11. ETHAN. Éxtasis.

«Solo el latido al unísono del sexo y del corazón puede crear el éxtasis».

Delta de Venus, Anaïs Nin, (1977).

A Ethan le parecía increíble que, ¡por fin!, pudiese tener a Madison para sí. Se sentía igual que un adolescente hormonado a punto de vivir la primera experiencia sexual. Era evidente para él (y para cualquiera) que ya no la consideraba una clienta, sino mucho más que esto. Intentó controlar las emociones, pues su meta consistía en que ella disfrutase al máximo y que tuviese una cadena de orgasmos.

     La chica le recorría los músculos del pecho, extasiada. Como si no pudiese ni quisiera reprimirse, le frotaba el vientre contra la formidable erección consiguiendo que enloqueciese de deseo. Incluso, Madison dio un salto y se le recolocó a horcajadas para que el contacto fuera más íntimo y más completo, frotándose de lleno donde lo anhelaba. Aunque todas las fibras del cuerpo le pedían poseerla, se contuvo. Solo se movió con ritmo, pero sin introducirse en ella, para que se acostumbrase paso a paso.

—¡No aguanto más, te necesito! —gimió la joven, en tanto se ponía de pie y se quitaba la tanga.

     Ethan, deslumbrado, la contempló. ¡Era perfecta! La cremosa piel brillaba con la luz proveniente del pasillo, al igual que los enormes ojos verdosos. Se le estremeció el corazón porque fue consciente de que la consideraba suya y lo enfurecía que le hubiesen hecho tanto daño. Pretendía, incluso, resarcirla por los fracasos del pasado. Quizá esta noche pudiese opacar los malos recuerdos y lograr que se olvidara de las experiencias nefastas.

—No existe nadie como tú, Madison. ¿Lo sabes, verdad? Eres guapa, inteligente, buena persona.

     Ethan creyó que confesarle que la quería no resultaba conveniente todavía, pues se lo habían dicho muchas veces y eran embustes. Tal revelación, inclusive, podría provocar que regresase a la concha protectora y que se convirtiese de nuevo en un cangrejo ermitaño.

     Efectuó una pausa y continuó:

—¿Te das cuenta, Madison, de cómo me calientas la sangre. —Y se señaló el miembro, erecto al máximo.

     Ella se le volvió a acercar y sonrió seductora. Luego le acarició la parte inferior del pene con delicadeza y a continuación el glande. Posteriormente recorrió la porción superior, como si las distintas texturas (suave, rugosa y contundente) la fascinasen. Ethan, suspirando, la dejó hacer.

—¡Es tan bello! —exclamó, cogiéndolo con una mano y comenzando a subir y a bajar lentamente, masturbándolo.

     Utilizaba la otra para recorrerle los fuertes muslos, primero, y luego los testículos, que habían aumentado de tamaño debido a la excitación. Ethan movió las caderas como si estuviese dentro de ella haciéndole el amor y Madison gimió en tanto aumentaba la velocidad.

—¡Te necesito ahora, Ethan, no aguanto más! —La chica emitió una especie de aullido, y, provocativa, le clavó la mirada.

     Luego se agachó para darle un beso justo en la punta, que lo hizo soltar el aire contenido: la mezcla de deseo y de inocencia lo descontroló, aunque una vez más respiró hondo pensando en el placer de la joven.

     ¡Nunca le había costado tanto resistirse a la tentación de quitarse los frenos! Se sentó, la cogió con ternura y la puso boca arriba sobre el lecho. Después le recorrió la boca con la lengua, apasionado, absorbiéndole la energía y proporcionándole al mismo tiempo la de él.

—¡Qué rico sabes, dulzura! —exclamó, conmovido.

     Le dio multitud de besos en el cuello, soplándole la zona y haciéndola estremecer, al igual que en el lóbulo de cada oreja.

     Acto seguido le mordisqueó suavemente uno de los senos. Efectuó movimientos circulares sobre la blanca superficie, jugando con cada uno, hasta que enredó la lengua sobre la rosada aureola y succionó. No le despegó la vista de los ojos mientras bajaba a lo largo del cuerpo femenino. Madison se movía, frenética, y todavía más cuando descendió con una de las manos por el estómago y el vientre, hasta llegar al pequeño botón entre las piernas. Daba la impresión de que hubiese tocado el timbre de una casa, pues enseguida las abrió para permitirle un mejor acceso.

—Tu cuerpo sabe a melocotón —jadeó, apasionado, mirándola a los ojos.

     Solo dejó de observarla cuando enfocó la atención en los pliegues de los labios para besarlos y satisfacerlos uno a uno.

—¡No aguanto! —Madison prolongó el gemido ante la acometida de la lengua y se retorció al mismo tiempo sobre el lecho.

—Ábrete con las manos para mí, cariño, necesito verte mejor, comerte.

     Madison, sin ningún pudor, efectuó enseguida lo que él le ordenó. Aun así sentía que necesitaba más y para facilitar la labor Ethan se colocó las piernas de la muchacha en torno al cuello. Cuando con la lengua le masajeó el clítoris, aprovechó para acariciarle alrededor de la pequeña, hinchada y mojada abertura. Los suspiros, los temblores y los gimoteos entrecortados le hacían perder la cordura, pero seguía imponiéndose un férreo control porque deseaba que Madison tuviese un orgasmo detrás de otro. ¡Se lo merecía!

—Quiero abrirte más, mi vida, preciso que me lo des todo.

     Así que introdujo el índice y el mayor en ella, entrando y saliendo con ritmo y sin dejar de estimular mediante sexo oral el diminuto botón. Dentro de la vagina encontró el área clitoral (conocida como punto G) y efectuó el movimiento «ven acá» atrayéndola con los dos dedos.

—¡Ah, es perfecto! —exclamó Madison, corriéndose.

—No es suficiente, amor, deseo que tengas cientos de orgasmos. No me juntes las piernas, por favor, deja que te siga comiendo. ¡Eres tan sabrosa!

     La siguió frotando y los espasmos continuaron uno detrás de otro. Daba la impresión de que la chica se suspendía en el aire, pues los músculos se hallaban muy relajados. A pesar de ello, no despegaba los ojos de lo que él le hacía. De esta forma, mirándola, subió hasta ella y empezó a besarla, traspasándole su dulce sabor.

—Voy a buscar un preservativo y enseguida vuelvo —le explicó Ethan, reacio.

—Estoy tomando la píldora y nunca lo he hecho sin condón —le indicó, apresurada, cogiéndole la cara y dándole besos con ardor.

—Jamás he hecho el amor con alguien sin utilizar preservativo, Madison, quiero que lo sepas —insistió para que fuese consciente de que no se tomaba estos temas a la ligera y también con la finalidad de marcar diferencias con el resto de mujeres para que no dudara de su sinceridad—. ¡Tú para mí significas muchísimo!

     No verbalizó con todas las letras que la quería, pero sí se lo expresaba al introducirse en ella sin ninguna protección. Entró poco a poco, con delicadeza, y la fue ajustando a él sin dejar de acometerle la boca con la lengua.

—¡Que maravilloso se siente estar dentro de ti, cielo! —le susurró en el oído, emocionado y temblando por el esfuerzo de contenerse.

—¡Nunca he sentido algo así! —Madison movió las caderas, apremiándolo: se apretaba contra él para que entrase por completo.

     Resultaba obvio que la paciencia daba buenos resultados. Así que en lugar de arremeter a toda velocidad salió de Madison con lentitud y volvió a entrar pausado, haciendo que se estremeciese al sentir las distintas texturas del miembro contra las paredes. Lo repitió varias veces, enloqueciéndola.

—¡Ay, Ethan, qué malo eres! ¡Por favor, más fuerte! —Y cuando ella chilló cambió el ritmo a otro más enérgico, regodeándose con el sonido de ambos cuerpos al entrechocar.

     Contempló cómo Madison se retorció en medio de la vorágine de un segundo orgasmo, pero no apresuró el compás de la música que creaban juntos para llegar también a la cima. Al contrario, le dio la velocidad justa y satisfactoria, pues intentaba que durase al máximo. Y, cuando ella terminó y lo mojó aún más, recién ahí incrementó el ritmo: ahora sí era su turno. Se dejó llevar, entrando y saliendo de la joven con vigor y gran rapidez, igual que un fondista en el sprint  final. No le sorprendió que al arribar al clímax Madison se corriese por tercera vez.

     Un par de minutos más tarde se giró y se la colocó encima, todavía conectados: ambos se hallaban reacios a separarse.

—Espero que te des cuenta, cariño, de que lo que hemos consumado en esta cama es magia pura. —Deseaba que la muchacha comprendiese la profundidad de sus sentimientos—. ¡Nunca nadie consiguió hacerme sentir así!

     Era lo más cercano a una declaración de amor. «¡Malditos imbéciles!», pensó, odiando a las anteriores parejas de Madison porque la habían decepcionado tanto que ahora condicionaban lo que a Ethan le apetecía hacer: confesarle, sin más trámite, que él era suyo y ella de él.

—Me doy cuenta, Ethan, de que eres el mejor amante del Universo y de que nunca he sentido algo así. —Lo besó con ardor, como si nunca se fuese a saciar de él.

—Por supuesto, cielo, me halaga muchísimo que te lo parezca, pero necesito que comprendas que para mí no ha sido solo sexo —insistió Ethan: si bien consideraba que no era el momento apropiado, tampoco deseaba que existiesen confusiones.

     Tuvo que retirarse de Madison para aproximársele al rostro y analizar de cerca cada diminuto micro gesto.

—¿Qué me estás diciendo en realidad, Ethan? —Lo observaba con expectación.

—Muy sencillo, cariño: te estoy diciendo que te quiero. —Y le estampó un beso apasionado, volviendo a explorarla con la lengua.

     Pudo leer en la mirada de ella el pánico, y, luego, la aceptación.

—Yo también te quiero, Ethan.

     Lo pronunció en medio de un suspiro apasionado, como si las cuerdas vocales vibrasen por su cuenta y ella no pudiera resistir esta voluntad. ¿Pensaría, quizá, en los diez meses que quedaban por delante o en qué sucedería con ellos una vez terminado el año?

     Era prematuro hacer arreglos desde ya. Si bien Ethan no pensaba dedicarse toda la vida a su profesión, se había propuesto trabajar diez años más como escort. ¿Sería factible compatibilizar una relación entre ambos y la tarea que desempeñaba?

     Prefirió no rumiar en esto. ¿Para qué estropear la mágica noche si todavía tenía trescientos cuatro días para seguir disfrutando juntos?


https://youtu.be/oEBYqKDXH9Y



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