«50»
Al día siguiente era la fiesta de John, no tenía ganas de ir, pero ya había confirmado su asistencia y su amigo no tenía la culpa de lo sucedido entre él y Brian.
Había mandado una carta de renuncia a la cafetería, no iba a aguantar que Ken siguiese molestándolo, pero ya sabía lo que sucedía si no habían pruebas, nadie te creía.
Ni siquiera quería arreglarse para salir, pero decidió hacerlo más por orgullo que por otra cosa, para no mostrar lo afectado que estaba.
Se colocó unos jeans de mezclilla negros rasgados, una camiseta de Nirvana del mismo tono y una camisa roja a cuadros colocada a modo de chaqueta. Quiso sonreír ante el espejo, no pudo.
Se colocó unas zapatillas de lona negras y salió de la casa. Ni siquiera se peinó ni le avisó a su padre a dónde iría, estaba a un punto en el que no le importaba si ese lo golpeaba.
Caminó a la casa de John y miró la hora, la fiesta había empezado hacía cuarenta minutos. Iba tarde.
Cuando llegó, tocó la puerta y el dueño de casa le abrió con una sonrisa en el rostro.
— ¡Hola, Rog! ¡Pasa! Brian ya llegó y...
— No vine para estar con él —interrumpió desviando la mirada hasta que logró divisar al rizado conversando con un grupo animadamente.
— ¿Ah...? ¿Acaso pelearon o algo? —preguntó John extrañado.
— Terminamos, John —respondió Roger ingresando a la casa y dejando al nombrado con la boca abierta.
Había música sonando por toda la casa, muchos de los invitados bailaban, comían o socializaban. Roger no sabía bien a dónde dirigirse, así que se instaló en un rincón al lado de la mesa que contenía comida y sacó un poco de papas fritas comenzando a comer.
Estaba aburrido, no sabía con certeza qué hacer, pronto vio a Freddie y a John acercándose a paso veloz hacia él. Freddie lo tomó por los hombros.
— ¿¡Terminaste con Brian!?
— Sí —respondió simplemente.
— ¿¡Y por qué!?
— Falta de confianza —dijo y se alejó, Freddie y John quedaron perplejos.
Caminó hacia el baño mientras la mayoría de las personas con las cuales se cruzaba le preguntaba de si era verdad que Brian y él habían terminado, comenzaba a marearse sin entender cómo un rumor era capaz de propagarse tan rápidamente cual bacteria.
Entró y cerró con pestillo, se mojó la cara en el lavamanos y se miró en el espejo. Aún tenía los ojos hinchados, esto producto de su lúgubre y abundante llanto de la noche anterior, como siempre, estaba despeinado. Vio como el cabello le llegaba a la altura del mentón, sin embargo conservaba una especie de flequillo. ¿Qué tenía que hacer para sentirse satisfecho con su imagen?
Tras unos momentos, salió del baño. La música que había sido amortiguada por las paredes de cerámica volvía a subir su volumen y a llegar a sus oídos. Ya quería irse y acababa de llegar.
Amanda Kane se le acercó con una radiante sonrisa en el rostro.
— Hola, Roger —saludó.
— Hola.
— Así que Brian y tú rompieron —dijo sin ocultar la sonrisa.
— Sí, nos vemos.
— Hey, estoy hablando contigo —dijo con una mirada de inocencia fingida, Roger se detuvo a mirarla con el ceño fruncido—. Ahora que Brian está disponible...
— Me importa un comino lo que quieras con él —dijo—. Solo no me jodas si logras algo.
Acto seguido bajó las escaleras.
Era incómodo tener que pasar cerca de Brian, quien parecía vivir su vida de la mejor manera posible, incluso conversando con gente que normalmente lo ignoraba. Notó que Amanda se le acercaba, seguramente para ligar, pero se sorprendió al notar como el rizado la ignoraba deliberadamente. Sin embargo, quería resignarse de que lo de ambos había terminado, sin lograrlo.
Había sido mala idea ir a la fiesta, todos lo ignoraban, y si no lo ignoraban era simplemente para preguntarle respecto a Brian y a él. se juró matar a Freddie y a John por divulgarlo, claro, no literalmente.
Estaba mirando al suelo cuando lo tomaron de las mejillas. Se sorprendió, Brian intentaba besarlo y lo alejó.
— ¿Qué demonios haces? —preguntó.
— Bebé... no hay que pelear... —dijo restregándose un ojo y colocando ambas manos en la pared aprisionando a Roger.
— ¿Estás ebrio acaso? —preguntó sintiendo el olor a cerveza que emanaba de su boca.
— Claro que no, bésame —lo acercó tomándolo del rostro y juntando sus labios, Roger lo alejó con un empujón pequeño.
— ¿¡Qué diablos te pasa!? —preguntó.
— Te amo... volvamos. Estás precioso...
— ¡Estás ebrio!
— No lo estoy —tomó su cintura y nuevamente lo besó. Roger volvió a alejarlo.
— Ya suéltame —dijo comenzando a irse.
— No —respondió tajante y lo abrazó desde atrás para darle un beso en el cuello, Roger volvió a apartarse.
—¿Podrías dejarme solo?
— No, volvamos.
— ¡Estás ebrio!
— ¡No lo estoy! —exclamó y le dio un empujón lo suficientemente fuerte como para que el rubio cayera al suelo.
Por un momento todos se les quedaron viendo, las mejillas de Roger estaban rojas de la vergüenza y la rabia y lo miró con una mezcla de tristeza e ira en sus ojos azules.
— No vuelvas a tocarme —dijo levantándose y comenzando a irse.
— Diablos, no... Roger espera —lo tomó del brazo esta vez de forma suave, Roger se soltó.
— ¡Suéltame! ¿Quieres? —dijo con los ojos inundados en lágrimas. Brian se odió a sí mismo por ser el causante de estas.
— Mi amor, podemos hablarlo, yo...
— Ya cállate —pidió—. Por favor.
Luego de esto se fue, Brian lo siguió.
— ¡Sí, estaba un poco ebrio, pero te juro que yo solo quiero...!
— Déjame solo —pidió abrazándose a sí mismo sin dejar de caminar mientras las lágrimas seguían cayendo por sus mejillas.
— Mi amor, yo... te amo muchísimo, no quise que nada de esto pasara, de verdad.
— Pero pasó.
— Lo sé, yo... fui un tonto, y...
— Cállate.
— Rog, eres lo mejor que tengo en mi vida... por favor... por favor no me hagas esto.
— Tú mismo lo hiciste, Brian —dijo y aceleró el paso. Brian se detuvo y vio su delgada figura alejarse a través de la penumbra.
— Pero yo te amo... —musitó. Sin embargo ya era demasiado tarde, Roger se había ido.
(...)
Al llegar a su casa, se ganó una buena remienda de su padre, que claramente terminó con su cuerpo con numerosos hematomas. No le importó y subió a encerrarse a su habitación.
Colocó el disco The Piper of a Gates Down de Pink Floyd y se lanzó a su cama a llorar apretando la almohada.
Lloró básicamente toda la noche, sin descanso, sin dormir, abrumado y queriendo que todo terminara por fin.
Ya no tenía amarre para que todo terminara.
Bueno, estaba su madre. ¿Sería capaz de hacerle aquello? No quería que sufriera la mujer más buena y pura que conocía. Pero no sabía qué hacer. Solo quería dejar de sufrir y aunque intentara, no podía dejar de hacerlo.
— ¿Por qué diablos sigo amándote? —preguntó sin dejar de llorar mientras las melodías psicodélicas inundaban su habitación.
Cambió el disco cuando este terminó y puso Nevermind de Nirvana. Comenzaba a odiarse y a odiar su vida. Sí, a sí mismo también, por ser tan iluso, por enamorarse.
¿Por qué la vida era tan dura? Solo quería que nada hubiera pasado. Incluyendo el trabajo. No debió nunca haber llamado, su jefe terminó toqueteándolo completamente, dejándolo asqueado y asustado.
Quería gritar. Desquitarse con lo primero que encontrara. Llorar. Romper algo. Dejar de sufrir.
Sin embargo, sabía que aquello en cierta forma, era inútil y que no sacaría nada con aquello.
Miró su mesita de noche, aún tenía la navaja ahí guardada. Dudó un instante y negó, no valía la pena.
O tal vez sí, pero no quería ser el loco que se cortaba, y por el calor que comenzaba a hacer, sería demasiado evidente que algo raro sucedía si lo veían con una sudadera manga larga habiendo unos veinticinco grados afuera.
Añoraba alguien con quien hablarlo, así que finalmente tomó el teléfono y se decidió.
— ¿M-Mamá?
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