13. ETHAN. Descubrimiento.

«¡Cuántas cosas estamos a punto de descubrir si la cobardía y la dejadez no entorpecieran nuestra curiosidad!»

Mary Shelley

(1797-1851).

Pese a la ajetreada noche que Madison y él compartieron, a primera hora de la tarde aparcaron en la casita de las afueras de Filadelfia, la última dirección conocida de Rhonda Yarwood.

—Bajemos ahora, Ethan, no soporto tanta tensión. —Era obvio que se hallaba muy nerviosa y explicarlo resultaba hasta redundante—. Pero primero dame otro beso.

     Amaba la naturalidad con la que Madison le solicitaba una y otra muestra de cariño. Le encantaba que le proporcionase la oportunidad de tocarla, de disfrutar de su fragancia a jazmines, de probarle la dulzura de los labios, de escuchar los gemidos de placer.

—¿Mejor ahora, cielo? —Le acarició con ternura las mejillas.

—¡Claro que sí! Tus besos son tranquilizantes y curativos.

     Contemplaron la fachada. Se trataba de una pequeña construcción blanca, similar al resto de las viviendas adosadas de la urbanización y que no destacaba por nada en especial. Entraron por el estrecho caminito de hormigón que se hallaba rodeado de rosas rojas y de tulipanes amarillos, púrpuras y naranjas.

Pulsaron el timbre, y, poco después, una mujer muy anciana les abrió la puerta. Un perro yorkshire salió disparado y efectuó una especie de remolino corriendo alrededor de ellos para expresar la alegría. Luego se detuvo, los olfateó y les movió la cola.

—Buenas tardes —la saludó Ethan con tono cortés, en tanto frotaba el lomo del can—. Buscamos a Rhonda Yarwood. ¿Es usted por casualidad?

—Sí, soy yo, jovencito, pero no es casualidad, el nombre me lo pusieron mis padres. ¿Hay algún problema? —La mirada era cautelosa, igual a la de un gato que le tocasen la cola.

—No existe ningún problema, Rhonda. Mi nombre es Ethan Walker y ella es mi novia, Madison. —Qué bien sonaba presentar a la escritora como alguien tan cercano, incluso se permitía regodearse al pronunciar la palabra—. Estuvimos en su antiguo domicilio de Gales porque queríamos devolverle a Ferrishyn unos libros y una carta que están en nuestro poder, pero la nueva propietaria no sabía nada de ella. ¿Es posible que Ferri también viva aquí?

—Habéis viajado mucho solo por unos libros. Ferri es mi sobrina, pero no vive conmigo. —La mujer enseguida captó el desencanto que se les manifestó en el rostro—. Esa es su casa, justo enfrente de la mía. —Señaló una vivienda idéntica.

—¿Y sabe si ahora está allí? —Madison se precipitó a preguntar, impaciente.

—Es muy probable, si queréis os acompaño. —No esperó a que le respondiesen: cogió las llaves y cerró la puerta—. ¡Tú pórtate bien, Blacky! —gritó a través de la madera cuando el perrito comenzó a lloriquear.

     Cruzaron la tranquila calle. Caminaron con pasos rápidos por el porche y enseguida timbraron en lo de Ferri. Casi de inmediato una señora les abrió.

—¡Hola, tía Rhonda! ¿Quiénes son tus amigos? ¡Qué pareja tan encantadora!

—Estos chicos vinieron desde muy lejos porque tienen algo que te pertenece. —La mirada de curiosidad de la sobrina se acentuó.

     Ethan se sorprendió: Ferri no aparentaba la edad que tenía. Lucía, inclusive, el cabello rubio claro y recordó cómo Madison la imaginaba así. Desconcertado, consideró que pronto se les uniría Harry, ahora no dudaba del pronóstico de su chica.

—Soy Madison Newhouse y él es Ethan. —Le disgustó que no lo presentara como su novio—. Queríamos devolverle esto.

     Con gran expectativa sacó de la bolsa de papel el tercer ejemplar de La ballena  y se lo entregó. Lágrimas de emoción se derramaron desde los azules ojos de Ferri.

—Por favor, pasen. —Se frotó las mejillas para secárselas mientras los invitaba a entrar—. ¿Te quedas, tía Rhonda?

—Luego me lo cuentas, cariño. Si me quedo Blacky se pondrá a ladrar y molestará a los vecinos, es un jovencillo muy impaciente... Ha sido un placer conoceros, chicos. —Se retiró con pasos apresurados.

—Vamos a la cocina, entonces, así mientras me contáis cómo encontrasteis nuestros libros bebemos una taza de té. —Los precedió por el pasillo de la izquierda.

     La cocina se hallaba inmaculada. Era de estilo americano, moderna y muy amplia, decorada en celestes y con electrodomésticos del mismo tono. Mientras ellos se acomodaban, Ferri llenó la tetera eléctrica con agua y colocó sobre la mesa una fuente de brownies.

—Encontramos los tres volúmenes en Ámsterdam —le explicó Madison, quitando los otros dos de la bolsa y colocándolos sobre la mesa—. Al leer la carta escondida en la contraportada supimos que no debíamos quedárnoslos y que teníamos que buscar a los verdaderos propietarios. Fuimos hasta Gales y allí nos dieron la dirección de su tía.

—¡Habéis viajado mucho para dar con nosotros! —Se sorprendió la señora—. Pero supongo que la explicación es simple, estos libros son extraordinarios... Decidme: ¿estáis muy enamorados?... Aunque, pensándolo bien, no necesitáis responderme, se nota que os amáis y mucho. —Los observó con extrema atención y luego se puso de pie para traer las tazas y servir el té.

—Es verdad, estamos enamorados —le comentó Madison, mirándolo al mismo tiempo, con lo cual Ethan se sintió ampliamente resarcido de la omisión anterior.

—¡Esto lo explica todo! Siempre pensamos que estos libros atraían a los enamorados y que tenían algo de mágicos. Durante generaciones fueron propiedad de la familia de mi Harry y sirvieron para que las almas gemelas se encontrasen. Incluso nos ayudaron en los momentos más difíciles de nuestra relación, ayudándonos a que nos reuniéramos.

—¡Qué historia extraordinaria! Me imagino que se refiere a cuando Harry estuvo en Vietnam. ¿Ahora él está bien?, ¿volvió de la guerra? —la interrumpió Madison, ansiosa.

—Sí, por fortuna. Está dando un paseo, pronto regresará. Hemos sido muy felices a lo largo de los años y todo se lo debemos a estos libros... Se sentirá encantado de volverlos a ver. —Cogió el último volumen y buscó la misiva escondida en la contraportada—. Cuando me vi obligada a venderlos retiré todas las cartas y esta sin querer permaneció escondida, también la echaba de menos... Pero gracias a ella estáis aquí y me dais esta alegría... Lloré mucho al deshacerme de ellos, pero era la única manera de juntar el dinero para pagar el pasaje de avión y reunirme con Harry en los Estados Unidos...

—Es entendible —asintió él sin juzgarla.

—¿Sabes, Madison? Tu cara me resulta conocida —la analizó, intentando recordar dónde la había visto.

—Soy escritora, quizá haya leído alguno de mis libros. —Sonrió, contemplando a Ferri con dulzura—. Por este motivo tenía que conocer de primera mano el desenlace de vuestra historia. Además, si me lo permiten, me encantaría escribir sobre ella.

—¡Por supuesto!... Ahora recuerdo. —Se levantó, salió en dirección a la sala y a los pocos segundos regresó con Pasión desatada  entre las manos—. Me gustó mucho y he leído todos los anteriores. No te reconocí porque aquí pareces bastante mayor. —Le mostró la foto en blanco y negro de la contraportada—. Nos sentiríamos muy honrados de que nuestra humilde historia te sirva de inspiración. ¿Te gustaría leer todas nuestras cartas, Madison?

—El honor es mío. Sería genial poder leerlas todas, prometo cuidarlas. Haré que se ponga mi editora en contacto con vosotros para que os haga una oferta económica.

—No es nece...

—Sí que lo es. —Madison le palmeó la mano mientras la interrumpía—. ¿Y si además de publicarse se convierte en una película como mis otras novelas? Me parecería muy injusto aprovecharme de vuestro sufrimiento.

     Antes de que pudiese ir a buscarlas, la puerta principal se abrió y poco después un hombre mayor se les unió en la cocina.

—¡Ah, Harry, aquí estás! —Ferri enredó el brazo en el de él y efectuó las presentaciones—. ¡Nos han traído los volúmenes de La ballena!

—Sabía que los libros volverían a nosotros. ¿Así que han conseguido reunir nuevamente a las dos mitades de la naranja?

     Ethan pensó que este comentario y las miradas de amor que se dirigían uno a otro hacían que valiese la pena haberse desplazado hasta Gales y a Filadelfia.

     Conversaron durante horas acerca de la guerra, de las frustraciones de encontrarse separados, de la felicidad de la reunión, del sortilegio de los libros, de las secuelas. Por supuesto, Harry se sintió honrado de que Madison hubiese elegido la historia de ambos como tema para una próxima novela. Horas después los acompañaron a la entrada de la casa y al poner en marcha el coche se despidieron de ellos como si fuesen familia.

—¿Sabes, Madison? Cuando observaba a Harry y a Ferri pensaba que podríamos ser nosotros dos envejeciendo juntos. —La muchacha puso cara de enternecimiento, estaban en Nueva York otra vez y a punto de entrar en su vivienda.

     Se detuvo y le dio un beso apasionado, en tanto le enredaba los brazos al cuello. Sin embargo, alguien que caminaba en dirección contraria chocó contra ellos.

—¡¿Ethan?! —lo interrogó una voz conocida.

     Justo enfrente de él se hallaba Alexander contemplándolo con asombro.


https://youtu.be/pbGHu7h5WMM




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