Capítulo 7
Resulta que no vamos a definir la navidad de este año sino que ya están trabajando en lo que será la del año próximo.
Grant tiene a cargo, por contratos con mucha anticipación, el trabajo a la vanguardia, clásico y tecnológico de los principales puntos del Estado que lo buscan y tiene un trabajo indómito en lo que respecta a la decoración navideña.
En una de las entrevistas vi que está vinculado a la industria porque su familia ya tenía nexos laborales y empresariales en el sector de la producción, el entretenimiento y los eventos, habiendo tomado él uno de los niños más importantes y picos comerciales más altos de la temporada: la navidad.
No sé muy bien qué opinará él de la navidad en sí misma, pero deduzco que no es un hombre que se enganche de grandes entusiasmos muy fácilmente.
Tras las indicaciones de Valerie sobre los gerentes y empresarios con quienes nos reuniremos hoy para cerrar acuerdos y propuestas de cara a la navidad del año entrante, echo un vistazo a nuestro alrededor de camino hacia Times Square lo cual se convierte en una experiencia surrealista que parece sacada de un cuento navideño. Miro por la ventana del auto mientras las luces parpadeantes y los anuncios gigantes e imponentes se ciernen sobre nosotros, creando una especie de caos visual organizado que solo Nueva York puede ofrecer. La ciudad se ilumina con colores vibrantes, evidenciando que cada rincón está participando en una competencia para ser el más festivo. Sí, literalmente hay competiciones de las mejores vidrieras, el mejor árbol navideño, entre otras instancias creativas que ya nos tienen sumergidos en lo que implica esta etapa previa que involucra Acción de Gracias.
El chofer, con su serenidad y decisión, maniobra el automóvil a través del bullicio, sorteando taxis y transeúntes apurados como un experto conductor de trineo esquivando obstáculos en la víspera de Navidad. Grant, por su parte, apenas presta un poco de atención alrededor. Está con su móvil hablando que deduzco es francés, por el acento, no obstante mis talentos de políglota están lejos como mi habilidad en el deporte.
Finalmente, el chofer privado de Grant nos deja en una calle asombrosa, con rascacielos que se elevan como árboles navideños gigantes decorados con luces intermitentes. Times Square, con su resplandor inconfundible, se extiende ante nosotros como un universo de caos organizado. Es mucho más cómoda y no se te agotan tanto las piernas cuando vas arriba de un coche tope de gama que te hace vivir la experiencia neoyorkina.
—Dios santo, no puedo creerme aún que seré partícipe de todo esto—declaro apenas Grant termina su llamado —. Estoy sumamente agradecida por esta oportunidad, ¿en serio no tenían en la empresa a alguien mejor que yo que pudiera hacer todo esto?
—¿Realmente te tienes tan poca estima, Stephanie? —pregunta Grant, con su característica mezcla de sarcasmo y diversión—. Porque prefiero la gente que es más bien segura de sí misma.
¿Eso significa que no estoy a la altura o qué me está insinuando?
—Creí que podría hacerlo mejor, lo siento—murmuro—, de hecho, sí, puedo hacerlo bien, el punto es que no me ha visto aún poniendo las manos en los adornos navideños.
—Procura no dejar en falta tus dotes profesionales antes nuestros clientes sino demostrar que eres la indicada y que nosotros lo somos para todos nuestros empleos—me sugiere Valerie mientras el chofer aparca en un edificio con vallado.
Al bajar de dicho punto, caminamos por la acera, con Grant y Valerie a mi lado. La atmósfera es eléctrica, con el aire vibrando con la anticipación de las festividades. Grant, a pesar de su aparente reserva y el llamado de atención que me hicieron antes, parece estar absorbiendo la energía de la ciudad tanto como yo, y su voz en sarcástico mientras sigue muy atento a su móvil, se pierde entre las risas y el bullicio de Times Square.
—¡Mirad allí! —exclamo señalando hacia un árbol de Navidad gigante en la plaza—. ¡Eso es asombroso!
—Sí, Stephanie, es un árbol de Navidad. No es tan raro verlos por aquí durante la temporada —responde Valerie—. Pero mira aquel que está allá.
Tras ver donde me señala, quedo absorta al descubrir un árbol enorme con un decorado al detalle alrededor.
—¿Es de la empresa? Ha de ser el árbol de Navidad más increíble que he visto.
—Solo contamos con garantías de lo mejor—me advierte Grant tras dejar de lado su móvil.
Acto seguido llegamos al edificio en cuestión donde se supone que será nuestra reunión y Valerie nos anuncia al entrar.
SIn embargo, me llama la atención que un hombre alto con rasgos orientales y tez muy blanca se acerca trajeado a nosotros, pero corro en su dirección antes de que llegue a nosotros. ¡Viene con un perrito! Es un dálmata de esos chiquitos que apenas les están saliendo las manchitas.
—¡Oh, hola, pequeñín! ¿Quién es el perro más guapo y elegante de todos? —digo, inclinándome hacia abajo y haciendo mi mejor impresión de un bebé hablando con un cachorro—. Puedo acariciarlo, ¿verdad?
El señor elegante, inicialmente sorprendido, sonríe ante mi entusiasmo. Grant y Valerie observan la escena desde atrás, puedo sentir el peso de sus miradas.
—¿Tiene debilidad por los perros, señorita?
—¡Por supuesto, mire lo que es esta belleza! ¿Cómo se llama tu pequeño amigo aquí?
—Se llama Sir Winston. —responde el hombre elegante, con una risa suave.
—¡Oh, Sir Winston, eres todo un caballero! ¡Deberías dar clases de elegancia canina! —le digo al perrito, sin poder contener mi tono risueño, entonces mi mente se ilumina—: Pequeño Sir Winston, apuesto a que quieres escuchar un chiste que tengo para ti sobre dálmatas, ¿verdad?
El perrito me lame el rostro mientras su dueño aún lo tiene en brazos, pero el aguafiestas de Grant desde atrás intenta detenerme:
—No estoy seguro de que Sir Winston quiera escuchar chistes sobre su propia raza, anima, Stephanie.
—Me gusta, no hay mucho humor en la prisa de los americanos—contesta Mister Elegancia—. ¿A ver?
Entre los lametazos del cachorro, le pregunto al hombre:
—¿Por qué los dálmatas nunca pueden mantener secretos?
—Mmm, ¿por qué?—pregunta el señor.
—Dime que no lo está haciendo—murmura Grant detrás de mí.
—¡Porque siempre dejan sus huellas!
Sorprendentemente suelta una risita. Escucho a Valerie reír detrás de mí.
—A ver otro: ¿sabe cuál es el colmo de...?
—¡Creo que hemos tenido suficiente, muchas gracias, Stephanie!—Grant se pone delante de mí, haciéndome a un lado y quedando frente a Sir Winston y su dueño.
—Qué tal Grant, tienes una asistente nueva muy divertida. Con talentos inéditos—confiesa el hombre.
Y para mi sorpresa, ¿se conocen?
—Así es, Kaneki... Preferiría que vamos directo al punto de los negocios.
Valerie se adelanta y siento tanta pena que me quiero prender fuego ahora mismo. ¿Entonces él es el supermagnate con quien tendremos nuestro negocio millonario hoy?
¿Y acabo de dejar que su perro me lama la cara y le he contado una de las bromas de mi extenso repertorio?
No, por favor, no lo hice de nuevo...
—Valerie, te presento a Kaneki Han, de la compañía KAN Pantallas Led. Es con quien tendremos nuestra reunión de hoy.
—Les estaba esperando mientras bajaba al perro a dar una vuelta mientras. ¿Mejor subimos?—propone Kaneki y luego Grant se acerca a mí para decirme bajito:
—Trata de centrarte en la navidad y nada más, por favor, Estéfana Taylor. Sin otros talentos ocultos. —Acto seguido se mueve hasta Kaneki quien espera el ascensor—. ¡Qué alegría volver a encontrarnos luego de tanto tiempo, señor Han!
—El placer es todo mío.
Me vuelvo a Valerie buscando un aliado:
—Lo siento, lo siento. Estoy en problemas, ¿verdad?
—Mejor haz una buena performance en tu especificidad, Stephanie. Deja los chistes para tus amigos entre copas. Ah, una recomendación extra: no hagas que otro perro te vuelva a lamer la cara, más allá de lo antihigiénico, hay negocios millonarios en juego aquí.
Asiento, con penita.
Y entramos al ascensor.
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