«52»
Era un vacío grande en su corazón el dejado. El vacío hecho tanto por el resto de sus compañeros, como de Brian y a veces de sus amigos lo estaba matando.
Mentalmente.
Admitía que en los momentos que pasaba con Brian había sido feliz. Admitía que no dejaba de amarlo. Admitía que quería que estuvieran juntos, aunque era demasiado orgulloso para decirlo en voz alta.
El orgullo muchas veces es lo que nos impide luchar, aunque Roger pensaba que quizás ya no había tanto por lo que hacerlo, Brian simplemente no estaba interesado en reunir las cenizas de aquella relación.
Le hubiese gustado recordar su último ósculo como uno dulce, tierno y apasionado, no como el que fue, agresivo, forzado y con el olor a cerveza a flor de piel sobre sus labios.
Se sentía tonto, sabía que nunca el primer amor era eterno, sin embargo, él deseaba que lo fuera, porque dudaba poder amar a alguien de la forma en la que amó a Brian.
El peligro inminente volvía a hacerse presente, rondando por su mente una y otra vez.
¿Sería capaz de hacerle eso a su madre? Literalmente era la única que valía la pena.
Sin embargo, aquellos pensamientos seguían y seguían. Pero no, ¿valía la pena? ¿De verdad la valía?
Seguía y seguía pensándolo en aquella silenciosa y fría sala de espera blanca.
Habían numerosos enfermos a su lado por distintas patologías. Él estaba allí simplemente para hacerse un chequeo tras su shock anafiláctico, debía ir una vez al mes durante un año, para asegurarse que sus defensas seguían en orden.
Veía su celular, veía una red social. Sus ojos hinchados como tendían a estar, estaban fijos en la pantalla, que iba bajando con el dedo para poder ver las publicaciones.
Una publicación de Brian. Estaba en el cine con dos chicos de su clase con los que no hablaba nunca. Se veía contento. Tan contento.
Sonrió inconscientemente. Extrañaba ver esa sonrisa. Sin darse cuenta, le dio like a la publicación y siguió mirando fotos de sus bandas favoritas, o chistes que simplemente no lo hacían reír.
Cuando vio una publicación que decía "viernes con v de ven conmigo que te extraño", pensó que debía dejar de seguir tantas páginas de indirectas y apagó la pantalla para apoyar la cabeza en el respaldo, echándola hacia atrás.
— ¿Todo bien, joven?
Miró a su lado, un hombre calvo, sin cejas, pero sonriendo lo miraba. ¿Cuánto habría tenido? ¿Treinta? ¿Cuarenta? A juzgar por las nulas arrugas que tenía. Su cuerpo era tan delgado, que Roger pensó que si se caía se quebraría cual muñeca de porcelana. Sin embargo, sonreía y sus ojos mostraban un sentimiento de alegría.
— No... —suspiró pesadamente ¿qué sacaba con mentir?
— Veo en tu mirada lo mal que estás —dijo—. Algo está quitando la felicidad de tu camino, ¿no es así?
¿Sacaría algo hablando con un extraño? Bueno, muchas veces había servido, además... qué más daba.
— Sí —afirmó.
— ¿Puedo preguntar qué es?
— Terminé... terminé con mi novio —dijo—. Ha pasado casi un mes y... la cosa sigue igual o peor.
El hombre escuchaba atentamente sus palabras.
— Ya no me mira, no me habla. Finge que no existo —siguió—. Todo fue por algo tan estúpido... por unos malditos celos... por una maldita desconfianza... la última vez que me habló estaba ebrio y terminó empujándome. Y... y lo peor de todo... —se mordió un labio.
— ¿Qué es?
— Que sigo amándolo igual que siempre —dijo con una sonrisa triste y pasándose un dedo por los ojos para secar unas pocas lágrimas que salían.
— Eso es entendible —dijo—. Dígame...
— Roger.
— Dígame, Roger, ¿cuánto duró la relación?
— Un año y medio —explicó—. Terminamos un año porque él se había ido a Australia, pero... la situación fue distinta.
— Comprendo... —dijo—. Sin embargo, estoy seguro que no es solo eso lo que lo molesta.
Roger no supo qué decir. ¿Cómo se había enterado? ¿Tan obvio era?
— No... —admitió.
— ¿Cómo es su vida? —preguntó.
— Una porquería —suspiró tristemente—. Solo tengo a mi madre y... ya no puede vivir conmigo. Antes lo tenía a él y...
— ¿Y por qué no puede vivir con ella?
— Mi padre —murmuró, sin embargo el hombre fue capaz de oírlo.
— Comprendo —dijo—. Tiene que irse de allí, llamar a alguien y no dejar que siga haciéndole lo que le hace.
Roger volvió a mirar algo atónito al hombre que tenía delante. ¿Había olvidado maquillar algún hematoma visible?
— Y... creo que debería hablar con sus amigos también —siguió.
— Ya no sé si los tengo —admitió recordando lo poco y nada que compartía con ellos, y lo poco que se preocupaban, o la poca cuenta que se daban de lo que le ocurría—. En la escuela me molestan, me aíslan...
— Pero tienen que castigar a quienes le hacen daño —dijo—. Denuncie. No solo a sus compañeros.
— Me han intentado hacer cosas que me gustaría olvidar —admitió.
— Por lo mismo, debe denunciar.
Roger hizo una media sonrisa.
— No es tan fácil —dijo—. Nunca nadie me cree.
— Nunca hay que rendirse.
— Bueno, es verdad... ¿sabe? Creo que mi mundo se comenzó a desmoronar cuando mi hermana entró en coma —dijo—. Por mucho tiempo evité crecer, por miedo. Terminé aislándome más y... él llegó. Así, simplemente un día leí su nombre en una lista de alumnos que ingresarían al año siguiente. Solo había uno para mi clase, Brian May. Me pareció un nombre curioso. Después... al año siguiente apareció en él aula. Sentí algo extraño. Le hablé. Me hice su amigo. Admití que me gustaba, no correspondió hasta después, y cuando lo hizo...
— Fue mágico, ¿no es así?
— Es exactamente la palabra que usaría —sonrió con nostalgia—. Fue mi apoyo, fue todo para mí. Cuando mi hermana murió... me apoyó. Cuando mi papá se enteró... no se lo tomó bien y comenzó a odiarme más de lo que ya lo hacía. Pidió mi custodia, la ganó. Y al mes siguiente... él tuvo que irse.
El hombre seguía escuchándolo con suma atención.
— Ese año fue una porquería para mí —dijo—. Maduré, la pasé mal. Pero volvió. Y por mucho tiempo me dio una alegría que necesitaba. Conseguí un trabajo y... ahí comenzó todo. Se ponía celoso, no confiaba en mí... olvidó un aniversario de mes y... terminé con él. Me encontró mi jefe...
— No tienes que contar más —dijo—. Entiendo tu punto... ¿lograste huir?
— Por suerte, sí —dijo—. Pero fue horrible. Siento que todo en mi vida va mal, que cada cosa que hago deriva a otra que me dañe. Ya no sé si seguir vivo sea lo que de verdad quiero.
— Todo tiene solución en esta vida —dijo—. Las cosas pueden verse malas, pueden verse como que no mejorarán, pero ¿Sabes que es lo único que puedes hacer al tocar fondo?
— ¿Subir?
— Exactamente —dijo—. Puede que el cielo esté tormentoso, nublado, que haga frío... pero siempre saldrá el arcoíris y con ello el sol. No olvide nunca eso, Roger.
Él asintió.
— ¿Sabe qué es lo que me trae por aquí? —le preguntó el hombre a lo que Roger negó—. Sufro de un Cáncer pulmonar en etapa terminal, y todos los viernes vengo a hacerme la quimioterapia.
Roger sintió que su corazón se encogía.
— Dios... y yo quejándome por esto... lo siento muchísimo, señor, en serio.. yo...
— No es problema —sonrió el hombre—. A lo que iba, es que aunque lo más seguro es que dentro de unos meses moriré, trato de vivir la vida de una forma optimista, ver el lado bueno de las cosas, ver la luz en la oscuridad. Arreglé las cosas con la gente que me había peleado. Hice lo que siempre quise y que me había acobardado. Me hubiera gustado poder haber tenido un hijo, pero la ocasión no se dió. Sin embargo, soy feliz. Porque sé que cuando me vaya, habré estado en paz con el resto y conmigo mismo.
Roger se impresionó por las palabras dichas.
— Eso es muy fuerte... —dijo.
— Claro que no, es simplemente lo que debe hacerse —repuso sonriendo—. Si quiere mi consejo, le diré que no se sienta así, busque la felicidad en algún lugar, y siempre esté dispuesto a perdonar. La vida es muy corta para no hacerlo, y no nadie es digno de no perdonar.
— Está... está bien —dijo sonriendo y con los ojos llorosos—. Seguiré su consejo.
— Eso me alegra muchísimo —sonrió—. Ahora debo irme, pero ¿quién sabe? Quizás nuestros caminos vuelvan a cruzarse.
Se puso de pie y Roger lo miró mientras comenzaba a caminar.
— Señor, espere —dijo y él se dio la vuelta—. ¿Cuál es su nombre?
Él sonrió.
— Solo llámeme el hombre del hospital —respondió y se perdió entre las personas y las paredes del recinto.
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