21. MADISON. Fracaso.

«El fracaso es una gran oportunidad para empezar otra vez con más inteligencia».

Henry Ford

(1863-1947).

Madison recordó las palabras de Trixie una hora antes, cuando le telefoneó. Después de que le explicó por activa y por pasiva que no tenía la menor intención de aceptar las condiciones de Ethan para ser su pareja.

¿Sabes qué debes hacer, entonces? Contratar a otro escort. No solo para continuar con los eventos, sino para seguir haciendo el amor. La piel te brilla, estás hermosa, no debes desaprovechar que eres joven. Necesitas darle satisfacción a lo que tu cuerpo reclama.

—No sé yo si me encuentro preparada para iniciar algo nuevo con otro hombre.

Siento un déjà vu, lo mismo dijiste antes. Te recuerdo que no estabas preparada para seguir adelante después de Joel y lo pasaste maravillosamente con Ethan.

—Me enamoré de Ethan, no lo olvides. —Se pasó la mano por la cabellera, despeinándola.

¿Estás segura de que no existe ninguna posibilidad de que os reconciliéis, Maddie? —Efectuó una pausa para detectar hasta la más mínima vacilación a través de la línea—. Ethan es un buen chico.

—Cero posibilidad, no estoy dispuesta a compartirlo con miles de mujeres. —Lo tenía tan claro que no precisaba meditar acerca de ello.

     Porque, además, ni siquiera le proponía una relación abierta, sino que ella debía esperarlo tranquila en casa mientras se follaba a todo lo que se movía. ¿Qué clase de relación era esa? Comprendía que admitir algo así era rebajarse todavía más si lo comparaba con su compromiso anterior, pues al menos Joel había intentado mantener las apariencias y se comportaba como el novio ideal.

     Y así se hallaba ahora, dándole una nueva oportunidad a la vida. Siguiendo el consejo de Beatrix, se encaminaba hacia el restaurante del Bank Hotel de Estocolmo, después de presentar Pasión desatada  en esta ciudad. Había acordado una cita a través de la agencia con el chico rubio del primer book  que había visto un año atrás. La atraía y pensó que lo correcto era darle un voto de confianza. Si todo iba bien lo contrataría para el resto de eventos y ¡al diablo con Ethan!

     Se suponía que cenarían y que pasarían la noche juntos, el resto de planes dependerían de la química que existiese entre los dos. Era probable que hubiese madurado porque comprendía las palabras de Trixie y la necesidad de seguir avanzando sintiéndose sexualmente completa. ¿Había fracasado con Ethan? Sí, pero no debía dejar que la frustración se enquistara, y, menos todavía, volver a refugiarse en su concha protectora. La impelía la necesidad de continuar experimentando, en lugar de volar de un punto a otro del planeta rodeada de desconocidos y sintiendo una total soledad.

     Entró en el restaurante y se percató de que todos los ojos masculinos se posaban en ella. Ignoraba si porque la reconocían o porque se había puesto un vestido rojo que le dejaba la espalda al aire y que le marcaba las curvas a la perfección. Consideraba que la Madison tímida había muerto cuando Ethan le participó la intención de compartir su tiempo con otras mujeres y ahora necesitaba destacar su lado femenino y seductor, que no solo la viesen como escritora. Decía el refrán que «la mancha de una mora con otra verde se quita» y lo seguiría a rajatabla pasándoselo genial con otro joven guapo. Encima, compañero de profesión de Ethan, para que existiese justicia poética.

     Sin embargo, cuando se aproximó a la mesa en la que el chico, Hudson, la esperaba y apreció la sonrisa que le brillaba en los ojos aguamarina, supo que sería capaz de disfrutar al máximo de la noche y que no pensaría ni siquiera una vez en las parejas que la habían defraudado.

—¡Qué guapa eres! —Hudson se puso de pie y le dio un beso en la mejilla—. ¡Qué sorpresa tan agradable!

—¿Y qué sabías de mí? —le preguntó, curiosa, en tanto se acomodaba en el asiento, delante de la impecable mesa cubierta con un mantel en tonos azules.

—Solo tu nombre, Madison — y cogiéndola de la mano, le confesó—: Lo que nunca imaginé es que tendría un encuentro con mi novelista favorita. ¡Estoy tan tentado de pedirte un autógrafo!

     Le cayó genial de inmediato y supo que no se lo decía por quedar bien, se notaba a la perfección que el entusiasmo era auténtico. Por un instante se acordó de que Ethan también había reaccionado feliz por el mismo motivo, pero descartó el pensamiento porque no iba a permitirle que le arruinase la velada. Él le había dado la espalda prefiriendo a otras, fin del problema.

     Molesta por estas reflexiones, se inclinó hacia adelante y le acarició al escort  la mejilla, diciéndole:

—Y yo nunca imaginé que serías mil veces más guapo que en las fotos.

—Estoy tentado de dejar de ser un caballero y pedirte que nos vayamos ahora mismo a la Terrace Suite. —La analizó durante un segundo y le guiñó el ojo—. Pero no lo haré porque sé que la espera valdrá la pena.

—¡Seguro que sí! Tengo la misma sensación. —E incluso disfrutó cuando por debajo de la mesa Hudson le acarició la rodilla y el muslo.

     Igual que una estrella fugaz, la imagen de Ethan haciendo lo mismo con una clienta le surcó la mente. Y esto la reafirmó en la intención de seguir adelante con el coqueteo hasta el final. Deseaba a Hudson aunque no lo amase, y, en consecuencia, no dormiría sola en la inmensa cama del hotel.

—Supongo que te habrán dicho millones de veces, Madison, que eres muy sexy. —Le dio vuelta la palma y le besó la muñeca, provocando que un estremecimiento la recorriese.

     Había pensado que después de lo sucedido con Ethan sería incapaz de sentir deseo por otro hombre. Pero, por fortuna, comprobaba que no era así. Tal vez la circunstancia de sentirse muy enfadada con él, furiosa en realidad, ayudaba en este sentido.

—No mucho, Hudson —reconoció, contemplándolo a los ojos y deleitándose con las tonalidades del mar caribeño—. Hasta hace poco he sido demasiado seria y bastante sosa.

—¡Seguro que te equivocas! Eres hermosa, Madison, e irradia de ti una luminosidad que resulta atrayente. Lo más probable es que antes no le pusieses atención al efecto que causas en nosotros.

—No lo creo, Hudson. —No obstante, las palabras del escort  la hicieron dudar.

     Tenía que agradecerle a Ethan que la había hecho explorar su sexualidad y ahora se sentía más libre en este sentido. O, tal vez, a Trixie, que le había puesto al alcance una opción que nunca se le había ocurrido debido a los prejuicios.

     El camarero los interrumpió y pidieron champán para celebrar el encuentro. Ambos eligieron como menú langosta y otras exquisiteces.

—Pues deberías creerlo. —Hudson reanudó la conversación como si la pausa no hubiese tenido lugar.

—Hoy me conformo con llamar solo tu atención. —Flirteó con él, antes de llevarse un trozo de langosta a la boca.

—La tienes al máximo, Madison, te lo juro —le confesó, estirando el brazo y cogiéndole la mano para luego darle un beso sobre el dorso—. ¡No te imaginas la sorpresa que me he llevado! Verte caminando con este vestido rojo hacia mí ha conseguido que me ponga a mil.

—Me alegro, entonces, porque me lo he puesto pensando en que después me lo quitarías. —Decidió ser audaz y provocadora.

     Cenaron muy rápido porque ambos se hallaban impacientes por continuar en la habitación lo que las palabras y las miradas prometían.

—¿Quieres postre? —le preguntó a Hudson, sonriendo.

—Tú eres mi postre, Madison —repuso él, volviéndole a guiñar el ojo.

     Se sintió feliz de haber elegido a este joven tan abierto y seductor. Con el pelo rubio, más diferente a Ethan no podía ser. Un año atrás, la brillante cabellera, el cuerpo musculoso y los inusuales ojos fueron lo primero que le llamó la atención y se la seguía llamando ahora.

—¿Nos vamos, entonces? —le propuso Maddie, sintiéndose una mujer de mundo: era rica, famosa, ¿por qué no iba a ser capaz de dejarse llevar por la atracción sexual, tema recurrente en sus novelas?

     ¡Debía hacerlo! El error de la antigua Madison había sido considerar que el sexo solo podía mantenerse dentro de un noviazgo y de ahí que sus experiencias fuesen tan incompletas.

     Subieron en el ascensor, mientras el corazón le latía muy rápido pensando en lo que iba a efectuar, pero nada la hacía volver atrás: anhelaba acostarse con Hudson.

     Cuando traspasaron el acceso, el joven la empotró contra la pared y le susurró en el oído:

—Llevo horas deseando hacer esto. —La besó delicado, primero, y cuando Madison entreabrió los labios le recorrió con la lengua cada pequeña porción.

—¿Y qué más deseabas hacerme? —le preguntó, provocadora, acallando la pequeña parte del cerebro que intentaba comparar este beso con los de Ethan.

—Esto.

     Hudson se le agachó a los pies, le levantó el vestido y se quedó, fascinado, mirando la tanga roja y transparente.

—¡¿Y crees que no eres sexy, Madison?! ¡Es increíble! ¡Me vuelves loco!

     Maddie cerró los ojos cuando Hudson le bajó la ropa interior. Poco después le recorría con la lengua el muslo, en tanto con la mano le exploraba los pliegues húmedos de su feminidad. A continuación la sustituyó por la lengua.

     Al principio se sintió un poco extraña al ver la cabeza rubia proporcionándole placer en lugar de la otra color azabache. Pero cerró los ojos y permitió que las sensaciones la arrasen, siendo consciente de que se hallaba con Hudson y con nadie más. El clítoris le agradecía, satisfecho, las atenciones. Y, poco después, se corrió en la boca de él.

     Abrió los ojos y vio cómo Hudson se disponía a poseerla. Se sintió resarcida por el rechazo de Ethan y gozó de un orgasmo vengativo tras otro durante toda la madrugada.





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