CAPITULO 16
CESAR
El tintinear de la puerta de la cafetería por alguien ingresando hace que eleve mi vista pensando que es Raquel, aunque dudo al mismo tiempo, ya que hoy lo hice más temprano que de siempre y tal cual, no lo es, son dos mujeres que vienen por su dosis de café antes de su trabajo.
Una niega con aire triste y la otra en cambio afirma pero como dándole la razón a lo que murmuran entre ambas.
- Lo que hacen las sustancias prohibidas... - Dice la primera, casi llegando al mostrador de pedidos, mientras su compañera nuevamente afirma.
- Dos cafés para llevar, por favor. - Me pide esta, al darnos los buenos días y asiento preparando. - A dónde va la juventud... - Agrega, a lo que la otra mujer chasquea su lengua consintiendo y llamando mi atención a su conversación, mientras la máquina comienza a elaborar el café y de a poco su aroma comienza a inundar el ambiente.
- ¿Pareciera que hace días no se baña? - Aunque suena a una pregunta, en realidad lo confirma a la segunda.
- ¿ Y el estado de su ropa? - Acota la amiga con gesto de desaprobación cuando relleno los vasos y busco sus tapas correspondientes.
La curiosidad me pica y tengo ganas de preguntar de quién hablan.
¿Un indigente?
¿Alguien perdido?
Pero no lo hago y solo les cobro como doy el cambio, mientras las observo marcharse y aún metidas en la conversación de esa persona, pero saliendo de la cafetería veo como señalan a algo o alguien que parece que viene a su dirección con sus miradas en la acera y tras eso, la urgencia en irse, apurando sus pasos.
- Guau... - Me sale por tal experiencia y más curiosidad, rodeando la barra para ir hacia la puerta de entrada y ver que sucede con ese indigente que asusta clientas.
El tintinear de las campanitas vuelven a sonar pero por mí, saliendo hacia afuera.
El sol ya está en todo su esplendor y más, sin dejo alguna nube, siento totalmente despejado desde el Este, causando que obligue a mi mano en poner tipo visera sobre mi frente para ver ese lado.
Y sí, noto al supuesto indigente.
En realidad la indigente que y como dijeron las mujeres no es atractiva a la vista con su ropa, calzado y pelo desparejo.
¿Por qué lleva la mitad de su pelo atado y el otro, no?
Agudizo más mi vista y me hago más sombra con la mano, porque me resulta familiar su silueta con cada paso que se acerca.
Y mi mano ahora baja a mi boca y no, porque necesite protección contra el sol también.
Lo hago para ocultar la risa que amenaza en salir y nace de mi estómago al ver que es nada más y menos que Cherry.
Camina como puede por llevar pantalones extremadamente largos para su talla, cual con ayuda de sus manos los eleva en el proceso de no pisotearlos.
Y la camiseta que viste, bueno, ese sería tema de otra debate, al igual que su pelo, que parece que en una lucha encarnizada con el peine, se sabe que Cherry fue la que perdió.
Cada tanto mira hacia atrás, como si perdió algo o a su vez, encontrarse con ese algo o alguien.
- ¿Se te perdió la cama?- Pregunto cuando llega a la cafetería aguantando la risa.
Cherry abre su boca y cuando creí que me iba a mandar a la misma mierda, ríe divertida mezclándose con un gran bostezo y se introduce la cafetería, estirando sus brazos con su largo por la pereza de la mañana.
CHERRY
Intento mejorar mi pelo sentada en la barra, viendo como César está del otro lado.
Ahora, soy una clienta más.
- Necesito dos café. - Prácticamente lo bostezo, notando que cambia a una taza más grande al oír mi dicho y sonrío. - Y no, no huyó mi cama. - Prosigo. - Quería un gran desayuno e iba por él... - Y César nuevamente al escucharme, agrega una dona más al plato y vuelvo a sonreír. - ... hasta que creí ver a mi hermano...
- ¿Tienes un hermano? - Deposita mis suculentas masas frente a mí y que sin perder tiempo, muerdo una.
Afirmo, masticando.
- Es mayor... - Limpio el azúcar de mi boca, recibiendo la taza grande de café y notando que le puso algo de leche. - Pero no vive en casa con nosotros, él se fue hace mucho...
Su rostro delata que quiere preguntar por eso, pero obviamente no se anima, ya que percibe que es por cierto problema de carácter familiar.
- ... no se lleva bien con papá. - Le ahorro esa duda. - Desde la adolescencia siempre hubo peloteras... - Pienso como seguir. - ... digamos que nuestro papá es muy patriarcal...
- ... y se hace lo que él dice. - Continúa por mí y le doy la razón, mientras tomo algo de mi café con leche.
CESAR
Cherry solo asiente a lo que digo mientras bebe de su taza.
Y pienso en ambos padres mientras vacío la cafetera por otra carga nueva por ser tan diferentes el suyo como el mío.
Uno, compañero como cariñoso y el otro, no.
Sin embargo, ambos hijos decidieron irse.
Marcharse.
Uno de sus vida y el otro, mi hermano, de la vida...
Miro el piano y se me escapa una exhalación de tristeza.
CHERRY
César suspira y dejo de comer, porque suspira triste sin darse cuenta y totalmente sumergido en sus pensamientos, pero algo deduzco, porque sus ojos están sobre el piano y creo que lo debe extrañar mucho, ya que justamente le hablé del mío y hasta creo que tenían la misma edad.
No me pregunten el motivo.
Y me siento culpable por eso.
- ¿Quieres que toque algo? - Consulto suavecito.
Muy bajito diría yo, porque la zona de lo que es el piano con César, es algo y aunque me dio permiso, de letras rojas y en neón aún, terreno no colonizado.
Sus ojos ahora están en mí.
- Me gustaría... - Solo dice y también bajito.
Y no me hago esperar por más que no terminé mi mega taza de café con leche, le pongo de pie y camino hacia mi siguiente debilidad, después del café.
Deslizo la banqueta para tomar asiento y elevo cuidado su protección en madera para que mis manos se apoyen en sus teclas.
El contacto como siempre abre mi corazón y expande mi pecho por la dicha de sentirlo y saber con esa agonía de felicidad del preludio, que pronto voy a tocarlo.
Sin embargo, antes mis ojos buscan a César por una segunda aprobación por las dudas.
Ustedes saben que es medio bipolar y rarito.
Pero me sorprendo que su mirada desde el mostrador, es tranquila y hasta una ínfima media sonrisa delata una esquina de sus labios por estar elevada.
Entonces, comienzo a tocar, decidiendo por Bach Siciliano, sonata No. 2.
Es agradable, consecutiva y reafirmante como para esta bonita mañana despejada y soleada de otoño, notando al mirar y sin dejar de tocar, que a César le agradó mi elección porque toma asiento a mi dirección, totalmente prestando atención.
Y sonrío, porque creo, que ya me tiene confianza.
Feliz.
Me hace, muy feliz.
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