22. ETHAN. Reencuentro.

«Solo nos separamos para reencontrarnos».

John Gay 

(1685-1732).

Durante el resto de la noche Ethan no hizo nada con Jade, excepto conversar. Sin embargo, gracias a ella se percató del tremendo error que había cometido con Madison, pues había pretendido que la chica se convirtiese en otra persona, precisamente lo que le había recriminado a ella. Demasiado abierta era porque nunca lo había juzgado por lo que hacía.

     Una vez resuelto a no dejar escapar a la mujer de su vida, pidió una excedencia en la agencia y trató de encontrarla. El móvil sonaba, pero no lo atendía y en su casa de Nueva York el servicio doméstico le informó de que Maddie se hallaba en el extranjero. Su única opción era contactar con Beatrix Mars y rogar porque la editora se compadeciera de él. Por vergüenza o por simple falta de valentía, le costó un mes proceder del pensamiento a la acción.

¿Por qué debería ayudarte, Ethan? —La voz de Trixie, enfadada, retumbaba a través de la línea telefónica—. Mi amiga está feliz y sale con otro hombre.

     La furia contra sí mismo le roía las entrañas. Resultaba evidente que la chica no se iba a quedar de brazos cruzados porque odiaba ir sola a las presentaciones. Se insultó mentalmente, una y otra vez, llamándose idiota por desaprovechar el amor que Madison le había brindado de forma desinteresada y generosa, en aras del miedo a que en un futuro incierto pudiese verse de nuevo sumergido en la miseria económica.

—Sé que te exijo demasiado, Beatrix, ella ni siquiera responde mis llamadas.

Porque ha decidido mirar hacia adelante y nunca hacia atrás —le explicó la editora, interrumpiéndolo—. Le has hecho mucho daño, más del que le hizo Joel.

—Lo siento, nunca fue mi intención... Necesito hablar con ella personalmente, para que entienda que soy sincero y que me arrepiento de haber sido el responsable de nuestra ruptura.

     Casi pudo escuchar el sonido de los engranajes del cerebro de Trixie en tanto ella tomaba la decisión.

Dentro de seis horas cogerá un vuelo desde Estocolmo a Oslo. —Cedió, pero se notaba que lo hacía a regañadientes—. Imagino que todavía estás en Ámsterdam, ¿verdad?

—Sí.

Pues si te organizas puedes llegar antes que Maddie. Daré órdenes en recepción del hotel The Thief de que te den una tarjeta magnética para que la esperes en la suite. Y otra cosa, Ethan...

—Pídeme lo que sea Beatrix, te debo una muy grande.

No la fastidies, solo eso. Maddie para mí es mi hermana menor y quiero que sea feliz.

—Te lo prometo, Beatrix, que hacerla feliz a partir de ahora será el cometido de mi existencia y todo lo demás será secundario. Si lo que te preocupa es mi profesión de escort quiero que sepas que lo he dejado.

     Ethan no supo cómo, pero consiguió aprontar rápidamente una maleta y coger el vuelo hacia Oslo. Las casi dos horas se le hicieron eternas. Repasó mentalmente lo que le diría, cambiando las palabras, el tono, el ritmo, porque quería abrirse en canal para que Madison comprendiese cuánto había sufrido durante la separación, aunque él fuese el causante. Por fortuna, llegó antes que ella al hotel y la esperó sentado en el sofá durante lo que le pareció una eternidad. En algunos instantes se desesperaba y caminaba de un lado a otro de la amplia sala, haciéndose decenas de preguntas sin respuesta.

     Imaginó que Madison abría la puerta y que se plantaba frente a ella, confesándole:

—Sé que te hice mucho daño y que no te lo merecías porque siempre te comportaste de un modo auténtico conmigo. No supe comprender cuánto te estaba pidiendo y todo lo que te exigía.

     Aunque, pensándolo bien, sonaba demasiado seco y formal. Porque, ¿cómo explicarle que se había citado con una clienta y que había sido incapaz de tener sexo con ella? Tampoco lo dejaría en buen lugar decirle que Jade le había hecho una felación y que para correrse tuvo que imaginar que era Madison quien se la efectuaba. Lo más seguro era que la joven concibiese este intento como una infidelidad.

     Por otro lado, contarle la verdad, ¿no sería exponerse y humillarse demasiado? Porque nunca había tenido reparo en acostarse con cualquier mujer y ahora el amor también significaba para él una debilidad.

     Mejor podría decirle:

—Me gustaría que olvidaras mis errores y que nos diésemos una nueva oportunidad. Sé que no estuve a la altura de las circunstancias, pero mi amor por ti es auténtico.

     Y, como era lógico, nada de hablar de clientas ni de sexo oral. Quizá, más que palabras, lo que requería el momento era actuar. Primero le permitiría entrar, y, contra la puerta, apoyaría una mano sobre la madera a cada lado de la cabeza de la muchacha, aprisionándola con el musculoso cuerpo. Acto seguido le besaría los labios, explorándola, con toda la pasión contenida durante las semanas que estuvieron separados. Luego se arrodillaría, le desgarraría la tanga y penetraría en su calor húmedo con un estoque de la lengua, abriendo cada uno de los pliegues y bebiendo cada suspiro y cada orgasmo. Como remate final, se hundiría en ella hasta el fondo con una furiosa embestida, empalándola una y otra vez, para terminar derramándose en el interior con la finalidad de marcarla como suya.

     Pensándolo bien, le resultaba difícil creer que Madison, después de cómo se había mostrado con él, estuviese saliendo con otro hombre. Había demorado alrededor de sesenta días en permitirle hacerle el amor. ¿Y ahora de buenas a primeras se iba a acostar con un extraño? No, la novia que él conocía era incapaz de hacerlo. Ethan no había podido tener sexo con Jade, ¿cómo iba a conseguirlo Madison? Con toda probabilidad Beatrix intentaba ponerlo celoso para provocarle una reacción que lo motivase a buscar con más empeño la reconciliación.

     No obstante, cuando escuchó que la puerta se abría e intentó sorprenderla, el sorprendido fue él: no venía sola, la editora no lo había engañado.

—¡¿Ethan?! —Se asombró Madison—¡¿Qué haces aquí!?

     Sintió que el corazón se le estrujaba cuando reconoció a Hudson, un compañero de la agencia. No eran amigos, pero tenía que reconocer que siempre le había parecido un buen tío. ¿Tanto daño le había hecho a su novia que se había olvidado tan rápido de él? Se veía como un kleneex usado tirado a una papelera.

—Beatrix me ayudó para que tengamos una conversación —intentó ser amable con su compañero y lo saludó—: Hola Hudson. ¿Nos das unos minutos para que Madison y yo podamos hablar?

—Claro —respondió este, aunque se notaba que la idea no le agradaba: no lo podía culpar porque Madison era muy especial, ¡¿por qué no la había valorado más?!

—Quédate aquí, Hudson —le pidió la joven—. Bajo con Ethan hasta la cafetería del hotel y subo enseguida.

     Un escalofrío lo recorrió por entero, pues Madison lo trataba como a un desconocido con el que no deseaba perder el tiempo. Creyó estar tan descartado como Joel, y, recién ahí, entendió lo que ella había intentado que comprendiese: que ambos le habían causado el mismo daño.

     Mientras bajaba en el ascensor no pudo evitar recriminarla:

—¿Tan fácil te ha resultado olvidarte de mí, Madison?

     Ella lo miró con dureza y le respondió:

—Facilísimo, bastaba con imaginarte follando con tus clientas.

—No he podido acostarme con nadie desde que lo dejamos, Madison, ya no sirvo como escort.

—¡Qué pena me da! —Por el tono percibía que no lo sentía en absoluto—. Seguro que lo has intentado mucho.

     Escrutando el semblante de la chica, resultaba evidente que esta confesión no tenía ningún valor para ella, que se hallaba totalmente decepcionada.

     Entraron en la cafetería y se sentaron en un sitio apartado del resto.

—Me gustaría que volviéramos a estar juntos, Madison. Yo he aprendido por las malas lo que tú querías decirme y me he dado cuenta de que mi vida sin ti no tiene sentido —antes de que ella lo interrogase al respecto, Ethan agregó—: He dejado mi trabajo. Puedes apreciar que este tema ya no se interpone entre nosotros.

—Yo, yo, yo —recalcó Madison, mirándolo con dureza—. Parece que solo cuenta lo que tú sientes, lo que tú piensas y lo que tú haces.

—Dime la verdad, Madison: ¿ya no me amas?

—Si te soy sincera, Ethan, no lo sé. —Percibió que la joven no intentaba hacerle daño, sino que ignoraba el alcance de sus sentimientos—. Hudson me ha ayudado a no pensar en ti y juntos lo pasamos muy bien.

—¿Te has acostado con él? —le preguntó, celoso.

—Por supuesto, ya no soy una niña —le respondió, tajante—. Entenderás que el mundo no se detiene porque tú hayas elegido tu trabajo en lugar de pensar en lo mejor para nosotros dos. Me siento bien, además, porque Hudson me ha enseñado que se puede disfrutar de un sexo maravilloso aunque te hayan roto el corazón.

     Ethan sintió como si una espada le hurgase en el pecho. Se llamó tonto por haberla dejado y por considerar que Madison iba a estar esperándolo, disponible y con los brazos abiertos.

—¿Y qué hay de los eventos y de las presentaciones? —inquirió, jugándose la última baza.

—Después de la estadía en Oslo pensaba hacer un contrato de un año con la agencia —reconoció, mirándolo fijo: los ojos se hallaban más verdes y más tentadores que nunca—. Lo siento, Ethan, no quiero que pienses que deseo hacerte daño, pero es así, la vida sigue y he madurado mucho. Hudson me ha acompañado a un par de presentaciones y se ha desempeñado tan bien como tú... Sabes perfectamente que odio ir sola...

     Ethan recordó la frase «El rey ha muerto. ¡Viva el rey!», pues se sentía igual respecto a Hudson. Le daba la impresión de que solo le había calentado la cama a Madison para que él la disfrutase.

—Nosotros estábamos comprometidos, íbamos a casarnos, éramos muy felices juntos —titubeó, con ganas de llorar.

—Es cierto. Pero mientras estábamos comprometidos, íbamos a casarnos y éramos muy felices juntos tú pensabas trabajar como escort  durante diez años más y en ningún momento se te ocurrió aclararme la situación, dabas por hecho que yo lo aceptaría.

—Sé que estás dolida y te entiendo, cielo. —Observó cómo Madison se tensaba ante el apelativo cariñoso, igual que un puerco espín al erizar las espinas y hacerlas entrechocar—. Pero medítalo bien porque es una pena tirar por la borda lo nuestro.

—Lo has tirado tú, Ethan, no pretendas responsabilizarme por tus actos.

—Me he arrepentido y estoy aquí. ¿Esto no cuenta para ti? —Los ojos le picaban por el llanto contenido, pues la había perdido por una mala decisión.

—¿Por qué me haces esto? —Madison gimió y el dolor le oscureció la mirada—. Me estoy recuperando de nuestra ruptura y soy feliz con otro hombre. ¿Por qué intentas crearme dudas? Eres muy egoísta, Ethan, de verdad. Sigue adelante, vuelve a la agencia, hazle el amor a tu ejército de mujeres y olvídate de mí. Tú has elegido, Ethan. Te has hecho la cama, así que ahora acuéstate a dormir.

     Madison se levantó, golpeando la silla contra la mesa. Lo dejó solo e igual de hundido que el Titanic.






https://youtu.be/VpRQbJrya1I


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