«40»

— ¡N-No sé! ¡L-Lo siento mucho!

Suspiró con pesar y miró sus orbes llenos de nerviosismo.

— Ya no importa —soltó.

— P-Por favor...

— He dicho que no importa —habló cortante.

Roger calló al instante mientras luchaba por retener el agua que quería escurrir de sus ojos cual cascada.

— Perdón por perder tu libro —musitó. Brian lo miró, pero no dijo nada.

Discusiones. Todas las parejas las tienen, ¿no? La relación perfecta no existe. Es una mera ilusión.

Y sí, Roger acababa de perder el libro que Brian le había prestado, y para él rizado era importante, puesto que fue un regalo de su abuela antes de que esta muriera.

Roger se sentía fatal, sabía que no podría reponerlo, y temía que Brian siguiese molesto con él por mucho tiempo.

Esa última semana habían discutido más seguido de lo costumbre, por motivos banales más que nada, pero todas las parejas discuten.

— Te dije que no importa, ya déjame tranquilo —masculló esto último sin darse cuenta del tono de voz que utilizó.

Roger suspiró y dejó un beso en su mejilla para luego levantarse. Brian ni se inmutó.

— Nos vemos —dijo.

— Nos vemos.

— Te amo.

Salió de la casa del rizado antes de esperar una respuesta. Sabía que la había echado a perder. Debió haber sido más cuidadoso. ¿Cómo podía perder algo tan preciado para a quien más amaba?

No supo que Brian musitó un «yo también» junto a un suspiro tras que la puerta se hubiese cerrado por completo.

Roger caminó a su casa con las manos en los bolsillos. No comprendía. Estaba seguro que lo había dejado encima de su mesita de noche, pero al llegar a su casa de la escuela, simplemente no estaba.

Cuando llegó buscó por cada rincón de la vivienda, pero seguía sin encontrarlo.

— Soy un imbécil... —soltó.

Decidió irse a dormir. Ya era tarde y debía ir a la escuela al otro día.

Revisó su celular en búsqueda de algún mensaje de Brian, pero no había nada. Miró al techo aún con el aparato en las manos y tras dejarlo cargando sobre la mesita de noche apagó la luz para dormirse.

Despertó y con ello su rutina comenzó.

Se duchó, lavó su cabello, se vistió, sacó una fruta y se fue a la escuela.

Caminó, no le apetecía tomar el bus.

Llegó temprano y decidió sentarse en aquel rincón apartado en el que tanto tiempo estuvo. Se colocó los audífonos tras colocar a Pink Floyd y cerró los ojos apoyándose contra la pared.

— Taylor.

Se estremeció de tan solo escuchar aquello y tuvo que sacarse los lentes —puesto que empezaba a provocarle dolores de cabeza el llevarlos todo el tiempo— para ver a quienes tenía en frente.

Marty Larsen y dos chicos más de su clase estaban frente a él.

— ¿Qué quieren? —preguntó seco. Los otros tres se miraron y sonrieron.

— Nada —dijo Marty—. Solo vinimos a charlar, ¿qué haces aquí solo? ¿No está tu noviecito para acompañarte?

— No —dijo simplemente—. ¿Pueden largarse? Quiero estar solo.

— No queremos dejarte solo —dijo otro de los chicos.

A Roger comenzaba a darle mala espina, así que activó la cámara de su celular ya la dejó grabando un video, sin que los contrarios se dieran cuenta.

— ¿Y por qué no? —se atrevió a preguntar.

— ¿Te gusta el maní, Taylor? —preguntó Marty. La expresión de molestia de Roger pasó a ser una de pánico—. ¿No? Qué pena, ¿seguro que no quieres probar?

No se atrevía a decir nada, ni siquiera a abrir la boca para gritar "¡soy alérgico!". Sabía que los tres chicos lo sabían. Por algo estaban allí.

Solo negó rápidamente.

— No me importa, vas a probarlo —habló Marty esta vez más seriamente. Roger intentó huir, pero fue interceptado en el camino por un cuarto chico que aparecía desde atrás.

Se estremeció.

Con un golpe en las costillas fue debilitado lo suficiente como para que el segundo en sus partes bajas lo hiciera caer al suelo. Se estremeció de dolor, y más cuando Marty se posicionó sobre él y comenzó a introducir maní en su boca de una bolsa de plástico transparente.

Roger intentaba escupir, pero Marty se lo impedía, mientras reía.

Incluso en un momento le lamió la mejilla, sus amigos pensaron que era una burla en referencia a su noviazgo con Brian —pese a que el chico no hacía tales cosas— y rieron mientras lo pateaban en alguna que otra parte del cuerpo.

Fue obligado a tragar.

Marty seguía y seguía introduciendo maníes en su boca mientras reía estrepitosamente, el celular de Roger se mantenía donde mismo el chico lo había dejado. Grabando.

— Marty —habló uno de los otros chicos señalando el celular.

— ¿Qué diablos...?

Roger sentía que comenzaba a hincharse. No sentía la cara y un ardor le inundaba el cuerpo. Se sentía físicamente débil, con ganas de llorar, de gritar. Le picaba la garganta enormemente, mientras que sentía que se hinchaba como un globo. Sabía lo que le estaba ocurriendo y aquello lo comenzaba a alterar más.

— ¡Este bastardo estuvo grabando todo el tiempo! —exclamó uno.

Roger no podía respirar. Sentía que su tráquea se cerraba sin darle espacio al aire para pasar. Pánico. Aquello tampoco ayudaba.

Los amigos de Marty pararon la grabación y la borraron. Luego lanzaron el celular al suelo para que se rompiera la pantalla. El "líder" de los que se encontraban allí lo miró con odio.

— ¿Ibas a delatarnos? —dijo golpeando su entrepierna con la rodilla, haciendo que perdiera el poco aire que le quedaba. Tomó los lentes del menor y los rompió para lanzarle los vidrios rotos en la cara.

Roger intentaba negar, pero no reaccionaba bien.

Los otros rieron viendo como de a poco su rostro se desfiguraba, hinchándose.

Shock anafiláctico.

Una cachetada sonora resonó en su rostro a manos de Marty. Más golpes, haciendo que su rostro ya hinchado y desfigurado comenzara a sangrar.

Finalmente quedó inconsciente y los agresores se fueron corriendo y riendo, no sin que antes —mientras nadie lo veía— Marty le besara los labios y mordiera levemente el inferior.

Y así hubiese estado todo el día.

Sumido en una profunda oscuridad. Paz, aquello que jamás tenía estaba allí. No sentía nada. No sentía a nadie. Estaba solo en la oscuridad. Solo.

Pero afortunadamente, un grito de exaltación seguido de una exclamación de horror más hicieron presentes.

— ¡Kate, llama a la enfermera!

(...)

— No, o sea... quiero decir... no estoy molesto, al menos ya no —dijo—. Quizás exageré... es algo material, pero... era de mi abuela... bueno, no importa, ya no quiero más discusiones, quiero estar con Roger. Quiero besarlo y decirle cuánto lo siento, decirle que lo amo y que quiero estar con él, que no importa ese libro. Que solo importamos nosotros.

— Entonces ve, dile y deja de armar escándalo —dijo Freddie limando sus uñas—. Ha tardado en llegar, ¿no crees?

— Es cierto... —suspiró el mayor comenzando a preocuparse, pensando erróneamente que quizás su padre le había hecho algo—. Ya debe estar por llegar —intentó tranquilizarse.

— De seguro —sonrió—. A veces se queda en su mundo escuchando música y llega tarde, resulta adorable. Bueno, eso al menos el año pasado.

— Vaya... —dijo—. ¿Muy tarde?

— Tampoco tanto, unos minutos nada más —se encogió de hombros—. Oye cielo, ¿viste lo que publicaron hace poco en...?

Iba a seguir hablando, pero la sirena de una ambulancia lo interrumpió. Varios alumnos salieron a ver lo que ocurría, incluyendo a ambos amigos.

Lo que vio Brian lo dejó sin aliento.

Unos paramédicos introducían rápidamente el cuerpo inconsciente —casi inerte— de Roger dentro de una ambulancia. Su rostro dulce e inocente estaba desfigurado por completo, hinchado, sangraba. Incluso a Brian le costó reconocerlo. Los demás miraban la escena consternados, pálidos. Freddie ahogó un grito de pánico tras reconocer a su amigo.

El rizado corrió hacia lo ocurrido.

— ¿¡Q-Qué le ha pasado!? —preguntó asustado.

— Señor, debe esperar a que...

— ¡Soy su novio! ¿¡Q-Qué le pasó!? —las lágrimas iban a empapar sus mejillas. Se venían rápidamente y caían por ellas.

El paramédico miró a su compañera, no sabían qué hacer.

— Podrá ir a verlo después —dijo y cerró la puerta de la ambulancia, partiendo aún con la sirena encendida.

— ¡Brian! —Katherine y Jeremy corrieron hacia él.

— ¡L-Lo encontramos así en el suelo! —exclamó el chico bastante paranoico—. E-Estaba inconsciente, pero... respiraba. Al menos.

— No sabemos quién fue —admitió Katherine con pesar.

La cabeza de Brian daba vueltas e intentaba recomponer la escena.

Se acercó al lugar donde el rubio siempre estaba. Casi podía verlo allí, como aquella vez que se besaron por primera vez. Con su disfraz de Luke Skywalker y su cabellera larga brillando ante el sol. La mirada perdida y sus zapatillas rosadas llenas de brillo, que aunque el mítico jedi no usara, no le impedía a Roger hacerlo.

Se acercó al marco de lentes rotos que descansaba sobre el suelo. Habían pedazos de vidrio al lado, y tomándolo comenzó a llorar.

Rápidamente supo lo que debía hacer.

— Justifícame con el profesor de matemática —pidió y corrió tras la ambulancia tomando su bicicleta que se encontraba estacionada en la entrada.

— ¡Brian, espera! —llamó Katherine, mas ya era tarde. Brian iba camino al hospital.

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