♢《11》♢
Caminó por el blanco pasillo pisando las blancas baldosas mientras que su cabello era iluminado por la blanca luz del lugar.
Nunca le habían gustado los hospitales, eran demasiado serios, demasiado fríos, demasiado... blancos.
Todo giraba en torno a lo mismo, enfermedades, muerte, tristeza.
Aquello lo había decidido el primer día que su hermana entró allí bajo aquel plácido sueño de más de cuatro años.
Los doctores, vestidos con sus capas blancas, junto a los enfermeros, vestidos con sus uniformes blancos, atendían a los enfermos, a los que obligaban a vestir batas de hospital blancas.
Desesperante.
Solo eso pasaba por la mente de Roger, queriendo llegar pronto con su hermana para poder hablarle de su día y tratar de despertarla con sus antiguos juguetes como era costumbre.
De todas formas, no esta a seguro de si quería contarle a Clare acerca de su día, no quería interrumpir su hermoso sueño lleno de hadas, sireñas, unicornios y animales silvestres que sabía que de seguro estaría teniendo la niña, y cambiarlo por uno lleno de desolación y tristeza.
No, las princesas debían tener sueños dignos de princesas. Y Roger no pensaba cambiar eso, por el simple hecho, que su hermana era una princesa.
Al menos para él.
Su madre numerosas veces ese día tras enterarse de lo sucedido le había dicho que aquel día no era necesario ir al hospital, como llevaban haciendo los anteriores 365 días al año por esas cuatro rotaciones de la Tierra alrededor del sol, sólo faltando si Roger se encontraba muy enfermo, y aún así normalmente uno de sus padres, y o abuelos o tíos iban y usaban la videollamada para que el rubio la viera.
Sin embargo, Roger solo atinada en decir en que quería ir y que estar con Clare le haría bien.
Los hospitales lo enfermaban psicológicamente más de lo que ya estaba, haciéndolo gritar por dentro hasta enmudecer.
Pero haría cualquier cosa por su hermanita, por su princesita.
Tomaron el ascensor y su madre marcó el habitual "piso 24" mientras las puertas comenzaban a cerrarse.
Roger iba callado, su madre lo miraba con tristeza y preocupación de forma seguida, sabiendo en cierta forma lo que le sucedía y buscando mentalmente la forma de ayudarle.
Roger jamás estaba tan callado.
¿Cuánto llevaba ya? ¿Veinte minutos? ¿Veinticinco? ¿Media hora?
¿Una hora?
Al parecer la última, puesto que lo último que Roger había hablado, había sido un "sí, quiero ir" alrededor de cuarenta minutos antes de irse, sin contar que el viaje al hospital duraba veinte.
El resto del rato solo había asentido o hecho algún gesto, pero su voz no quiso asomarse de su refugio correspondiente a la boca del rubio.
Winifred comenzaba a preocuparse cada vez más por su hijo, pero tampoco quería hostigarlo y hacerlo sentir peor.
Trató de animarlo como pudo, colocó su canción favorita en la radio, le compró un dulce, incluso ofreció comprarle un peluche nuevo, pero a esto último Roger se negó.
Estaba exasperada, pero no podía involucrarse dentro de la vida amorosa de su hijo, lamentablemente aquello era algo que el chico debía descubrir y vivir por sí solo. No podía cortarle las alas, debía dejarlo crecer en aquello que su hijo estaba dispuesto en hacerlo.
Por lo cual, aquella opción estaba descartada.
Mucho menos podía hablar con Brian y obligarlo a que le gustara, ninguna de las opciones era ni viable, ni correcta.
Finalmente llegaron al piso correspondiente y caminaron hasta la habitación número 48B, donde se encontraba la pequeña rubia.
Entraron, la mujer cambió las flores que había dejado el día anterior por las que ese mismo día había comprado.
Roger se acercó a su hermana, colocó la silla más cercana junto a la cama y le tomó la mano.
— Hola, Clare... —saludó de forma leve, hablando por primera vez dentro de hacía ya bastante rato.
— Hoy tiene un poco más de color —comentó Winifred viendo las pálidas mejillas de la niña.
— Sí, creo que sí —respondió Roger y se dispuso a correr un mechón de su rubio cabello que caía en sus ojos, colocándolo detrás de la oreja de la más pequeña.
(...)
— No me convence, Purple Haze desde el inicio —dijo Freddie.
— Fred, la hemos tocado diecisiete veces —se quejó John con cansancio.
— Pues que sean dieciocho y nos salga bien —respondió el persa—. Roggie, marca el ritmo.
Roger estaba bastante distraído mientras miraba por la ventana, como se empezaba a hacer habitual en él —y antes no era— callado, por lo que no escuchó y no realizó ninguna acción.
— Roger, te estoy hablando —bufó el persa.
Roger lo miró con los ojos bastante abiertos, mostrando que se había sorprendido.
— Marca el ritmo —repitió Freddie, a lo que Roger asintió y obedeció.
Brian miraba desde la guitarra como el rubio se mantenía, sintiéndose fatal debido a que él era el culpable de ello. Se alegraba que al menos el chico no se había alejado de él ni de Freddie, simplemente evitaba quedarse solo con el de rizos o intercambiar muchas palabras con él. De todas formas, eran capaces de estar en la misma habitación y a veces conversar. Es más, a veces el de orbes azules incluso le sonreía, lo cual lo hacía sentir un poco más tranquilo.
De todas formas, era evidente que Roger había cambiado. Seguía siendo infantil, pero ahora de forma más callada, lo cual era extraño, puesto que antes el rubio hablaba sin parar.
Sin darse cuenta ya habían empezado todos, incluyéndolo a él, a tocar.
— Purple haze, all in my brain.. Lately things they don't seem the same. Actin' funny, but I don't know why. Excuse me while I kiss the sky —cantó el azabache mientras Brian se deleitaba de como bien sonaba la melodía psicodélica hippie de los 60's mezclada con la hermosa voz del chico.
Una vez que terminaron, practicaron She's so heavy un par de veces y dieron terminado el tercer ensayo ya hecho.
John y Roger se fueron, ya que era algo tarde, pero Freddie seguía allí ya que se terminaba de pintar las uñas de un tono carbón.
Brian se le acercó.
— Buen ensayo —le dijo.
— ¿Buen ensayo? Pf, pudo ser mejor —espetó el persa sin dejar de pintarse las uñas— agh, quizás tenga que darle otra capa, ¿tú qué dices, querido?
— Se ven muy bonitas, Fred... —dijo—. Lo... lo que intentaba decirte es que a fin de cuentas aún tenemos tiempo y nos sale bien.
— No sé cuál será tu definición de bien, cielo, pero por lo que veo es bastante diferente a la mía— siguió el persa y se levantó—. No pienso humillarme delante de toda la escuela por ustedes, aunque claro, lo hacen genial, pero si nos equivocamos sé que será por culpa de cualquiera, menos mía.
Brian sonrió mostrando los colmillos y arqueó una ceja.
— ¿Y por qué no sería culpa tuya?
— Pues porque soy Freddie Mercury, cariño ¿Esperas menos?
Brian rió.
—Honestamente, no, no espero nada menos.
— Por supuesto que no, sabes bien que soy...
— ¿Perfecto?
— Iba a decir "tu padre" para bromear, pero tienes muchísima razón —rió el azabache mientras tomaba con cuidado su mochila para no estropear el esmalte de uñas.
— Me equivoco seguido, pero jamás lo haría con esto, Fred —Brian se acercó.
— ¿Te ha sonado como que te digo que te equivocaste? —preguntó el persa algo incómodo por la cercanía—. Porque sabes muy bien que yo jamás dudaría de mi autoesti-
No pudo terminar de articular la palabra "autoestima" producto de que Brian lo estaba besando.
Freddie estaba en shock sin saber que hacer, dispuesto a empujarlo cuando Roger entró a la habitación para buscar sus baquetas que se le habían quedado.
Rápidamente lo abofeteó, Brian se echó para atrás y se sobó la mejilla.
El persa, sintiéndose fatal, iba a ir a explicarle al rubio y pedirle perdón, pero este ya se había ido corriendo, seguramente llorando.
— ¡Demonios, Brian! ¡¿Qué diablos fue eso?! —gritó.
— Yo... es que... me gustas, Fred... —respondió el rizado.
— Te responderé de la misma forma en la que lo hiciste tú con Roggie —dijo—. Brian, me gusta John.
Luego se fue de la habitación lo más rápido que pudo para ir tras el rubio.
— ¡Roggie, te juro que no fue mi intención! —exclamó a tiempo que Brian le pidiera a gritos que volviera y esperara.
Pero era tarde, tanto Roger, como Freddie se habían ido.
Brian se quedó solo en el cuarto mirando hacia la puerta abierta.
— Creo que ahora sí la jodí... —dijo básicamente para sí mismo, pero en voz alta para luego disponerse a guardar sus cosas e irse cabizbajo.
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