09 | Jungkook.
—Ahí viene el macho alfa del año.
Mi ceño se frunce en señal de confusión ante el recibimiento que obtengo por parte de Blake, apenas me ve poner un pie dentro de la oficina. Me acerco a su escritorio, donde el resto de mis compañeros se encuentran reunidos, compartiendo snacks que prontamente me ofrecen degustar.
— ¿Qué hice ahora? —Pregunto, dándole una mordida a la croqueta salada que acabo de tomar.
—Ellos creen que en breve caerás ante los pies de Tate. —Sky me informa, ya que el resto de los masculinos están muy ocupados intercambiando miradas cómplices y burlonas.
—Oye, no me sumes a esa bolsa —Evan agrega, apuntando con el dedo a la mujer.
Sé que toda esta idea es producto de la cabeza de Crawford Vallon. Y yo sé con exactitud cómo vengarme de él.
—Bueno, esto es incómodo... —Empiezo a decir, mirando a la rubia que está de pie junto a mí—, porque me gustas tú.
Un silencio se instala en el ambiente y yo me estoy esforzando por contener la risa. Seguramente mi semblante me ha traicionado y delatado la diversión en mis palabras, porque Skyler rompe la mudez establecida con una ruidosa y adorable carcajada.
Por otra parte, la expresión de Crawford es absolutamente icónica. Durante un corto segundo pienso que la mandíbula se le desencajará del rostro y caerá al suelo.
—Eso no es parte del guion —dice el detective que acaba de probar un poco de su propia medicina—. Retíralo, Jay.
Los comentarios bromistas continúan mientras seguimos comiendo. Me sorprende que el sargento no se haya unido a la ronda durante nuestro pequeño receso, pero a pesar del poco tiempo que llevo trabajando aquí, me di cuenta de que Kim Tae-shim no es un hombre muy social. Se limita a expresar e interactuar lo justo y necesario, supongo que por respeto a su propio rango.
Termino de degustar mi refresco y, una vez que boto la lata en el cesto de basura, me aproximo a Evan.
— ¿Podemos hablar? —Pregunto.
—Claro, ¿qué pasa?
—Voy a aceptar tu propuesta.
—Excelente, hombre —espeta con una diminuta sonrisa y luego me da una palmada en el brazo—. ¿Te parece si hablamos sobre números en el Scofflaw esta noche?
—Trato —asiento, pero le dedico una mirada seria—. Y sobre las reglas.
Mi declaración lo toma por sorpresa, pues su semblante deja en evidencia su desconcierto.
— ¿Tienes reglas? —Mi compañero parece incluso asustado.
Me relamo los labios mientras me esfuerzo por reprimir la risa que quiero soltar.
—Taehyung tiene prohibida la entrada al apartamento —espeto, lo más serio que puedo.
El americano me mira durante unos instantes y el desenlace es una carcajada a viva voz, mientras asiente con la cabeza. «Trato hecho» es lo que replica a mi broma.
Volvemos a incorporarnos al resto mientras continuamos charlando gustosamente. Evan, Skylie y yo estamos absortos en la anécdota que Blake está contando y Crawford se ha acercado a su escritorio para contestar al llamado telefónico que se presenta durante nuestro receso. También notifico que el jefe se ha asomado, pues la historia que Blake relata lo tiene como co-protagonista.
— ¿Lo salvaron? —Skylie pregunta.
—Por supuesto, niña —le contesta, arrugando la frente—. Te sorprendería el desastre heroico que un coreano y un afroamericano pueden hacer.
Escucho que el sargento se ríe desde su lugar.
—Chicos, era Bolton al teléfono... —El detective rubio interrumpe la conversación, ganándose nuestra atención. Mi ceño se frunce al percatarme de su semblante repentinamente pálido y sus trémulas palabras—. Dijo que hay una situación en la universidad de Chicago.
Los cinco pares de ojos presente se posan en mí. Trago saliva.
—Dejé a Taehyung ahí hace veinte minutos —afirmo, y puedo sentir que un nudo se instala en mi garganta.
—Están bajo ataque —Crawford agrega.
La oficina parece temblar, porque los seis temblamos durante un instante que parece eterno.
—Vamos —Tae-shim espeta con la voz temblorosa—, muévanse.
Y todos obedecemos sin protestar.
Evan me arroja las llaves del coche y puedo visualizar que su mano está inquieta, como su tuviese Párkinson.
—Tú conduce —me dice—, yo voy a intentar comunicarme con él.
Nuestros respectivos radios parecen incendiarse cuando estamos bajando con suma rapidez escaleras. El caos se ha desatado por completo en la recepción y las sirenas policiales resuenan tanto en la cercanía, como en la lejanía.
«Todas las unidades disponibles, disparos y posible toma de rehenes en la universidad de Chicago. Alerta máxima. »
— ¿Contesta? —Pregunto.
—No —Evan chasquea la lengua y cierra la puerta del vehículo con un fuerte golpe—. ¡Mierda!
No voy a ser tan hipócrita al decirle que se calme, porque ni siquiera yo estoy tranquilo. De hecho, estoy más nervioso que un perro en Año Nuevo.
Los cuatro coches de nuestra unidad van a toda velocidad por calles frías de Chicago y, a pesar de que me esfuerzo por mantener mi mirada en el camino para no tener ningún accidente, no puedo evitar mirar a mi compañero, quien parece estar al borde de un colapso. Tiene las manos pegadas a la cabeza y puedo jurar que he visto un par de lágrimas en sus ojos cafés.
—Estará bien —le digo, y trato convencerme a mí mismo de ello—. Es Taehyung. No es un mocoso fácil de derribar, lo sabes mejor que yo.
— ¿Entonces por qué mierda no atiende el teléfono? —Responde, como si me reprochase por mi fallido intento de animarlo.
Decido cerrar la boca, por el bien de ambos. Nos toma ocho minutos llegar a la Universidad de Chicago y me siento desorientado por un segundo al encontrarme frente a frente con todo el amontonamiento de jóvenes, las patrullas desorganizadas, los gritos, el llanto. El caos total y absoluto, uno que nunca había enfrentado en Corea.
Debo recordarle a Evan que se ponga su chaleco reglamentario, porque su impulso fue bajarse del vehículo sin protección alguna.
—Vallon y Stanton —el sargento espeta y mi ceño se frunce un poco al ver que tiene su arma en la mano. Este tipo está loco y asustado, lo cual es una pésima combinación para un policía—. Establezcan un perímetro con un radio de tres bloques. Nadie entra o sale de esas líneas, ¿entendido?
Los dos detectives asienten y se van.
Tae-shim se gira y nos mira tanto a mí como a Evan con un gesto vacilante y descompuesto. Cuando pienso que nos va a dar alguna indicación, él le ordena a Skylie que busque un punto alto y cercano en los alrededores para intentar encontrar algún disparo directo, en caso de que sea necesario neutralizar cualquiera amenaza activa.
El sargento nos sigue dedicando vistazos descaminados, y no estoy seguro de si no sabe qué demonios hacer con nosotros dos, o si está tan fuera de sus cabales que no puede pensar con claridad. Cuando pienso que tiene algo en mente, me borra esa idea de la cabeza al pasarse las manos por el pelo, como si tuviese ganas de arrancárselo a causa de la sensación de desespero.
Como acto seguido, mi jefe se acerca a un oficial que está guiando a los estudiantes lejos de la entrada del establecimiento educativo.
— ¿Qué está pasando? —Le pregunta al hombre luego de identificarse como líder de la unidad de Homicidios.
—Muchos estudiantes lograron salir por su cuenta —comienza a contar—. Algunos escucharon entre diez y quince disparos, y una chica asegura que vio a alguien muerto en el suelo. Un muchacho dijo que vio a cinco personas sospechosas. El ala sudeste aparentemente está bloqueada y hay gente atrapada allí.
— ¿Viste a un chico coreano y de cabello azul? —Es lo primero que el sargento suelta. Lo único en lo que puede pensar ahora.
—No. —Responde el oficial.
Mi superior suelta una maldición y patea la puerta de una de las patrullas.
— ¡¿Dónde mierda está mi hijo?! —Vocifera, llamando la atención de varios uniformados.
—Tae-shim, cálmate, lo encontraremos —Evan dice—. Sé que está bien.
— ¡¿Y dónde mierda está el equipo de SWAT?! —El colérico sargento vuelve a gritar, ignorando por completo las palabras de su hijo adoptivo.
—A siete minutos, señor —le informo.
El sargento —gritando, por supuesto— le pregunta a Skylie si ya está en posición y también le pide reportes a Crawford y Blake. Tae-shim ni siquiera se esfuerza por aparentar autocontrol; el tipo está en medio de una crisis existencial y, aunque no tengo hijos, puedo sentir por un instante que me pongo en sus zapatos. Él no debe estar pasándosela de maravilla. La incertidumbre, el temor, la angustia... Todas esas abrumadoras sensaciones le están jugando en contra al líder de la unidad.
En cuanto a Evan, él comparte un estado bastante similar al de nuestro jefe. El americano está revisando uno por uno a los jóvenes que lograron salir y preguntando por Taehyung, con la esperanza de obtener alguna información fresca, que confirme su bienestar. Algunos de los estudiantes conocen al piojo en cuestión, pero ninguno es capaz de asegurar su paradero actual, porque no lo han visto.
Mi subconsciente se inclina a la teoría de que él está en el ala sudeste, la cual el oficial nos dijo que estaba bloqueada.
Y, aunque no lo expreso en voz alta, yo estoy contando los minutos.
El tiempo sin verle el rostro a mi piojo me está matando lentamente. Necesito saber que está bien, necesito encontrarlo... Necesito que esté con vida.
Hacía muchísimo tiempo que no me sentía tan nervioso y arrepentido. Mientras que a mi alrededor el desorden es todo lo que se puede apreciar, mi mente parece estar reprochándome cuando comienza a rememorar una y mil veces el contundente rechazo que le mostré a Taehyung en este tiempo de conocernos.
Y, sin embargo, él siguió insistiéndome. Siguió buscándome, coqueteándome con ese descaro tan encantador que posee. Siguió sonrojándome, sacándome de mis casillas.
La verdad es que no tenía en claro cuáles eran sus verdaderas intenciones, además de terminar con nuestra tensión sexual. Pero ahora estoy seguro de algo: el piojo y yo necesitamos más tiempo.
Y por eso debo hallarlo.
—Esto es una locura. —Le bisbiseo a mi compañero, volviendo al presente.
—Si algo le pasa a Taehyung...
—No pienses en eso —interrumpo a Evan con severidad—. Lo conoces mejor que nadie, sabes que él es muy listo.
—Pero si...
Evan no es capaz de concretar su propia oración.
Chasqueo la lengua, en una clara muestra de disconformidad debido a la pésima organización de esta situación. Estamos flotando en la incertidumbre y dependiendo de un equipo de élite que se está tardando más de lo acordado.
—Podemos entrar sin apoyo o esperar al equipo especial —le digo, sabiendo de antemano que voy a meterme en problemas—. Estoy contigo en esto.
Al soltar aquello, los ojos húmedos de Evan depositan toda su atención en mí y me analiza detenidamente. Se da cuenta, entonces, de que lo que dije fue en serio y que no voy a echarme para atrás.
De repente se escucha otro disparo en el interior de la Universidad, y a él le sigue un eco de gritos aterrados que emiten las personas que se encuentran afuera del edificio.
Sé que Evan ha tomado una decisión cuando asiente con la cabeza y yo imito su gesto.
La adrenalina que se filtra en mi torrente sanguíneo hace que mi respiración se acelere un poco.
—Sargento. —Pronuncio, con firmeza y determinación.
Cuando Tae-shim se gira hacia mí, no le toma más de dos segundos descifrar lo que está a punto de ocurrir.
—Jeon... No —vocifera, su mirada se centra en mi mano derecha, ya que he desenfundado mi Glock reglamentaria—. Das un paso más y vas a estar suspendido hasta que te salgan canas.
—Perdóneme —le digo.
—Perdóname, papá —Evan agrega justo después de mí.
Pasando por alto la orden directa del sargento de detenernos y no ingresar al punto caótico, Evan y yo atravesamos las puertas de la Universidad de Chicago.
Este lugar de mierda es diez veces peor que un laberinto. Dejo que Evan tome la delantera, pensando que quizás él conozca mejor que yo las instalaciones, pero caigo en cuenta de que también está algo perdido.
Revisamos las primeras dos gigantescas aulas que se interponen en nuestro recorrido y enviamos afuera a un reducido grupo de chicas, que estaban escondidas bajo las mesas.
Decidimos no separarnos, por las dudas, y emprendemos nuestro camino hacia el sudeste del edificio. Comprendemos que estamos sin refuerzos y absolutamente a la deriva, por nuestra propia cuenta; no sabemos cuántos atacantes hay, ni qué clase de armas portan. Mi mente me recuerda el consejo que mi hermano me dio varios años atrás: «cuando no sepas qué demonios está ocurriendo, aférrate a tu compañero. »
De repente, escucho que el móvil de Evan empieza a vibrar y miro por encima de mi hombro cuando él contesta.
— ¿Taehyung?, ¿dónde estás? —dice con voz temblorosa, pero procurando no ser muy ruidoso. Mi cuerpo entero se relaja un poco al escuchar el nombre del piojo—. Estamos yendo en esa dirección, quédate quieto, no te muevas. Te voy a sacar de aquí.
Finaliza la breve comunicación y suspira, al igual que yo, de alivio.
— ¿Está bien? —Le pregunto.
Evan no tiene tiempo de responderme porque, saliendo de la nada, una figura masculina que lloriquea a más no poder, colisiona contra mí.
Guardo mi arma y sostengo los brazos del chico de estatura media, que se encuentra rojo como un tomate por todas las lágrimas que ha derramado. Incluso su nariz está goteando debido a los mocos que brotan de la misma.
— ¡Oye, oye!, ¡tranquilo, relájate! —Le digo, frotando sus hombros para que se relaje. Su pulso está descontrolando—. ¿Cómo te llamas?
—C-Carl —me responde y mira hacia atrás—. Él...
—Carl, escúchame bien, necesito que te concentres —le exijo, agachándome un poco para estar a su altura, con la esperanza de que pueda darnos algo de información. A juzgar por su estado, este crío tuvo que ver algo—, ¿dónde están los atacantes?
— ¡Es solo uno! —Chilla, escupiendo saliva justo frente a mi rostro—, ¡es un musulmán!
— ¿Solo uno? —Evan repite cuando da un paso adelante, seguramente creyendo que escuchó mal.
El ruido de una puerta abriéndose nos pone en alerta y tiro del brazo de Carl para esconderlo detrás de mí. Apunto firmemente mi Glock al frente y, entonces, encontramos al culpable de todo este lío.
Lo que más me sorprende, sin duda, es que es un simple chico. Quizás tiene la misma edad que Taehyung. Hay salpicaduras de sangre en su chaqueta gris y sus dos manos están ocupadas por pistolas semiautomáticas, que logro identificar como Walther PPK. Son muy sencillas de conseguir para cualquier ser humano, solo basta con recorrer determinados barrios y encontrarte con un vendedor. O, como segunda opción, en la parte oscura de la web.
— ¡Baja el arma y levanta las manos! —Evan le ordena mientras le apunta.
Veo que una de las manos del muchacho está temblando, y también me percato de que él no tiene en la mira a Evan, ni a mí. El lastimero chico detrás de mí es su objetivo.
—Lo quiero a él, no a ustedes. —Espeta, intentando ocultar cuán inestable se encuentra su dicción.
—Eso no va a pasar hoy —le replico, sin bajar la guardia—. Suelta las pistolas y ríndete.
—Baja el arma —mi compañero repite—, no me obligues a...
Las palabras de Evan son interrumpidas cuando, al final del pasillo, reconozco esa cabellera azul asomándose por una de las entradas.
Cuando lo veo acercarse el terror es lo primero que me invade, y a ello le sigue la preocupación. La alerta estalla dentro de mí y dispara al mismo tiempo una decena de emociones por todo mi cuerpo, que intenta decirme que debo proteger al piojo aunque sea lo último que haga. Que a pesar de que él sea hábil y tenga una labia increíble (me duele admitirlo), soy yo el que tiene el arma.
— ¿Simi? —Taehyung pronuncia, dando lentos pasos para achicar la distancia—. Simi, mírame.
— ¡Taehyung! —Su hermano de corazón es el primero en exclamar—, ¡¿qué mierda crees que haces?!
—Tranquilos —dice, levantando sus manos para demostrarle al terrorista que no es una amenaza—. Él no me hará daño, ¿verdad, Simi?
El piojo avanza, mirando directamente a los ojos del tal Simi. Y el atacante sigue apuntando en nuestra dirección, pero se ha tomado un momento para observar a Taehyung.
Un sollozo —que logra desconcertarme aún más— se le escapa al joven armado.
—Estaba enojado, Tae, no quise...
—Lo sé —el piojo interrumpe, estando a menos de cinco pasos de él—. Es mi culpa, nunca tendría que haber mencionado lo de Virginia Tech —su expresión apenada me hace fruncir el ceño. ¿Qué mierda está pasando aquí? Entiendo menos que perro después de una siesta larga—. Por mi culpa crees que esta es la manera de solucionar todo.
— ¡Dispárenle! —Grita el crío detrás de mí—, ¡mató a dos de mis amigos!
—Cierra la boca, basura de mierda. —Taehyung vocifera en respuesta, y no puedo pasar desapercibido el rechazo, el asco y la furia que se filtra en su tono profundo de voz.
—Taehyung, te lo pido, ocúltate. —Evan vuelve a reiterar, sonando más impaciente conforme transcurren los tensos segundos.
—No —el piojo, con seguridad, refuta—. No voy a dejar que le disparen a mi amigo.
Mi cerebro me dice que haga algo ahora. Necesito ponerlo a salvo ya mismo, pero él insiste en quedarse desprotegido, a la luz del desvelamiento. Llego a la veloz conclusión de que él confía en Simi, de lo contrario, no estaría aquí, tan cerca de un chico que porta dos revólveres mortales.
Quizás –solo quizás– a mí me obedezca.
Decido intentarlo, porque no tengo otras opciones.
—Taehyung, por favor —pronuncio, atento a su reacción—, camina despacio hacia mí.
—No, Jungkook —su contestación severa me sorprende, pero más me asombra el hecho de que me ha llamado por mi nombre. El piojo vuelve a depositar su sincera mirada en el chico musulmán y traga saliva antes de volver a hablarle—: Simi, lamento tanto que todo esto haya ocurrido. Pero es hora de que te detengas, este imbécil no vale la pena. Míralo —señala a Carl—. ¿No te parece patético? Se ha orinado en los pantalones. Es un pobre mediocre que no sirve para nada, es absolutamente penoso. Tú eres muchísimo mejor que él.
El rostro de Simi vacila entre el dolor y el enojo, algunas lágrimas descienden por sus mejillas hasta terminar en el piso. Mira a Carl y luego regresa la vista a Taehyung.
—Él nunca va a dejar de molestarme —a pesar del temblor en su voz, suena como si estuviese seguro de todo lo que está espetando—. Estoy cansado de que me discriminen.
Todo mi sistema se detiene por un momento, hace un clic interno y vuelve a su funcionamiento habitual. Pero, ahora, comprendo enteramente lo que está sucediendo aquí.
La razón por la que el joven está arruinando su vida, es porque se hartó de la marginación y del maltrato. Y eso me irrita a niveles incalculables.
—Lo sé, Simi —Taehyung asiente, mostrándose comprensivo y sereno—. Pero esto no va a solucionar nada.
—No —el chico concuerda—. Ya todo está arruinado.
—Simi, baja el arma. Se acabó.
—Tienes razón, Tae —murmura y se limpia la nariz con la manga de su chaqueta—. Gracias por haber sido bueno conmigo siempre.
La mera comprensión de lo que sucede me golpea una vez que Simi, sin ninguna duda al respecto, dirige el arma en su mano derecha hasta ubicarla en su sien.
Y jala el gatillo.
— ¡Asim, no! —Taehyung grita con toda la fuerza en sus pulmones, pero ya es demasiado tarde.
Todo lo que me rodea parece ralentizarse cuando veo que el cuerpo de Asim cae al suelo, se siente como si todos los relojes del mundo se detuvieran momentáneamente.
Eso mismo es la vida, es un momento, un cúmulo de elecciones. A veces es un simple desastre. Y este es un desenlace que nadie pudo prever a tiempo.
La mirada desorientada de Taehyung pasea por el cuerpo sin vida de su amigo, hasta llegar a la figura de Carl. Súbitamente, sus ojos adquieren un brillo rabioso, contrarrestando a las lágrimas que se han acumulado en los mismos, y puedo notar la forma en la que su pecho comienza a subir y bajar violentamente, como si se llenase de furia en cada respiración.
—Sácalo de aquí. —Le murmuro a Evan, guardando mi revólver otra vez, sin despegar la vista de mi piojo.
—Vamos, muévete.
Taehyung tiene la intención de cazar del cuello al llorón que salvamos mientras se retira junto con mi compañero, pero logro atraparlo antes de que pueda estrellar su furioso puño en el rostro del contrario.
En medio de palabrotas, ignoro los manotazos inintencionados que me da en el cuello y cerca de mi cara, recordándome que él acaba de pasar por un suceso traumático y que su reacción colérica es normal.
— ¡Te voy a matar, hijo de puta! —Chilla y se le rompe la voz—, ¡mira lo que hiciste!
De pronto, aquellos gritos se convierten en llanto. Uno desgarrador y que me pone la piel de gallina mientras aún lo tengo en la seguridad de mi abrazo incómodo.
Taehyung esconde su cara en mi pecho, mojándome la camiseta negra que llevo puesta y a continuación hace el intento de librarse de mi apretado agarre para mirar el cuerpo de Asim, pero no se lo permito.
Algo se estruja dentro de mí por el único hecho de tener al piojo en mis brazos, llorando en mi pecho como un pequeño que se separó de su mamá.
—No mires, piojo, no mires —le susurro y planto un beso en su cabeza—. Te tengo, no te voy a soltar.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top