizo una media sonrisa.

Roger no tardó en entrelazar sus dedos y volver a mirar al cielo sonriendo bobamente. Brian hizo lo mismo.

— Creo que veo un tejón —dijo Brian—. Y al lado hay una guitarra, ¿tú que ves?

— Veo... un auto —dijo Roger señalando el lugar con la mano disponible.

— Eso es una tortuga, no un auto —rió Brian.

— ¡Es un auto! —reclamó—. Mira, ahí están las ruedas, allí el capó y allí...

Iba a seguir hablando, sin embargo Brian se lo impidió al tomarlo de la mejilla y besarlo en los labios. Roger al principio no estaba seguro de qué hacer, pero finalmente correspondió. Extrañaba aquel tacto. Extrañaba aquella sensación y extrañaba las mariposas sentidas en su estómago.

Y Brian también. Por algo lo había besado.

— Brian... —dijo una vez se separaron.

— L-Lo siento, no debí, ¿verdad? Perdón... te puse incómodo y con todo lo que ha pasado, quizás no quieras na-

Ahora fue Roger el que lo interrumpió besándolo, solo que esta vez lo abrazó por el cuello poniéndose ligeramente sobre él. Brian correspondió abrazando su cintura y una sonrisa iluminó ambos rostros.

— ¿Los amigos se besan? —preguntó Brian cuando se separaron, sin que ninguno de los dos se soltase.

— Eh... esto... no que yo sepa... —dijo Roger pensando que aquellas eran sus intenciones, no evitó sentirse algo mal.

— Por lo mismo, no podemos ser amigos.

— ¿N-No?

— No, ¿volverías conmigo?

Roger lo miró con los ojos algo abiertos.

— B-Brian...

— Sé que quizás es acelerado... pero... diablos, no sabes cuánto te extrañé —dijo—. Y sé que te ignoraba en la escuela, pero... era porque pensé que quizás si hablábamos habiendo pasado tan poco tiempo... terminaríamos peor, yo...

Roger desvió la mirada.

— Tenía miedo —admitió.

— ¿De qué? —se atrevió a preguntar en un tono amable volviendo a dirigir la vista a sus ojos hazeles.

— De no poder recuperarte —dijo—. De hacer que... que hicieras alguna estupidez por mi culpa...

Roger suspiró.

— No sabes cuánto me aliviaba ver tus brazos sanos, verte con camisetas manga corta sin miedo... 

— Pero nunca me mirabas —repuso Roger confuso.

— Oh, Rog, créeme que sí lo hacía —repuso—. Lo hacía cada vez que no me veías, cada vez que guardabas tus libros, que estabas distraído, que mirabas por una ventana. Te miraba siempre que podía para recordarme que fui tan tonto que te perdí.

Roger no sabía qué decir.

— Y sí, era un poco masoquista —siguió—. Pero me lo merecía.

Roger no supo en qué momento había comenzado a llorar, solo sintió una lágrima recorrer su mejilla y caer sobre la camiseta de Brian, quien le secó las restantes con el pulgar mientras acunaba su rostro con la palma de su mano.

— Yo aún te amo —dijo—. No he dejado de hacerlo y sé que eché todo a perder por unos celos estúpidos, y no entiendo cómo me lograste perdonar, pero lo hiciste y eso demuestra la buena persona que eres.

— No soy buena persona —sonrió tristemente.

— Sí, lo eres, y esa es una de las razones por las cuales me enamoré de ti.

— Yo... hubiera seguido en mi desgracia —comenzó Roger lentamente—. Estaba sumido en mis problemas y pensaba que no había forma de salir de ellos, pero... un tipo en el hospital habló conmigo y me hizo entender que hay gente viviendo cosas peores y... que no soy nadie para no perdonar. Acepté mi vida y le encontré cosas buenas. De verdad. Y lo mejor de todo fue que...

— ¿Qué?

— Que me hizo darme cuenta que si se daba la oportunidad... se puede comenzar de nuevo, porque aún te amo.

Brian se sentó, por lo que Roger también se apartó para hacerlo.

— ¿Lo dices en serio?

Roger asintió tímidamente y Brian tomó su mejilla con una mano para besarlo en los labios, Roger correspondió.

— Entonces... ¿v-volverías conmigo?

— Sí —respondió y Brian lo volvió a besar.

— Entonces, créeme que me has hecho el chico más feliz del mundo.

Roger sonrió, no lo pudo evitar.

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