«34»
Eran las cuatro de la madrugada.
Las cuatro treinta y tres de la madrugada para ser más precisos, y aún no lograba dormir.
Llevaba unas cuantas horas intentándolo, sin lograr a un resultado visible, y lo único que terminaba haciendo era voltearse una y otra vez en la cama intentando dormir.
Se levantó, sin estar seguro de lo que hacía, y se dirigió a paso lento y ligero al corredor del segundo piso, en donde se encontraba su habitación.
Dejó la puerta junta y caminó hacia la habitación de al lado.
Entró.
Todo seguía igual allí, como si el momento ocurrido hacía cinco años atrás jamás hubiese pasado.
Muñecas en el suelo, en los estantes y en un baúl abierto, peluches en la cama, una pelota, e infinidad de juguetes que la anterior habitante de aquel cuarto poseía.
La puerta había estado cerrada de hacía esos cinco años, solo a veces abierta cuando su madre quería ventilar y abrir las ventanas, pero una vez que la niña murió y su madre se fue, ya nadie las abría.
El olor a humedad era evidente, provocando que Roger se tapase la nariz con la punta de sus dedos, sin embargo, siguió allí.
No se atrevía a adentrarse más, temía romper con la quietud y silencio que proporcionaba la habitación vacía, como logrando que por un pequeño momento, Clare estuviera allí.
Casi podía verla, jugando con una de sus muñecas, voltearse, sonreírle y decirle:
«¡Hola, Roggie! ¿Ya está lista la cena?»
Bueno, esto si estaba de buen humor, puesto que si no lo sacaría y empezarían una pequeña discusión respecto a ello, que siempre terminaba con Roger y Clare disculpándose.
Sin embargo, extrañaba aquellos tiempos.
— No, mamá está terminándola —musitó recordando y se dispuso a salir de la habitación cerrando la puerta.
(...)
El despertador sonó más fuerte de lo normal, al menos para él.
Nuevamente había olvidado quitar la alarma, así que torpemente, comenzó a palpar su celular hasta qué presionó el botón de "detener".
Para su desgracia, no fue así, puesto que sin darse cuenta —puesto que aún estaba semi-dormido— terminó marcando la opción para posponer, por lo que quince minutos después, su sueño volvió a verse interrumpido por el irritante sonido de la alarma.
Colocó una almohada sobre su rostro y la presionó con énfasis emitiendo un gruñido, finalmente la retiró y miró el celular detenidamente, como esperando a que explotara o que al menos dejara de sonar con tal acción.
Hasta que fue capaz de ganarle a la pereza y la detuvo.
Nuevamente volvió a acomodarse para seguir durmiendo, pero le fue en vano.
Miró la hora, diez y un cuarto. Quizás sí debía comenzar a levantarse.
Se estiró en la cama y peinó sus rizos castaños con la mano. Luego se le ocurrió algo y sonrió.
Tomó el celular y comenzó a escribirle a Roger. Le propuso que fuera a su casa y el rubio aceptó. Su mente comenzaba a planificar con detalle lo que esperaba que sucediera, tanto, que casi podía tocarlo.
La imagen de Roger tras no haberlo visto en un año aún lo dejaba pasmado. Definitivamente estaba más delgado, su expresión era distinta, sus gestos tímidos, su cabello ahora corto y llevaba lentes grandes y redondos. Aunque claro, para Brian seguía perfecto.
Sin embargo el imaginarlo viviendo todo lo que vivió aún lo atormentaba y hacía que quisiera abrazar al rubio para no soltarlo más. Como si con aquel gesto protector, realizase un campo de fuerza indestructible y su amado novio fuese feliz.
Me gustaría ser feliz.
¡Solo quedan dos años! ¡Dos años más y me iré con mi mamá! ¡Seré tan feliz! Estarás conmigo, ¿verdad?
Contigo soy feliz, Brimi, de verdad.
Aquel Roger alegre, infantil, espontáneo... simplemente ya no existía.
Tenía claro que el chico había cambiado. Era demasiado evidente y hasta alguien demasiado estúpido lo hubiese notado.
Sin embargo, le hubiese gustado haber estado para él en aquellos momentos y recordarle que él no era quien debía cambiar.
De todas formas, aún mostraba parte de su anterior ser estando junto a él. Eso le causaba cierto alivio, puesto que sabía que sí significaba que Roger seguía siendo él mismo, al menos a su lado.
No supo el momento exacto de cuando ocurrió, pero antes de darse cuenta ya estaba terminando de darse una ducha, incluso de agua fría.
Percatándose de su distracción, y con el frío recorriendo cada centímetro de su cuerpo, cambió al agua caliente y siguió en aquello.
Tras ducharse se vistió y almorzó, sus padres habían salido, quizás no volverían hasta la noche, pero ya les había dicho que invitaría a Roger y sus progenitores tenían plena confianza en él.
Otra cosa que le alegraba, pensó.
Además, sabía que lo que en aquellos momentos Roger más necesitaba era que él sacase su lado más dulce y afable, y eso quería. Quería que Roger pasase una buena tarde, de una vez por todas, y también pasar un rato con él, claramente.
Las largas horas de espera pasaron con hastío para el joven de cabellos rizados, quien seguía esperando que el rubio llegase.
Comenzaba a preocuparle que tardara tanto, esto considerando que el día anterior el chico había llegado al día siguiente, y conociendo a su padre...
Diablos, ¿Roger? No, era el cartero. Quizás sólo estaba siendo supersticioso. Sí, estaba pasándose cuentos en vano. De seguro Roger llegaría sano y salvo.
¡Roger! Sí, ahora definitivamente era él, lo vio acercándose a paso lento por la acera hacia la puerta de entrada, Brian corrió y abrió incluso antes que el rubio tocase la puerta, lo que lo exaltó un poco.
— Hola —saludó el mayor logrando tranquilizarse por fin—. ¿Cómo estás?
— Eh... bien... —respondió Roger—. ¿Tú? Te noto nervioso...
— Claro que no, Roggie, estoy bien —le sonrió de forma sincera—. Ven, pasa.
«Estoy bien ahora que sé que tú lo estás.» pensó.
Se dirigieron a la sala de estar, Brian había puesto algunos aperitivos en la pequeña mesa.
— Pensaba en quizás jugar algún videojuego... o no sé, lo que quieras —dijo.
— ¿Tienes Minecraft?
(...)
— ¡Mi casa!
Brian había estallado en risas aún con el control en la mano.
— ¡No es gracioso! ¡Mis cerdos! ¡Mis lobos! ¡Mi hermosa casa de madera! —exclamó Roger zamarreándolo—. ¡Mi casa de madera, Brian! ¡No merecía eso!
— Es un mundo cruel —concordó el mayor.
— Los Creeper no deberían existir —dijo Roger con un puchero y los brazos cruzados.
— Algún día tendrás tu casa de madera —dijo Brian abrazándolo desde atrás—. Tendrás perros, cerdos, ovejas y todas esas cosas. Y yo estaré contigo para vivir allí.
— ¿De verdad? —sonrió sonrojado.
— Claro, estamos jugando en un mismo server —explicó el mayor, Roger rió y le dio un golpe leve en el brazo.
Brian rió.
— Bueno, pero hablando en serio, las cosas malas mejoran, Roggie.
— En parte sí —se recostó sobre su regazo y dejó que Brian acariciase su cabello—. Porque ahora te tengo a ti.
— Siempre me has tenido —dijo—. Y siempre me tendrás.
— Lo sé... —cerró los ojos.
Brian se inclinó y besó sus labios con delicadeza y suavidad, formando su primer beso aquel día.
— Aquí, en Australia... donde sea, siempre estaré para ti —repitió Brian atreviéndose a correr un mechón que le caía por la frente.
Roger emitió un pequeño alarido y Brian lo miró confuso.
— ¿Estás bien? —le preguntó.
— Claro, yo... me golpeé con una mesa.
— No me digas que...
— No, no fue él —dijo rápidamente—. De verdad.
Brian pasó delicadamente la yema de los dedos por la nariz del contrario, para luego besarlo suavemente en la frente.
— No tienes que mentirme —le dijo.
— No fue él —musitó el rubio nuevamente a tiempo que cerraba los ojos.
— ¿Entonces quién?
— Ya te dije... —bostezó—. Me golpeé con una mesa...
— Pero no creo que haya sido a propósito.
— No, pero... —suspiró—. Bien, me empujó, pero no es para tanto.
Brian suspiró también y se recostó a su lado en el suelo, mirándolo a los ojos.
— Rog, tienes que salir de allí.
— Solo queda un mes —respondió Roger—. Exactamente un mes y seré libre.
— ¡Pero no puedes seguir sufriendo por un mes!
— No estoy sufriendo, Bri —respondió—. Ya no.
Brian simplemente lo abrazó con fuerza, evitando lastimarlo.
— No estás solo —dijo plantando un beso en su cabeza y luego en sus labios.
Al rato los padres de Brian llegaron mientras los chicos aún se encontraban jugando videojuegos.
Roger fue invitado a cenar y aceptó, simplemente le mandó un mensaje a su padre para avise ir llegaría un poco más garde, recibiendo un visto por parte del adulto.
No le importó y se dedicó a comer tranquilamente en casa de los May.
Finalmente, supuso que ya llegaba la hora de irse y lo comunicó, Brian fue a dejarlo a la puerta tras despedirse de los demás.
— Te veré mañana, ¿no? —preguntó este.
— Yo creo... —respondió Roger—. Al menos yo quiero verte, pero... nunca se sabe.
— Sí, es cierto —suspiró—. Nunca se sabe.
Se miraron unos instantes en un total silencio.
— Nos vemos, Bri —dijo Roger penetrándolo y rompiéndolo.
— Nos vemos, Roggie —besó sus labios y el contrario se fue.
Esperando a que su padre estuviese de buen humor.
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