19. Dulce confesión
No sé en qué momento las lágrimas empezaron a caer descontroladas, pero estoy llorando. Llorando de felicidad, porque la inmensa dicha que siento dentro del pecho me embarga en demasía.
«Apenas mi madre fue de vuelta al hospital para su guardia, subí las escaleras de dos en dos, me preocupé al no encontrar a Alexander en la habitación, pero al ver la ventana abierta supe que era él. Le gusta salir al techo y sentarse a ver las flores de mamá, sobre todo ahora que ha llegado la primavera.»
Pienso en asustarlo un poco, así que me acerco lentamente, después de dejar la pizza sobre el escritorio, sin hacer nada de ruido. Alexander está concentrado viendo una hoja de papel, y no es que sea chismoso... o bueno, tal vez lo soy, pero solo un poco, así que me quedo parado, estirando un poco el cuello para alcanzar a ver lo que hay escrito en el papel, y un minuto después estoy a punto de ahogarme con mis propias lágrimas.
Cada palabra que leo, se mete en lo más profundo de mi ser. Lo que mi cerebro lee, está siendo procesado directamente por mi corazón... ¿Cómo es eso posible? No lo sé. Lo único que sé, es que no puedo seguir aquí inclinado en la ventana, necesito, necesito... a... Lex.
—Yo también te amo, Alexander.
Las palabras salen fuertes y claras, mientras coloco mi mano sobre su hombro. Dios quiero tirar de él hacia arriba y abrazarlo, besarlo... si, besarlo, perderme en sus labios y robarle el aliento, o que él me lo robe a mí...
Yo estoy enamorado de mi amigo, y él me ama a mí.
Este es el momento más feliz de mi vida...
Alexander me ama.
Lágrimas de felicidad, sonrisas tímidas y tiernas son intercambiadas por los jóvenes enamorados que parecen estar en un mundo imaginario. En una burbuja de cristal en la cual nadie más puede entrar. Desde que Alexander volvió a entrar por la ventana, al interior de la habitación, están sentados sobre la alfombra apoyados en la cama, sus pies descalzos se rozan entre sí, jugando mientras se tocan. Sus manos entrelazadas yacen en medio de sus cuerpos. Pero increíblemente después de haberse confesado mutuamente que se aman, ninguno dice nada.
Es Arath quien nervioso y sin dejar de pensar en los labios contrarios, toma una profunda respiración y se gira un poco para ver directamente a los ojos del tímido chico sentado junto a él.
—Alexander, yo-
—Nunca he besado a nadie Arath, —confiesa de pronto el más joven de los dos y desvía la mirada en cuanto su rostro se tiñe de rojo— te lo dije una vez, pero ahora mismo, quiero hacerlo. Quiero intentarlo.
Los ojos de Arath brillan como dos luceros y su pecho empieza a tamborilear de alegría.
Con mucho cuidado, suelta el agarre de su mano y rápidamente las lleva hasta el rostro contrario, acunando las rojas mejillas de Alexander en sus manos tibias.
—¿Quieres que te enseñe?
Alexander asiente con la cabeza y remata su respuesta de aceptación con un suspiro. Entonces Arath se acerca tentativamente hasta que las puntas de sus narices se tocan, sus respiraciones se mezclan y Alexander puede ver claramente cuando Arath cierra los ojos. Él hace lo mismo y trata de relajarse. Está nervioso. Asustado, pero más que nada ansioso por sentir a qué sabrán los labios de Arath. Y sin embargo no se anima a hacer nada, solo espera a que el mayor se apiade de él y lo premie con sus labios.
Arath no puede dejar de pensar en que por fin ha llegado el momento. Quiere ser delicado con Alexander, sería su primer beso y desea que sea digno de recordar.
Con los labios cerrados, presiona sobre los delgados labios del menor, tres, cinco, ocho segundos, los mantiene unidos y sin dejar de acariciar las calientes mejillas de Alexander. Va abriendo los ojos, mientras se separa de él y los ojos de Alexander lo miran con dulzura y un especial brillo, que Arath nunca antes había visto.
—Arath...
Intenta hablar Alexander, pero un dedo aterriza en su boca, y no lo deja continuar.
—¿Quieres hacerme espacio? —pregunta Arath, señalando con la mirada hacia sus piernas, entonces Alexander comprende que desea que las separe un poco.
Una vez el espacio es suficiente para que Arath se arrodille, lleva una de sus manos sobre la mejilla de Alexander, pasando el dedo pulgar por sus labios, mientras la otra mano acaricia cariñosamente su nuca.
Entonces besa la frente de un tímido Alexander, luego, besa cada una de sus mejillas, la mano que jugaba con el cabello detrás de la nuca, ya no lo hace más, ahora ejerce un poco de presión y hace girar el rostro sonrojado de Alexander. Entonces su lengua entra en acción, muy sutilmente, la punta húmeda delinea los labios del joven frente a él, ocasionando que este, por reflejo, apoye las palmas de sus manos contra la alfombra.
Y entonces esa lengua juguetona empuja suavemente entre ambos labios, haciendo que se separen, apenas una estrecha línea, pero aprovecha en empujarse dentro. Una suave invasión que hace a Alexander clavar los dedos ya no en la alfombra sino en los hombros de Arath. El toque es suave, no lo lastima, y cuanto más se mueven los labios contrarios sobre los suyos, más sensaciones le erizan los vellos del cuerpo.
Arath es gentil, pero Alexander ya no desea que las cosas vayan tan lentas, no ahora que se está sintiendo tan extraño, no cuando un calor insoportable está recorriéndole las entrañas, la sensación de desespero que se ha instalado en la boca de su estómago, le exige tomar más de Arath. Abre los labios y al igual que Arath captura su labio, él hace, ambas bocas se mueven al compás de los latidos de sus corazones desbocados, un suave e inocente toque de labios se va convirtiendo en una imperante necesidad.
Necesidad de tocar.
Necesidad de beber cada gota del delicioso sabor a menta fresca de los labios contrarios.
Necesidad de apaciguar el calor que está despertándose bajo el cuerpo de Arath, que se ha pegado más a él...
Por un momento su mundo está compuesto solamente por la boca, manos y cuerpo contrarios, sobre él. La boca de Arath sabe a gloria. Él nunca pensó que la primera vez que probara unos labios iba a sentirse de esa manera. Es fresco, pero también dulce y embriagante.
No se han dado cuenta del tiempo que ha pasado, pero el sol ya no está brillando en lo alto, la luz de luna que se cuela por la ventana está iluminando el cabello de Alexander, y la blancura de la camiseta que lleva bajo la camisa de cuadros, que ya ha desaparecido. Arath no está pensando claramente. Un inocente beso se está convirtiendo en algo más intenso. Alexander no está listo, pero en su defensa, él, debe confesar que estaba teniendo una batalla interna desde hace mucho rato, solo que cuando Alexander profundizó el beso, abriendo los labios y devorando su boca como todo un experto, mirándolo incluso con aquellos profundos ojos, Arath, perdió la batalla contra su cordura y se limitó a disfrutar todo lo que Alexander, le quisiera dar, porque cuando le devolvió la mirada vio en los ojos contrarios... Amor.
Sus pulmones ardían en busca de aire y su corazón martillaba dentro de su pecho, su cabeza le daba vueltas y la razón le pedía que se alejara, pero no podía hacerlo, porque ninguno de ellos le respondía.
Ya no está arrodillado frente a Alexander, está sintiendo su cuerpo presionarse sobre él, está viendo una delgada capa de sudor brillando en su frente y oyendo pequeños sonidos que parecen gemidos...
—¡Mierda! —grita asustado tras separarse y ponerse en pie de un salto— Yo... Alexander, lo lamento.
Alexander no dice nada, solo lo mira confundido, pareciera estar en trance, en shock.
Arath no puede apartar la vista de sus labios hinchados debido al tiempo que ha pasado besándolos, chupándolos, mordiéndolos y saboreándolos, y a pesar de todo, hace una mueca de total satisfacción.
Le tiende la mano a Alexander para ayudarlo a levantarse y cuando está de pie frente a él, vuelve a sellar sus labios con un suave piquito.
Alexander aún está aturdido por todas las emociones que lo invaden, mira a Arath y lleva sus dedos hacia la boca contraria, toma la mano del más bajo y coloca uno de sus dedos sobre sus labios...
—Tu boca y la mía han sellado un acuerdo, Ari —dice sin dejar de ver los preciosos e hinchados labios de Arath— Eso quiere decir que desde este momento tu y yo ya no somos amigos ¿cierto?
Arath sonríe y su corazón da brincos de alegría dentro de su pecho.
—Cierto Lex, ahora tu y yo somos novios —Un cálido abrazo y un tierno beso, ratifican la afirmación—. Todo gracias a una dulce carta de confesión.
Alexander sonríe tímido y nuevamente se lanza a besar los labios de su novio.
𝕰𝖛𝖎𝖎 𝕭𝖑𝖚𝖊 ʚĭɞ
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