7. ETHAN. Emoción.

«Solo se ve bien con el corazón, pues lo esencial es invisible a los ojos».

Antoine de Saint Exupèry 

(1900-1944).

A Ethan le resultaba bastante complicado contener los impulsos: la vitalidad, la dulzura y el atractivo de Madison ejercían sobre él un efecto magnético. De hecho, lo inducían a arrastrarla hasta el lecho y hacerle el amor una y otra vez sin darle tregua.

     ¿Qué le funcionaba a la hora de contenerse? Repetirse las palabras del jefe, aquello de «Téngale paciencia. Sea delicado, gentil, hágale ver que existe otra manera de proceder». Admitió para sí que significaban una realidad como un templo, pues la escritora no era igual a las demás mujeres, tenía una sensibilidad extrema, apenas comenzaba la juventud y el ex prometido la había herido en lo más profundo. Le daban ganas de buscarlo y de darle la paliza que se merecía, quizá hasta fracturarle los huesos y que no pudiera moverse.

     Por eso no debía extrañarle que, después de haber disfrutado de tanta complicidad durante el viernes, al llegar al hotel Madison se refugiase en su habitación como si precisara apartarse totalmente de él... No debía extrañarle, pero sí le extrañaba. Porque, ¿no se percataba de cuán compatibles eran? Bastaba una simple caricia, olfatearle la piel del cuello como si fuera un sabueso o darle un beso ligero sobre los labios para que la sangre se le fuese al miembro.

     Cierto que él era demasiado vehemente, pero había una diferencia abismal entre lo que le inspiraba la muchacha y lo que sentía por las demás. Madison se comportaba como un osito de peluche, precisaba mimarla cada pocos minutos y recordarle lo bella que era. En definitiva, lo impelía la urgente necesidad de brindarle protección, y, lo más inusitado, algo que nunca le había ocurrido: no la consideraba una clienta, sino parte de sí. Anhelaba recorrerle con la lengua el calor húmedo y aterciopelado entre las piernas, beber sus orgasmos, embestirla hasta el fondo con intensas acometidas.

     ¿Sería porque iban a compartir juntos un año o porque llevaba admirándola como escritora desde hacía mucho? Siendo ambos tan jóvenes representaba un lapso demasiado largo: trescientos sesenta y cinco días, doce meses, ocho mil setecientos sesenta horas en las que entre ellos se desplegaría una amplia gama de emociones. Advertía que después de esta experiencia no sería lo mismo para él, pues unos pocos días bastaron para que pareciese que la conocía de toda la vida. Tanto Madison como su mundo compuesto de creatividad, de ficciones y de eventos lo cautivaban y le sugerían millones de posibilidades.

     De improviso y mientras se hallaba desnudo para ir a darse un baño, la puerta se abrió y detrás de ella apareció el objeto de sus pensamientos observándolo con los ojos desorbitados. Le encantó porque no se trataba de un acontecimiento premeditado, sino fruto de la casualidad. ¡¿Madison, al fin, quería hacer el amor con él?! Un escalofrío anticipatorio le recorrió el cuerpo. Así que se giró, erecto y esperanzado ante esta novedad, pero la chica soltó un gritito, se llevó la mano a la cabeza y salió corriendo. ¡Falsa alarma, qué decepción!

     Frustrado, se dirigió al duchero y se bañó con agua fría para aliviar el acuciante deseo sexual. ¡Nunca había estado tanto sin tener relaciones! Ahora que lo meditaba, debido a la desesperación su pene actuaba igual que una brújula, pues cuando Madison apareció en la entrada la apuntó como si ella fuese el norte.

     El agua congelada algo lo ayudó, pero no demasiado. Se repitió hasta el cansancio que debía ser cauto, olvidarse por ahora de penetrarla y hacerla gemir, tener paciencia, pensar en las cláusulas del contrato, recordar que no era el novio de la escritora y que solo fingían, que tenía que esforzarse porque cada vez le costaba más separar la realidad de la ficción. Así que se echó varias gotas de Bad Boy  en zonas estratégicas, animándose con la idea de que luego de haberlo visto en su plenitud la joven decidiera «aprovecharse de él» como el resto de acompañantes a las que les resultaba imposible dejar de manosearlo, de besarlo y de lamerlo por sitios inimaginables.

     Esperó media hora más, a riesgo de que la muchacha se enfriase, para evitar que se sintiera violentada después de encontrarlo desnudo. Aprovechó este lapso poniéndose algunos cabellos hacia arriba, uno a uno, y para darse el toque sexy que solía volverlas locas por sus huesos. Se analizó frente al espejo el vaquero gris, ajustado en las partes interesantes y que le resaltaba los fuertes músculos. Reparó en la sensual camisa negra, un tanto desabotonada, y en los zapatos brillantes. Si Madison no se le tiraba encima al verlo se cambiaría de nombre, pues se veía mucho más guapo que de ordinario. Siempre se esmeraba, pero ahora se hallaba perfecto.

     Excitado, caminó hasta la sala y allí la encontró, viendo fijamente lo que parecía ser un folio.

—¡Ah, aquí estás! —Dio tres pasos hasta él, lo cogió de la mano y lo arrastró hasta la mesa: ¿querría que se tirara sobre ella para hacerle el amor a lo bestia?—. ¡Mira, Ethan! —Y le colocó pegado a la nariz la hoja amarillenta.

     Decepcionado, la miró con estupefacción. ¡¿Sería posible que no la atrajera como al resto?! ¡Nunca le había pasado! ¿Acaso Madison era inmune a su atractivo? Sin embargo, recordó el repaso concienzudo que la joven le había echado al trasero, a los músculos del pecho, y, en especial, al miembro. ¡Sí que le gustaba! Entonces, la gran pregunta: ¿por qué se contenía si se hallaba a su disposición y totalmente entregado a ella?

—¿No es genial, Ethan? —Esperaba la respuesta con los ojos brillantes—. ¡Estoy tan entusiasmada! —Lo abrazó, brevemente, para luego ponerse a dar saltitos.

     Intrigado, la observó. ¿No lo iba a tocar ni a decir que le gustaba verlo desnudo ni a halagarle el cuerpo musculado? No lo entendía. ¡¿No le confesaría que anhelaba besarlo por entero?! ¡Se hallaba perplejo! ¡¿Solo le interesaba la puñetera carta?! ¡Nunca se había sentido tan defraudado!

     No obstante, al comenzar a leer la misiva se le despertó la curiosidad, pues allí había una historia que merecía la pena ser contada.

—¿Has pensado en ir hasta Gales? —inquirió, entusiasmado a su pesar—. Aquí existe una excelente fuente de inspiración. ¿Cómo la has conseguido?

—Estaba escondida aquí. —Y le mostró la contratapa del tercer volumen de Moby Dick—. ¿Te gustaría ir? Porque me tienta la idea. Por supuesto, ahora nos espera la presentación de Munich y a continuación la de Dublín. Desde allí podríamos darnos una escapada hasta Gales, tenemos un par de días libres. Me interesa mucho saber cómo acabó esta historia.

—¡Maravilloso! —y, acariciándole la mejilla, le advirtió—: Prepárate, también, para lo peor. En la guerra de Vietnam murieron alrededor de cinco millones de personas, puede que el romance entre Ferri y Harry terminara muy mal.

—Lo sé, pero mi instinto de escritora me indica que debo seguir adelante y averiguar el desenlace. —Dobló la carta, y, con renuencia, la colocó en el sitio.

     Luego caminó hasta la cómoda silla en tono azul y se sentó, dando por concluido el tema. Como si él no estuviese allí, empezó a teclear con rapidez en el portátil.

     Aunque Ethan sabía que no tenía derecho a pedirle explicaciones, la interrogó:

—¿No vamos a hablar de lo que ha pasado en mi habitación?

     Madison interrumpió el trabajo y le clavó la vista. Después se puso de pie y avanzó hasta el sofá, en tanto él iba detrás.

—Por favor, siéntate —le pidió, apartándose el cabello de la cara: al efectuarlo la dulce fragancia a papaya y a mango le llegó hasta la nariz—. Tenemos que hablar. —Ethan le hizo caso poniéndosele cerca, pero no demasiado.

     Madison respiró hondo y prosiguió:

—Eres muy guapo, Ethan, seguro que ya lo sabes... Pero no es por ti, sino por mí que no haya pasado nada entre los dos. Por favor, no te lo tomes como algo personal.

     ¡¿Que no se lo tomase como algo personal?! ¡Claro que se lo tomaba de forma personalísima! ¡Si le estaba diciendo que no le resultaba lo suficientemente atractivo como para olvidarse de todo!

—No te gusto demasiado, entonces. —Y la contempló, intentando que los ojos violetas actuaran su magia, pues ninguna se resistía a besarlo cuando ponía este gesto.

—Eres guapísimo, resulta imposible que no atraigas a una mujer, salvo que esté muerta. —Por la entonación se percibía que era sincera, aunque esto se contradecía con la actitud esquiva—. Es más, Ethan, te confieso un secreto: cuando contraté los servicios no tenía ninguna intención de acostarme con nadie, pero ahora comprendo que solo se trata de una cuestión de tiempo.

—¿Precisas tiempo? —Se desinfló como un globo, sin poder disimular el alivio—. ¡Por supuesto que puedes tener todo el tiempo que sea necesario!

—Hay algo más, Ethan. —Lo cogió de la mano, se notaba que era muy madura pese a haber superado apenas la adolescencia—. Durante este año tendré que entregarte una parte de mí, pero debo ser precavida para no dártelo todo. Porque luego yo continuaré con mis presentaciones, sola, y tú regresarás con tu ejército de mujeres. Piensa: no acostumbro a tener un rollo de una noche y luego a seguir adelante como si nada. Siempre me acosté solo con mis novios o con mi prometido.

—Para todo hay una primera vez. —Le frotó la frente, alisándole el entrecejo—. Somos muy afines, Madison, y creo que lo que tenemos va mucho más allá de un simple contrato. No desearía que acabado el año se terminase.

—Sí, pero te repito: las chicas como yo hacemos el amor, no solo tenemos sexo. —Le palmeó la mano—. Es verdad que he comenzado a abrirme a ti, Ethan, pero no deseo precipitarme. Falta que me prepare para no entregarte el corazón y que, pasado el año, sea capaz de separarme de ti manteniendo esta bonita amistad. De ninguna manera quiero terminar con un corazón partido.

     Lo que Madison le explicaba tenía lógica. No obstante ello, lo perturbaba la circunstancia de que luego de trescientos sesenta y cinco días de verla a voluntad se separasen y que lo colocara en la friendzone. Y, lo peor: no supo por qué esta idea lo martirizaba.



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