CAPITULO 1

CESAR

- ¡Cesar! ¡Cesar! ¡Despierta! - Una voz y algo me sacude, provocando que abra los ojos a medias.

Y mierda.

Porque y farfullo enojado sobre mi postura, negado a hacerlo y seguir soñando.

Sin embargo es imposible por más que me obligo, cruzando mis brazos y acomodándome mejor para continuar con mi siesta.

Dios.

Estuve tan cerca de ver el rostro de ella.

Casi, llegando hasta a mí.

Y casi descubrirlo, sobre sus manos extendidas con ese ramillete que juro hasta podía sentir el aroma de ellas, mientras poco a poco elevaba su cara sonriente.

Lo hacía por ser lo único que me permitía ver el alero de su capelina.

Diablos.

- ¡Ya! ¡Ya! ¡Ya lo estoy! - Reniego entre bostezos y con mis manos interponiendo las suyas en mis hombros con su terremoto de zarandeo.

Raquel deja de hacerlo, riendo y se apoya contra la pared que dormitaba.

Ella de pie y yo aún, sentado en el piso.

Ambos en realidad sobre la azotea, lugar en mi caso para despejarme, tal vez con algún cigarrillo de turno o en su defecto y bajo el sol, una dormitada rápida.

No es muy grande, pero con la suficiente superficie cuadrada para resguardar lo que es la edificación de abajo y mi herencia por parte de mi hermano mayor.

Una cafetería con su temática musical, más un nexo de habitación o ambiente donde vivo en su planta alta.

En una palabra.

Gruño.

Mi vida gira, respira y come sobre estas cuatros paredes con aroma a café.

Raquel empuja mi hombro con una pierna para que eleve mi vista del piso y eso hago, para ver que  una de sus manos me alcanza un café con el clásico vaso y el logo de la cafetería.

Lo acepto con desgano mientras ella apoyada en el alfeizar de la terraza mira desde su escaza altura lo que nos rodea y en el entretanto, bebe del suyo.

- Te lo voy a descontar... - La peleo, mientras le doy un trago y pese a que me quejo, le doy las gracias, ya que es puro como me gusta, repercutiendo favorable en mi sistema despejándome.

Ríe sin mirarme y sin siquiera asustarse con mi amenaza.

Olvidé decir que soy pésimo como jefe y esta empleada que vino con el combo hereditario de mi hermano, podría ser mi hermana mayor por la edad y carisma.

Cosa que en ese sentido no me quejo.

Más bien y en cierto punto, también agradecido otra vez, ya que no los tengo.

Hablo de familia.

Yendo contra el pensamiento común y pronóstico social, en nuestro caso fue al revés con mi hermano.

Nuestra madre nos abandonó, cuando éramos muy pequeños.

No tengo idea los motivos.

Supongamos que fue por cigarrillos con un bolsito en mano, sin antes esa mañana darnos un beso en la frente tanto a mi hermano mayor como a mí, con el recordatorio que nos portemos bien, como no hagamos renegar a papá y demoró, digamos.

Hago cuentas.

Sus buenos 28 años, ya que teníamos 10 y 2 años respectivamente.

Lloramos su ausencia.

Vagos recuerdos de mi temprana edad, pedir por ella y creo que hasta mi hermano también, pero el tiempo fue transcurriendo y nuestro padre para los dos, fue el mejor por más trabajo y esa ausencia.

Mención aparte, mi hermano creciendo a la par conmigo, pero ayudándolo con mi crianza.

Hasta que nuestro padre querido le llegó su turno década atrás por razones naturales, pero a temprana edad.

Esa pérdida, sí, la lloramos, la sentimos como pocas, porque lo amábamos como a pocos.

Éramos siempre los tres para todo y contra el jodido mundo.

Nos sentíamos indestructibles.

Imparables.

Como una especie de los tres mosqueteros, pero versión gladiadores en el siglo XXI.

Sin embargo ese cimiento se quebró una parte, yéndose el viejo.

Tristeza.

Para luego y con el tiempo, el segundo fragmento.

Sí, mi hermano.

Y no, por causas naturales.

Cierro mis ojos ante el recuerdo.

Solo, porque él lo decidió desde una altura.

- Solo, hazlo... - Raquel hablando de golpe, me saca de estos pensamientos.

- ¿Qué? ¿Qué haga, qué? - La miro sin entender y también lo hace mientras me incorporo a su lado.

Vuelve su vista a la ciudad y me la indica.

- Maldecir, Cesar. - Me alienta, dejando su vaso a un lado. - ¡Descárgate, hombre! ¡Lanza todos esos improperios que tienes acumulados por años... - Eleva sus manos. - ...y pese a que luchas con eso, dedícales un par a tu hermano, padre, madre o quién mierda quieras!

Mi espalda descansa contra ese muro y le sonrío.

Medio triste aunque mis ojos no lo reflejen, pero lo hago.

- Ganas no me faltan, amiga. - Soy sincero. - Pero no puedo...

- ¿No te sale?

Niego.

- Aún, no.  - Ni sé, como decirlo o explicarlo, mientras miro hacia abajo y mi vista se mezcla entre los transeúntes que caminan por la acera de en frente.

Todavía, no.

Por esa eterna duda que me carcome del porqué, lo hizo.

¿Qué, lo llevó a eso?

Miro todo.

Si había conseguido o cumplido todos sus anhelos.

Amaba la música y por tal, estudió y se capacitó en la misma, siendo el mejor de su promoción y tocar como los mismos dioses muchos instrumentos.

Como el caso del piano.

Y pese a que su alma era errante y desde su juventud, conservatorios de todo el mundo lo querían como figura, el sueño de mi hermano por tal, era lo que pisan mis pies como los de Raquel.

Una simple cafetería de buen gusto social para que los clientes y allegados, tuvieran en sus ratos de ocios o tras un arduo día laboral, un sitio para sosiego con una buena taza de café con algo de música instrumental y entre ellos, por supuesto.

Un piano como estrella y en un sitio principal del lugar.

Tal y desde que su partida como yo herencia, nadie más lo volvió a tocar.

Nadie.

Repito, absolutamente nadie por prohibirlo yo.

Teclado que y únicamente mi hermano tocaba cada tarde o su noche para deleite de su clientela desde que inauguró la cafetería y yo desde una banqueta alta de la barra de servicios o ocupando una mesa con mis libros abiertos por estar todavía en la secundaria lo escuchaba, siendo para mí, como resto del público, sinfonía de tranquilidad haciendo ameno mi caso, el estudio con su agobio.

Mi impedimento es por eso.

Solo, eso.

Ya que en el teclado aún permanecen las huellas de los dedos de mi hermano y justamente con la composición favorita mía que recuerdo como hoy, que él la tocó para mí, esa noche lluviosa y ante mis nervios al día siguiente por mi examen de ingreso a la carrera que me apasionaba.

La medicina.

Sus dedos tocaron magistralmente, Fantaisie - Impromptu op. póst 66.

Que hizo su efecto mientras lo veía interpretarla y en sus preludios su vista como la mía se cruzaban.

Para él, sonreírme sin dejar de tocar con sus dedos magistrales y yo, también hacerlo.

Sin embargo y tiempo después como haber rendido bien, cual lo festejamos en grande y decirme sobre su abrazo lo orgulloso que estaba de mí.

Todo eso, no alcanzó.

No.

Para que él, se fuera para siempre.

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