EPÍLOGO. ETHAN Y MADISON. ¿Y fueron felices para siempre?
«Tu tarea no es buscar el amor, sino simplemente buscar y encontrar todas las barreras dentro de ti que has construido contra él».
Rumi
(1207-1273).
—Cariño, ¿dónde estás? —Escuchó que Madison lo llamaba a gritos desde el pasillo de la casa de Nueva York.
—Estoy en la habitación, mi amor. —Se puso de pie y caminó hasta ella, pues por la entonación se notaba que se hallaba impaciente—. ¿Se quema la casa? —le preguntó al arribar, mientras le daba un pico en la mejilla.
—¡Algo así, estoy tan emocionada! ¿Te puedes creer que les hemos ganado la apelación a los medios que publicaron nuestras imágenes haciendo el amor? —Si la alegría se estirase y se convirtiera en una cuerda la de Madison conseguiría rozar la estrella más lejana—. ¡Recibiremos el equivalente a un millón de euros!
Ethan lanzó una carcajada y luego se burló:
—¡Lo mismo que tú me pagaste al conocernos!
—¿Verdad que esta victoria significa justicia poética para nosotros? —Lo abrazó y le dio un beso apasionado sobre los labios.
—¡Claro que sí, señora Walker! Usted cuando consigue una presa no la suelta nunca. —Después de perder en primera instancia Ethan había estado a punto de claudicar, pero su esposa había insistido en continuar hasta las últimas consecuencias y gracias a ella alcanzaban el éxito.
—Además Alexander continúa en prisión. Después de que se entere de cómo hemos ganado se lo pensará mil veces antes de volver a intentar algo contra nosotros.
—Y, encima, ahora tiene a Joel de compañero de cárcel. —Ethan movió de arriba abajo la cabeza con cara reflexiva—. ¡Otro al que le vendrá genial a modo de advertencia!
—¡Me siento en las nubes! —chilló Maddie, pasándole los brazos alrededor de la cintura.
—Es de las mejores noticias, cielo, pero tómatelo con calma. A Ethan junior no le viene bien tanta agitación, después te molerá a patadas. —Le frotó el vientre abultado, solo faltaba un mes para que el niño naciera.
—¡¿Ethan junior?! ¡¿Todavía sigues con eso?! ¡Te he dicho millones de veces que de ningún modo se llamará así! Un hijo no puede ser la prolongación de la personalidad de los padres, debe tener nombre propio, una individualidad. Se llamará Noah, por supuesto, ¡y no hay más que hablar! Al fin y al cabo seré yo la que sufra los dolores del parto.
—Con la epidural no sufrirás ningún dolor, así que cuéntale a otro ese cuento. —Fingió enfado porque la amaba tanto que no podía enojarse en serio por la negativa.
Le hacía ilusión llamar Ethan al bebé, como si estuviese dando inicio a una dinastía, pero no había contado con la acérrima oposición de su mujer. Sabía que cuando fruncía la naricilla de ese modo y se empeñaba con una idea, poco podía conseguir él, siempre salía ganando. Era el mismo gesto que había puesto cuando le dio el ultimátum respecto a su trabajo de escort y a partir de ahí había aprendido la lección. Aunque también reconocía que en el resto de decisiones resultaba bastante razonable y más fácil de convencer, de manera que ganaba muchos rifirrafes.
—Disculpa, pero ponen la epidural cuando hay dilatación, así que nadie me salva de ese padecimiento. ¿Y qué me dices de lo complicado que es cargar con este peso extra? Tengo los tobillos y los pies tan hinchados que parecen patas de elefante. Me siento poco atractiva, una bola gigante. —Los ojos le brillaban y un par de lágrimas se le deslizaron por las mejillas: los cambios hormonales provocados por el embarazo no eran extremos, pero sí la dejaban más sensible de lo habitual.
—Bueno, te permito ganar esta vez. ¡Será Noah, entonces, maldita película! —El diario de Noah era el filme responsable de que sus planes se frustraran—. Pero me prometerás, eso sí, que cuando nazca nuestra niña me tocará elegir a mí. —Y la besó sobre los párpados.
—Te lo prometo. Siempre que no quieras ponerle Madison o Virginity o Pride o algo así por mí estará bien —aceptó cruzando los dedos mientras pensaba que, con suerte, el próximo también sería varón y le tocaría volver a elegir el nombre.
—Cambiando de tema, ¿te llegaron las pruebas finales de la editorial? —la interrogó para cambiar a una cuestión menos controvertida.
—¡Sí, acaban de llegar! ¡Y con varias portadas distintas! —Lo cogió del brazo y lo arrastró hasta la oficina: encima del escritorio había tres ejemplares de El libro mágico—. ¿Cuál crees que les gustará más a Harry y a Ferri?
Ethan los estudió uno a uno, en tanto Maddie pensaba cuán minucioso y qué sexy era. Desde que había quedado preñada lo perseguía para hacer el amor en cada habitación y no le daba descanso. Y también en los baños, sobre la mesada de la cocina, sobre las alfombras de los distintos dormitorios, en los sillones y en el sofá de la sala, en el trastero.
—Me gusta más este. —Le señaló el libro en degradados naranja—. Pero ¿no sería mejor hacerles una visita y permitirles que ellos decidan?
—¡Qué gran idea! —Madison palmeó, feliz—. Y de paso les podemos dejar el ejemplar, se sentirán encantados.
Se visitaban muy seguido, ya que se habían convertido en los abuelos honorarios del crío que venía en camino. Harry y Ferry se comportaban con ambos como padres cariñosos, apoyándolos cuando surgían inconvenientes o guiándolos ante las dudas.
—Tranquila, les encantará. —Ethan volvió a besarla en los labios—. Has conseguido que la historia sea todavía más mágica que la realidad.
—¿De verdad crees que nuestra realidad es mágica? —inquirió, en tanto le escrutaba el rostro.
—Mucho más que mágica, vida mía. Tengo a mi lado todo lo que deseo. —Ethan la contempló con amor.
—Y tienes un trabajo que te gusta, además —bromeó Madison, pues su marido se había convertido en socio de Trixie y también hacía sus pinitos en la escritura.
—¡¿Nunca me perdonarás por aquello?! —gimió él, abrazándola.
—Nunca. ¡Te lo recordaré por los siglos de los siglos!
https://youtu.be/fSc8D4wSl3M
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