«24»
— Bien, Roggie, necesito que seas claro —dijo a tiempo que ambos se sentaban en una banca del patio.
— Dime.
— ¿Qué pasó cuando me fui?
Roger guardó silencio y bajó la mirada.
Brian tomó tu mano con delicadeza y las entrelazó, tomando suavemente el mentón del rubio con la mano restante y haciendo que lo mirara a los ojos.
— Dime, por favor —pidió con sinceridad.
— Bueno... —Roger tomó aire para empezar a hablar—. Primero... me golpeó —apuntó a su rostro con una sonrisa triste—. Luego... llegó mi mamá. Le dijo lo que había sucedido y...
— ¿Y?
— También se desquitó con ella porque sabía —murmuró.
Brian lo abrazó, como si con aquel gesto pretendiera protegerlo de cualquier daño que pudiesen hacerle.
— Fueron discusiones toda la noche —siguió—. Siquiera dormí... dijo que me volví un maldito sensible cuando... cuando Clare quedó en coma.
— ¿¡Y por qué insinúa eso!? —exclamó el mayor—. ¡Tienes derecho a sentirte mal!
— Para él no —respondió simplemente.
Brian estaba intentando controlar sus impulsos para no ir a la casa de Roger y golpear a su padre, sabía que si hacía eso, las cosas terminarían peores para el rubio y aquello era lo que menos quería.
— Mi amor... no puedes seguir viviendo así —acarició su mejilla con cuidado—. Tienes que denunciarlo.
— ¿No lo entiendes? —lo miró tristemente—. No tengo alternativa, lo estoy haciendo por Clare y por mi mamá. Por ellas vale la pena.
— ¿Y qué hay de ti?
— Yo estaré bien —aseguró—. Contigo lo estoy.
— Sí, pero quiero que siempre seas feliz —dijo el de rizos—. No solo conmigo, quiero que seas feliz por cada respiro, cada acción que des. Solo así yo también podré serlo.
La conmoción hizo que Roger no supiera qué decir, simplemente atinó a sonreír con los ojos cristalizados y una mirada triste.
— Las discusiones no han cesado... —comentó con cansancio—. Todo el día, Bri... todo el maldito día...
Brian acarició su mejilla.
— Mis peluches... a la basura —siguió—. Con suerte conservé a Corbatita escondiéndolo, es lo único que tengo de Clare y no pienso perderlo... ah y los que me has dado tú.
— ¿Y por qué los botó? —preguntó el mayor notoriamente molesto.
— Para que empiece a ser un hombre y deje de ser un sensible de porquería —respondió Roger citando lo que su padre le había dicho, más bien, gritado, mientras las lágrimas volvían a escurrir de sus grandes ojos azules.
(...)
Brian había decidido que sus padres debían saber.
Claro, no expondría a Roger a ninguna humillación por cualquier cosa, aunque tenía fe en que no sería juzgado.
Y no se equivocó.
Ruth May, madre de Brian, simplemente lo miró sorprendida y luego sonrió.
Por otra parte, Harold, le agradeció su honestidad y prometió apoyarlo.
Tuvo suerte, aquello lo sabía muy bien.
Como también sabía que aquella suerte Roger la había tenido parcialmente.
Se preguntaba qué le había dicho su madre cuando el rubio había confesado todo, antes de que salieran.
Quizás ya sabía de antes algo parecido, no tenía certeza de ello.
Pero se alegraba de que no habrían problemas en su núcleo familiar, por lo que podría llevar tranquilamente a Roger a su casa.
Recordaba que tenía una casa del árbol en su jardín, perteneciente al hijo de los dueños anteriores, que simplemente no la habían sacado.
Había servido de lugar de juegos para Billy, hermano pequeño de Melanie y por consecuente, primo de Brian, pero quizás pudiese llevar al rubio allí, para que por fin pudiera distraerse.
Y eso hizo, un día lo invitó a la residencia. Sus padres ya lo conocían, así que no fueron necesarias presentaciones incómodas, simplemente un saludo cordial y el camino hacia la pequeña casa de madera.
Subieron por una escalera clavada al tronco del árbol, entrando al lugar.
Para ser pequeño, era bastante espacioso, aunque Brian no cabría parado, claramente.
Habían unas mantas y unos cojines, sin contar numerosos videojuegos y juegos de mesa que el mismo Billy había puesto allí.
— ¡Vaya, Bri! ¡Esto es genial! —exclamó Roger mirando a su alrededor.
— ¿Te gusta?
— ¡Me encanta! —lo abrazó contento.
Las vacaciones de verano se acercaban, ya no tenían pruebas y quedaba tan solo una semana para "la libertad". Roger, por supuesto, estaba muy emocionado por aquello, puesto que además su padre recibiría un trabajo de tres meses en América, el cual "no podía rechazar".
Estaban jugando juegos de mesa, cuando una cabeza infantil se asomó.
— ¡Billy! ¡Te dije que no vinieras! —exclamó Brian—. ¡Te pagué diez euros!
— ¿Y? ¡Es mi casita! —exclamó el niño molesto cruzándose de brazos.
— ¿Quieres que te pague cinco?
— ¡No, no, no! —exclamó este y se fue rápidamente.
— Qué cruel, Brian —comentó Roger divertido por la escena, más para molestarlo que por verdadero enojo.
— Cuando sepas el porqué te traje aquí sabrás a lo que voy —respondió el rizado—. ¿Ves aquel cofre de allá?
Roger miró al fondo de la casa, donde Brian apuntaba. En efecto, había un cofre allí, le pareció extraño no haberse percatado antes.
— Sip —respondió—. ¿Por?
— Sígueme.
Brian comenzó a arrastrarse para llegar al cofre, Roger lo siguió sin evitar reír porque era demasiado alto para poder levantarse.
Al estar al lado, Brian lo abrió, dejando a la vista algo que hizo que el corazón Roger se llenase de alegría.
— ¡Mis peluches! —exclamó.
— Mi tío trabaja en la basura —explicó—. Le pedí si podía darme una bolsa con peluches de la casa de los Taylor y me la dió, los mandé a lavar y ahora deberían oler a lavand-
Fue interrumpido por los labios de Roger sobre los suyos, quien se abrazaba fuertemente de su cuerpo, lleno de emoción.
— ¡Gracias! ¡Gracias, gracias, gracias! —exclamó sonriente y depositando besos fugaces en su rostro, haciendo sonreír al mayor.
— Es lo menos que podía hacer por ti, Roggie —respondió Brian tomando sus manos.
— ¡Por fin los tengo otra vez! —exclamó—. ¿Puedo guardarlos aquí?
— Claro que sí, mi amor, guárdalos el tiempo que quieras.
Roger volvió a abrazarlo con entusiasmo y alegría. Necesitaba eso. Alegría.
Y como siempre, era Brian quien se la otorgaba.
— ¿Te parece si nos recostamos aquí? —propuso haciendo aquella acción.
Roger asintió y también lo hizo, abrazando y acurrucándose en el cuerpo de su novio.
— Gracias —repitió.
Recibió un dulce beso en su cabeza y un «te amo» a modo de respuesta.
— Pensaba en contarnos todo —comenzó a explicar Brian—. Tenernos la confianza suficiente para saber del otro. Lo bueno y lo malo, claro, solo si estás dispuesto.
— Claro que sí —respondió Roger.
— Genial, comenzaré yo —tomó aire—. Mi nombre es Brian May...
— ¡Pero yo ya sé eso! —rió el rubio.
— Sh, calla —respondió el rizado mientras Roger seguía riendo—. Esto sonará muy John, pero nací el diecinueve de julio del dos mil tres, actualmente tengo dieciséis años y pronto cumpliré los diecisiete.
Roger estaba atento a todo lo que Brian decía, a pesar de ya saber todo aquello.
— Nací y crecí en Hampton, pero hace poco me mudé a aquí y conocí a mi bonito y pequeño novio, Roger, a quien amo con todo mi corazón.
El nombrado sonrió y se acomodó entre sus brazos.
— No soy pequeño —reclamó.
— Sí lo eres, eres tan pequeño que podrías caberme en el bolsillo —lo besó en la frente y él rió—. Bueno, tras aquella interrupción, continuaré. Me mudé por el trabajo de mi padre, pero eso me alegra puesto que en mi escuela anterior siempre estaba solo.
— ¿De verdad?
— Sí, quizás lo peor que me haya pasado fue la muerte de mi abuela, lo mejor, tú.
Roger sonrió ampliamente.
— ¿Y qué hay de ti?
— Bueno, soy Roger Taylor —dijo—. Nací el veintiséis de julio del dos mil tres. Siempre he vivido aquí, y además de lo de Clare, lo peor que me ha pasado es cuando intentaron hacerme algo malo, y lo mejor es conoc-
— Espera, ¿¡Cómo!? —interrumpió Brian alarmado—. ¿Malo? ¿Pero muy malo?
— Muy malo —respondió Roger acurrucándose más—. Pero no quiero hablar de eso ahora.
— Roggie, dime por favor —lo acomodó para verlo a los ojos—. Total confianza, ¿no?
Roger intentó desviar la mirada, pero Brian se lo impidió tomando su rostro con delicadeza.
El menor suspiró y comenzó su relato.
«tenía doce años, acababan de internar a Clare en el hospital, fue ese mismo día, incluso. Le dijeron a mis padres que fueran a verla, yo no podía por ser menor de edad. Me dijeron que esperara afuera y que ellos saldrían en un rato.»
«Obedecí, me senté en el suelo, asustado por Clare, y comencé a mirar el peluche que me había dejado. Lo movía entre mis manos, y mis pensamientos hacían que los ojos se inundasen.»
«No sé cuánto tiempo llevaba cuando un hombre se me acercó. Llevaba una gabardina negra y sus ojos eran pequeños y vivaces, es lo único que recuerdo con claridad de él.»
«Comenzó a hablarme, preguntarme la razón de por qué estaba ahí. Se lo conté, llorando. Él dijo que me compraría un helado para animarme y que lo siguiera.»
Las lágrimas comenzaban a emanar de los ojos azules de Roger, Brian escuchaba con atención y tomó su mano con fuerza para darle apoyo.
«Nunca me llevó por ningún helado, solo... solo me llevó a un rincón apartado, donde... hizo cosas. Al menos logré huir antes de que hiciera algo peor, pero de todas maneras... el daño ya estaba hecho.»
Los brazos de Brian lo atraían al susodicho y los labios confortantes se posaban en su cabeza.
«Corrí y llorando le avisé a mis padres, en aquel entonces mi papá era un hombre justo y buscó al tipo por todos lados, mi mamá trató de consolarme y de poner una denuncia, pero como nunca hizo... exactamente eso, y no había registro de nada... nadie me creyó.»
«Nadie, excepto mi mamá y en ese entonces también mi papá, aunque dejase de hacerlo con el tiempo. Recuerdo pesadillas y sueños malos respecto a ellos, todo ocurrió durante una tormenta, quizás por eso les temo, no lo sé.»
— Ahora evito hablar con extraños —terminó de contar—. No hizo exactamente eso, pero...
Brian siguió abrazándolo y acariciando su cabello con el fin de tranquilizarlo.
Sabía que aquello era un tema delicado y que quizás cuantos traumas le provocó al rubio, por lo que agradecía que se lo hubiese confiado.
Con todo su ser.
— ¿Por qué nunca me dijiste? —acarició su mejilla.
— No me gusta contarlo —admitió—. Ahora... he ido de a poco, pero no sé.
— Oh, mi amor...
— Pero a ti es distinto —dijo—. Porque a ti te amo.
— Y yo también a ti, bebé.
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