𝗼𝗻𝗲. pilot
001. ┊໒ ⸼ | 𝗖𝗛𝗔𝗣𝗧𝗘𝗥 𝗢𝗡𝗘 | 🐝•˖*
❛ 𝗉𝗂𝗅𝗈𝗍 ❜
Arabella no podía dejar de pensar en su primer día en el Área, como su mente se perdía en sus propios laberintos de recuerdos. Siempre recordaba el momento en que llegó, aunque los detalles no terminaban de cerrar, no del todo. La jaula donde llegó, aquel ascensor metálico emitiendo aquel sonido ensordecedor mientras subía y el golpe de la luz cuando las puertas se abrieron. La mirada de las chicas y los murmullos, entre los cuales se escucharon cosas como "novata", y esa sensación de mareo cuando por fin pudo levantarse.
Ella intentó olvidarse por completo de eso; quizá solo estaba siendo paranoica, y usaba eso como una forma de pasar el tiempo, resolviendo un misterio para poder pasar el rato...pero apenas pudo aguantar dos horas sin pensar en eso. Nunca lo volvería a intentar. Aquí pasaba algo; en ella pasaba algo.
Creía que era diferente...de alguna forma. Estaba confundida por los recuerdos que le llegaban. La nieve, comer pizza con un chico al que no podía reconocer en un lugar con máquinas, no estaba muy segura, no estaba segura tampoco del chico; era una figura borrosa que se encontraba frente a ella, sonriendo mientras tiraba el pepperoni a su cara. Recordaba una plaza llena de personas, chicas y chicos, ancianos, niños. Y ahora, ella solo estaba aquí, en un lugar confinado donde solo hay mujeres y Aris. Un lugar rodeado de grandes paredes y un laberinto que parece ser una trampa mortal.
Suspiro, intentando desviar sus pensamientos mientras ajustaba la pechera que usaba como uniforme. Se inclinó frente al espejo de metal pulido, ajustando mejor la armadura de cuero que las textiles que habían fabricado con cuero viejo y broches que a veces venían en las cajas. Era todo lo que tenía para protegerse cuando salía al laberinto. Esta vez, tuvo que ajustarse mejor la pechera; había adelgazado desde la última vez que se repararon luego del incidente.
Oh, sí. Arabella era corredora. Tenía una de las tareas más peligrosas, pero también emocionante, o al menos lo era para ella: tenía que explorar el laberinto, trazar mapas buscando posibles salidas y luego dibujarlos en una de las paredes del área. No había nada que la hiciera sentir más viva que correr todos los días a toda velocidad por los pasillos del laberinto, con el aire faltándole de los pulmones y el miedo de que una criatura nueva apareciera. Aunque no estaba tan loca, también estaba consciente de que un error, o tomarse esto a la ligera, le costaría la vida. Sin embargo...hacer esto era lo único que la hacía sentir viva.
A estas horas, el área aún estaba en calma; las demás chicas apenas comenzaban a levantarse. Algunas bostezaban mientras salían de las literas, y otras se dirigían al comedor, como Stella, que estaba charlando con su grupo habitual.
─ ¡Tierra llamando a Bella! ¿Estás ahí, Bella? ─preguntó Devin.
Arabella se giró, encontrándose con la sonrisa fácil de Devin, una de las pocas personas con las que podía hablar sin sentir que la estaban juzgando.
─ Buenos días para ti también. ─respondió con un deje de sarcasmo mientras buscaba sus guantes en el baúl bajo la litera.
Sacudió el polvo de los guantes y se los colocó con movimientos mecánicos. Devin se sentó en el borde de la cama superior, balanceando las piernas, con su cabello castaño claro reflejando la tenue luz que se filtraba por las rendijas del techo.
─ ¿Otra vez soñaste con pizza y aquel chico misterioso? ─preguntó, apoyando la barbilla en una mano mientras la miraba.
Arabella rodó los ojos, pero pudo evitar una sonrisa fugaz.
─ Puff, ¿por qué soñar con pizza, nieve y aquel chico sería mejor que este paraíso? ─hizo un gesto, señalando el área.
─ No te veo como alguien que estaría en una cita.
Arabella no respondió, pero su mente volvió a aquel recuerdo. Los bordes de la pizza crujiendo cuando la mordió, el aire helado de la nieve inundando sus pulmones y alguien riendo frente a ella mientras le quitaba el pepperoni de la tajada y lo tiraba hacia ella. ¿Quién era? ¿Por qué esos recuerdos parecían tan reales y, al mismo tiempo, implantados en su cerebro?
─ ¿Hoy también vas a salir?
─ Sí. Creo que encontré algo importante. Hay un pasillo nuevo... aunque no recuerdo exactamente cómo llegué allí.
Devin frunció el ceño, claramente preocupada.
─ ¿Sola?
─ ¡Fue un accidente! ─Arabella alzó las manos, defendiéndose. Devin la miró fijamente, sin decir nada. Arabella suspiró ─. Está bien, me alejé. Pero soy más rápida sola.
─ Y más muerta estando sola ─replicó Devin, cruzándose de brazos ─ ¿Acaso no confías en Stella?
La chica lo pensó, haciendo una mueca de lado y mirando hacia el comedor, donde Stella reía con sus amigas.
─ Sí, pero no es el caso.
Devin la observó por un momento antes de dejar escapar un suspiro resignado y luego sonrió. Arabella no era sociable; de hecho, Devin aun no comprendía cómo se habían hecho amigas. Prácticamente la adoptó el primer día y de eso no pudieron separarse más, y aunque Arabella hubiera querido alejarse, Devin no lo hubiera permitido.
La castaña la mira y solo sonríe. Arabella no era sociable; de hecho, Devin aún no comprendía cómo se habían hecho amigas. Prácticamente la adoptó el primer día y luego de eso no pudieron separarse más.
─ ¿Quieres que te la haga?
Arabella la miró confundida por un momento, antes de darse cuenta.
─ Aquí no, Devin. Nos están viendo. ─dice con una sonrisa burlona.
─ ¡Tus trenzas! ¡Dios! ¿Qué pensaste que quería hacer? ─Devin se echó a reír, y Arabella no pudo evitar unirse.
Arabella suelta una risilla. ─ Si, por favor. Aunque rápido, antes que mi reputación baje.
Devin comenzó a trabajar en el cabello de Arabella con manos ágiles, mientras el área despertaba por completo a su alrededor. Pero incluso en ese momento de calma, Arabella no podía evitar sentir el peso de algo oscuro en su pecho. Algo que la empujaba a seguir corriendo, a buscar respuestas. Y sabía que no podría detenerse hasta encontrarlas.
Lili se dio la vuelta, sus pasos resonando suavemente sobre el suelo de tierra mientras se dirigía hacia las mesas de comedor, donde las chicas ya comenzaban a servirse la cena.
─ No es muy agradable, ¿verdad? ─inquirió Cat, inclinándose hacia Stella con una sonrisa socarrona.
Stella arqueó ambas cejas, cruzando los brazos con un gesto deliberado.
─ ¿Tú crees? ─respondió, dejando caer el sarcasmo como un martillo.
Antes de que Cat pudiera replicar, Arabella apareció, acercándose con la misma energía despreocupada que siempre traía consigo.
─ ¿Quién no es muy agradable? ─preguntó con una sonrisa torcida mientras tomaba asiento. Luego miró a Stella con fingida sospecha ─ ¿Tú?
─ No, tú ─intervino Stella rápidamente, sonriendo de lado ─ ¿Dónde estabas? Quedamos en vernos aquí, como siempre.
Arabella empujó ligeramente a Stella en las bancas para hacerse espacio.
─ Admite que me extrañas ─le guiñó un ojo mientras se sentaba ─. Y tengo hambre.
Stella rodó los ojos, pero se acomodó junto a Arabella, estudiando los platos dispuestos sobre las mesas. Arabella no perdió tiempo y tomó un trozo de pollo, llevándolo inmediatamente a la boca.
─ Podría dormir tres días después de hoy. ─comentó la corredora entre bocados.
Stella tomó su vaso de agua y bebió lentamente antes de responder.
─ Ni lo sueñes. Hay mucho trabajo que hacer mañana. Según el mapa, debemos volver a la zona Z para examinar lo que encontramos la última vez ─su tono era firme, aunque Arabella ya estaba acostumbrada ─. Además, no pienso quedarme sin mi compañera de laberinto.
Arabella levantó una ceja, fingiendo indignación.
─ Con tal de que no me despiertes a las siete de la mañana como hoy, perfecto.
─ ¡Eran las once de la mañana! ─replicó Stella, incrédula.
Arabella la miró con una expresión completamente seria, antes de soltar en un tono ridículamente grave:
─ No tienes pruebas. ─dice, aunque era cierto, ella había dormido mucho, pero era culpa de Devin, ya que le dio un sospechoso te que no debió tomar.
Stella resopló, luchando por mantener una expresión seria mientras Arabella devoraba otro trozo de pollo.
─ Para la próxima, en lugar de hablarte tranquila, te sacaré de la cama a patadas. ─murmuró Stella, apretando el vaso entre las manos.
─ Siempre lo haces. ─replicó Arabella con indiferencia, dándole un mordisco exagerado a su comida.
Stella estaba a punto de contraatacar cuando la voz firme de Annora, la líder del laberinto, interrumpió desde el otro extremo del comedor.
─ ¡Arabella! ¡Stella! ─gritó, haciendo que ambas giraran hacia ella. Su baja estatura no le quitaba un ápice de autoridad, y su cabello blanco, surcado por las canas, parecía brillar bajo las luces improvisadas ─. La hora de comer es para eso, no para pelear.
Annora caminó hacia ellas con pasos deliberados, señalándolas con el dedo.
─ Ahora, discúlpense.
Arabella y Stella intercambiaron miradas, bajando ligeramente la cabeza. Ambas eran orgullosas, y esta escena frente a todo el grupo no hacía más que agravar la situación. La pelinegra sabía que esto podía extenderse indefinidamente si ninguna daba el brazo a torcer. Con un suspiro resignado, tomó una bocanada de aire y habló en el tono más bajo que pudo.
─ Perdón.
Stella resopló, mirando de reojo a Annora antes de ceder con evidente desgana.
─ También lo lamento.
Pero Arabella no podía dejarlo así.
─ No te escuché. ─se burló, mirando a Stella con una sonrisa traviesa.
─ Que no lo lamento. ─corrigió, enfatizando cada palabra con fingida dulzura.
Arabella arqueó una ceja, levantando su trozo de pollo como si fuera a estrellarlo contra la cabeza de Stella.
─ ¡Pero lo harás!
Annora soltó un profundo suspiro, llevándose una mano al puente de la nariz.
─ Ustedes nunca van a cambiar, ¿verdad? ─su tono era más exasperado que molesto ─. Solo no se maten, al menos no mientras yo esté cerca.
Arabella adoptó una expresión exageradamente inocente, mostrando una sonrisa fingida.
─ Nos matamos cuando no veas, no te preocupes.
─ Sí, si no la mato yo primero ─añadió Stella rápidamente, asintiendo con aprobación. Pero al ver la mirada de advertencia de Annora, cambió de rumbo con torpeza ─. Digo... que buena está la comida.
Annora negó con la cabeza mientras se alejaba, murmurando algo inaudible.
Stella y Arabella intercambiaron una última mirada antes de que ambas estallaran en risas contenidas. Era una rutina conocida, una dinámica que las definía tanto dentro como fuera del laberinto. Entre risas y desafíos, se preparaban para otro día enfrentando lo desconocido, sabiendo que, al final, siempre estarían allí la una para la otra, incluso si a veces parecía lo contrario.
Arabella y Stella eran las únicas que se atrevían a desafiar el laberinto. Cada amanecer, mientras las demás se refugiaban tras las murallas seguras de la zona A, ellas salían al vasto y traicionero enigma del Laberinto B. No era valentía lo que las impulsaba, ni siquiera curiosidad; era desesperación. Si no hallaban una salida, terminarían consumidas por el encierro, ya fuera física o mentalmente. Pero hoy, el laberinto las recibiría de una forma que nunca habían imaginado.
El aire dentro del laberinto estaba denso, como si las mismas paredes respiraran, vivas y expectantes. En cuanto cruzaron a la zona B, algo cambió. Las paredes tenían marcas negras que parecían garabatos hechos con furia. Arañazos profundos surcaban el frío concreto, como cicatrices de batallas olvidadas.
─ ¿Eso siempre estuvo ahí? ─preguntó Arabella, rompiendo el incómodo silencio. Su mano temblorosa acarició una de las marcas. Era áspera, como quemada.
Antes de que Stella pudiera responder, un rugido profundo resonó desde las entrañas del laberinto, y la pared frente a ellas se movió, rápida como un latigazo. Ambas retrocedieron instintivamente, chocando contra otra pared que también comenzó a desplazarse, cerrándoles la salida. El eco del estruendo las envolvió, aplastante y eterno.
─ ¡Esto no está en los mapas! ─exclamó Stella, sus ojos moviéndose frenéticos, buscando una lógica que no existía.
─ Creo que el mapa ya no nos sirve... ─murmuró Arabella. Sus palabras, calmadas pero cargadas de resignación, calaron en Stella como un cuchillo.
El pánico llegó sin aviso. Las paredes se cerraron a su alrededor, dejándolas en completa oscuridad. Arabella respiró hondo, obligándose a mantener la calma.
─ ¿Puedo asustarme ahora? ─murmuró Stella, su voz quebrándose.
─ No te lo permito. ─contestó Arabella, con una seriedad que paralizó a su amiga. No era una broma. Esta vez, hablaba en serio.
Stella comenzó a golpear la pared, sus puños resonaban inútiles contra el frío concreto.
─ ¡Ábrete, maldita sea! ¡Ábrete! ─gritó, pero sus esfuerzos solo le dejaron las manos adoloridas.
Arabella la observaba en silencio, su mente trabajando rápido. Antes de que pudiera sugerir algo, una de las paredes empezó a deslizarse de nuevo. La luz se filtró, tenue pero suficiente para devolverles la esperanza.
─ ¿Lo ves? Es ciencia ─bromeó Stella, una sonrisa nerviosa en su rostro ─. Vámonos antes de que cambie de opinión.
Pero el alivio fue fugaz. Apenas dieron unos pasos hacia la zona A, un zumbido extraño las detuvo. Era un sonido metálico, irregular, como si algo afilado arañara el suelo. Las dos se miraron con los ojos llenos de incertidumbre. El día era raro.
El zumbido se convirtió en un rugido grave y gutural, y entonces lo vieron. Una sombra gigantesca apareció en la entrada de la zona A. Era un Draknor. Su cuerpo, cubierto de placas metálicas que reflejaban la poca luz, brillaba con un fulgor carmesí. El núcleo en su pecho irradiaba una energía azulada que latía con un ritmo inquietante. Sus patas cortas golpeaban el suelo con una fuerza que hacía temblar las paredes.
─ No puede ser... salen de día... ─susurró Arabella, retrocediendo hasta que su espalda chocó contra la pared. Su respiración se volvió errática.
El Draknor abrió su mandíbula mecánica, dejando ver un interior lleno de engranajes afilados. Antes de que Stella pudiera reaccionar, un torrente de fuego azul surgió de su boca, impactando el lugar donde habían estado paradas segundos antes. La explosión iluminó el pasillo y dejó una marca negra en el suelo.
─ ¡Ahora entiendo las marcas en las paredes! ─exclamó Arabella, mientras sus piernas temblaban. Pero no hubo tiempo para explicaciones.
─ ¡Corre! ─gritó Stella, tomando a Arabella del brazo y empujándola hacia adelante.
Corrían como si el mismo infierno las persiguiera, y quizá así era. El Draknor no se detuvo. Otro rugido llenó el aire, y un segundo torrente de fuego azul cortó el pasillo, separándolas.
Arabella giró la cabeza en busca de Stella, pero solo alcanzó a ver su silueta desvaneciéndose en dirección opuesta.
─ ¡Stella! ─gritó, pero su voz fue devorada por el eco del laberinto.
Soledad, miedo y un calor sofocante la rodearon. Ahora estaba sola, y el Draknor no se había detenido.
Arabella apenas podía respirar. El rugido del Draknor seguía retumbando a sus espaldas mientras corría a toda velocidad hacia la zona B. Sus pasos resonaban contra el suelo metálico del laberinto, mezclándose con el chirrido mecánico de las paredes que comenzaban a moverse a su alrededor. La adrenalina quemaba en sus venas, y el sudor le empapaba la frente, pero no podía detenerse. Si lo hacía, estaba muerta.
Las paredes se desplazaban con una precisión escalofriante, cerrándose como mandíbulas. Arabella esquivó una que casi le aplasta el brazo, rodando sobre el suelo polvoriento. El impacto hizo que su hombro crujiera, enviando una punzada de dolor que casi la hizo gritar. No podía permitirse perder el control. Su vida dependía de ello.
De repente, el pasillo que tenía frente a ella desapareció. Una pared descendió con un estruendo ensordecedor, bloqueándole el paso. Arabella giró rápidamente hacia la derecha, pero otro muro se deslizó a su posición, obligándola a retroceder. El laberinto la estaba atrapando, cambiando, ajustándose como si tuviera vida propia. Su pecho se comprimió bajo el peso del pánico.
─ ¡Maldito sea este lugar! ─gritó, su voz rasgando el aire como una plegaria inútil.
De pronto, su pie tropezó con una grieta en el suelo, y cayó de bruces. El impacto le raspó las palmas y las rodillas, pero el terror la obligó a levantarse de inmediato. Mientras lo hacía, notó algo nuevo: las paredes en esta sección no eran como las otras. Eran más altas, cubiertas de extrañas protuberancias.
El rugido del Draknor volvió a sonar a lo lejos, un recordatorio de que quedarse quieta no era una opción. Miró hacia arriba, calculando desesperadamente. La pared estaba salpicada de penitentes, pero quizás podría usarlos como puntos de apoyo para trepar. Si alcanzaba la cima, tal vez podría escapar de esta sección del laberinto.
Arabella tomó aire y dio un salto, agarrándose de una protuberancia menos afilada. La superficie era resbaladiza y fría, y sus manos, húmedas de sudor, apenas lograban mantener el agarre. Tiró con todas sus fuerzas, intentando impulsarse hacia arriba, pero sus pies resbalaron contra la pared, rasgando su pantalón y dejando una línea sangrienta en su pierna. Gritó de frustración y dolor, pero no se rindió.
Cuando logró subir unos metros, una de las paredes empezó a moverse de nuevo, inclinándose hacia ella. Parecía que el laberinto mismo intentaba derribarla. En el último segundo, saltó al suelo, rodando justo a tiempo para evitar ser aplastada. La caída le quitó el aire de los pulmones, y por un momento, todo lo que pudo hacer fue quedarse ahí, jadeando.
El sonido metálico de las paredes deslizándose continuaba a su alrededor, un recordatorio constante de que no había escapatoria. El rugido del Draknor era más cercano ahora, y el eco de sus pasos mecánicos hacía vibrar el suelo. Arabella miró a su alrededor, buscando desesperadamente otra salida. La única opción era seguir adelante.
Se levantó tambaleándose, cojeando por el dolor en su pierna, y comenzó a correr de nuevo. Cada paso era un suplicio, pero no podía detenerse. Las paredes seguían moviéndose, cerrándose y abriéndose a su alrededor como un rompecabezas infernal. En un momento, tuvo que deslizarse por el suelo para evitar que una de ellas la aplastara. Sus codos y piernas quedaron cubiertos de polvo y sangre, pero logró pasar.
─ No voy a morir aquí... no hoy... ─murmuró para sí misma, obligándose a seguir corriendo, con las piernas temblando y el corazón a punto de estallar.
El laberinto no quería dejarla ir.
Cada paso era una lucha contra el caos cambiante del terreno. Las paredes parecían burlarse de ella, moviéndose en patrones que la empujaban cada vez más lejos de la zona conocida. En un punto, una pared se inclinó hacia ella con una velocidad mortal. Arabella se tiró al suelo, deslizándose por el frío y áspero concreto. Sintió cómo el borde de su bota era rozado por el muro antes de que este se cerrara detrás de ella.
El sabor metálico del miedo inundó su boca mientras jadeaba, exhausta pero impulsada por la necesidad de sobrevivir. El rugido del Draknor era un recordatorio constante de que detenerse no era una opción.
Finalmente, el caos del laberinto la condujo hacia una luz tenue. A lo lejos, reconoció el contorno de las puertas de la comunidad. Una chispa de esperanza iluminó su interior. Había una salida. Estaba cerca.
Pero algo no estaba bien.
Arabella escuchó un sonido diferente, un zumbido bajo que se mezclaba con el ruido de sus pasos. No era el Draknor; esto era otra cosa. Se giró brevemente para mirar, y su corazón casi se detuvo. Una nueva criatura emergía de las sombras, una fusión grotesca de carne y metal, con espinas móviles que goteaban un líquido oscuro y viscoso. Sus patas, musculosas y deformes, golpeaban el suelo con una cadencia que hacía vibrar el aire.
─ ¡No puede ser! ─murmuró, el pánico nublándole la mente.
La criatura avanzaba rápido, su mirada fija en ella. Arabella no tenía otra opción más que correr hacia las puertas. La comunidad estaba a unos metros, pero las puertas ya comenzaban a cerrarse lentamente con un crujido implacable.
En la comunidad, Stella estaba siendo atendida cuando los gritos de alarma comenzaron a surgir a su alrededor. Al levantar la vista, vio a Arabella corriendo hacia ellos con todas sus fuerzas. Su cabello estaba enredado, su rostro cubierto de sudor, y sus ojos reflejaban un pánico absoluto.
─ ¡Arabella! ─gritó Stella, intentando levantarse, ignorando el dolor en su cuerpo.
Pero algo más captó su atención, algo detrás de su amiga. La criatura grotesca la perseguía, su cuerpo brillando con un líquido oscuro que goteaba de sus espinas. Cada paso que daba sacudía el suelo, y el rugido que emitía era un sonido que hacía que el aire se sintiera pesado.
Arabella no miró atrás. No podía permitírselo.
Corría como si su vida dependiera de ello, porque lo hacía. El espacio entre las puertas se hacía más pequeño con cada segundo, un margen que apenas le daba tiempo para cruzar.
─ ¡Aléjense! ─gritó con todas sus fuerzas, su voz desgarradora.
En el último momento, cuando quedaba apenas un resquicio por el que podía pasar, Arabella se lanzó de cabeza, rodando por el suelo polvoriento justo antes de que las puertas se cerraran de golpe detrás de ella, dejando a la criatura afuera.
El eco del cierre resonó en el aire mientras Arabella quedaba tendida en el suelo, jadeando, cubierta de polvo y sangre. Alguien corrió hacia ella, pero no podía distinguir quién. Sus oídos zumbaban, y su visión era un torbellino de sombras y luces.
El rugido de la criatura quedó amortiguado detrás de las puertas, pero las sacudidas que producía al golpearlas les recordaban a todas que el peligro no se había ido.
─ Un día te mataras y me mataras. ─dijo Devin, corriendo hacia Arabella, cayendo de rodillas junto a ella, comenzando a evaluarla, viendo si tenía heridas mortales antes de matarla ella misma por el susto que le había dado.
─ Regañame despues, me duele la cabeza.
Aunque no le dolía la cabeza por toda la travesía que había sufrido, si no por los recuerdos. Malditos recuerdos.
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