14. MADISON. Incomodidad.

«El amor apasionado, ese que te abre las puertas al paraíso, es raro y exquisito. Y solo soportan esta intensidad los seres fuertes, aquellos que no se escapan ante el primer desafío. Por eso muchos jamás lo conocen, muchos claudican ante la primera incomodidad».

Morgana, Hania Czajkowski.

—¡Qué alegría! ¡Cuánto tiempo sin verte! No sabía que estabas en Estados Unidos. —Alexander le palmeó la espalda a Ethan y luego clavó la vista en ella con interés—. Y menos con una clienta tan hermosa. —Madison reparó en la tensión de las manos de su acompañante, como si desease silenciar al otro hombre de un puñetazo.

—Mi amor, te presento a Alexander, el amigo del que te hablé. —Maddie comprendió que se refería al que le había abierto las puertas al mundo de los escorts, pues nunca había mencionado a otro—. Ella es Madison.

—Encantada, Alexander. —Pese a que se comportó con extrema cortesía, le molestó que Ethan no corrigiera al otro hombre explicándole que era mucho más que un simple servicio.

     No obstante, al analizarle el rostro comprendió que no obedecía a un intento de infravalorarla, sino que no deseaba compartirla con nadie de su trabajo. Esto la llevó a reflexionar que resultaba contradictorio calificar como amigo al otro individuo, cuando de lejos se notaba que no existía confianza entre los dos.

—El placer es mío, hermosa Madison. —En lugar de darle un apretón en la mano le besó el dorso, deteniéndose más tiempo del correcto al efectuarlo: a estas alturas los ojos de Ethan despedían chispas.

—Esta es mi casa, Alexander. —Maddie se la señaló—. ¿Qué tal si entras con nosotros y seguís hablando? —No lo hacía por ser amable, sino porque sentía mucha curiosidad.

     Percibió que la invitación molestaba a Ethan, aunque después de una vacilación y de un microgesto de desagrado, también insistió:

—Claro que sí, Alex, pasa así nos cuentas cómo sigue todo en Ámsterdam.

     Traspasaron el acceso y fueron hasta la sala. A continuación Madison se dirigió a la cocina y preparó café para los tres. Colocó sobre la bandeja las tazas, una jarrita con leche y un plato con cupcakes. Cuando regresó escuchó que el invitado comentaba acerca de las últimas ciudades en las que había estado. Y esto le recordó, por desgracia, su profesión: viajar de un lado al otro del mundo con mujeres ricas, elegantes y preparadas, acompañarlas a fiestas y a eventos y acostarse con ellas. Sin embargo, reflexionó con optimismo, Ethan le había confesado su amor y que durante un par de meses le había brindado infinitos detalles que acreditaban la devoción que sentía.

—Gracias, bella dama. —Alexander le guiñó el ojo cuando puso el café delante de él: el perfume que usaba era el mismo de su ex prometido y le hizo arrugar la nariz al olfatearlo.

     Recién ante este gesto de picardía se percató de cuál era el motivo por el que le resultaba conocido: antes de contratar los servicios en la agencia había visto su book. Agradeció el impulso de no conformarse con los primeros, pues se percató de que todo en él era artificial, muy estudiado y poco natural. Decía las palabras apropiadas y efectuaba los gestos que lo hacían verse guapo, alegre y sexy. Y lo peor: se comportaba con ella como si estuviesen en medio de una riña de gallos.

     Comprendió que no se hallaba errada cuando Alexander le sugirió:

—¿Y no has pensado en hacer un trío, Madison? Me ofrezco encantado si te atrae la idea, aunque no sea lo mío...

     Maddie bebía café y al escucharlo se atoró, pero antes de que pudiese responder, Ethan le aclaró:

—Sabes que jamás hago tríos con otros hombres. —Mordía las palabras como si en lugar de mantener un intercambio social quisiese cogerlo del cuello y lanzarlo a la calle de una patada en el trasero.

—Pero yo no soy otro hombre, Ethan, ni te considero a ti un hombre cualquiera. Nos conocemos desde hace años, somos amigos. —Alexander sonrió sin despegar la mirada de ella.

—Dime: ¿cómo resulta posible que nos hayamos encontrado justo aquí? Nueva York es enorme y hay más de ocho millones de personas. Es una coincidencia muy extraña que dos conocidos puedan chocarse, literalmente, en esta ciudad. —La pregunta de su acompañante tenía sentido, también ella se la hacía.

—¡Pues sí que ha sido una coincidencia afortunada! Acompañé a Mildred, una vecina tuya, desde Ámsterdam hasta aquí. Luego me pidió que pasase un par de días con ella. Si Patrick no me consigue otro servicio regreso mañana... Salvo que a Madison le atraiga la idea del trío. No me has respondido, cariño, ¿te gustaría?

     Le hizo gracia que Ethan pareciese una olla a presión a punto de explotar. ¿Cómo no se había dado cuenta de que era tan celoso y tan posesivo con ella? Si no le hubiese creído que estaba enamorado lo hubiera constatado ahora, resultaba evidente.

—Te agradezco el ofrecimiento, Alexander, pero no soy tan liberal —y para picar un poco a Ethan, añadió—: Si algún día cambio de opinión te tendré en cuenta.

—Debía intentarlo, Madison, eres guapísima. —Le cogió la mano por encima de la mesa y le besó la palma—. Tengo que irme. ¿Me podrías indicar dónde está el baño?

—Sí, por supuesto. Subes la escalera y luego avanzas por el pasillo de la izquierda. Es la primera puerta.

     Cuando se quedaron a solas, Ethan se aproximó a ella en el sofá y le susurró:

—Siento haberme comportado como un cavernícola, Madison, pero no soporto que otro hombre te toque o que te haga insinuaciones.

—No entiendo, entonces, por qué no le aclaraste que para ti no era una clienta —Maddie le murmuró en el oído, soplándole el lóbulo de la oreja.

     Notó cómo se estremecía con su aliento, pues parecía que ninguno tenía suficiente del otro por más que se abrazaran, que se besasen y que hicieran el amor a la menor oportunidad.

—Porque si se lo decía, mi amor, tú hubieses significado un mayor reto para él. Alexander es competitivo por naturaleza y lo único que yo deseo es que se vaya para que podamos estar solos.

—No parecéis muy unidos, ¿verdad? Al menos no tengo la impresión de que sea el mismo tipo de amistad que compartimos Trixie y yo.

—No te creas, cielo, le estoy muy agradecido. Alexander fue el único que me ayudó cuando más lo precisaba... Sin embargo, sé que demasiado éxito por mi parte le despierta unos celos enfermizos. Tú eres un bellezón y sin lugar a dudas cualquiera querría pasar un año contigo... No sé... Algo me dice que es preferible que no lo sepa. —Ethan le dio un beso sobre los labios, daba la sensación de que con ello la marcaba como suya.

—¡Tortolitos, no podéis dejar de tocaros! —exclamó Alexander entrando en la sala—. Me voy, mejor, así continuáis con esto en el dormitorio. —Esbozaba una sonrisa de oreja a oreja, pero la mirada no la acompañaba: los ojos eran fríos y había en ellos un destello amenazante, aunque pensó que quizá se dejase llevar por la imaginación de escritora.

—Te acompaño, Alex. —Ethan se puso de pie igual de rápido que si tuviera un resorte y lo guio hasta la entrada.

     Madison oyó que charlaban, aunque fue incapaz de distinguir las palabras. Poco después la puerta se cerró y enseguida Ethan apareció en la habitación y se paró al lado de ella. Extendió el brazo y la sujetó de la mano, ayudándola a ponerse de pie.

—¿Qué te parece, cariño, si hacemos caso de la sugerencia y nos vamos a la cama? —inquirió, atrayéndola hacia sí y dándole un mordisquito sensual en el cuello.

     Aprovechó para acariciarle la larga cabellera y así regodearse con los brillos rojizos que creaba la luz artificial.

—¿Y por qué debería hacerle caso a tu amigo? —lo interrogó, mirándolo a los ojos con pasión—. No me cae demasiado bien, te confieso.

—Puede que tampoco a mí, mi vida, pero tienes que reconocer que llevamos muchas horas sin tocarnos. Créeme, Madison, te necesito ahora mismo.

—Sí que nos hemos tocado en muchísimas ocasiones. —Y se mordió el labio inferior, poniendo la entonación erótica que sabía que volvía loco a Ethan.

—Ya, corazón, pero sabes que me refiero a estar desnudos y que nuestras pieles se rocen —le musitó, mordiéndole el cuello.

—Mmm, así como me lo planteas me parece una idea genial. —Maddie le lamió la barbilla y la oreja como forma de aceptación.

     Ethan se la echó sobre el hombro y empezó a subir las escaleras con rapidez.

—¡¿Qué haces, cavernícola?! —Rio a carcajadas, disfrutando con esta locura.

—Soy un neandertal, cielo, pero solo tuyo. No te imaginas los celos que me han dado al ver a Alexander besándote.

—¡Que solo me ha dado un beso en la mano, Ethan, no exageres! ¡Bájame, deja de hacer el tonto! —Pero, en honor a la verdad, le encantaban estos detalles.

—¡Eres solo mía, Madison! —Ethan también se carcajeaba.

     Pese a que lo decía riendo, Maddie consideró que existía un fondo de verdad. Tal vez porque la propuesta de Alexander de que se montaran un trío había sido muy en serio y él había temido que la respuesta suya fuese afirmativa.


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