«45»

— Brian, espera, por favor —tomó su brazo e hizo que se detuviera.

— ¿Qué quieres?

— No peleemos, por favor...

— No estamos peleando, ¿acaso te parece esto una pelea? —inquirió.

— Estás molesto...

— Sí, ¿y? ¿Acaso no puedo molestarme?

— No me refiero a eso —suspiró—. Hablémoslo...

— ¿Y qué quieres hablar? Que literalmente no me dijiste nada del trabajo, no puedo estar contigo porque estás siempre estudiando, y ahora esto, y más encima llego y estás hablando con este tipo que conoces hace... ¿dos horas? Como si fueran amigos de toda la vida.

— Brian, estaba relacionándome con un compañero de trabajo —dijo—. No es motivo para ponerse celoso, simplemente no...

— ¡Entiende que no quiero que me cambies! —exclamó.

Roger lo miró perplejo y suspiró negando y mirando al suelo.

— Yo jamás te cambiaría —dijo con tono calmado—. Y pensé que tenías la confianza suficiente en mí como para no ponerte celoso con cualquiera.

— No des vuelta el asunto, por favor.

— ¡No estoy dándolo vuelta! —exclamó ahora el rubio—. ¡Literalmente te enojaste porque iba a ponerme a estudiar! ¡Te pusiste celoso por nada y lo sabes bien! ¿¡Acaso no confías en mí!?

— Sí, pero...

— ¿Y entonces?

Brian no dijo nada.

— Es lo que pensé —bufó Roger y volvió a entrar a la cafetería.

Brian suspiró y fue a su casa caminando con la cabeza gacha y las manos en los bolsillos.

(...)

El timbre que indicaba la salida de clases sonó y todos los alumnos comenzaron a salir del aula. Roger dormía con la cabeza sobre un cuaderno abierto. Había estudiado toda la noche tras haber llegado a su casa a alrededor de las nueve.

Al llegar a la escuela, no había cruzado ni media palabra con Brian. Simplemente este último pasó delante de él y no le dijo nada. No hablaron.

— Roggie, despierta, cielo —Freddie movió su hombro suavemente, Roger de a poco comenzó a reaccionar y miró hacia el lado con la vista adormecida.

— ¿Ah...?

— Te quedaste dormido —explicó el persa—. Como un bebé, te hubieras visto —rió—. Tuviste suerte de que el profesor Brown nos ignora a todos.

— Supongo... —bostezó.

— ¿Dormiste algo? —preguntó.

— Sí —respondió Roger.

— ¿Cuánto?

— Eh... ¿una hora?

— ¡Rubia estúpida! Tienes que dormir —lo riñó el azabache dándole un pequeño golpe en la cabeza—. Te hará mal.

— Me hará mal no ir a la universidad —repuso restregándose un ojo—. No importa, ya tendré tiempo para dormir.

— Roger Taylor —dijo serio el persa—. Este es tu último año de libertad antes de entrar a la universidad, ¿y así vas a gastarlo?

— Eh... ¿sí?

— ¡Dios! —bufó—. Mira, Roger, si te desesperas tanto solo lograrás estresarte y que te vaya mal —dijo—. Tienes que relajarte, tienes que dormir. No es una opción.

— Hoy dormiré, ¿ok? —dijo comenzando a guardar sus libros—. Ahora... vamos a almorzar, muero de hambre.

El persa se encogió de hombros y asintió. Comenzaron a salir del salón y a caminar por los pasillos.

Brian estaba en su casillero, guardando sus cosas. El de Roger estaba básicamente al lado, y fue a guardar las suyas. El mayor no le dedicó siquiera una mirada y al rubio, implemente se fue tras cerrar su casillero. Roger sonrió tristemente y negó con la cabeza.

— ¿Qué demonios fue eso? —preguntó Freddie con una mano en la cintura.

— Nada, Fred, no fue nada —respondió cerrando su casillero—. Vamos a almorzar, ¿quieres?

Freddie seguía y seguía preguntándole cosas y Roger respondía con evasivas. No quería hablarlo con nadie.

Compraron su comida y se sentaron en una mesa vacía.

— Roger —sintió una mano tocar su hombro. Dio la vuelta y vio a Brian.

— ¿Qué diablos quieres? —dijo, el mayor suspiró.

— Quiero hablar contigo.

— Has tenido todo el día para hablar conmigo, Brian —dijo.

— Lo sé, y lo siento, es solo que...

— ¿Qué?

— Perdón.

— No —respondió y se giró para seguir comiendo.

— Roger.

— ¿¡Qué!?

— Te amo.

No respondió. No cedería por algo tan simple. Sabía que Brian había actuado mal y lo sabía. Además ¿a quién engañaba? Le había dolido su desconfianza y su indiferencia. Le había dolido como lo ignoró todo el día.

— Solo vete, Brian —dijo con un hilo de voz.

— Rog...

— ¡Vete!

— Lo siento —murmuró el contrario y se fue con su bandeja en la mano.

— ¡Tienes que contármelo todo!

— No.

(...)

— Siempre terminas recurriendo a mí cuando la jodes, ¿no es así, Brian?

— No te burles, Mel, ayúdame —dijo Brian con tomo cansado. Melanie negó.

— Los celos son lo que más tiende a arruinar una relación o a volverla tóxica —dijo—. ¡Felicidades! ¡Acabas de arruinar tu relación!

— Ya cállate —bufó—. Roger no quiere hablarme, no quiere responder mis mensajes, mis llamadas... no sé qué hacer...

— ¿Dejar de ser celoso? —dijo ella con tono irónico.

— Además de eso...

— Solo espera un rato corto —dijo—. Dale un tiempo, unos días, unas semanas...

— No soportaré no verlo en días o semanas —dijo.

— Bueno, tienes que darle su espacio —dijo—. ¿Quieres que se moleste más? Dale un tiempo para pensar y...

— ¿Y si en ese tiempo el tipo aprovecha?

— ¡Dios! ¿¡Acaso no escuchas nada de lo que te digo!? —exclamó Melanie—. Dale un tiempo y habla con él. Hagas lo que hagas deja de hacer como si no existiera y no lo compres —hizo énfasis en la palabra «no».

— ¿A qué te refieres?

— "Oh Roggie te compré seis discos de pink Floyd, perdóname, te amo, mua, mua, mua" —dijo imitándolo y haciendo poses ridículas.

— ¡Yo no sueno así!

— Los idiotas que quieren comprar a sus parejas sí —se encogió de hombros—. Ahora, ¿vas a hacerme caso?

— Haré lo que sea —dijo.

— Entonces te deseo suerte.

(...)

— Aquí tengo su pedido, señora, que lo disfrute —hizo una sonrisa falsa y entregó el paquete.

— Muchas gracias, joven —respondió la anciana tomándolo—. ¿Todo bien? Tiene una mirada triste.

Roger se sorprendió un poco. Normalmente le molestaba la gente metiche que hurga en los asuntos ajenos, pero por alguna razón, aquella vez no le molestó.

— Sí —dijo—. Todo bien, muchas gracias.

— Créame, hay veces que los ojos nos delatan. Son el espejo del alma.

— Solo... problemas de pareja —dijo.

— Las mujeres podemos ser complicadas a veces, ¿no?

— Bueno...

— Sea lo que sea, todo tiene solución —dijo—. Solo hay que hablar las cosas y saber perdonar, si lo que hizo tiene perdón.

Roger asintió.

— Gracias, señora —dijo sinceramente.

— No se preocupe —sonrió—. Mi esposo y yo llevamos sesenta años casados. A veces me saca de quicio, pero siempre logramos arreglarnos. Porque él está dispuesto a cambiar si se equivocó. Y yo igual.

Luego se fue tras dedicarle una sonrisa. Roger pensó por mucho tiempo sus palabras.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top