Capítulo 27
El ascensor resulta un prodigioso artefacto de lujo que nos transporta a una dimensión donde hasta las bombillas tienen certificados de autenticidad. Grant, el guía de esta noche en su propio palacio, con semblante permanentemente enfurruñado, me conduce por el pasillo principal hasta el ingreso.
Llegamos a la puerta de su piso, la cual se abre majestuosamente como si fuera el telón de un teatro donde el lujo es la estrella principal.
Una vez dentro, sigo asombrada con este lugar.
—No deja de ser de impacto en mí el lujo del lugar donde vives, la vista, todo es maravilloso su castillo, señor Grant—le digo, seguido de un suspiro.
—Te acostumbras cuando es cosa de todos los días.
—Apuesto a que tu no tienes que acostumbrarte a ver todos los días a la cucaracha privada que es seguridad particular en la ducha.
—En toda Nueva York hay cucarachas y ratas.
—Apuesto que acá hasta las cucarachas y las ratas tienen su propio mayordomo.
—Yo no tengo mayordomo. Quizá servicio de limpieza a lo sumo.
Arroja sus cosas sobre un mueble de biblioteca y se dirige hasta un bar lateral.
El living principal del apartamento está adornado con muebles de líneas elegantes que parecen haber salido directamente de la imaginación de un decorador de ensueño. Los tonos neutros y las texturas lujosas se entrelazan en perfecta armonía, creando una atmósfera que podría inspirar suspiros de envidia incluso a los ángeles de la alta sociedad celestial.
En el centro, un sofá tan mullido que podría tentarte a tomar una siesta espontánea, se convierte en el epicentro de la comodidad y decido sentarme aquí ya que mi pierna no soporta demasiado. Cojines estratégicamente colocados invitan a sumergirse en un estado de relajación divina.
El bar donde Grant se acaba de dirigir para servirse algo que me sugiere a Whisky en un vaso con hielos es una pieza maestra en sí misma, se encuentra en una esquina estratégica del salón. La madera oscura y pulida se combina con accesorios de cristal reluciente, creando un rincón que parece extraído de un exclusivo club de Manhattan. Botellas de licores finos están dispuestas como obras de arte, con etiquetas que podrían hacer sonrojar de envidia a cualquier coleccionista y los envases vidriados tienen formas por demás sensual.
Una selección de sillones y sillas, cada uno más elegante que el anterior, rodea el bar, invitando a los afortunados visitantes a disfrutar de la experiencia completa de la alta sociedad. La iluminación, suave y estratégicamente distribuida, realza cada rincón del espacio, creando una sensación de calidez que contrasta con el mundo frío y tumultuoso de la ciudad que se extiende más allá de las ventanas las cuales me quedo observando maravillada con el mar de luces.
La vista desde su ventana es tan deslumbrante que me pregunto si hemos cruzado al set de una película de Hollywood sin notarlo. Grant, asumiendo el papel de anfitrión, se dirige directamente a la barra.
—¿Un café? —ofrece Grant.
No sé si serán los margaritas de hoy, pero la osadía me empuja a preguntarle:
—Acabas de servirte un costoso whisky que seguro vale más que toda mi deuda acumulada a lo largo de la vida, pero a mí me ofreces un café.
Un café que ha de ser más costoso que cualquiera que antes haya probado, pero ese no es el punto.
—¿Acaso piensas seguir bebiendo?—. Eleva una ceja.
—¿Vas a criticarme?
—Sí, te critico.
—Me está tratando como a una alcohólica, señor Grant. Además no quería decirlo antes, pero en el ascensor me di cuenta de que olía a alcohol así que evidentemente su cita de esta noche también le invitó algo mucho más fuerte que un café.
Su gesto me resulta de cierta complicidad aunque resulta imposible de leer lo que el semblante de Alexander Grant podría advertir.
Acto seguido sirve nuevamente de su bebida en un vaso con hielo y me lo entrega.
Se sienta a mi lado y vuelvo a olerlo, definitivamente su perfume me sabe mucho más delicioso que esta bebida y embriagador inclusive.
Sí, este hombre es hipnótico si sumamos su incipiente barba y sus ojos que esta noche se observan un tanto oscurecidos.
—Bebe—me ofrece.
Asiento, sorprendida.
Lo tomo y lo acerco a mis labios. En cuanto el líquido amargo y frío toca mi lengua, una lluvia de sensaciones extraña me recorre hasta la última partícula del cuerpo. Madre mía.
—¿Por qué sabe a combustible?—le pregunto.
—¿Desde cuándo has probado el combustible?
—No lo sé, pero tiene un gusto extraño.
—Te acostumbras. —Otro trago.
—Te quema la garganta.
Vuelvo a probarlo.
Doy un suspiro profundo y se me encoge el corazón al sentirlo. Bueno, es malo, pero no tan malo.
—¿Es el famoso "Bourbon"?—le pregunto.
—Así es.
—El padre de mi mejor amiga es millonario. Tiene botellas de esto, siempre...siempre me pregunté qué tal sabía.
—Entonces en el campo hay millonarios.
—Deje de decirme que soy una "chica del campo", señor Grant, no haber crecido en la gran urbe no me hace peor ni mejor persona.
—Una cosa no quita a la otra. Mi "cita" de esta noche también era una chica del campo recientemente viviendo en la ciudad.
—Por algún motivo, no me siento cómoda escuchándole hablarme acerca de sus citas, pero le agradezco que quiera considerarme una consejera sentimental.
Otro trago él, otro yo, más él y más yo.
—¿Cuál es tu problema? ¿No te cayó bien Claire?
—Y a juzgar por cómo le hablaste, creo que tampoco le cayó bien a usted, señor Grant.
—En mi casa puedes llamarme por mi nombre. Solo... Solo en mi casa, sin otras personas cerca.
Parpadeo, asombrada.
—No podría acostumbrarme a tutearlo, señor...
—Esta noche.
—Alexander—. Me gusta cómo suena su nombre en mi boca—. Alexander...Grant.
—Bien. Bueno, Stephanie, ahora que estamos en confianza debo admitir que me sorprende que seas tan rápida.
Frunzo el entrecejo sin poder seguirlo. Se termina el líquido en su vaso.
—¿Perdón?
—Ayer conociste al mesero y ahora ya estabas por irte a acostar con él.
—¡¿Q-qué?! No iba a acostarme con él.
—Claramente sí ibas a hacerlo.
—¡No iba a hacerlo! Claramente usted sí iban a hacerlo con la tal Claire.
—No iba a dormir con esa zorra.
—¿Cómo le acaba de decir?
—Ella quería hacerlo, yo no. Conozco cuando las mujeres te siguen por el dinero o porque vieron tu nombre en una noticia y solo se obsesionan con seguirte el paso.
—Obtuvo lo que quería y ya se deshizo de ella sin darle lo que buscaba.
—Ajá. Que vaya a buscarlo a otra parte. Por cierto, ¿tan evidente era?
—Juraría que al momento de subir al auto, aún una gotita le chorreaba de la comisura de los labios. ¡Asco!
—¿Asco? No creo que eso te de asco, era lo que ibas a hacer con ese mesero.
—¡Deja de decir "mesero" como si fuese mala palabra!
—Ibas a meterte con ese renacuajo. ¿Así suena mejor?
—¡No te atrevas a hablar así de Johnny!
—Oh, vaya, cierto, tiene un nombre. Pues, no quiero que vuelvas a verte con ese tal Johnny mientras trabajes para mí, ¿estamos?
—¿Qué? ¡No puedes prohibirme eso, Alexander Grant!
—Claro que puedo.
—¡No!
—Para eso soy tu jefe.
—Es mi jefe, no mi propietario ni mucho menos.
—Lamento romper con tus expectativas, pero no puedo permitir que arruines el prestigio de mi empresa.
—¡Entonces écheme!
—¿Te crees que no te hubiera echado ya si pudiera?
—¡Claro que puede!
—No lo entenderías.
—¿Porque soy del campo? ¡Vamos, siga, Alexander! ¿Qué más soy? ¿De qué otra manera me va a insultar hoy?
Se me queda mirando fijamente.
Caramba, es tan detestable y atractivo a partes iguales que duele horrores el solo hecho de reconocerlo.
—Eres... Eres...
—¿Que soy?
—Eres mía, Stephanie.
—¿Perdón?
—Que eres mí empleada.
—Claro que soy su empleada, su renacuajo, ¿verdad?
—No te llames así. Ese es Johnny. Y dejemos de mencionarlo, ¿okay?
—¿Por qué?
—Porque no lo soporto. ¿Tuvieron algo hoy, antes de que los encuentre ahí en el parque?
—¿Y por qué rayos yo iba a responderle eso?
—Porque debes hacerlo ya te lo dije.
—¡Claro que no debo!
—Sí debes.
—¡Que no!
—¡Que sí!
—¡No debo!
—¡Debes hacerlo!
—¡Te odio, Alexander Grant!
Entonces la tensión se incrementa en un nivel insospechado que en menos de lo que creo que podría ser consciente de cuánto es dos y dos, lo tengo encima de mí, con su boca sabiendo a whisky y su perfume embriagador tan pegados a mí que lo siento dentro muy profundo.
Suspiro profundamente ante la calidez del momento y separo los labios para corresponder a su beso, pero quisiera abofetearlo, quisiera...
Su mano toma mi vaso y lo deja sobre la mesita continua al apoyabrazos. Su boca me sigue besando hasta que se aparta apenas y aún con su aliento cálido en mi rostro me pregunta:
—¿Aún me odias, Stephanie Taylor?
—...
—¿Me odias aún?
—Cállate y ven aquí—le digo, aún furiosa y atrevida y me vuelvo a pegar a su boca para sorprenderme a mí misma luego arrancándole la camisa con desesperación.
_______________
¡FELIZ NAVIDAD, GENTE LINDA! Gracias por hacerme parte de sus lecturas en esta fecha especial, espero hayan disfrutado este regalito y que venga un próspero 2024, lo digo de corazón. En Argentina hay una crisis severa y espero ustedes puedan estar viviendo bajo resguardo dondequiera que estén. Les mando un gran abrazo, cariños y bendiciones a todos con sus familias.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top