10. MADISON. Pasión.

«Las pasiones son los viajes del corazón».

Paul Morand 

(1888-1976).

«Si no nos hubieran interrumpido Ethan y yo hubiésemos hecho el amor empotrados en la pared», reflexionaba Maddie una y otra vez como si fuese una letanía. Es más, si ambos se deseaban casi con ferocidad, ¿qué sentido tenía contenerse tanto?

     A la mañana siguiente de enrollarse en el Palacio Moika y todavía en San Petersburgo, agobiada por la resaca que le había machacado las sienes le había echado la culpa al vodka, al impresionante atractivo de su acompañante, al perfume enloquecedor con un dejo a salvia, a cedro y a cacao que este utilizaba, a la libertad que le había conferido la audacia de recrear con precisión la indumentaria del siglo XVIII, a su estupidez por omitir la utilización de ropa interior. Puntualizó para sí misma que Ethan le había acariciado con la mirada los senos desnudos. Y así una cosa había llevado a la otra, hasta terminar sintiendo la brisa que provocaba su aliento apasionado sobre la entrepierna desprovista de tanga.

     Ahora, quince días después, conseguía reprimirse todavía haciendo gala de una voluntad de acero, pero no podía sacárselo de la cabeza. ¿Cómo evitaba acostarse con él? Solo convenciéndose de que requería más tiempo. Ethan parecía comprender esta limitación porque permitía que ella marcase el ritmo y no insistía en llevársela al lecho a como diera lugar.

     Sin embargo, ahora lo tenía peor, pues se hallaban en Nueva York con la finalidad de darse una escapada hasta Filadelfia. ¿Qué significaba esto? Que Ethan vivía en su casa y que se alojaba en la habitación de invitados que se hallaba pegada a la suya. Resultaba curioso porque jamás le había dado a Joel la llave, mientras que sí se la había proporcionado a su acompañante actual. ¡¿Cómo había sido posible que hubiese estado dispuesta a casarse con su ex si nunca habían tenido tal grado de intimidad?!

     Respiró hondo. Se suponía que trabajaba, pero los dedos se le habían paralizado sobre el teclado del portátil. Continuaba escribiendo la novela del noble y de la institutriz, que tanto conquistaría a los lectores, pero no dejaban de rondarle otras historias, entre ellas la de Ferri y la del dragón, el príncipe y la dama. Incluso se imaginaba contando el día a día con Ethan y diseccionando el pasado de este en otra obra. Si bien el escort  no quería efectuarlo de su puño y letra nada impedía que lo hiciese ella. Claro que para esto primero debería convencerlo, sería rastrero no requerirle la opinión, y sabría así de primera mano el resto de sus experiencias sexuales.

     Golpeó con las uñas la superficie del escritorio y bufó. ¿Realmente se hallaba dispuesta a indagar en este pasado, que incluía a cientos o a miles de mujeres a las que odiaba sin conocerlas? Debía ser sincera consigo misma: ¿inventaba dedicarle un libro como mera excusa para satisfacer su curiosidad o se trataba de la necesidad imperiosa que convertía una idea irresistible en literatura? Notaba que al lado de Ethan las barreras entre el trabajo y el placer se esfumaban, pues se comportaban como una pareja y se sentían, asimismo, una pareja. Y no solo en los eventos: también cuando se hallaban sin compañía. ¡Él ni siquiera se tomaba las horas y los días libres de los que disponía!

     Nunca resultaba molesto tenerlo cerca. Al contrario, siempre le soltaba frases divertidas, motivadoras, la ayudaba y hasta se adelantaba a sus pensamientos. Cada vez se sentía más ligada a él en la ardua tarea de la escritura, no solo porque le leía los capítulos y le daba su valoración, sino porque además le proporcionaba el ambiente propicio y la tranquilidad imprescindible para fomentar la creatividad.

     Mientras meditaba en esto, Ethan entró con una taza de café y se la colocó al costado.

—¡Gracias, cariño, me viene de maravilla! —Maddie le sonrió y lo probó: estaba perfecto, con dos cucharadillas de azúcar moreno como a ella le gustaba.

     «Ahí lo tienes, se preocupa por ti y es un bellezón. ¡¿Cómo puedes ser tan tonta como para desperdiciarlo?!» La mente no le daba descanso. Lo veía y sin pedirle permiso comenzaba a elucubrar en todas las posibilidades eróticas. «Llevas con él un par de meses y el reloj no se detiene, sigue marcando el compás. Seguro que cuando finalice el año te arrepientes de haber dejado pasar tantos minutos sin tirártele encima».

     Cuando Ethan se giró para abandonar la estancia, ella lo frenó:

—Ven, siéntate aquí y hazme compañía.

     El hombre le sonrió y se acomodó en el sillón giratorio próximo al de ella.

—¿Qué tal vas?

—Muy bien. —Salvo que no dejaba de pensar en él en todo momento le iba genial, porque incluso así era productiva.

—¿Preparada para ir mañana a Filadelfia? —La analizó detenidamente, sin duda no deseaba que se llevase una nueva desilusión.

—Sí, aunque nerviosa pensando que quizá allí tampoco los encontremos —le confesó, mordiéndose el labio inferior.

—¿Y si te doy un beso, Madison, crees que te serviría para calmarte un poco o al menos para olvidarte de la tensión? —Esbozó la sonrisa torcida que la volvía loca y le guiñó uno de los maravillosos ojos violetas.

—¡No sé yo si solo con uno lograría calmarme! —Se dejó llevar por la tentación.

     Ethan le cogió la mano, se puso de pie y tiró de ella.

—¡Eres encantadora, Madison! —exclamó, riendo—. ¡No te imaginas cuánto me gustas! Nunca he conocido una mujer tan natural como tú, tan sincera.

     Le acarició la cintura y luego fue subiendo para moldearle los senos con la punta de los dedos. Era tan leve la caricia que tenía la sensación de que la frotaba con una pluma sobre la piel desnuda o de que ella era etérea, quizá un simple holograma. Este toque tan ligero provocó que por dentro vibrase, anhelando que Ethan siguiera adelante y le masajease los pechos con erotismo tal como había acontecido días antes. Pero no, se limitó a sostenerla como si necesitara el apoyo y a darle un beso cálido, leve y emotivo, que determinó que el corazón se le estremeciese desbordado de sentimientos sin nombre.

—¿Así? —inquirió, riendo, como si supiera que se revolvía por dentro demandando más y más.

—Así es genial. —La fascinación que ejercía sobre Maddie la incentivó a acercársele y a recorrerle los labios con la lengua, mordiéndoselos sensual, para luego introducirla y jugar con la de él.

—¡Sí que sabes cómo hacer feliz a un hombre! —le soltó Ethan, cariñoso, cuando efectuaron una pausa para respirar.

     Como si un rayo la traspasara, recordó las recriminaciones envidiosas de sus anteriores parejas, los silencios molestos, las exigencias descabelladas, las negativas a cambiar un perfume que le causaba arcadas y le agradeció a Trixie la felicidad de haberlo conocido. Tenía claro que si su amiga no la hubiese apremiado hubiera seguido desmoralizada y sintiéndose culpable. Apoyó la cabeza sobre el pecho masculino y los latidos acelerados de Ethan le indicaron que hacía lo correcto. ¡Sería el amante perfecto, se hallaban sincronizados!

     Pero, aunque la atracción era irresistible, tuvo la fuerza de voluntad suficiente como para detenerse y que a la noche cada uno durmiera en su respectiva habitación. Comprendía, eso sí, que no sería por mucho tiempo. Lo ansiaba demasiado y le comenzaba a dar igual terminar con el corazón destrozado al cabo del año, pues era mejor amar y perder que nunca haber amado. «Pronto, muy pronto, me dejaré llevar», fue el último pensamiento coherente antes de dormirse.

     Tres horas después abrió los ojos, pues un sonido metálico la despertó. Miró alrededor, pero seguía sola. Escuchó atentamente y percibió un nuevo crujido en la entrada de la casa. ¿Sería Ethan?

     Sin embargo, él abrió la puerta del dormitorio y le advirtió:

—Hay un intruso, Madison. Quédate aquí que yo me ocupo de él.

—¡De eso nada! Voy contigo. —Ni siquiera admitió para sí misma que intentaba protegerlo porque le importaba muchísimo lo que le pudiese suceder.

     Caminó hasta Ethan. Gracias a las farolas de la calle apenas era una silueta recortada contra la blanca pared. Se alegró de haber dejado un poco levantada la persiana, de lo contrario no hubiese podido verlo. Una vez cerca de él, le aspiró el aroma de la piel mezclado con la fragancia que utilizaba y se sintió reconfortada. Agradeció la penumbra porque de existir claridad igual se olvidaba del ladrón y se le tiraba encima para hacerle el amor con frenesí. ¡Solo llevaba los bóxers puestos y estos dejaban poco a la imaginación!

—Puedes venir, Madison, pero si la situación se complica aléjate enseguida y llama a la policía. —La colocó detrás de él, protegiéndola con el imponente, bello y musculoso cuerpo.

     Caminaron por el pasillo de la planta superior. Luego con lentitud descendieron por los peldaños de la escalera de madera de roble. Se detuvieron como si estuviesen clavados al suelo cuando sonó un tintineo de monedas en la salita próxima al vestíbulo. Casi como si fuesen uno, se encaminaron hacia allí, Maddie temblando porque nunca había atravesado una circunstancia similar. Además, creía que había activado la alarma, pero ahora lo ponía en dudas.

—Quédate aquí, cielo. —La apoyó contra la columna que se hallaba cerca del cucú y le dio un beso rápido sobre la mejilla—. No te muevas, enseguida vuelvo.

     No protestó, no quería obstaculizarlo, pues el escort  le hablaba con decisión y sin admitir réplica. Eso sí, continuó atenta a cualquier ruido. Un par de pasos con zapatos de suela provocaron que la piel se le erizara, ya que Ethan iba descalzo. A esto le siguió un gruñido, el golpe de una silla al caer sobre el suelo, algo parecido a patadas y el sonido de un enorme saco de patatas al desplomarse en el parqué. Presa de la ansiedad, Maddie encendió las luces sin importarle su seguridad. ¿Y si había más de un delincuente y se estaban ensañando con su acompañante? ¡Si se hallaba en peligro debía ayudarlo!

     Al arribar a la salita e iluminarla vio que Ethan se encontraba en el extremo izquierdo, glorioso en su semi desnudez, y con el pie posado sobre el maleante. La pose le hizo pensar en las fotos de escenas de cacerías, aunque el pecho musculado, las poderosas piernas y el gran bulto de la ropa interior desentonaban con esta imagen mental. La presa, asimismo, era humana: se quejaba, pataleaba y lloraba. Olfateó el dejo de un olor que le desagradaba, pero sin registrarlo todavía.

—¿Lo conoces, cariño? —le preguntó Ethan, clavándole los ojos violetas.

     Antes de responderle avanzó hasta él y lo abrazó con fuerza, besándolo sobre los labios.

—¡Nunca vuelvas a dejarme sola! —Lo ceñía entre los brazos y comprobaba que no había ninguna herida—. ¡Tenía tanto miedo de que te hicieran algo, cielo!

—Me imagino, corazón, pero sé defenderme. —La tranquilizó, cariñoso, pasándole la mano por el rostro—. Míralo, ¿te suena de algo? —Maddie se agachó, y, con horror, descubrió quién era el causante del jaleo nocturno.

—¡Es mi ex prometido! —exclamó, incrédula, levantando desmesuradamente los párpados.

—¡¿El gay?! —Se notaba que esta hipótesis no entraba entre las que consideraba—. ¡¿Este cobarde es la alimaña de la que me hablaste?!

—¡No soy gay! —Joel se defendió, mirando a uno y a otro como si no comprendiese nada—. ¡¿Cómo puede ser que hayas olvidado tan pronto nuestro compromiso y que ahora estés con este salvaje?!

—Madison, no le dirijas la palabra. Este individuo va a tener que darle muchas explicaciones a la policía cuando vengan a detenerlo por allanamiento. —Y le propinó una patada.

     Le señaló con la cabeza el teléfono fijo. Ella caminó hasta el aparato y marcó el novecientos once. Cuando la atendieron explicó detalladamente qué había sucedido en su domicilio.

—¿Cómo has entrado? —inquirió Ethan cuando cortó la llamada.

—Con la llave. —Joel se alzó de hombros, parecía intimidado por la presencia del rival.

—Nunca se la di, Ethan. —Observó a su ex con cara de disgusto—. Si la obtuvo fue porque me la robó.

—No entiendo por qué te sorprendes, Madison, íbamos a casarnos, cogerla era algo natural. Simplemente pillé una copia de las que guardas en el cajón. —Ethan lo sacudió y las últimas palabras sonaron como un balbuceo.

—Deberías habérmela devuelto... No entiendo, además, qué haces aquí ahora. Tu presencia en mi hogar no tiene ningún sentido, terminamos hace tiempo.

—¡¿Hace tiempo?! ¡Solo han pasado dos meses, Madison! ¡Nunca imaginé que me pudieses olvidar tan pronto! Y menos por esta bestia. —Ethan volvió a sacudirlo como si fuese un mantel con restos de comida.

     La diferencia entre ambos era abismal y su ex prometido salía muy mal parado ante la comparación: parecía blando, fofo, poco agraciado y débil como un ratón. Y, encima, se notaba que durante el día se había echado la fragancia que ella odiaba, ninguneándola, ni siquiera buscando la reconciliación tenía en cuenta sus deseos.

—¡Es una tontería que estemos separados, íbamos a casarnos! —Pese a que la entonación era de súplica a Maddie le resultaba indiferente, no le apetecía explicarle las razones de su negativa y comprendía que se debía a compartir el día a día con Ethan, un hombre muy empático y al que no precisaba explicarle nada—. ¡¿Cómo puedes olvidar nuestros planes!? ¡¿Ya no te importa pertenecer al clan de los Walton?!

—Imagino que al recordar la orgía en la que te encontró no le importa nada más. —Ethan lo meneó para todos lados—. Explícaselo a los agentes, escucho las sirenas... ¡Y olvídate de Madison! Somos novios y como te le acerques la paliza de hoy no será nada. Te hubieses portado mejor con ella en su momento en lugar de engañarla. Perdiste tu oportunidad y Madison ahora es mi mujer.

     Joel miró hacia el suelo: se le veía hundido, como si hubiera tocado fondo, aunque imaginaba que no era por ella, sino porque tendría que seguir dando demasiadas explicaciones a los familiares. Permaneció callado, también, mientras ambos relataban a los agentes qué había sucedido. Cuando estos le preguntaron por qué estaba allí, les confesó que un vecino lo había alertado de la presencia de Madison y que pensaba meterse en la cama de ella para hacerle el amor y solucionar los problemas. La joven, por su parte, recalcó que no había nada que arreglar, que hacía meses que lo habían dejado y que jamás le había dado la llave. Es decir, Joel era un intruso.

     Cuando se quedaron solos enfocó la vista en Ethan, su héroe. Los músculos le resaltaban con la luz de la araña, pues todavía se hallaba desvestido. Él le clavaba la mirada en el camisón transparente, y, al parecer, se hallaban en la misma frecuencia de onda porque recorrieron los pasos que los separaban y se fundieron en un apasionado abrazo. Después, Ethan la levantó y la cargó, como si fuese una recién casada traspasando el umbral.

     Subió las escaleras y entró en la habitación principal. La depositó sobre la cama con cuidado extremo y le retiró la ropa sin que ella se opusiera. A continuación se quitó el bóxer: se hallaba totalmente erecto. Esperó, antes de lanzarse y hacerle el amor, tal vez buscaba alguna señal de Maddie que le indicase que podía continuar.

     Madison dio un par de palmaditas sobre la cama, invitándolo. Ethan se le acostó al lado y la colocó a horcajadas. ¡Cuántas sensaciones la inundaron al estar piel contra piel!





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