Capítulo 04: Conocerte de nuevo

MARCUS

El tiempo había pasado demasiado rápido, y aunque ella había cambiado mucho, no podía evitar seguir viéndola como antes... con el mismo amor de antes, la misma intensidad.

Verla nuevamente revivió todos aquellos sentimientos que guardé en silencio por tanto tiempo, y ahora, no sabía que hacer con eso.

Su cabello ahora lucía mucho más largo, ya no era liso como de costumbre, ahora pequeñas ondas caían sobre sus hombros. Sin duda había cambiado, su cuerpo sobre todo, había crecido, ya no era la misma niña de dieciséis a la que le rompí el corazón en millones de pedazos.

Ahora estaba más alta, se veía más madura, ahora sí le gustaba llevar maquillaje durante todo el día, estaba un poco más delgada y esa sonrisa ya no era la misma.

Algo había cambiado en ella.

—Hola, Cherry —la saludé finalmente—, veo que sigues usando la pulsera que te regalé en tu cumpleaños. Creí que ya no la tenías.

Ella no dijo nada, sus dedos viajaron inmediatamente a aquella pulsera, jugando con ella por inercia. Está nerviosa, puedo sentirlo, pero lo que más puedo sentir es aquel rechazo hacia mí.

Y eso me mató.

Ya no se le iluminan los ojos al verme, ahora solo veo miedo, decepción, arrepentimiento y tristeza.

La repasé con la mirada disimuladamente para no hacerla sentir más incómoda de lo que ya estaba, pero necesitaba tener cada detalle grabado en mi memoria, sabía que las posibilidades de vernos nuevamente podrían ser nulas.

Y no quería perderla... no de nuevo.

No ahora que todo está relativamente bien.

—Toma —le extendí el café frío que llevaba en mis manos—, seguro lo necesitas más que yo.

Lo había comprado antes de venir a visitar la lápida de mi padre. Falleció hace un año y medio, así que ahora venía con más frecuencia, antes solo lo hacía cuando lo necesitaba realmente.

Ella negó con la cabeza rechazando el café.

Eso me hizo ruido, ella amaba el café.

—No, gracias. Ya no bebo café.

Le miré confundido.

Cuando me enteré de su accidente, absolutamente todo me hacía querer volver a ella, aunque sabía que eso era muy egoísta de mi parte porque había sido yo quien había decidido alejarse para no darle más problemas a tan temprana edad.

Ella merecía vivir su vida.

Fue entonces cuando cambié el alcohol por el café.

Frío, como le gustaba a ella.

Aunque no me gustaba tanto de ese modo, era la única forma que me hacía sentir cerca de mi Cherry.

De alguna manera ella siempre estuvo presente en mí.

Sobre todo en mis escritos.

—Antes amabas el café frío.

Ella evitó mirarme y eso me dolió.

—Tú lo has dicho, antes. Necesitas volver a conocerme, ya no soy la misma.

Lo sé, se le notaba.

—¿Qué cambió? —decidí preguntar.

—Crecí —se limitó a responder—. La vida adulta es mucho más complicada de lo que parece.

Asentí con la cabeza sin preguntar demasiado al respecto, no quería seguir incomodándola.

—¿Cómo está mi primo lejano? —pregunté refiriéndome a Daniel, su mejor amigo.

Ella intentó disimular una sonrisa triste, como si estuviera recordando aquella mentira suya en la que le decía a su padre que yo era el primo lejano de Daniel para que no la castigara por verse conmigo a escondidas.

—A punto de casarse con el amor de su vida —respondió sin mirarme, tan solo sumida en sus recuerdos.

—¿Alexandra? —asintió con la cabeza.

—Ella misma.

La conversación no siguió, ella se puso seria nuevamente y hubo un silencio que no supe cómo romper para no dejar de escuchar su voz.

—¿Y tú? ¿Cómo estás? Hace mucho no sabía de ti.

—Estoy de novia —me cortó.

Le miré con sorpresa, pero... en el fondo lo imaginaba.

No me podía creer que no estuviera en una relación después de tanto tiempo.

Nunca me tomé en serio ese pensamiento en el que ella estaría esperando por mí, aunque yo anhelaba esperarla, porque muy en el fondo tenía bastante claro que el destino nos cruzaría de nuevo.

—Ah... qué bien —respondí.

—¿Y tú? Eres un hombre casado, ¿planeando el tercer hijo?

Ouch.

Aunque no quisiera que se le notara, sabía que estaba molesta o quizá esa no era la palabra, sino más bien, decepcionada.

¿Qué esperaba? ¿Qué me casara con ella? Era muy joven.

—Estoy divorciado —le aclaré—, y no, con dos es más que suficiente.

—Sí, claro.

—Cherry, ¿Podemos tener una conversación tranquila?

—No lo sé, Marcus, ¿Podemos?

La entendía, quiero hablar con ella pero en su momento no lo hice y ahora ha pasado mucho tiempo.

—Escucha, sé que nunca pudimos tener esa conversación que era necesaria, pero...

—Ningún pero, no pretendas que voy a hacer como si nada, sabes que te amaba hasta cada segundo con mucha intensidad y no te importó dejarme como si nunca hubieses sentido algo por mí.

—Cherry, sí sentía, ¿vale? Demasiado.

—No parece, porque sabiendo lo que yo sentía, me ilusionaste de la peor forma, tanto que incluso por la noche te acostaste conmigo y por la mañana no te importó en lo más mínimo desecharme de esa forma luego de prometerme tantas cosas.

—Nunca te prometí un futuro juntos, Emery.

—Pues no parecía, porque tus acciones y palabras en ese momento decían lo contrario. Y si no me querías, entonces hubieses...

—No, nunca te prometí un futuro juntos porque sabía en lo que me metía, sabía a lo que te arrastraría, mira cómo sucedió todo, eras demasiado joven para estar conmigo, pero si te quería, joder, te amaba.

Te amo...

—Solo quiero tener una conversación civilizada, ¿es mucho pedir? —continué hablando.

—Esto... me afecta, Marcus, me afecta muchísimo. ¡¿Y qué mierdas fue eso de «lo soy, pero nunca lo seré como lo fui contigo»?!

—Lo lamento tanto, Em —me sinceré—, nunca... nunca quise hacerte daño.

Estaba muy arrepentido por hacerla sentir así.

—No parece. ¡Maldición, estoy tan cabreada contigo!

—Me imagino que lo estás para que te expreses de esa manera.

Nunca la había escuchado decir malas palabras, ni una, ella no era así.

Ahora estaba muy cambiada.

—Pues necesitas conocerme nuevamente, aquella "Cherry" que conociste murió el mismo día que te fuiste.

Solo pude ver cómo se alejaba de mí poco a poco, la observé cómo subía a su viejo auto y desaparecía de mi vista por completo.

Finalmente dejé las flores en la lápida de mi padre y regresé a la mansión.

Allí se encontraban Russell y Noah, quienes me recibieron felices porque estarían pasando la tarde conmigo.

—Al fin llegas, me están esperando en el aeropuerto —dijo Jenn, mi ex esposa.

—Te dije que iba al cementerio.

—Lo sé, pero creí que estarías aquí más temprano. En fin, recuerda que Russell odia los vegetales y Noah odia la oscuridad y es alérgico a la mantequilla de maní.

—Conozco a mis hijos, no te preocupes, los cuidaré bien.

—Y yo te conozco a ti, Marcus —respondió cogiendo su abrigo, luego me miró seria—. Promete que no los perderás de vista ni llamarás a una niñera, solo los cuidarás tú tengas lo que tengas que hacer con tu trabajo, ¿entendido?

—Sé ser un buen padre, Jennifer.

—Solo decía, no estuviste con nosotros los últimos meses antes del divorcio porque tenías tu gira de firmas.

—Es navidad, estaré con mi familia.

—Eso espero. Los quiero de regreso antes de año nuevo, Marcus. Ni un día después.

—Vale.

Ella se despidió de los niños y salió de la mansión a paso acelerado.

Noah llegó corriendo a mí pidiendo que lo alce, lo levanté sintiendo sus pequeñas manos rodear mi cuello en un abrazo.

Él era el más cariñoso.

Russell... bueno, él es más Ada Humphrey que la misma Ada Humphrey. Y al ser criado por su madre antes de que fuera presa, estar bajo mi tutela con 15 años no iba a hacer que cambiara su actitud de la nada, sin embargo, le agarró cariño a Jenn, es la única figura materna que tiene.

—¿Qué vamos a comer? —preguntó Russell.

—¿Qué te apetece?

—Lo que sea que no cocines tú, no eres el mejor cocinero y ahora que no está Jenny.

—No cocino mal.

—Yo cocino mejor que tú —recalcó.

—Bueno, es que a ti te gusta la cocina, es diferente.

Caminé hacia el lavadero dónde se encontraba Amelia doblando las toallas recién lavadas, ella se sorprendió al verme ahí, casi nunca entraba a esa parte de la mansión.

Al verme con Noah, sonrió.

El pequeño ahora quiso estar en los brazos de mi mucama, tan emocionado y cariñoso como siempre, él amaba a las personas.

No es el caso de Russell.

Y ella, ama cuidarlo, le fascina estar con mi hijo cada que puede.

—¡Melia! —exclamó el pequeño.

—¡Hola, mi amor! mira nada más que grande estás. ¿Cuántos añitos tienes ya?

Él mostró con su mano sus cinco dedos.

—Amelia, pediré unas hamburguesas para el almuerzo, ¿Te pido una?

—Oh, bueno, si no es mucha molestia.

—¿Cuál molestia? Eres de la familia —ella sonrió ante mi respuesta. Llevaba muchos años trabajando para mí, específicamente dos años antes de que conociera a Emery. Aunque todavía era bastante joven, 28 años, tenía —Sin salsas, ¿no?

—Sin salsas, muchas gracias.

—Bueno, me llevo nuevamente al niño para que no te moleste mientras terminas aquí.

—¿Más tarde vamos a ver películas? —preguntó Noah, mientras regresaba a mis brazos.

—Todas las que quieras, pero no podemos quedarnos despiertos hasta tarde porque papá tiene que trabajar en la madrugada.

—¿Te vas en la madrugada?

—No, trabajo desde casa, soy escritor y un escritor nunca descansa.

Regresé a la sala viendo a Russell jugando con su móvil, llevaba sus auriculares puestos, así que imaginé que jugaba en línea con sus amigos.

—¡No! Maldito lento, ¡Mátalo! ¡Mátalo! ¡No! ¡Siempre perdemos por tu culpa!

Suspiré.

Este será un fin de semana bastante largo.

Pasé por el frente de él bajándole los pies de la mesa.

Él me miró molesto.

—Estoy jugando, me hiciste perder.

—Los pies no van sobre la mesa y nada de palabrotas en mi casa, mucho menos frente a Noah y Amelia.

Mi hijo rodó los ojos y se puso nuevamente los auriculares.

Subí a mi habitación para ponerle a Noah su programa favorito, siempre se quedaba callado durante horas cuando veía caricaturas.

—¿Quién es ella? —me preguntó mi hijo, señalando una foto que tenía sobre mi mesa de noche.

La miré sumido en mis pensamientos por unos segundos. Y respondí mi cruda realidad.

—Una vieja amiga.

—¿Cómo se llama?

—Emery.

Aquella foto que nos tomamos en el cumpleaños de Alexandra siempre me acompañó desde entonces.

Parecía mentira, pero pasé dos años de mi vida junto a ella y en ningún momento capturamos nuestros recuerdos en alguna fotografía. Cuando Jenn y yo decidimos separarnos, imprimí esa foto cuando la encontré nuevamente, la había tenido guardada únicamente en mi móvil desde que nos alejamos.

—Es linda —me dijo Noah.

Lo es, joder, claro que lo era.

Y millones de sensaciones regresaron a mí al pensarla nuevamente, verla después de tanto tiempo en el mismo bar de la primera vez y en el mismo cementerio de cuando nos conocimos, solo despertó aquel sentimiento que guardé por tanto tiempo.

Uno que estaba más que seguro que nunca se fue.

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