1. ETHAN. Sexo.

«Sé lo que estás pensando. Yo soy Julian Kay y mi trabajo es el placer».

American Gigolo, película protagonizada por Richard Gere, (1980).

Le costaba combatir la excitación que le reptaba por el cuerpo y que anticipaba cada cita a ciegas. Ethan admitía su debilidad ante el otro género y la sensualidad que le despertaba atisbar un muslo a través del tajo pronunciado de una falda, unos senos abundantes decorando un escote, el sabor de una fresa después de darle a comer la otra mitad a su acompañante o respirar el aroma cálido de la piel de una mujer... ¿Cómo sería ella? Solo conocía el nombre, Jade, seguramente inventado.

     Oteó en todas las direcciones, como si fuese el vigilante de una playa, y se acomodó al mismo tiempo el traje de Valentino en tono azul Oxford. Se miró en el espejo que se situaba frente a él y constató que el nudo de la exclusiva corbata de Hermès se mantenía perfecto, al igual que la cabellera. El flequillo corto un poco levantado y con un toque despeinado se veía natural, aunque hubiera recurrido a su estilista. «¡Cuánto tarda!», se molestó, deseando que llegase rápido para quitarse la intriga.

     El bar del Ambassade Hotel se hallaba casi vacío, pero por las sonrisas que le dirigía la camarera le daba la impresión de que la deserción de los clientes le importaba un pepino. Hizo como que no se percataba de las ojeadas de admiración y le echó un vistazo al elegante Rolex que le adornaba la muñeca: Jade (o como se llamase) era demasiado impuntual o se arrepentía del arreglo.

     No obstante, lanzó una carcajada (que disimuló como si fuese una tos) cuando la empleada por hallarse pendiente de él tiró un par de botellas de vino sin abrir y varias copas. Algunos cristales, inclusive, le cayeron al lado. Por suerte el líquido no, pues su conjunto debía lucir impecable y presentarse sucio sería considerado un sacrilegio.

—¿Necesitas ayuda? —le preguntó en un gesto de caballerosidad, sintiéndose culpable por las risas previas.

     Sin responderle, la muchacha se le acercó para recoger los trozos. Clavándole los ojos, separó las piernas al ponerse en cuclillas y le permitió regodearse con el bikini en color salmón y hecho en seda transparente. Había que reconocerlo: ¡tenía una bonita figura!

—Hoy no puedo brindarte la ayuda que precisas, lo siento —se disculpó, mientras olía el penetrante buqué de las uvas fermentadas—. Espero a alguien. —Efectuó la aclaración porque por llevarlo a su cama se encontraba dispuesta a destrozar las estanterías o a desnudarse en el puesto de trabajo, tan inmenso era el poder de la atracción.

     Por fortuna, advirtió que la espera terminaba cuando una pelirroja impresionante, de alrededor de treinta y cinco años, entró vacilando por el acceso principal como si esta fuese su primera vez. Le hizo gracia que parpadeara al verlo y que pusiese la espalda recta, haciendo destacar el abundante busto.

     A continuación se le acercó con pasos tan rápidos que evidenciaban la fascinación por él. Cuando arribó, una nube de L'Heure Bleue  lo envolvió y le conquistó las fosas nasales provocando que el corazón le comenzase a palpitar más rápido. ¡Qué espléndida era! No le importaba que fuera mayor.

—Tú eres Ethan —afirmó, y, sin aguardar la confirmación, se sentó del otro lado de la mesa redonda como si temiese una respuesta negativa.

—Sí, soy yo. Un placer, Jade. —Se levantó, le dio tres besos en las mejillas y se las acarició con el índice para que tuviese la certeza de que también le había gustado—. ¡Eres tan bella que me quitas el aliento! —le susurró en el oído, volviendo luego a acomodarse en el sitio.

     Por la intensidad del coqueteo Ethan predijo, sin temor a equivocarse, que sería una de esas gloriosas noches en las que la pasión de ambos estallaría igual que los fuegos artificiales en el cielo. No solo por el escrutinio hambriento del que Jade lo hacía objeto, sino porque cada vez lo seducían más el cuerpo esbelto, los senos llenos, la mirada verdosa, el calor que le emanaba de la tersa piel y de la cabellera fosforescente. Era sincero al expresarle lo hermosa que era.

     Por supuesto que si no hubiese sido agraciada o hubiera sido más mayor todavía, algún atractivo le encontraría también. Para Ethan las mujeres eran como los libros que tanto amaba: cada una contaba con una portada distinta, más o menos llamativa, y narraban miles de historias que leía en los cuerpos al acariciarlas. Las admiraba porque no reprimían las emociones ni los deseos. Así, les proporcionaba lo que ellas anhelaban en un hombre y no lo que estos realmente eran. Había llegado a tal grado de empatía que les daba la razón y reconocía que la mayoría de los varones resultaban decepcionantes. Por eso más y más chicas recurrían a personas como él para vivir sus fantasías o para perder la virginidad, porque sabían que las entenderían sin que fuese preciso explicarse o pedir disculpas.

—¿Qué te gustaría beber? —inquirió, cogiéndole la mano y rozándole la palma con sensualidad.

—Lo mismo que tú. —Jade se lo comía con los ojos esmeralda.

     Levantó la mano de forma discreta en dirección a la camarera. Cuando ella se acercó le solicitó un whisky para su acompañante. La chica se apresuró a ir a buscarlo y al regresar le guiñó, pues subrepticiamente le había colocado un trozo de papel en el bolsillo. No le prestó atención porque estaba acostumbrado a que le escribiesen los números de teléfono. Además, cada pensamiento se lo dedicaría a Jade.

—¿Te gusta Ámsterdam? —Alargó la mano para coger la de él—. Es bastante distinto de las ciudades estadounidenses...

—Sí, en especial adoro saludar con tres besos. —La miró sugerente, pues se suponía que era lo correcto entre amigos y entre familiares y ellos pronto serían amantes—. Es una ciudad magnífica, aprovecho para recorrerla y para hacer un tour por los Países Bajos en general —le comentó, entusiasmado, masajeándole el brazo—. Llevo aquí tres años y no me aburre nunca.

—Me alegro... Imagino que te preguntarás el motivo por el que he organizado esta cita —pronunció ella, titubeando.

—No, cariño, simplemente agradezco esta oportunidad, no te imaginas la felicidad que me embarga al ser el escogido. ¿Dónde te habías escondido que recién ahora te encuentro? —Le besó la muñeca, tierno, aspirando el costoso perfume con el que se había rociado allí—. No me tienes que dar ninguna justificación. Eres una hermosura, sin proponértelo debes de tener a cientos de hombres a tus pies, así que la pérdida de ellos es mi ganancia. ¡Te aseguro que juntos pasaremos una velada maravillosa!

—¡Eres un cielo! —Se acercó todo lo que la mesa se lo permitía para darle un ardiente beso sobre los labios, haciendo que la camarera lanzara un bufido envidioso y que les diese la espalda, yéndose hacia el extremo opuesto.

     Todas las terminaciones nerviosas de Ethan le respondieron. Se dejó arrollar por la sensación de que la sangre le corría más rápido por las venas con la finalidad de endurecerle la entrepierna. ¡No había duda de que se hallaba preparado! Este flirteo le resultaba estimulante.

     Jade respiró hondo y le soltó:

—Estoy casada, pero a mi esposo ya no le importo. Llevamos por lo menos medio año sin hacer el amor... Estoy pensando en divorciarme, incluso... Aunque antes quería estar segura de que no soy yo... Él dice que no se acuesta conmigo porque soy como un trozo de hielo y que no sé excitar a nadie...

—Entiendo. —Ethan le frotó la mejilla con dulzura—. Sé mucho de mujeres y te puedo asegurar que tú no tienes ningún problema. —Acercó la silla, le cogió la otra mano y se la apoyó sobre el miembro por encima del pantalón—. ¡Compruébalo!

     Ella le dirigió una mirada de asombro y se le agudizó el deseo. Ethan consideró que tal vez se extralimitaba, pero Jade no la retiró. Siempre respondía a lo que cada una necesitaba en cada momento preciso: sentirse deseada, querida, escuchada, saber que provocaba pasión en él. En definitiva, era el polo opuesto de un marido desabrido, impotente y resentido.

—Pieter es bastante mayor que yo, pero en vez de encontrar una solución a su problema me responsabiliza del fracaso —musitó Jade, dándole un fogoso beso en tanto lo acariciaba con frenesí al comprobar cómo aumentaba de tamaño—. Me dijo Fenna, mi amiga, que esta es la mejor forma de ser infiel mientras decido qué hacer... Según ella es la manera más discreta.

—Y tiene razón, tu amiga es muy inteligente —le susurró, introduciendo la mano debajo de la falda y agradeciendo haber escogido una mesa tan escondida—. Ten la seguridad de que no iré detrás de ti, salvo que tú me lo pidas. No sé tu teléfono ni dónde vives. Disfrutaremos este momento y lo pasaremos genial, sin que tengas ninguna presión adicional.

—Debo admitir que ahora mismo lo estoy pasando mejor que genial. —Le bajó la cremallera mientras hablaba. —Hace un par de meses tuve un encuentro a través de una app  de citas y la aventura de una noche fue decepcionante. Encima, el hombre no se conformó con esa única vez y me empezó a llamar y a seguir, mi marido estuvo a punto de enterarse. Decía que estaba enamorado y no me dejaba en paz, aunque le repetía hasta el cansancio que el sentimiento no era mutuo.

—¡Qué mal lo habrás pasado! —Y la volvió a besar: le introdujo la lengua, explorándola y gozando con la suavidad, provocando que Jade respirase como si participara en un maratón y que le acariciase la punta del pene como si le fuera a hacer el amor ahí mismo.

—¡Horrible! Estaba deseando irme. —Ethan tenía muy claro que si continuaba frotándolo la empotraría contra la pared y la haría aullar de placer; incluso fue capaz de imaginar a la camarera aplaudiendo y pidiendo ser la siguiente.

—Conmigo siempre tendrás el control, corazón —le recordó, en tanto le acariciaba el muslo por dentro y subía con la mano hasta el monte de Venus—. Si no deseas que pasemos toda la noche haciendo el amor, en cualquier momento me lo dices y me voy.

—Estoy segura de que no desearé que te vayas. —Le levantó el miembro y se lo acarició—. Es probable que para mí una noche no sea suficiente... Llevo mucho tiempo esperando una química como esta...

—No hay inconveniente, mañana tengo el día libre. —Colocó el índice y el mayor sobre el clítoris y se lo masajeó con ternura. —Pero no te adelantes. —La frenó cuando lo soltó y cogió el móvil con la obvia intención de llamar a la agencia—. ¡Exprimamos la noche segundo a segundo!

     Le besó la mano con la que poco antes lo sujetaba. Se acomodó el pantalón y se levantó. Luego la agarró del brazo, ayudándola a ponerse de pie, porque se percató de que las piernas femeninas temblaban como un flan.

—Vamos, corazón, te deseo. —Ethan dejó un billete de cien euros sobre la mesa y se rio interiormente por la cara de sorpresa de la camarera.

     Guio a Jade hasta el ascensor. Una vez dentro marcó la segunda planta y la atrajo hacia sí, pegándola al cuerpo. Comprendía cuánto necesitaba la mujer ser consciente de su atractivo, porque el esposo le minaba la moral. En unos minutos él había sido capaz de hacer que las hormonas se le disparasen, con lo que la torpeza del otro hombre constituía su ganancia.

     La joven se dejó llevar, respondiendo con sensualidad a cada toque. Le aspiró el cuello, dejándole notar que tampoco era inmune a su perfume (Bad Boy, de Carolina Herrera, que tan bien definía sus intenciones) y a la fragancia de la piel masculina.

—Me encanta tu cabello, de tan negro que es despide matices azulados —lo analizó, fascinada, interrumpiendo el beso—. Tienes unos ojos increíbles, además, a veces parecen azules oscuros y por momentos violetas. ¡Impresionantes! Fue lo que más me llamó la atención al ver tus fotos, pero pensé que habían sido editadas o que se trataba de un efecto provocado por la cámara.

—Somos dos, entonces, porque me encantan los tuyos, son tan dulces como tus pechos. —Le pasó la lengua por encima de la ligera blusa de seda natural, humedeciéndoselos—. Sí, como lo suponía, tan dulces como la miel que tienes aquí. —Le llevó la mano a la tanga, volviendo a rozarle donde ella más lo anhelaba: comprobó que se hallaba completamente mojada, receptiva y preparada para recibirlo a él.

     Salieron del elevador con rapidez y hallaron enseguida la suite que había reservado. No supo cómo consiguió pasar la tarjeta magnética porque Jade le desabrochaba el cinturón y le bajaba la cremallera.

—¡Qué grande eres! —le murmuró en el oído, una vez dentro, mientras lo liberaba de la prisión de la ropa interior y lo masturbaba con lentitud.

     Poco le faltaba para sufrir una combustión espontánea, pues a los frotamientos se les unía la fragancia a rosas de la habitación, que también lo exaltaba. Le subió la corta falda y se la colocó a la altura de la cintura. Acto seguido se agachó y puso la cara sobre el encaje de la tanga, a la altura del pubis. ¡Cuánto deseaba poseerla!

—¡Qué bien hueles, amor! —exclamó, pasándole la lengua por allí y luego sobre el interior del muslo.

—¡Mmm, qué placer! —Y él le humedeció la zona a través del primoroso y transparente encaje.

     Estimulado al máximo por el efluvio a deseo y a L'Heure Bleue, con el que Jade se había rociado el vello púbico hermosamente depilado, le bajó la ropa interior. Le delineó los labios mayores y luego los menores, sintiéndose halagado con los estremecimientos de la muchacha. Le abrió con delicadeza cada pliegue, besándolos, y le acarició el clítoris mientras la contemplaba hechizado. ¡Qué bella era! Al mismo tiempo con la otra mano le introdujo el dedo mayor y el índice hasta llegar al punto G y entró y salió efectuando un ritmo que por experiencia sabía que pronto la haría correrse.

—¡Nunca pensé que el sexo podía ser tan extraordinario! —Se retorcía de puro gozo, levantaba una pierna y arqueaba la espalda para ponerle la tarea más fácil y que Ethan pudiese acceder mejor a cada minúsculo recoveco.

    Cuando volvió a acariciarla con la lengua, Jade dio un pequeño grito asombrado y llegó al clímax. Casi exánime, la levantó entre los brazos y la cargó hasta el dormitorio. La enorme cama se hallaba rodeada de espejos y en la mesilla se enfriaba una botella de Dom Pérignon, junto con un recipiente repleto de aromáticas fresas.

     Posó a la mujer con delicadeza sobre el lecho. Ella seguía contemplándolo con sorpresa, como si le costase creer que la velada fuera tan especial y no un mero producto de su imaginación. «No me extraña, tantos meses sin sexo es una eternidad», pensó él, deslumbrado. «Es incomprensible cómo el marido la ha maltratado siendo ella tan sensual».

     Se desnudó lentamente, haciendo gala de una gran paciencia, porque lo que le pedían todas las fibras de su ser era entrar dentro de ella y bombear como si no hubiese un mañana, la deseaba muchísimo. Se contuvo porque pensaba primero en el placer de su amante. Permitió que Jade se regodeara viendo cómo se quitaba la corbata y cómo dejaba luego caer la camisa sobre el suelo. Exponía, así, el cuerpo bellamente musculado, los hombros amplios, la cintura sin una gota de grasa. Y, como postre, se bajó los pantalones y el bóxer, haciéndola consciente de que el miembro erecto reclamaba satisfacción.

     Se giró con la excusa de acomodar el traje sobre el sillón que había a los pies de la cama. Pero solo se trataba de una estrategia para que pudiera apreciarle el trasero, también musculoso. ¡Siempre las enloquecía! A continuación se colocó un preservativo, se acostó sobre la espalda y se la instaló encima para que se sintiese poderosa al marcar el ritmo y tener el control.

     Jade no se hizo esperar. Codiciosa, lo introdujo como si lo conociera de toda la vida. Comenzó a bajar y a subir con gráciles movimientos, mientras Ethan le acariciaba los pechos con una mano y con la otra el clítoris. La erótica danza se volvía frenética con el transcurso de los minutos y la expresión del rostro de Jade seguía siendo embelesada. En el momento en el que la muchacha se corrió, él cerró los ojos y se liberó, permitiéndose llegar juntos al orgasmo.

—¡Impresionante! —exclamó Jade, apenas podía articular palabra, y se le recostó al lado acariciándolo como si no fuera capaz de soltarlo.

     Ethan se reclinó sobre el codo para mirarla a los ojos y le susurró:

—Eres maravillosa, podría hacerte el amor sin cansarme y sin aburrirme miles y miles de veces. No solo eres hermosa para mí, sino que podrías cautivar a quien tú quisieras.

     No le dijo que desperdiciaba el tiempo al lado de un esposo que la infravaloraba, pero se sobreentendía.

—Tengo que ir al servicio, mi amor, ya vuelvo. —Le mordió los labios de manera cariñosa y cogió el teléfono.

     Pudo escuchar cómo desde allí llamaba a la agencia.

     Cuando regresó, sonriendo, le comunicó:

—He reservado contigo toda la semana. Estaré un par de días más en Ámsterdam y luego iremos a Oslo... ¿Te gusta viajar?

—¡Me apasiona! —y, curioso, mientras le acariciaba los pezones inquirió—: ¿A tu marido no le extrañará que desaparezcas?

—¡Mi marido que se vaya al cuerno! —le musitó Jade en el oído, lamiéndole el lóbulo de la oreja con erotismo—. Pronto será mi ex marido...

     Y él, nuevamente erecto, la apoyó sobre los brazos y las piernas para mostrarle cómo la podía estremecer y hacer gritar con más pasión que antes...



Como el contenido de este capítulo es 🔞 el audio también está restringido para oyentes mayores de esa edad.

https://youtu.be/30wvOeEY8kg


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