CAPITULO 11

CESAR

Lo sé y nuevamente, fui un total y rotundo mal educado con Cherry.

Pero y por más que lo intenté, mi boca solo se permitió decir de forma desagradable y recalcando lo de mi hermano, que podía volver a tocar y cuantas veces quisiera.

Realidad.

Tocar el piano.

Ese cinismo me cayó mal.

Tanto, que no se me ocurrió como mejor idea que huir, no solo por su rostro desencajado.

Además.

Por la culpa y con intensiones de hacerlo en el coche, pero quedando solo y una vez fuera de la cafetería, en la acera y como punto de respiración reflexiva o más bien, una pregunta interna mirando para ambos lados como opciones que me daba la calle de la cafetería.

¿Y ahora que hago?

Dejando mi coche que siga estacionado, decidí en el siguiente momento, aún indeciso, tomar calle abajo, contraría al centro de comercios y entre ellos como anoche, la farmacia.

Era uno esos días de otoño con bastante calor para su época en el que el aire falta o eso parecía sentir.

Ni idea.

Pero me desabroché un par de botones de mi camisa para darle un respiro a mi cuello, ya que percibía hasta a la misma ciudad como una estufa, que parecía sudar, no exagero.

Observo un transeúnte que cruzo hasta con bufanda y ambos nos miramos por uno muy abrigado y yo, muy sofocado.

Ok, sí, parece que exagero.

CHERRY

- Deja eso... - Raquel interrumpe otro pedido que estoy por tomar y lo leo con intenciones de seguirlo ella. - ... no haz tomado un descanso, ni siquiera comiste lo que te ofrecí. - Su barbilla me indica el sándwich que jamás recordé comer por estar fascinada con mi primer día de trabajo con aroma a café.

Quiero negarme, decirle que estoy bien y puedo continuar, pero Raquel es determinante y tomando mis hombros, me hace girar sobre mis talones y me empuja a una silla a poca distancia, continuo a deslizar el plato con mi colación olvidada.

No habla y no hace falta.

Con su mirada de es una orden y amigable, obedezco.

En un principio a regañadientes, pero luego con la segunda mordida a mi comida, dos traguitos a mi jugo de naranja y notando lo bien que le cae a mi estómago por un leve gruñido de satisfacción, me dejo llevar por mi manjar de pan y zumo fresco.

Clientes se van y otros ingresan, pero Raquel puede con los pedidos y por eso como tranquila sin poder evitar de vez en cuando entre mordida y mordida.

En realidad, mucho.

Que mis ojos se depositen en el piano y en ese silencio majestuoso desde su lugar.

- No falta mucho para la salida prime de la gente que trabaja a la tarde. - La voz de Raquel con su figura, la advierto a mi lado mientras bebe también en otro vaso un poco de jugo. - ¿Qué te parece si le dedicas un poco de tu arte cuando vengan por su taza de café? - Me ofrece.

Miro en simultáneo la hora del reloj que adorna la pared y sonrío tanto, que pequeñas migajas caen obligando a limpiarme con la pequeña servilleta de papel de mi plato, porque no me di cuenta lo rápido que pasó el tiempo, como la alegría propia que me invade en solo saber que voy a tocar nuevamente el piano por aprobarlo en su sí furioso mi jefe bipolar.

La miro dudosa y elevando mi vista por seguir sentada ante otra cosa que me señala el reloj con su hora.

Que César no regresó y pasó muchas horas.

- ¿Estás segura? No quiero aumentar su mal humor por más que me dijo que puedo, si me ve tocando el piano. - No hace falta decir su nombre.

Ya saben como son estas cosas con el diablo, que no se necesita nombrarlo para que aparezca.

Raquel se sonríe y hasta parece no preocuparse por esa repentina demora o mi duda, se limita a limpiar una parte de la barra que está por demás reluciente para doblar con tranquilidad el trapo y sin sacar su vista del mismo.

- Créeme que César volverá mucho mejor. - Toda su respuesta.

Seis palabras.

Seis simples palabras en su oración, pero llenas de confianza en todo ella y estoy aprendiendo a conocer.

Me pongo de pie, terminando ya de comer.

Me convencen, afirmando.

Y lo hago, llegando el horario que finaliza con el mío.

Podría decir que siendo mi primer día laboral, acoplándose las horas que sumé y tales estando de pie, más la propia euforia del mismo, que estaría agotada y solo pensando en desmayarme en mi cama para solo dormir, pero como si mi pies en sincronía con mi corazón y hasta mi cerebro estuvieran muy de acuerdo.

Que rara vez lo están.

Ya me encontraba sentada en la banqueta y frente al piano.

Me tomé mi tiempo para disfrutar este preludio antes de comenzar a tocar en solo mirar mi instrumento favorito y mis manos descasando en la cubierta en madera lustrada que protegía el teclado.

Suspiré, cuando lo elevé con lentitud y mis pupilas reflejaron en su monocromía el mismo.

Noté como los clientes al percibir toda mi actitud por tocar algunas melodías, no solo volteaban a mi dirección, sino y también.

Me hizo convencer más y tomar coraje.

Que algunos y en sus respectivas mesas, deslizaban sus sillas para tener una mejor visión y poder disfrutar el momento de música.

Cual con la mirada satisfecha de Raquel desde la barra y en contacto con el piano mis dedos para tocar los primeros acordes, comprendí que la mayoría de la clientela.

Gente de trabajo y por su edad.

No solo eran vitalicios, además y por ende, de años y que escuchaban al hermano de mi jefe en su momento.

CESAR

Descendiendo, me detuve en el último escalón de la gran escalera de ingreso al lugar solo para voltear y mirar por última vez la enorme entrada en su granito y material que daba la bienvenida a todos con su cartel tallado.

Ya no sentía ese sofoco caliente, más bien y con una rotación de hombros obligado por el fresco nocturno que se estaba aproximando, procuré retener con ese movimiento algo de calor corporal.

Saludé con mi mano el alto y a modo despedida a la señora que siempre le compro las flores cuando vengo y me lo devolvió con una sonrisa, cual imité por lo cálida siguiendo camino.

Llegué caminando, solo lo hice y cuando mi mente se despejó, me encontré que ya estaba aquí.

Ahora de noche casi colmando el cielo, más sereno, con hambre y agotado por la caminata mis elecciones no son muchas, más que ir a una parada de autobús o pedirme un taxi verificando estas encendiendo mi celular.

La app me indica que a pocas cuadras está pronta la llegada del que me llevaría cerca de la cafetería, pero un bostezo agotador y circulando justo un taxi con su bandera en alto por estar libre, me hacer detenerlo acercándome a la calle cuando frena.

Varios minutos de viaje y mirando a través de la ventanilla demora en llegar a la cafetería por ser hora pico al colmar la noche, haciéndome dar cuenta las horas que me ausenté y nuevamente me detengo sobre los dos únicos escalones que te separan de la entrada a mi cafetería.

Pero esta vez para mirar hacia delante mío, ahora.

O mejor dicho por escuchar.

Magistralmente.

Y de forma igual a mi hermano.

Las partituras clásicas, pero ahora y bajo las manos maestras de Cherry en el piano de él.

Raquel logra divisarme desde el otro lado de la puerta vidriada de la entrada y solo me limito a negar callado y con mi índice en mis labios como único gesto, que comprende y sigue con lo suyo mientras yo ingreso, aprovechando que unos clientes salen.

No entiendo el motivo de no dar a conocer mi llegada a Cherry, cual y por estar por la ubicación del piano algo de espalda a la puerta de ingreso, no se percata de mi presencia.

Tal vez y la respuesta, es otro bostezo de cansancio y sueño que me agolpa, haciendo que tome asiento en una de las mesas más alejadas del piano y que justamente una planta y de las favoritas por su verde como largas hojas de Raquel, me ocultan en gran parte.

Vuelvo a negarle a mi amiga con intenciones de llevarme algo.

No tengo idea que puede ser, pero sea café o comida, le digo que no en silencio.

Me limito, solo a recostarme con todo mi peso en el respaldo y sonreírle con sueño diciendo que estoy bien, mientras no dejo de escuchar otra melodía que interpreta Cherry en el piano.

No hay muchos clientes por la hora, solo un par de mesas y la que ocupo yo.

La hora de cierre se acerca y con otro ademán le digo a Raquel que se vaya y que yo me encargo del cierre.

Bostezo otra vez, cuando veo que asiente conforme y sonriente.

Quiero preguntarle el motivo de esa sonrisa, pero acomodándome para escuchar mejor.

Cierro mis ojos para solo concentrarme dentro de mi cansancio en su manos tocando el piano.

Me distrae.

Creo.

CHERRY

Fantaisie siendo lo primero que toqué en la cafetería y mi fuente de problemas, es lo que decido que hoy finalice mi acordes.

Mis dedos, aún profundizando las teclas y soltándola suavemente, hacen que su consumación lata dulcemente unos segundos en el aire.

- No te detengas, por favor. - Algo desde la altura de mi trasero me pide.

O sea, los traseros no hablan y por eso con pánico incorporado y como si fuera que el mío tuviera un resorte incorporado, en una milésima de segundo me encuentro de pie mirando aterrada hacia abajo, pero solo veo escalón abajo unos pies masculinos que me son familiares por tener el pantalón negro y de vestir que llevamos como parte del uniforme.

Me acerco e inclino cautelosa, mirando del otro lado de la banqueta y lo confirmo.

Para ver a César.

Arrugo mi ceño.

Algo entredormido o solo con sus ojos cerrados, pero sentado en el pequeño espacio del escenario y apoyando su espalda en la banqueta.

¿Pero, en qué momento vino?

- ¿Quieres que siga tocando? - Pregunto cautelosa y noto como su pelo de ese castaño claro, baja y sube por la afirmación de su cabeza.

- Fantaisie. - Susurra sin moverse de esa postura.

- ¿Qué la repita? - Ya que fue lo último que toqué y nuevamente, afirma en silencio.

Reflexiono mientras veo que ya no hay clientes por ser horario de cierre.

Es más, ya la puerta de ingreso está con su respectivo cartelito colgando con su frase cierre y que Raquel ya se fue.

Guau.

Estuve tan concentrada en el piano, que no me percaté ni de la hora y a César bajar las persianas de la cafetería.

Sensación extraña pero lejos de ser desagradable, flota en el ambiente.

Desde el pequeño escenario con su alto, sigo distinguiendo de él solo parte de su espalda, hombros como cabellos y al no ver más reacción a que solo toque otra vez la melodía, eso hago volviendo a tomar asiento frente al piano.

Mis manos otra vez reposan en las teclas y como si fuera la primera vez que lo hago, toco sus notas a veces con los ojos cerrados y otras no, todo de acuerdo al arpegio y acorde.

No sé, si lo hice en poco más de cinco minutos a la composición o tal vez en cuatro y medio al finalizar, pero al voltear y no recibir ningún tipo de movimiento por parte del jefe, me pongo de pie y bajo sin mucho ruido los dos únicos peldaños del escenario al piso y abro enorme mis ojos.

- Pero qué, cabrón... - Susurro bajo y con las manos en la cintura al ver.

Y me cuesta creer.

Que se durmió.

Sí.

César como si nada y en esa postura incómoda sentado en el piso contra el mini escenario hasta ronca.

Sí, otra vez.

Un leve bufido tipo asno con bronquitis, sale de su boca entreabierta con todo el peso de su cabeza contra la madera a dos centímetros de desnucarse.

Y mi ofensa se transforma en una gran sonrisa que se expande en todo mi rostro pensando que si Dios es justo, mañana va amanecer con una tortícolis del tamaño de África. 

Pero imaginando su destemplado carácter, porque dejé que eso ocurriera en vez de ser samaritana y despertarlo, niego flexionando mis rodillas para ponerme a su nivel  para hacerlo.

La paga es buena, necesito ese sueldo a fin de mes y Raquel es linda conmigo, me aliento.

Uno de mis dedos me parece suficiente con un par de toques sobre su hombro como llamado, pero nada.

Tal vez tres, pienso, volviendo mi índice al ataque, pero solo logro que ese leve ronquido de asno con bronquitis pase a dos notas más alta por acomodarse peor contra el escenario y ahora esté a un centímetro de desnucarse.

- Carajo... - Rasco mi cabeza desganada sin saber mucho que hacer y sin dejar de mirarlo, pero recordándome por eso a un personaje literario que leí hace mucho que dormía en posturas imposibles en la cama y entre muchas cosas, eran parte de sus encantos.

Lo observo libremente a César y aunque reconozco que es agradable a la vista.

Sacudo mi cabeza.

No se compara con el magnate huraño, de corazón rojo y dueño de las 8 metalúrgicas.

Intento por tercera vez con mi dedo, pero a mitad de viaje lo detengo e inclino mi cabeza curiosa.

¿Cómo no lo vi antes?

Ya que noto en la punta de su nariz y tengo que achinar mis ojos para focalizar mejor.

Guau.

Un diminuto lunar que juraría tiene forma de una cereza.

¿Será?

Quiero acercarme pero no me atrevo y sonrío como tonta, porque y aunque está medio oculta entre la curvatura y la punta de ella, si prestas atención, realmente tiene forma de una.

Y ese dedo que aún seguía en suspensión entre ambos y antes de que mi cerebro le de la orden de bajarlo, por inercia propia y me quiero matar, ya está tocando la punta de su nariz para mi dos sorpresas.

Sí, dos.

Porque la primera es ese estúpido mandato de mi índice que jamás pedí.

Y la segunda.

Cierro mis ojos con mucha fuerza, como si eso me transportaría derechito a Júpiter y sin pasaje de vuelta.

Ver al jefe con sus ojos abiertos que van de mi dedo que sigue apretando su nariz, para luego a mí, y nuevamente a mi dedo acosador.

Mierda...

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