12. MADISON. Confesiones.

«Siempre queda un rinconcillo silencioso, aun en las más sinceras confesiones de una mujer».

Paul Charles Bourget 

(1852-1935).

«No. Me. Lo. Puedo. Creer», pensó Madison, anonadada, «¡No solo he hecho el amor con Ethan, sino que le he dicho que lo quería!» Teniendo presente cómo se habían conocido, le sorprendió que ambos se abriesen en canal tan rápido declarándose el mutuo amor.

     Le pareció mágico, asimismo, gozar de un orgasmo tras otro a lo largo de la madrugada. ¡¿Cómo resultaba esto factible?! Antes apenas tenía uno en contadas ocasiones y solo utilizando mucho la fantasía, pues cerraba los ojos e ignoraba a su novio imaginando que tenía sexo con Nick Jonas o con Zac Efron o con Jacob Elordi o con Gavin Leatherwood. Ethan, en cambio, significaba un sueño hecho realidad y lo único que debía hacer era contemplarlo y seguirle el ritmo.

     Rememoró la confianza que se demostraron, los últimos espasmos antes de llegar al clímax y llenarla con su semen. Y, además de ponerse de color granate ante esta osadía, revivió la experiencia y se estremeció por completo. ¿Podía existir, acaso, algo más íntimo y más perfecto que la sensación del frotamiento sin látex de por medio?

     Lo observó descansando al lado de ella: continuaban desnudos y con una mano la sostenía del muslo, con la otra le apretaba suavemente un seno, de modo que de tan juntos que se hallaban parecían siameses. ¡Era posesivo hasta durmiendo! Tal como estaban el miembro de Ethan le calentaba el vientre, y, analizándolo con detenimiento, llegó a la conclusión de que también en reposo era muy largo y demasiado grueso.

     Exhaló el aire contenido y volvió a examinarle el rostro. Posar la mirada sobre la entrepierna le calentaba la sangre, no solo por la indiscutible belleza masculina, sino además por la ternura que emanaba de él y que luego se reflejaba en cada una de las acciones. Comprendió, asombrada, que inspeccionándolo al detalle se le calentaba el cuerpo e igualmente el alma.

     Visualizar los instantes vividos provocó que se volviera a humedecer, pues al final se bañaron juntos, enjabonándose uno a otro, y tuvieron que interrumpir la ducha para hacer el amor de nuevo. Frenética, se sostuvo del toallero y levantó el trasero para permitirle acceder más fácil. Pero Ethan, a pesar del apremio, se le arrodilló detrás y le recorrió con la lengua cada uno de los recovecos, hasta que se convenció de que ella no soportaría más preliminares. Pasado el nuevo orgasmo, la hizo suya con ferocidad y con ardor, consiguiendo que le suplicase por más y más, en tanto los cuerpos mojados se escurrían como anguilas y efectuaban el mismo chapoteo que si estuviesen jugando con las olas en la playa.

     Se removió sobre el lecho, incómoda. El clítoris le palpitaba rogando por más atenciones. ¡Increíble! Pese a la cantidad de ocasiones en las que concretaron el mutuo deseo, este volvía a convertirse en una necesidad apremiante. Tuvo la satisfacción, eso sí, de que sus movimientos consiguieron que el pene de Ethan creciese y que el glande ahora se asemejara a un hongo rogando por la lluvia de abril. ¡Era tan hermoso! No se pudo contener y se agachó hasta cogerlo e introducírselo en la boca, adaptándose al ángulo para que resultase perfecto.

     Así, empezó a satisfacerlo muy despacio y paladeando el fluido salado, en tanto disfrutaba de los latidos acelerados del corazón de su amante, pues le había colocado la otra mano sobre el pecho para acariciarlo. Cuando comprendió que Ethan, aún dormido, se hallaba preparado aceleró el ritmo, pero la boca ya no le alcanzaba y precisaba sentirlo entre las piernas.

     Se le colocó a horcajadas, lo introdujo en su pequeño receptáculo y lo cabalgó igual que si participase en un rodeo. Él, sin abrir los ojos, suspiró con fuerza y se acomodó en una posición que le permitiera llegar hasta el fondo. A continuación la sujetó por las caderas y la impulsó una y otra vez sobre él, suministrándole la máxima velocidad y la fuerza que ella requería. Cuando Madison se corrió, todavía siguió impulsándose dentro un minuto más hasta estremecerse y eyacular.

—¡Vaya forma tan exquisita de despertarse! —pronunció, la entonación era bastante más grave por el sueño.

     La abrazó, fogoso, y la barba naciente le cosquilleó la mejilla. Todavía se hallaba tendida sobre él, como si fuese una manta proporcionándole calor. Esto unido al perfume del sexo la enloquecía.

—¡Te juro, Ethan, que fue la mejor noche de toda mi vida! —Se irguió un poco y lo besó con ternura.

—Y de la mía, Madison, nunca lo dudes. —Le cogió la cara entre las fuertes manos y la observó de lleno a los ojos—. Hacer el amor cuando estás enamorado no tiene ni punto de comparación. —Le parecía sincero porque los ojos violetas resplandecían y las pupilas se hallaban dilatadas—. ¿No te asusta?

—¿Asustarme? No entiendo, Ethan. ¿Por qué debería asustarme que me hagas el amor? ¡Ha sido impresionante!

—Y lo seguirá siendo, cariño. —Le mordió con dulzura el labio inferior—. Me refería a que si te asusta que te haya dicho que te amo. —No se pudo contener y le dio un beso apasionado, de esos que los dejaban sin respiración.

—Ahora no, al contrario. Solo me preocupa qué va a ser de nosotros pasado el año. —Frunció el entrecejo e Ethan enseguida se lo alisó, acariciándolo.

—No te preocupes, dulzura, encontraremos la manera de seguir siendo felices juntos, esto nunca lo dudes. —La levantó un poco y la colocó de costado, sin dejar de contemplarla—. Tengo muy claro que es imposible conocer a alguien como tú y que me despierte tantos sentimientos... Sabes que no he sido un monje, he conocido a muchas mujeres, pero nunca nadie ha despertado tanto en mí. De verdad, solo ha sido sexo, a veces amistad. Contigo lo tengo todo...

—Te confieso que el hecho de que te hayas acostado con miles de mujeres es justamente lo que más miedo me da. Yo soy solo una: ¿quién me garantiza que lo nuestro pueda durar y que no te aburras?

—En lo relativo al amor no hay garantías, Madison. —Le dio un pico sobre la nariz—. Pero yo estoy completamente seguro de que jamás me aburriré de ti. Imagina cómo será en el futuro si en solo dos meses estamos tan compenetrados y compartimos las mismas pasiones e idénticos gustos.

—Te entiendo, Ethan, si bien debo reconocer que tu profesión me plantea muchos interrogantes.

—Pregunta, mi vida, yo no guardo ningún secreto para ti. —Le frotó la mejilla, comprensivo.

—Dime, entonces: ¿cómo haces para acostarte con alguien que no conoces y que no sabes cómo es? —le soltó a bocajarro—. Nosotras lo tenemos más fácil, pero vosotros no podéis disimular...

—Todas las mujeres son hermosas por dentro o por fuera, lo único que hace falta es descubrirlo —y enseguida añadió—: Aunque como tú te puedo asegurar que no existe ninguna, no son meras palabras.

—Lo que me inquieta es que después de haber estado con tantas mujeres sofisticadas yo te parezca poca cosa. —Se volvió a morder el labio inferior y la incertidumbre se le reflejaba en la mirada verdosa.

—¡Jamás sucederá, corazón! —La besó de un modo tan apasionado que con ello alejó todas las dudas.

—¿Y cómo fue que empezaste a trabajar de escort? —Madison no pudo evitar la curiosidad que la embargaba.

—Antes de terminar la universidad mis padres murieron. —Al apreciar cómo esbozaba un rictus amargo se arrepintió de haberlo interrogado acerca de este tema tan doloroso—. Por desgracia, la casa estaba hipotecada y no habían satisfecho varias letras. El negocio, además, daba pérdidas, y descubrí que tenían una deuda enorme con Harvard. Mi trabajo, por supuesto, no alcanzaba y conseguí otro, pero me llevaría más de cien años ponerme al día. Justo por esas fechas un amigo que vivía en Ámsterdam me invitó a formar parte de What Women Want Company  y habló con Patrick recomendándome... El resto es historia... Te repito, Madison: nunca te he visto como una clienta porque siempre te he admirado. Por eso al vivir contigo me enamoré enseguida. Te amé, incluso, la primera vez que nos encontramos en el hotel Waldorf Astoria. Te veías tan dulce, tan tímida y tan preocupada que deseé protegerte de todo.

—¡Qué bonito! —Las palabras la reconfortaron, sobre todo porque el tono era sincero—. Y sé, también, que sí eres capaz de protegerme, solo hace falta ver cómo dejaste a Joel temblando.

—El mérito no es mío, cariño, el hombre es un cobarde. —Movió la mano pretendiendo quitarle importancia.

—¡No, Ethan, sí que lo has hecho genial! Me has salvado: era martes y pretendía meterse en mi cama. —No pudo evitar revolverse del asco.

—¿Martes? —Clavó en ella la vista, desconcertado—. ¿Qué importancia puede tener el día?

—Joel dedicaba los martes y los jueves a tener sexo conmigo. —Frunció la nariz—. Imagino que el resto del tiempo era para sus amigos y para las orgías.

     Ethan comenzó a reírse con ganas y tuvo que sentarse en el lecho porque las risotadas iban a más y a punto se hallaba de atorarse con ellas.

—Si tanto te divierte le tendría que pedir a Trixie la grabación de cuando lo pillamos. Era un jueves, además. —A estas alturas acompañaba las carcajadas contagiosas del hombre.

—¿Y cómo es que tenéis una grabación? —le preguntó en cuanto pudo pronunciar algo inteligible, aunque le resultaba imposible todavía controlarse.

—Fuimos juntas con un detective para pillarlo y que todo fuese oficial, no te olvides de que solo faltaba un mes para la boda. —Madison se sentó y lo abrazó, no podían dejar de tocarse.

     Ethan le recorrió los pechos con las palmas, y, sin despegar de ella la mirada, le confesó:

—Te juro, Madison, que si tú me lo permites estaría haciéndote el amor todo el día y toda la noche por el resto de mi vida.

—¿Qué es lo que más te gusta de mí? —inquirió después de besarlo, agradecida.

—¡Todo! Tu inteligencia, tu integridad, tu belleza, tu dulzura, tu fidelidad. Ahora que tienes éxito podrías haber hecho como la mayoría de la gente, olvidarte de tus orígenes, y sin embargo sigues publicando historias de forma gratuita en Wattpad, la plataforma que te dio a conocer.

—Es normal que le siga siendo fiel, Wattpad fue quien me dio mi primera oportunidad. Si no hubiera sido por ellos todavía seguiría viviendo en un pueblito perdido de la América profunda.

—Por eso te amo —suspiró Ethan, recostándola y rozándole un pezón con la lengua.

     Y, de este modo, Madison estuvo segura de que su amante la quería y de que sería capaz de abandonar su trabajo por ella. Así que no hablaron más: solo se dedicaron a sentir...


https://youtu.be/7Umdm5q0RUU


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