«29»
— ¿Qué hice ahora? —se preguntó el rubio comenzando a bajar las escaleras sumamente asustado.
— ¡No creas que no te vi dejando esa carta! —gritó—. Era para el malnacido ese, ¿verdad? ¡Porque no pagaré un envío a Australia!
— B-Bueno, yo iba a pagarlo...
— ¡Tú siquiera tienes dónde caerte muerto! —gritó su padre.
La remienda siguió y siguió, Roger no se libró de una cachetada, y cuando iba a tirarle el cabello, el hombre se percató de que se lo había cortado.
— Por fin empiezas a parecer un hombre y no un payaso —dijo observando las vestimentas y el cabello de Roger.
Ya no usaba sus zapatillas rosadas con brillos, su padre se las había confiscado.
Ahora vestía converse negras, jeans oscuros algo ajustados y normalmente sudaderas negras. Sabía que si se vestía así pasaría más desapercibido y a fin de cuentas aquello era verdad. Ya no usaba jardineras celestes ni camisetas rojas con rayas azules, solo tonos neutros o oscuros.
Al día siguiente, Roger se despertó antes y fue a la escuela. Llegó mucho más temprano, así que se sentó "en su lugar especial" a esperar a que quedara menos para entrar.
No evitaba recordar los momentos que había pasado con Brian allí, desde aquel día en el que se besaron por primera vez, hasta otras cuantas ocaciones donde compartieron besos, abrazos y palabras de amor.
Aquello hacía que la nostalgia lo invadiera como el ejército Romano al pueblo israelí, pero ya no lloraría por nada.
Ya no.
Escuchaba música con audífonos, empezaba a familiarizarse mucho con Nirvana y Pink Floyd, o con canciones que las letras hicieran que por un momento, sintiera que alguien lo comprendía. La capucha como siempre, estaba encima de su cabeza y mantenía la vista gacha mientras el flequillo tapaba sus azules orbes que comenzaba a odiar.
No sintió la presencia ajena hasta que le hablaron.
— Hola, Taylor.
Se dio vuelta a mirar quién era sacándose uno de los audífonos, logrando que en el ambiente se escuchara levemente Lithium de Nirvana. Se encontró con quien menos deseaba, Marty Larsen.
— Hola —saludó comenzando a levantarse.
— Oye, no te vayas, no vengo a cobrarte dinero —lo detuvo tomándolo del brazo de forma algo brusca, Roger no tuvo otra que voltearse—. Te cortaste el cabello.
— Sí, ¿qué quieres? —dijo seco, comenzaba de a poco a madurar y dejar de ser tan dulce e inocente con el resto. Simplemente ya no confiaba en nadie.
— Siempre has sido Yam hermoso, Roger.
¿Qué?
— Siempre lo noté —siguió—. Me gustan tus ojos, tu cabello y tus labios, ¿son dulces? De seguro Brian lo sabía, maldigo hijo de perra, él sí pudo tenerlos. Quizás por eso Amanda estaba tan ensimismada en él.
— ¿Qué clase de broma es esta? —preguntó el rubio.
— Oh, no es ninguna broma, Roggie —siguió y de a poco fue dejándolo en el suelo y posicionándose sobre él—. Te quiero a ti y supongo que lo demostré mal —susurró.
Roger comenzaba a entrar en pánico, más cuando el contrario besó su cuello y luego sus labios de forma brusca, comenzando a intentar introducir su lengua en la cavidad bucal del rubio.
Roger lo empujó y como pudo se levantó, limpiándose la boca, e intentando correr. La capucha se le había caído y se notaba asustado.
— ¡Hey! ¿Qué pasa? —preguntó el otro poniéndose de pie y arrinconándolo—. Brian ya no está aquí Roger y no tienes nada qué perder. Si no quieres aquí te llevo a otra parte, pero...
Roger lo abofeteó y aprovechando que esto dejaba perplejo al otro y se echaba para atrás, corrió lo más rápido que pudo hacia su salón.
— ¡Imbécil! —gritó Marty—. ¡Muchas estarían felices de estar en tu lugar!
Pero Roger ya corría hacia un baño, donde se encerró asustado por lo que acababa de pasar.
No dejaría que nadie reemplazara el recuerdo que tenía de Brian.
(...)
— ¡Dios mío te cortaste el cabello!
La voz de Freddie lo sacó súbitamente de sus pensamientos, tanto que incluso llegó a asustarse.
— Eh... sí —respondió.
— Te queda fabuloso, cielo —sonrió el persa poniendo una mano en su hombro.
— G-Gracias.
«Mientes» pensó, puesto que para él, todo le quedaba mal.
— Roggie, ¿qué es eso de tu cuello? —preguntó intentando correr la ropa que intentaba taparlo.
— Nada —respondió Roger poniéndose una mano en el lugar y corriendo la de Freddie con otra—. Me picó una araña.
— Cariño, no soy tonto, eso no era una araña —repuso Freddie—. ¿Estuviste con alguien?
— ¡Por supuesto que no! —exclamó Roger.
— ¿Y entonces qué es eso?
— Ya te dije, una picadura —respondió—. Me la rasqué y se infectó, es todo.
— En ese caso deberías ir a la enfermería —siguió Freddie—. ¿Y si la araña era venenosa?
— Estoy bien, Fred —suspiró.
Los días pasaron todavía lentamente. Odiaba la monotonía de todo, odiaba sentirse así siempre.
No le dijo a nadie sobre Marty, supuso que debía arreglárselas por sí solo aunque fuese una vez en la vida. Debía independizarse y eso haría.
Habían habido grandes problemas en la escuela producto de que alguien robó el auto del director unos días antes. Nadie sabía quién era, pero tenían sospechas acerca de algunos alumnos del último año.
Roger, por otra parte, era ajeno a rumores. Simplemente no le importaban y prefería vivir su vida sin ellos. Solo.
Guardaba cosas en su casillero, entre ellas la libreta donde estaban las fotos de Brian y él. Sonrió con nostalgia y la introdujo en el espacio de almacenamiento.
— Roger Taylor, presentarse a la oficina del director.
Roger se extrañó, no había hecho nada malo, pero simplemente fue, quizás había llegado algún alumno nuevo y el director quería que le mostrara la escuela, «nunca se sabe» pensó.
Caminó hacia el lugar y entró. El director lo miraba con semblante serio, y con pánico, notó como Marty también estaba allí.
— El señor Larsen lo acusa de haber sido usted quien robó mi auto —dijo.
Roger miró a Marty con odio, luego al director sorprendido.
— Yo no hice nada, señor —dijo.
El hombre suspiró.
— Tome asiento —dijo y el rubio obedeció—. Y sáquese la capucha que es de mala educación.
Roger lo hizo, dejando al descubierto unos cortos cabellos rebeldes que se habían despeinado por el gorro. Se los ordenó rápidamente con la mano y dejó que el hombre hablara, mientras su corazón se dirigía a su boca.
— El miércoles pasado —comenzó—. Alguien robó mi auto dentro del sector educativo. Alumnos aseguran haber visto que era alguien de la institución, pero no notaron quién era por llevar una capucha negra de una sudadera del mismo tono.
Roger comenzaba a encogerse en su asiento, asustado.
— El auto apareció hace dos días en el lago. Pero sin las llaves, por lo que ha permanecido allí —siguió—. Estuvimos buscando en muchos lugares, cuando el señor Larsen nos informó que posiblemente fue usted. Así que decidimos revisar su casillero.
El hombre sacó las llaves de un auto del cajón de su escritorio y las agitó en el aire.
— En efecto, allí estaban —dijo.
— Yo no fui... —musitó Roger.
— Espere, aún no termino —interrumpió el hombre cerrando un puño en el aire en señal de silencio, Roger se calló al instante—. Aquello no fue lo único que encontramos, también encontramos tres bolsas de hierba y grandes cantidades de dinero dentro de su casillero, señor Taylor. Y eso nos deja mucho en qué pensar.
— ¡Nada de eso es mío! —exclamó Roger comenzando a exasperarse.
— No, pero creemos que ha estado vendiéndola —respondió—. Hemos sabido de muchos alumnos que están comprando drogas dentro del recinto estudiantil, no habíamos encontrado al proveedor hasta ahora.
— ¡P-Pero yo no fui! ¡Ni lo del auto, ni esto!
— No trates de justificarte, Taylor —dijo Marty, Roger lo miró con desprecio.
— ¡Él me inculpó! —dijo señalándolo—. ¡Lo hizo porque le gusto y a mí no!
— ¿Me estás diciendo joto, Taylor? —preguntó Marty—. Porque ofender a un alumno también está contra el reglamento escolar.
— ¡Yo no te estoy ofendiendo! ¡Yo mismo...!
— ¡Suficiente! —exclamó el director—. No permitiré este tipo de comportamiento en esta escuela, mucho menos cuando...
— ¡Pero yo no lo hice!
— ¡Y mucho menos cuando hay pruebas que lo corroboran! —gritó—. Entiendo que haya sido difícil este año para usted, por la muerte de su hermana—. Dijo un poco más calmado—. Pero no es justificativo para lo que ha hecho. Lo siento, Roger, queda suspendido.
— ¡¿Qué?!
Marty sonrió triunfante para sus adentros y el director asintió.
— Lo siento mucho, pero es lo que se debe hacer.
(...)
— ¡Tu existencia me tiene exasperado!
Los gritos y goles de su padre seguían y seguían debido a su suspensión.
— ¡Vender drogas! ¡Robarle el auto al director! ¿¡En qué diablos estabas pensando!?
— ¡P-Pero yo no fui! —se justificó el rubio al borde de las lágrimas.
— ¡No salgas con eso ahora! —exclamó—. ¡Ambas cosas estaban en tu casillero y más encima intentas mentir diciendo que no lo fuiste! ¡Cobarde!
Roger se tapó el rostro.
— ¡Mírame a la cara, cobarde! —le sacó las manos de allí y lo abofeteó, haciendo que sus lentes cayeran al suelo y se agrietara uno de los vidrios.
— Y-Yo no fui... —musitó llorando—. Y-Yo no fui... tienes que creerme...
— ¡No te creo y nadie aquí lo hace! —gritó—. Ahora ponte esas porquerías o tu madre se enojará porque te disminuye la visión.
Roger obedeció recogiendo los lentes, sin embargo, el vidrio agrietado hacía que viera mal.
— Mañana te compro otros o te los mando a arreglar —escupió el hombre—. Ahora duérmete.
Cerró la puerta de forma estrepitosa con pestillo y se fue.
Parecía que nada podía estar peor, y esta vez estaba en lo correcto.
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