8. MADISON. Excitación.
«Un intelectual es una persona que ha descubierto algo más interesante que el sexo».
Aldous Huxley
(1894-1963).
Tal como lo habían planeado, una vez efectuadas las presentaciones de Munich y de Dublín cogieron el transbordador. Madison no cabía en sí de tanta expectativa y necesitaba más espacio que el que le dispensaba el ambiente confinado del ferry.
Cruzaron desde la capital irlandesa hacia Holyhead y a partir de allí se turnó con Ethan para conducir hasta Cardiff. Eligieron el hotel Voco St. David's como punto central, y, al no hallarse disponibles las suites, se alojaron en dos habitaciones situadas una frente a la otra. Madison, sin comprender muy bien la razón, sintió que echaba de menos a su acompañante.
—¿Te parece bien que primero vayamos a buscar a Ferri? Luego podemos hacer un poco de turismo. —Acompañó las palabras con una sonrisa para que no sonaran a imposición.
—Me parece excelente. —Ethan le acarició la mejilla provocando que lanzase un suspiro.
Maddie admitía que era una tontería, pero iba a extrañarlo. Porque durante la estadía en Gales le parecía excesivo compartir entre cuatro paredes los momentos que solían pasar juntos en un espacio equivalente a un piso. Tenerlo enfrente de una cama extra grande podría suscitarle ideas extrañas y no deseaba sucumbir a la tentación. «Necesito tomarme todo con calma», se repitió varias veces para convencerse.
Aunque, eso sí, reconocía que se había acostumbrado a escribir con el escort sentado en el sofá o en una silla próxima hombro con hombro e inclusive imprimía las hojas para que él pudiera tener una noción de cómo se desarrollaba la trama. Le había pedido que fuese sincero e Ethan cada tanto efectuaba alguna anotación al margen en bolígrafo rojo y sus comentarios eran tan acertados que había reemplazado a Trixie en esta labor.
Cuando pasaron por delante del castillo de Cardiff se sintió fuera de sí y los pensamientos dejaron de girar en torno a Ethan, pues si bien la edificación principal era de la época victoriana, todavía se elevaba en el centro la torre medieval construida sobre el antiguo fuerte romano. Se imaginó creando una historia fantástica de doncellas y de príncipes: el ambiente que la rodeaba se lo ponía muy sencillo. ¿Por qué motivo? Porque era fácil dejar volar la imaginación viendo los alrededores y recordando las leyendas.
Sus preferidos eran los mitos que narraban acerca de la lucha entre el dragón blanco (representante del mal) y el rojo, este último defensor de las tierras galesas. Contaba el folklore que tan molestos eran los rugidos, las explosiones y los chirridos del combate y tantas las consecuencias negativas para la salud de los humanos que el rey, ayudado por el hermano, llenó un enorme agujero con bebida alcohólica y así embriagó a los dragones para luego encerrarlos. Los mantuvieron cautivos durante doscientos años. Más adelante Merlín, consultado por el soberano de aquel entonces, le pidió que los soltase, pues debía haber un ganador de la eterna lucha. Por fortuna el rojo venció, y, con él, el bien.
¿Y si se animaba a tomar como base estos acontecimientos y viajaba mucho más atrás en el tiempo de lo que acostumbraba y narraba las peripecias de un caballero al rescatar a su amada en medio de este conflicto? Por ejemplo, la chica podría haber sido raptada por el dragón blanco, enamorado de ella también. Visualizó el escenario, repleto de vestidos con corte medieval y de pellizas de terciopelo encarnadas, e incluso fue capaz de percibir el aroma de la tierra reseca y el de la hierba salvaje removida por las zarpas de las criaturas, el rostro del heredero del rey (por supuesto, de ojos violetas), el calor del fuego lanzado por las bocas de las bestias sobre la piel, los chirridos de las casuchas al desplomarse y se le concentró tal excitación en las falanges de los dedos, como si estas pequeñas puntadas parecidas a pinchazos de alfileres la obligasen a escribir. Anotó las ideas en el cuaderno que siempre llevaba en el bolso para más adelante. ¡La creatividad no le daba tregua!
—¿El bosquejo de una nueva historia, Madison? —Ella puso cara de asombro, pues la sorprendió que Ethan la conociese en profundidad teniendo presente lo poco que llevaban juntos.
—Sí, las ideas son tsunamis que lo arrasan todo, nunca paran. —El gesto de resignación sintetizaba cuánto le había costado aprender a organizarse y a combatir el exceso de inspiración, más complicado de gestionar que la falta de ella—. Te confieso, Ethan, que ahora mismo estoy muy nerviosa, necesito distraerme para no pensar en si encontraremos a Harry y a Ferry. —Vio por el espejo retrovisor cómo el castillo quedaba en la lejanía y se prometió recrearlo en una próxima novela.
—No me extraña, cielo, pronto llegaremos a Chepstow y sabremos qué pasó con ellos. —Le dio una mirada rápida, concentrado como se hallaba en la conducción—. Yo también estoy emocionado y siento mucha curiosidad. Sé que para otras personas podría resultar extraño, pero tú y yo compartimos el amor por los libros. Reconocerás que así es cómo nace toda buena historia, viviéndola.
—¡Me encanta que estemos de acuerdo! Te digo más, Ethan: ella nos abrirá la puerta y tendrá el pelo canoso teñido de color rubio porque desea que Harry siga viendo a la misma Ferri de siempre a través de las décadas. —Se dejó llevar, visualizando la escena—. Nos sonreirá, envolviéndonos en una nube de perfume a rosas, y estará encantada de que le devolvamos la carta y los ejemplares de La ballena. Nos invitará a beber un té, English breakfast por supuesto, y pronto se nos unirá él, que la abrazará y le dará un beso cariñoso en la mejilla para confirmar que todavía se aman a pesar de las dificultades que han tenido que superar. La peor, por supuesto, que Harry combatiese en la Guerra de Vietnam.
—¡Vaya, cariño, cómo te lo curras! Me gusta este final feliz, me emociona que hayan envejecido juntos. —Ethan movió de arriba abajo la cabeza, aprobándola—. ¿Qué edad tendrán? Si en el sesenta y siete Harry estaba allí es probable que ahora mismo tenga entre setenta y ochenta... Suponiendo que pudiese sobrevivir... Tenlo presente, Madison, no te hagas demasiadas ilusiones. Sé que la línea entre la realidad y la fantasía es muy delgada, pero no desearía verte sufrir por esto.
—Lo sé, Ethan, pero también sé que están perfectamente. —Maddie le colocó la mano sobre el muslo y sintió un calambrazo de excitación—. ¿Sabes por qué? Porque son los protagonistas de una de mis próximas novelas y es imposible que ambos se mueran si yo me niego a ello. Deseo que estén vivos, que sean felices y que tengan millones de historias para contarnos... ¿Crees que soy ingenua?
—Deliciosamente ingenua. —Le clavó la vista con cariño y admiración—. Por eso me gustas tanto.
Sin embargo, debieron concentrarse más porque se perdieron y terminaron bordeando el río Wye, dándose de bruces con el castillo de Chepstow, el más antiguo hecho en piedra del Reino Unido.
—No te preocupes, Madison, ahora sé cuál es el recorrido correcto —se disculpó Ethan, acariciándole la rodilla y provocando que se le humedeciera la entrepierna.
—Para que luego digan que las mujeres no tenemos sentido de la orientación y que siempre nos perdemos —se burló, mirándolo con picardía.
—Estoy convencido de que vosotras sois más inteligentes que nosotros. —Inconscientemente Ethan le subió con la mano por el interior del muslo, aunque se detuvo al reparar en lo que hacía—. Y también sois millones de veces más guapas y mucho más misteriosas.
—Tú tampoco estás mal. —Maddie le dio un rápido y minucioso repaso, observándolo desde todos los ángulos.
—¿Solo eso? —Ethan efectuó un fingido gesto de decepción en tanto los ojos violetas despedían sensuales destellos—. ¡Qué cruel eres, Madison!
Y los dos largaron carcajadas nerviosas ante este comentario. Porque lo cierto era que, al mismo tiempo, aparcaban frente a la casita que correspondía al número treinta y siete de la calle Lincoln Green Lane.
—¿Preparada para bajar y conocer la verdad? —le preguntó, apagando el motor y girando el cuerpo hacia ella.
—Dame un minuto, estoy nerviosísima ahora. —Maddie pensó, exagerada, que el corazón le palpitaba a miles de pulsaciones por minuto, no sabía si debido a que se encontraban allí o a causa de la mirada cariñosa y extremadamente erótica de Ethan, que indicaba sin ningún género de dudas que anhelaba tirarla sobre el tapizado del Mercedes y poseerla con pasión desenfrenada.
—¿Te ayuda si te abrazo? —La atrajo hacia sí, la apretó tierno contra el pecho, acariciándole la nuca, y Maddie anheló embotellar su voluptuosidad para embriagarse con ella cuando estuviese en la cama acompañada de su vibrador.
—Sí, me ayuda muchísimo. —«¿Cómo es posible que perciba a la perfección cada necesidad mía?», reflexionó, anonadada—. Y si me besas también sería genial.
Ethan no se hizo rogar, y, con cuidado extremo, casi en cámara lenta acercó la boca a la de ella. Cuando se hallaba a punto de volverse loca, el hombre le mordió con delicadeza el labio inferior, y, aprovechando que abrió la boca, comenzó a jugar con la lengua en una especie de esgrima erótico. El cuerpo se le electrificó y cobró vida, igual que si hubiese puesto un dedo en el enchufe. ¡No había duda de que sabía cómo calmarle las preocupaciones, la ansiedad y los miedos!
—¿Mejor, cielo? —le preguntó, travieso y guiñándole el ojo, pues advertía al dedillo el incendio que había originado en ella.
—Mucho mejor, Ethan, bajemos. —Maddie se llamó tonta porque lo tenía para sí, dispuesto a concederle cualquier placer que le pidiera, y lo desaprovechaba en aras de unos escrúpulos vigentes en la época victoriana.
Descendieron del vehículo cogidos de la mano. Repararon en los muros de piedra, en el tejado de pizarra y en el jardín repleto de dalias, de peonías, de rosas amarillas y de clemátides. Estas últimas despedían un dulce aroma que se les grababa en el recuerdo.
A continuación, Ethan le dio un apretón y señaló la madera barnizada que había al costado del portón y que indicaba el nombre del cottage: «Ferrishyn».
—¿Será posible... —pronunció, pero no terminó de verbalizar el pensamiento porque la puerta se abrió como si los estuviesen esperando.
—Buenas tardes —los saludó la mujer: era imposible que fuese la persona que buscaban, solo tenía treinta y tantos años.
—Buenas tardes, disculpe la molestia —respondió Ethan al saludo porque Maddie tenía las cuerdas vocales paralizadas—. Preguntamos por Ferrishyn Yarwood, imagino que es la misma señora que le da nombre a la propiedad. —E indicó la madera de roble.
—Se nota que venís desde muy lejos —les sonrió la joven y luego los invitó—: Por favor, pasad.
Entraron en lo que parecía ser el punto central de la casa, una antigua cocina que había sido remodelada. Los guio hasta una primorosa mesa, adornada con un mantelito bordado en rojo, y les señaló las sillas.
—Estaba a punto de beber el té de la tarde. —Cuando se acomodaron la tetera burbujeaba en el fogón produciendo el característico zumbido del agua hirviendo—. ¿Me acompañáis?
—Gracias, será un placer. —Maddie volvió a cederle la palabra a Ethan para que hablase en nombre de los dos, todavía se hallaba en shock.
La anfitriona colocó en el centro un platillo con escones y otro con sándwiches de pepino. Puso tres tazas de porcelana típica inglesa, repleta de paisajes de la campiña en tonos salmones, amarillos y celestes.
Cuando se sentó, les informó:
—Me llamo Keyna. Hace un par de años que vivo aquí y nada sé de ninguna Ferrishyn. —La decepción se pintó en el rostro de ambos—. Sin embargo, os puedo dar la dirección de la dueña anterior. Era una señora muy mayor, ya no podía valerse sola, y dejó el país para ir a vivir con un familiar.
—¡Vaya, qué pena! —exclamó Madison con tristeza.
—Me dejó la nueva dirección y dinero para que le reenviara la correspondencia que le llegase. —Percibían que la chica deseaba ayudarlos y que la apenaba que hubiesen venido desde tan lejos para llevarse una desilusión—. Os puedo dar los datos de ella, seguro que la encontraréis. Ninguna de las cartas que le envié me fue devuelta.
Se levantó, cogió una agenda, papel y bolígrafo. Luego escribió en la hoja y se la entregó a Ethan.
—Rhonda Yarwood. —Leyó él, emocionado—. Vive en Filadelfia, en Estados Unidos. —Y ante esto pareció un poco decepcionado.
—No es ella, pero sí un familiar. Tenemos que ir hasta allí para conseguir la dirección de Ferri y devolverle la misiva y los libros. —Maddie cada vez se hallaba más convencida de que su cometido era este, como si las estrellas y el destino se hubiesen alineado indicándole el camino—. ¡Aunque tengamos que viajar hasta el fin del mundo!
Ethan afirmó con la cabeza: también para él parecía ser crucial encontrarla y obtener respuestas. Normal: ¿cómo podían abandonar a los protagonistas sin preocuparse por ellos?
https://youtu.be/bsmv3g2Rnew
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