5. ETHAN. Caricias.
«Una bomba hace más ruido que una caricia, pero por cada bomba que destruye, existen millones de caricias que construyen la vida».
Facundo Cabral
(1937-2011).
Ethan caminaba de un lado a otro de la habitación, aunque comenzaba a considerar que pronto haría un surco si continuaba así. «¿Por qué se negaría a acostarse conmigo?», pensaba, inquieto, una y otra vez. «¿Se inventaría la excusa de que me paga para que no hagamos el amor? Quizá no soy su tipo y no le gusto lo suficiente».
De improviso y siguiendo un impulso, se detuvo y cogió el móvil del bolsillo. Buscó en la agenda el número de Patrick Gilmore y lo marcó. No le sorprendió que este enseguida respondiera, pues Madison era una clienta muy especial.
—Buenos días, Ethan. ¿En qué te puedo ayudar?
—Buenos días, Patrick... Dijo que si había algún problema lo llamase —efectuó una pausa, respiró hondo y agregó—: Me temo que Madison no ha querido acostarse conmigo, lo siento.
Le molestó que del otro lado se hiciera un silencio incómodo y que su jefe pareciese estar controlando la risa.
—Sé que usted está acostumbrado a llegar y hacer un gol enseguida, por decirlo de un modo metafórico. —Pretendió tranquilizarlo, pero el tono jocoso lo ponía más alterado. —Sé que a usted nunca le ha ocurrido y que, por el contrario, suele hacer muchos goles, aunque aquí se trata de un tema que hay que considerar con la mayor delicadeza. Porque Madison es muy joven y ha atravesado una situación complicada a nivel personal. A muchas mujeres después de sufrir una decepción les cuesta abrirse de nuevo a la sensualidad, se sienten muy heridas. Ella, además, dudaba entre contratar los servicios solo como acompañante, es decir, sin sexo incluido. Beatrix Mars y yo la convencimos de que no se limitara... ¿Hubo, al menos, algún acercamiento?
Por la entonación parecía que hablaba de algo inusitado, similar al avistamiento de unicornios o a algún tipo de encuentro cercano con extraterrestres, y no de lo que ocurría cuando una pareja se dejaba llevar por las necesidades sexuales.
—Solo nos besamos... Ella también me besó. —Se puso un poco colorado al pronunciarlo, pues se sintió que era un adolescente comentándole al padre acerca del primer roce involuntario con una chica y de su primera polución nocturna a causa de ello, en lugar de un hombre de mundo.
—¡Pues tratándose de Madison el progreso es excelente! Téngale paciencia. Sea delicado, gentil, hágale ver que existe otra manera de proceder. Y, sobre todo, hágala brillar en los eventos. Permita que poco a poco se abra a las sensaciones. Acelere el ritmo, pero sin forzarlo. Esta chica necesita ser feliz y sentirse comprendida... ¿Recuerda su entrenamiento?
—Por supuesto, Patrick, lo tengo muy presente.
—Siga así, entonces, lo está haciendo genial y pronto logrará meter un gol en el arco contrario. —Luego de una rápida despedida cortó la comunicación.
Pero todas las inseguridades y las dudas se le olvidaron cuando se hallaban en la presentación, puesto que observó con orgullo cómo Madison se dirigía a los ciento cincuenta lectores de un modo profesional y cercano. Y se lo merecían porque habían pagado por la firma exclusiva y personalizada de los ejemplares de Pasión Desatada cientos de euros, pues incluía una cena de lujo en el restaurante del hotel.
—De esta forma, conduciendo desde Boston a Nueva York y deteniéndome en un hotel porque me cogió la noche y había niebla, me nació en la cabeza Brittany, la protagonista... Bueno, ahora os toca a vosotros hacer las preguntas —anunció la escritora cuando llevaba varias horas hablando, mientras el público la contemplaba muy entregado—. ¿Quién es la primera o el primero?
Un hombre levantó enseguida la mano.
—¿Sí?, ¿cómo te llamas?
—John. Encantado de conocerte, Madison. —Se puso de pie al presentarse.
—También me alegro de conocerte, John. ¿Qué deseas saber?
—Me gustaría que me dijeras qué significa para ti escribir. —Y volvió a sentarse.
—¡Qué significa para mí escribir!... Cuando hablamos de escritura soy consciente de que existe un sentimiento universal que compartimos los autores, por encima de las diferencias y de las particularidades de cada uno. —Sonrió, parecía tan etérea que a Ethan cada vez se le hacía más irresistible, ¡y la tendría para sí durante un año, qué afortunado era!—. Coincido con Marguerite Duras cuando describía a la escritura como un salvajismo anterior a la vida. El salvajismo de los bosques, tan antiguo como el tiempo: por eso para abordar la creación hay que ser más fuerte que uno mismo y que lo que escribimos. Porque, en mi opinión, buceamos en nuestros recuerdos y en lo mejor y en lo peor que hay en nosotros. Como decía Zadie Smith: «Di la verdad a través de cualquier velo que tengas a mano»... Todos los que nos dedicamos a esta tarea, ya sea como hobby o de manera profesional, debemos escribir sintiendo que va a ser lo mejor que se ha escrito nunca, poniendo esa voluntad, creyendo en nosotros mismos. No debemos conformarnos, sino ir más allá, retarnos, competir con nuestro yo del ayer. Sostenía Philip Pullman, además, que hay que leer como una mariposa y escribir como una abeja. Inteligencia y talento existen a raudales, pero hace falta tener constancia a lo largo de los años para convertirse en escritor. Pasar horas, días y meses inmersos en la obra, corregir una y otra vez, porque toda historia siempre es mejorable. Es necesario seguir el instinto, John, y todo aquello que anida dentro de nosotros y que nos motiva, que nos emociona, para así poderles transmitir nuestra emoción a los lectores. Como decía Víctor Hugo: «Un escritor es un mundo atrapado en una persona». Porque escribir también es una terapia cuando volcamos al público lo que cargamos dentro. ¿Qué significa para mí escribir, John? Todo: ¡escribir es mi vida!
Los asistentes aplaudieron con tanta fuerza que a Ethan lo inundó la sensación de que el techo se desplomaba y de que las paredes se resquebrajaban como si un par de titanes estuvieran ensañándose con ellas. Cuando regresó la calma, decenas de personas se animaron a levantar la mano y a hacer su pregunta en un ambiente mucho más distendido e informal, pues se notaba que compartían los sentimientos de Madison y que se quedaron impresionados con su sensibilidad a flor de piel.
Sin embargo, esto también tenía una parte negativa: durante el pequeño brindis en honor a Pasión desatada varios hombres contemplaron a Madison con mirada rapaz, empezando por el propio John. Este se le aproximaba con cara de tiburón a punto de atacar a la presa, zigzagueando entre el resto de lectores como si lo hiciera por la superficie espumosa del mar. Considerándola como algo propio y cercano, Ethan avanzó hacia la muchacha. Por fortuna, librarla de los posibles acosadores también era su función, así que de este modo mataba dos pájaros de un tiro.
Al arribar junto a ella le pasó el brazo alrededor de la cintura, reclamándola como de su propiedad, y se quedó satisfecho al constatar la frustración de los varones que tenían intenciones extra-literarias. Madison, agradecida, le sonrió y lo cogió de la mano mientras continuaba dialogando con una naturalidad que solo la daba la convivencia. Media hora después, las azafatas guiaron al público hasta la sala donde cenarían, con lo que ambos disponían de media hora para relajarse.
Ethan, aprovechando la sintonía existente entre los dos y que todavía la rodeaba con el brazo, la colocó frente por frente a él y la halagó:
—¡Has estado genial! ¡No te imaginas cuánto hemos disfrutado todos esta noche!
Luego le delineó con el índice la nariz, la frente, y, por último, los labios, que parecían moldeados especialmente para él.
—¡Bésame! —le pidió la joven, pegándosele más y más, hasta rozarle la entrepierna.
Ethan no se hizo esperar. Posó la boca sobre ellos y los probó, deleitándose con la dulzura, con la frescura y con el dejo al champán del brindis. Los rozó, delicadamente, introduciendo apenas la punta de la lengua para tantear el terreno y lo inundó una efervescencia tal a lo largo del cuerpo, que esta corriente terminó por concentrarse en el miembro.
Pero Madison no se quedaba atrás. En medio de la sala vacía y a media luz le recorrió el pecho por encima de la ropa. Luego, como si esto no le alcanzase, comenzó a desabotonarle la camisa y a rozarlo directamente contra la piel. No conforme con ello, esbozó con la lengua un bosquejo sobre cada músculo, haciéndolo gemir. Ethan, recordando la conversación con Patrick, se contuvo y permitió que ella marcase los límites.
Sin embargo, cuando se dedicó a palparle la erección por encima del pantalón, cada vez con mayor frenesí, y empezó a desabrocharle la hebilla del cinturón, le costaba contenerse para no levantarle la falda. Imaginaba que tendría el sexo hinchado, sensible y que estaría sumamente lubricada. Deseaba perderse en ella, probarla, hacerle ver cuánto la anhelaba. Pero Madison se detuvo como si la hubiesen pillado en falta, antes de que él pudiera darle lo que más necesitaba.
—Lo siento, creo que todavía no estoy preparada para ir más lejos —reconoció, clavándole los ojos ahora verdes como turquesas.
—No tienes por qué pedirme disculpas ni hacer lo que no quieres. —Acomodó los botones de la camisa, el pantalón y le sonrió—. Tú marcas el ritmo. Además, Madison, no estamos jugando una carrera... Aunque sí reconozco que sería maravilloso para ti practicar sexo porque te relajaría después de una presentación tan exigente como esta... Cuando estés lista yo seguiré aquí, no te preocupes.
—¡Gracias, eres un sol! —Y volvió a llevarle las manos alrededor del cuello, acariciándolo.
Porque al haberse quitado esta presión se sintió libre de besarlo hasta que a ambos les quedaron los labios tan rojos como la grana.
https://youtu.be/Tm-BA6WDUSk
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