4. MADISON. Besos.
«El ruido de un beso no es tan retumbante como el de un cañón, pero su eco dura mucho más».
Oliver Wendell Holmes
(1809-1894).
Madison ayudaba a Trixie a preparar el equipaje para regresar a Nueva York. En realidad, más que ayudar sentía que resultaba una molestia porque le participaba algunas dudas que todavía permanecían.
—Respira hondo y cálmate, Maddie, cariño, verás que todo saldrá genial —le pidió, si la dejaba centrarse en los puntos débiles se estresaría tanto que se desviaría del objetivo principal—. Focalízate en el hecho de que el chico es un bombón, se entrega a ti y a la tarea y además se desempeña de manera muy profesional. Sé que no lo necesitarás, pero le he pedido a Patrick que se implique más y que lleve un control exhaustivo... Sí, reconozco que me siento culpable al regresar a la editorial y dejarte. ¿Sabes? Julia se ha rebelado y me ha dicho que aunque nosotras seamos amigas no debo olvidar que tengo otros escritores a los que apoyar. ¡Pobrecillos! Mientras estoy desaparecida se sienten abandonados al reunirse con ella y con mis otros auxiliares... Ten en cuenta una cosa, corazón: me voy porque sé que estás en buenas manos, pero si algo va mal con Ethan o sientes que esta solución te agobia me llamas y cojo el primer vuelo para encontrarme contigo. —Y le dio un abrazo tan fuerte que a punto estuvo de quebrarle las costillas.
Se dio cuenta de que Beatrix ocupaba el papel de compañera, hermana y madre. Es más, gracias a ella nunca había necesitado tener una familia tradicional. Sus verdaderos padres residían en Centerfield, un pueblito de Utah de poco más de mil habitantes, y llevaba años sin verlos. ¡Ni siquiera los extrañaba!
Tampoco habían sido cariñosos como para echarlos de menos, ya que en lugar de estimularla en sus primeros pinitos de escritura la regañaban diciéndole que perdía el tiempo. Se estremecía al rememorar esto y le costaba recordar que el pasado se hallaba distante, pues aún sentía el dolor de cuando le exigían que dejase el bolígrafo y que se pusiera a hacer las tareas del hogar. Obligada, limpiaba los muebles, le sacaba brillo a la plata, lavaba los trastos sucios, cocinaba, le daba de comer a los pollos, a los gansos y a las cabras. Si por sus progenitores fuese, no la hubieran enviado al colegio ni al instituto, solo lo hacían por temor a las sanciones. Pensaba en ellos y le daba la impresión de que olía de nuevo el hedor a alcanfor que impregnaba la vivienda, produciéndole rechazo.
Así, escribió sus primeras historias de madrugada y a escondidas, quitándole horas al sueño. No era de extrañar que cuando tuvo la primera oportunidad hiciese la maleta y que se alejara de allí para nunca más volver. El único contacto que mantenía era enviarles una tarjeta navideña en la que figuraba como remitente un apartado de correos de Nueva York. Nunca había abierto la caja, ignoraba si había recibido alguna respuesta, y ni siquiera les había proporcionado sus números de teléfono.
De hecho, no le importaba que se tuviesen que tragar las palabras al verla en los medios de comunicación convertida en una autora rica, solicitada y famosa. Por fortuna, evocar su infancia y la adolescencia carente de amor y de comprensión ahora no le hacía tanto daño, pero sí le daban ganas de llorar ver salir a Trixie por la puerta para ir al aeropuerto.
—Ya sabes, Maddie: si me precisas me telefoneas y me reúno contigo en el país en el que estés. —Se despidió con lágrimas en los ojos, abrazándola y dándole un sonoro beso en la mejilla.
—Lo sé, pero te prometo que con Ethan lo pasaré genial. —No estaba muy segura, solo deseaba tranquilizarla.
Tal como habían acordado el hombre llegó una hora después y llenó el espacio con su atractiva presencia. Lo que sí le sorprendió fue que trajera el doble de equipaje que ella.
—Lo siento, vengo un poco cargado. —La sonrisa resultaba tan deslumbrante y apenada que a Maddie la conmovió; el perfume, asimismo, era exquisito, la impelía a abrazarlo—. Nos van a hacer fotos, estarán pendientes también de mí, no me pareció adecuado usar siempre los mismos trajes. He incluido muchos complementos, ropa casual y deportiva... Lo siento, se me ha ido de las manos.
—No te preocupes, Ethan, me agrada que seas tan previsor y que tengas en cuenta hasta los más pequeños detalles. —Movió de arriba abajo la cabeza, asintiendo—. Ya conoces la suite, puedes acomodarte en la habitación de la derecha. Siéntete libre de emplear el tiempo como quieras, recién te necesitaré a las seis de la tarde para la primera presentación que he marcado en la lista que te di. La tarea es sencilla, se celebra en uno de los salones de eventos de este hotel y solo vendrán ciento cincuenta personas. Luego cenaremos con los asistentes.
—Muy bien, guardaré mis pertenencias. —Ethan volvió a sonreír y le dio un apretón en el brazo.
—Estaré escribiendo en la sala, si me necesitas sabes dónde encontrarme —le comentó con un amago de sonrisa que le hizo brillar los ojos.
Una vez frente al ordenador y aunque los dedos se deslizaban hábilmente sobre el teclado como si hubiesen memorizado la estructura de la novela, le costaba concentrarse. Porque tuvo que reconocer que Ethan era muy cercano y natural, no le parecía que la situación fuera forzada ni la hacía sentirse incómoda. Aun así notaba su influencia hasta en el manuscrito que comenzaba a escribir. Llevaba días retratando a Jeffrey, un maquiavélico lord que seducía a la institutriz que enseñaba a sus pupilos en el castillo, pero ahora ya no le parecía tan adecuado. ¿El motivo? Un personaje moreno de ojos violetas y de belleza arrebatadora intentaba colarse y cambiar la ambientación a una época mucho más actual. Ethan no solo compartiría con ella la vida real, sospechaba que además se convertiría en su fuente de inspiración. ¿En su musa, quizá? Cuando un cosquilleo le culebreó por la espalda comprendió que no se hallaba sola en la estancia.
—Pasa, Ethan. —Se giró y lo vio parado en la entrada, mirándola con embeleso—. ¿No te apetece salir?
—No demasiado, Madison. —Caminó y se sentó en la silla de al lado—. Eres mi escritora preferida y deseaba ver cómo lo haces, cómo consigues crear tanta magia.
Ella lanzó una carcajada, conmovida por la sinceridad de la entonación.
—No hay ningún secreto. Simplemente tienes que pensar en tus experiencias, escribir sobre algo cercano y que te conmueva, traer algún recuerdo al presente. Lo describes y lo colocas en la Inglaterra del siglo XVII, en la California de principios del XX o donde quieras. Lógicamente, lo vas adornando con otros detalles que hagan más atractiva la historia.
—Es fácil decirlo, pero no cualquiera puede. —Dudó Ethan, rascándose el entrecejo.
—Sí que podrías, solo hace falta ser constante —lo contradijo, y, llevando la mano hasta la de él, agregó—: Tú, por ejemplo, lo tienes muy fácil. Tu trabajo como escort te proporciona material para cientos de novelas.
—No sabes nada de mí, Madison, quizá ni siquiera pueda coger un bolígrafo o teclear en el ordenador —repuso el hombre, sonriendo para contrarrestar la observación.
—Pero sí sé a qué te dedicas. ¿Sabes cuántas historias tienes en la cabeza y que te pueden servir de inspiración? Solo con contar anécdotas de las mujeres con la que has estado, sin decir nombres ni proporcionar datos que permitan identificarlas, serías el autor del próximo best sellers. A Trixie ya la conoces, ella estaría encantada de leer tu manuscrito.
—¡Jamás haría eso! —Se horrorizó, abriendo al máximo la boca: al parecer le sorprendía que la idea surgiese justo de ella, su clienta—. Lo consideraría una traición, todas confían en mí.
—¡¿Traición?! Si no dices los nombres e inventas otra ambientación y un escenario distinto no tendrías por qué recriminarte nada... Hasta me imagino el título: Chico de alquiler. ¿O te gusta más Chico de compañía?
—Supón por un momento, Madison, que de todas las anécdotas elijo justo la tuya: ¿te gustaría que escriba una novela que tome como base el contrato que hemos firmado? —le preguntó, anonadado.
—Siempre que no se note que soy yo me parecería bien. Es más, sería genial que te haya podido servir de detonante para tu creatividad.
—¿Y pensabas lo mismo antes de conocerme? —le preguntó, curioso.
—Pues...no. La verdad es que tenía muchas dudas acerca de si era conveniente contratar a alguien. —Bajó la vista y se puso un poco colorada—. Acabo de salir de una mala racha y mi relación con los hombres está en entredicho, no confío demasiado en mi criterio. Por eso Trixie y Patrick me han ayudado a entender lo que era mejor para mí.
—¿Sería mucha indiscreción preguntarte qué te ha pasado? —inquirió Ethan, intrigado.
—No, es necesario que lo sepas dado que durante un año ocuparás el lugar que dejó vacío mi prometido. —Aspiró una gran bocanada de aire antes de continuar—. Lo pillé en la cama con sus dos mejores amigos, había organizado en la casa una orgía gay.
—¡Jolines! Lamento que hayas tenido que pasar por esa horrible experiencia. —Le acarició el rostro con ternura, provocando que una ola cálida la removiera por dentro.
—Lo que me lleva a pensar... —Madison se detuvo y se quedó observándolo fijamente, olvidándose del tema de la literatura—. ¿Cómo deberíamos comportarnos en las presentaciones? ¿Crees que sería adecuado que nos besáramos o que nos tocásemos con frecuencia?
—Somos jóvenes, si no lo hiciéramos todos pensarían que algo va mal. —Ethan le cogió la mano y le dio un beso suave sobre el dorso—. No debemos permitir que tus fans se planteen este tipo de preguntas ni que los acosadores crean que estás disponible. Además, escribes escenas con un elevado erotismo, lo mejor es que vean que existe química entre nosotros y que te basas en tu vida sexual... Reconozco que para mí es un gusto, Madison, me atraes muchísimo.
—Tendríamos que practicar un poco, entonces. —Se contuvo para no morderse las uñas, un gesto que intentaba combatir desde la infancia sin mucho éxito—. De lo contrario por el nerviosismo sería capaz de machacarte la frente o algo similar. Imagino que si le quitamos hierro al asunto luego resultará más creíble cuando lo repitamos frente a testigos. ¿Te parece?
—Tus deseos son órdenes para mí, Madison. —Se acercó lentamente sin despegarle la vista de los labios—. Es algo que estoy deseando hacer desde la primera vez que te vi.
Ethan se aproximó con lentitud, permitiendo que la fragancia de la masculina piel y del perfume que utilizaba se le colase dentro poco a poco, haciéndola estremecer. A continuación posó la boca sobre la de ella con la suavidad de una mariposa. No se sintió extraño o forzado, como Madison había temido, sino que resultó muy placentero, igual que si los cuerpos se reconocieran. Satisfecha, le mordisqueó levemente el labio inferior, pues lo sentía tan lleno que le resultaba imposible resistirse a la tentación. Ethan aprovechó para introducirle la lengua y jugar con ella, tentándola.
Después se apartó unos centímetros y le preguntó:
—¿Qué tal?
—¡Excelente! Me pareció muy natural y me he olvidado de que era una prueba, lo he disfrutado.
—Yo también, sabía que sería así desde que te conocí —y, sincero, admitió—: Me gustas mucho, Madison, y además te admiro como escritora. Estoy seguro de que durante este año me costará separar las dos líneas, la del trabajo y lo que tú me inspiras. Tendré cuidado de no terminar adicto a ti... Pero no te preocupes, sabré dejarte en buen lugar en las presentaciones y en las galas.
—Estoy completamente segura de ello, Ethan, no tengo la menor duda. —Cerró los ojos, tomando la iniciativa y besándolo.
En esta oportunidad le pasó los brazos por el cuello y fue ella la que lo exploró lentamente con la lengua, suspirando al efectuarlo. Ethan se puso de pie, la agarró de la mano y la atrajo hacia sí, moldeándola al cuerpo. Pudo sentir cada músculo y lo que más la conquistó fue el miembro del joven intentando desbordar la tela del pantalón para llegar hasta su intimidad.
—Te deseo —le susurró en el oído, mordiéndole el lóbulo de la oreja—. ¿Qué te parece si continuamos en tu dormitorio con lo que estamos haciendo?
Madison exhaló el aire contenido, y, reacia, se separó de él.
—¿Qué pasa? —inquirió, sorprendido—. ¿No me deseas?
—Sí, claro que sí, es obvio que te deseo. —El pecho le subía y le bajaba como si hubiese estado corriendo—. Pero hoy no me dejaré llevar, Ethan, lo siento. No quiero ofenderte, aunque reconozco que me cuesta olvidar que te he pagado un millón de euros para que me beses y que te acuestes conmigo.
Y salió de la sala dejándolo perplejo y con una descomunal erección...
https://youtu.be/e-VY9VBJ_mI
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top