Primera Parte

Porristas. Algunos los ven como la punta de la pirámide social de esta escuela. Ahí están ellos, el equipo de fútbol y los chicos que son populares por ser atractivos o porque sus padres tienen mucho dinero... o sólo estaban ahí por alguna estúpida razón. Pero mientras el resto de los alumnos de Sunset Hills los ve como celebridades, yo veía al escuadrón de porristas como gimnastas fracasados; personas que se dieron cuenta de que nunca podrían cumplir sus sueños sin importar lo mucho que se esforzaran y bajaban sus expectativas olímpicas por un mundo en el que sólo importa tener una brillante sonrisa, agitar pompones en el aire y saber gritar porras pegadizas para levantar el espíritu escolar.

Pero como todo lo que hay en la ciudad de Los Ángeles, era falso. Y no me refiero solamente a los uniformes de mala calidad (hace un par de años una chica se quejó con la escuela porque la tela del uniforme le provocó asquerosas erupciones en la piel. Hasta entonces cambiaron los uniformes), me refiero a todo lo que implica ser un estudiante de la escuela Sunset Hills. Desde la fundación de la escuela, los estudiantes han tenido esta «afición» por etiquetar a los estudiantes destacados como: Las Excepciones. Aquellos que saben qué tendrán éxito más allá de lo que hagan en la escuela. En otras palabras, aquellos cuyo único logro en la vida no será ser coronado como Rey o Reina del baile de graduación.

Pero con el paso de los años comenzaron a escoger a los estudiantes que serían Las Excepciones con base en su popularidad. Y lo que se convirtió en una etiqueta que de alguna manera reconocía a los estudiantes sobresalientes de Sunset Hills, se convirtió en un concurso de popularidad. Si tan solo alguien se tomara la molestia de revisar los anuarios escolares.

Lo odio.

Este lugar no tiene un verdadero espíritu desde hace años, y tal vez sea porque el equipo de fútbol no ha tenido una buena temporada o porque las porras que canturrea el escuadrón de porristas durante los partidos o a la hora del almuerzo durante la Semana del Espíritu eran robadas de escuelas en el lado este de la ciudad o de otros estados. ¡Por Dios, incluso algunos pasos de las rutinas eran robados!

Pero por desgracia formo parte de esta farsa que se encarga de alimentar el poco espíritu escolar que queda, pero no porque yo lo hubiera querido.

—¡Andrew! —llamó una de mis compañeras de equipo, agitando sus pompones frente a mi rostro— ¡Despierta! Necesitamos repasar la rutina.

—Ya la hemos repasado seis veces. Estoy cansado, me voy. —Tomé la maleta que estaba al pie de las escaleras y comencé a caminar hacia las puertas del gimnasio. «Ella no va a estar feliz por esto –pensé–, pero tengo hambre»—. Hasta mañana.

Me despedí sin mirar atrás. Ella comienza a gritarme y se detiene al darse cuenta de que la estoy ignorando. Me coloqué los audífonos y comencé a caminar hasta la parada del autobús, lamentándome por el día en que me dejé convencer por esto.

El atardecer es agradable; la brisa es fresca. Es relajante ver por la ventanilla del autobús y darse cuenta del juego de luces y sombras que forman los edificios del centro y el cielo cálido que cubre a la ciudad y a las personas que caminan por la playa con las sandalias cubiertas de arena, respirando el viento salado del océano.

Ahora soy parte de ellas.

Bajé en la parada de siempre y caminé un par de calles hasta llegar al edificio con bonitos árboles al frente, plantas creciendo a lo largo de los muros y herrería negra. Hay un camino de gravilla, casi siempre está húmedo porque los aspersores no están bien colocados y mojan más el camino que el césped; los muros son blancos y el piso está cubierto de baldosas que imitan la textura de la madera. El lugar es lindo y la renta no es muy alta, eso es algo difícil de conseguir en una ciudad como esta (aunque tal vez debería conseguir un empleo de medio tiempo para ayudar a pagarla).

No hay ruido al abrir la puerta. No hay una cabellera castaña en el sofá ni se escucha el canal de música en la televisión; no hay quejas del trabajo ni de la incompetencia de sus compañeros de oficina. Ella aún no llega.

Arrojé la maleta sobre mi cama, cambié ese horrible uniforme por un par de pantalones deportivos y una playera holgada que me gusta usar como pijama.

En el refrigerador hay sobras de comida, una rebanada de pastel a medio comer y jugo de naranja. Veo la hora en el reloj. «Ella probablemente llegará hambrienta. No puedo dejar que siga comiendo de esta manera». Rebusqué en el fondo del refrigerador, esperando encontrar algo con lo que pudiera cocinar una buena comida; un par de patatas, una zanahoria y una calabaza, también hay un poco de pollo y arroz blanco de la última vez que cenamos comida china. «No me molesta comer de las sobras de comida que guardamos, pero ella debería preocuparse más por lo que come». Y mientras los vegetales terminan de cocerse en agua caliente, aprovecho para preparar un poco de café y calentar una rebanada de pizza que ya tenía tres días en el refrigerador.

La comida estuvo lista después de quince minutos, y aunque no cocino muy a menudo debo admitir que me sorprende lo bien que huele.

En la sala hay una puerta corrediza que conduce al balcón; es lo suficientemente grande como para una silla y una pequeña mesa de madera en la que descansa una planta. Ese balcón es mi lugar favorito. Uno puede ver al océano y al sol fundirse en el horizonte al atardecer y separarse al amanecer con el aroma del café.

Me gusta ver el océano.

Es relajante perderse en él, imaginando los misterios y la belleza que guarda un mundo que se siente tan distante.

Mi celular sonó. Sam preguntaba sobre el reporte de biología, o mejor dicho, preguntaba si podía copiarlo.

Eso no me gusta.

La puerta se abre.

—Estoy en casa —dice ella, dejando sus zapatillas en la puerta y el maletín sobre el sofá—. Huele bien, ¿cocinaste algo?

—Pollo con vegetales —respondo. Dejo la taza de café sobre la mesa y le sirvo un plato con comida—. Cómelo mientras está caliente.

Ella me regala una sonrisa perezosa y se sienta a comer. Unos mechones de cabello caen sobre su cara y ella los coloca detrás de su oreja, con un movimiento delicado que es casi hipnótico.

—¿Cómo te fue en el trabajo? —pregunto. Lo hago para que ella pueda liberar el estrés que acumula en su espalda.

Ella sonríe.

—Sabes que agradezco que me lo preguntes todos los días, pero sé que no te interesa —dice ella, volviendo su vista al plato—. Hoy yo te lo preguntaré. ¿Cómo te fue en la práctica? ¿Es cierto que habrá un partido el próximo sábado?

Leo su mirada, está cansada y no está preguntando con una mala intención.

Ella ha estado allí todo este tiempo, apoyándome, y yo nunca le he agradecido por no darme la espalda. Sólo termino gritándole y desquitándome con ella cuando no es culpable de lo que pasó. El verdadero culpable vive en el espejo.

—Ah, ese estúpido partido. Meghan nos hizo repetir la estúpida rutina seis veces porque quiere que salga a la perfección.

—Eso es bueno, ¿no? Quiere que den lo mejor de ustedes —dice ella—. Todos los atletas practican una y otra vez para ser mejores.

—Yo era un verdadero atleta —gruño en voz baja—. ¡Y lo volveré a ser! ¡No me importa lo que digan los médicos, Verónica!

—Andrew —dice con voz suave—, ya hemos hablado de esto. Y no estoy de humor para escucharte gritar una vez más de lo mismo.

«Debería dejarla comer tranquila», pensé. Me levanté de la mesa, me sirvo otra taza de café y me encierro en mi habitación. El silencio al otro lado de la puerta dura treinta y dos segundos, después se escucha el noticiero de las siete.

A un lado de mi cama está el uniforme. No me gusta usarlo. No me gusta verlo. Pero hoy no quiero lavar la ropa así que no puedo dejar que se ensucie; el uniforme tiene un lugar especial dentro del armario: al fondo, detrás de los feos suéteres de navidad que provocan picazón en la piel. Cerca de la cama está la fotografía de un niño pequeño que sostiene una medalla y en su cara hay una sonrisa de orgullo, y sigo preguntándome por qué la tengo allí si cada que la veo me hace llorar.

¿Cómo decirle a ese niño que su vida se fue a la basura? ¿Cómo le explicas qué significan esas palabras de odio que escriben en su casillero o por qué los demás le dejan moretones en el cuerpo?

¿Cómo le dices que se acostumbrará a vivir con ese dolor?

🌟

Los pasillos de Sunset Hills están llenos de historia, pero si lo que quieres ver es algo de alguno de Las Excepciones te recomendaría que fueras al gimnasio de la escuela, cerca de la oficina de los directivos encargados del área deportiva; los alumnos la llaman «Sala de Trofeos» pero sólo es una vitrina con trofeos, medallas y fotografías que han ganado los equipos de fútbol, baloncesto y natación. Lo que más destaca en la vitrina es una fotografía del equipo de fútbol tomada en el '93. El segundo año de preparatoria de Sean Tempestad Richardson, su primer año como capitán. Él está sonriendo en la fotografía, y cada vez que la veo no me queda duda de porqué Sean fue uno de Las Excepciones en sus años como estudiante.

Me pregunto si aún recuerda lo que vivió en los pasillos de esta escuela. Cuál será la verdadera historia de uno de los jugadores más famosos del país.

—¡Ajá! ¡Sabía que estarías aquí! —Jonathan salta sobre mí, rodeando mi cuello con su brazo y despeinándome. Él dice entre risas:— Creíste que te saldrías con la tuya, pequeño bribón, ¡pero olvidas que El Gran J'onn J'onnz nunca pierde!

—¡Basta! ¡Sólo te gané una partida!

—Caminarás por la plancha, granuja. ¡Argh!

Le hago cosquillas en los costados y me suelta.

—Decídete, ¿eres un pirata o el Detective Marciano?

—Puedo ser ambos.

—No creo que puedas con tanta responsabilidad.

—Me siento tan ofendido en este momento.

Jonathan se acerca a la vitrina, como si estuviera buscando algo entre los trofeos y medallas.

—¿Por qué te gusta venir a este lugar? Los directivos nunca exhiben nuestros trofeos —dice Jonathan. Sus ojos se detienen en la fotografía de Sean Richardson—. ¿Sabes? Dicen que cuando Richardson era estudiante ayudó mucho a un chico que era parte de una pandilla. Él y otros estudiantes lo ayudaron a dejar las calles y a perseguir algo en la vida. Yo creo que es genial, ¿por eso la ves, no? Su fotografía.

—Sean conoció al entrenador Miller —digo con voz baja.

—¿Cómo lo sabes?

—Miller murió en otoño del '92. Durante el primer año de Sean. Sólo es una suposición.

Agradezco que Jonathan pretenda que le interesa la historia de la escuela, pero aún no puedo explicar por qué siento que algo extraño sucedió mientras Sean era un estudiante.

A los maestros no les gusta hablar sobre los alumnos de generaciones pasadas, y eso es sólo si le preguntas a aquellos que han dado clases desde antes de los noventa. Los anuarios en la biblioteca no ayudan mucho, pero sí muestran que muchos de los maestros renunciaron o se jubilaron antes de tiempo o después de 1995. Y aunque normalmente no me interesan muchas cosas, hay algo en la historia de esta escuela que no puedo ignorar. Tal vez Verónica tiene razón y estoy leyendo muchas novelas de detectives.

—Vamos, Andrew. La clase está por comenzar —dice Jonathan, con una sonrisa.

Todos los viernes tenemos clase de gimnasia. Y todos los viernes hacemos lo mismo: correr alrededor de la cancha por treinta minutos y pasar el resto de la clase haciendo algún ejercicio libre, aunque muchos preferían recostarse en el césped y descansar. Meghan y Jonathan, por ejemplo.

El día es caluroso, no hay muchas nubes en el cielo y todos estamos refugiados bajo la sombra de los pocos árboles que hay cerca de la cancha. No es cansado estar en clase de gimnasia, al menos para los que están acostumbrados a hacer un poco de actividad física, pero cuando vives en esta ciudad debes hacerte a la idea de que habrá días en los que estarás cubierto de sudor y tu piel esté pegajosa. No entiendo cómo Meghan y Jonathan pueden abrazarse en estas condiciones.

—Oye, Andrew —llamó Meghan—. Iremos al cine después de la escuela, ¿quieres venir?

—Gracias, pero no puedo. Quedé con alguien esta tarde.

—¿Tienes una cita? —preguntó Jonathan— ¡No puedo creerlo! ¡Es un milagro!

—No es una cita. Ayudaré a Sam con su reporte de biología.

El maestro hace sonar su silbato en la distancia.

—Bueno, si terminan temprano pueden venir con nosotros —dice Meghan con una sonrisa.

—¿Están seguros de que no quieren pasar un tiempo a solas? Puedo mantener a Sam fuera de casa por un par de horas.

—No será necesario. Nos sentaremos en la última fila —dice Jonathan con una sonrisa coqueta. Meghan se sonroja.

—Nos vemos después.

Son buenas personas. No me desagradan, y Meghan a veces me presta sus notas de química. Es sólo que detrás de esa imagen de pareja perfecta se ocultan dos adolescentes calenturientos que no tienen miedo de hacerlo incluso dentro de la escuela. Tampoco tienen vergüenza de pedirle a alguien como yo que cuide la puerta para que nadie se acerque y los encuentre en medio de...

Son buenas personas.

Jonathan ha sido mi mejor amigo desde que puedo recordar. Sus padres se divorciaron cuando él tenía tres años, pero hace algunos años que su mamá se casó con un hombre cuyo acento británico iba y venía como las olas que rompen en la playa; Jonathan tiene una hermanastra, Samantha, aunque nadie la llama de esa manera (en especial su novia). Jonathan es un buen estudiante y Sam... es una artista incomprendida.

El camino a la biblioteca es largo. Los pasillos ya están vacíos y los rayos de sol comienzan a invadir los rincones de la escuela, su luz es dorada y cálida, probablemente sea una noche fresca. La biblioteca nunca está vacía; en las mesas siempre siempre hay alguien que está estudiando para algún examen o haciendo tarea. Hay un área con libros de cada materia, usualmente el área de matemáticas y física es la más concurrida, todo lo contrario con el área de literatura inglesa cuyo uso es mayormente para las parejas que buscan tener privacidad.

Sam ya está en la biblioteca, tiene los audífonos puestos y está dibujando algo en su libreta. Me siento frente a ella y llamo su atención tocándole la mejilla.

—¡Por fin llegas! —susurró ella— Llevo diez minutos esperándote.

—Eso es mentira. Te vi cuando salías del baño. Llegaste hace poco.

Ella saca la lengua haciendo una mueca que me hace reír.

Tomo su libreta mientras ella busca algo en su mochila.

No sé qué estaba dibujando. Parece que es un pato pero si volteas la libreta ves la silueta de un búfalo. Tal vez no sé apreciar el arte o no comprendo lo que Sam llama «arte abstracto de la época moderna.»

Comenzamos escribiendo algo básico y fácil de entender, pero conforme avanza el tiempo en la mesa hay varios libros sobre biología, ciencias y algunos de astronomía. Aunque Sam tiene dificultades para concentrarse en la escuela logré que su atención se centrara en el reporte por al menos una hora y veinte minutos antes de que comenzara a jugar con el borrador. No está mal, considerando que cuando está en clase o con Jonathan su atención dura cuarenta minutos. Sam es buena en muchas cosas, pero no muchas personas aprecian lo que hace.

—¡Ya casi está listo! ¿Qué debería poner en la conclusión? —dijo, recargando su cabeza sobre el escritorio.

Se quita los anteojos por unos segundos y bosteza.

Son casi las siete. Deberíamos irnos.

—¿Estás cansada?

Ella asiente, sentándose de forma perezosa.

—¿Por qué no lo dejamos así por ahora? Se está haciendo tarde.

Sam sonríe. Ambos guardamos nuestras cosas y salimos de la biblioteca, no sin antes hacer que Sam prometiera terminar el reporte durante el fin de semana.

Al salir de la escuela nos encontramos con una agradable brisa. Tenía razón, es una noche fresca.

Sam suspira, tal vez de cansancio o porque está triste (conociéndola, sé que es porque no se siente bien). Le pregunto por qué está triste y ella se sorprende, como si no supiera que sus emociones son fáciles de leer. La novia de Sam es un año mayor que ella, las personas dicen que es demasiado madura para su edad, pero eso es porque nadie ha sido chaperón en una de sus citas; su nombre es Jenna y quiere estudiar física en el MIT.

Se conocieron en una galería de arte, al más puro estilo neoyorquino. Según lo que nos dijo Sam, ella estaba mirando una pintura de Monet (creo que eran unos nenúfares) cuando de pronto respiró un aroma suave, como el de las flores. Creyó que ya había pasado mucho tiempo mirando la pintura y que era cierto lo que decían los críticos sobre las pinturas de Monet: «La composición resulta tan libre que sus obras son cercanas a la abstracción. Uno puede sentirse dentro de esa escena hecha con óleo». Pero fue la voz de una hermosa chica de labios rosados la que le hizo darse cuenta de que no estaba dentro de los nenúfares de Monet. Y aunque se conocieron de una manera digna de una novela romántica, parece que el encanto que trajo consigo la pintura de Monet estaba en peligro de desaparecer en los últimos meses. Sam ha tenido problemas en la escuela y con sus padres por lo que ha estado muy sensible, y Jenna es el tipo de persona que dice las cosas de forma directa.

—Creí que hoy almorzarías con Jenna.

—Llegué tarde. La maestra de álgebra quería hablar conmigo en la hora del almuerzo porque mis notas han empeorado —dijo ella, conteniendo las lágrimas—. Cuando llegué a la cafetería, Jenna estaba un poco enojada conmigo. Creo que tiene razón al decir que últimamente no he tenido tiempo para ella.

—¿Le dijiste que estuviste hablando con la maestra?

Sam negó. El único problema que tiene su relación es la falta de comunicación.

—Ustedes dos necesitan hablar. Todos sus problemas podrían resolverse si solamente hablaras con ella —le digo con tranquilidad—. Jenna es inteligente y tiene buenas notas, ella podría ayudarte con la escuela. Así ya no tendrías que ocultarle el hecho de que tomas clases particulares los fines de semana y que por eso terminas dejándola plantada en sus citas.

—Supongo que tienes razón —dice ella—. ¿Pero cómo lo hago? Está enojada conmigo, no quiere verme.

—¿Desde cuándo te importa cuando alguien no quiere verte, ratoncita? —bromeo— Ve a verla en este momento. Y sin importar lo que pase sé sincera, háblale desde tu corazón. ¿No es así como lo hacen en las novelas que te gusta leer?

Tiene el rostro lloroso, pero logra sonreír por debajo de esas mejillas húmedas y rosadas. Me abraza y dice: «¡Gracias, gracias, muchas gracias, Andrew! ¡Eres el mejor!» Después de que me suelta se va corriendo en otra dirección, despidiéndose al otro lado de la calle.

Gracias por decir algo bueno sobre mí, Sam. Pero ambos sabemos que por dentro aún me siento culpable por lo que pasó y eso no cambiará nunca.

🌟

El fin de semana fue agotador. Entrenamos todo el día. Desde las siete de la mañana hasta las ocho de la noche Meghan nos hizo correr, saltar y hacer las acrobacias de la rutina hasta que fuera perfecta. Faltaban pocos días para el partido y, según los rumores, este partido sería importante para el equipo porque habían conseguido un nuevo mariscal de campo que podría ayudarles a terminar con su mala racha. No sé si es cierto y tampoco es como si me interesara mucho lo que sucede en la socialite de Sunset Hills, sólo me interesa que esta rutina se presente en la noche del juego para poder descansar. Es una buena rutina y Meghan trabajó muy duro en ella, entiendo que quiera que sea perfecta.

Meghan sabe que el equipo trabajó duro el fin de semana, por eso dijo que los entrenamientos previos al partido serían un poco menos demandantes.

El lunes por la mañana los pasillos están llenos. El recuerdo de la tranquilidad y el silencio de una tarde de viernes se pierde entre la multitud de alumnos que van de un lado a otro, subiendo y bajando las escaleras o quedándose en grupos a mitad del pasillo haciendo que sea más difícil llegar a clase. Las escaleras son más fáciles de transitar, pero aún hay personas corriendo de un lado a otro.

Entonces caigo.

Hay papeles por todos lados; cerca de mi pierna hay un libro de álgebra y frente a mí hay un chico que parece tener la misma edad que yo. Su cuerpo es algo musculoso y su cabello me recuerda al café que tomo por las mañanas mientras veo el océano. Pero no creo haberlo visto a él antes.

—¡Ah! ¡Lo siento mucho! —dice preocupado, poniéndose de pie. Toma mi mano y me ayuda a levantarme. «¿Qué es esto? ¿Por qué su mano se siente tan... cálida?»— ¿Estás bien? ¿Te lastimaste?

—No, estoy bien. ¿Esto es tuyo? —le entrego el libro. Los demás pasan de nosotros—. ¿Eres nuevo?

—Sí, es mi primer día —dice con una sonrisa. «¿En serio llegas a mitad del año?»—. Realmente lo siento, debí fijarme por dónde iba.

—¿Estás buscando algún salón?

—Ah, no, estoy buscando la oficina del director —dice nervioso—. ¿Sabes dónde está?

Le indico cómo llegar y él se despide con una sonrisa y una disculpa.

Hay algo raro con ese chico.

Suena la segunda campana y me apresuro a llegar al salón de clase.

Todos están hablando, a excepción de los chicos que se sientan en la primera fila. Unos chicos del equipo de baloncesto y una chica que también va conmigo en clase de arte me saludan y yo les respondo con una pequeña sonrisa. Al llegar a mi lugar siento la mirada de Jonathan sobre mí.

—A mí nunca me has dejado ver esa bonita sonrisa tuya, Andy —reprocha él—. ¿Es que ya no me quieres?

—¿Por qué estás siendo tan dramático? Si yo siempre estoy sonriendo.

—Te crecerá la nariz, Pinocho.

—¡Oh, no! Me voy a parecer a ti —digo con sarcasmo. Él niega lentamente, haciendo una pose dramática que me hace reír por lo bajo—. Eres un idiota, ¿te lo han dicho?

—Nunca tan temprano.

Se escuchan pisadas de tacón en el pasillo. La puerta se cierra y la maestra deja los exámenes de la semana pasada sobre el escritorio, es entonces cuando todo se vuelve silencioso y se pueden sentir los nervios de aquellos que saben que no les fue bien en una de los exámenes sorpresa que acostumbra hacer esta maestra. «Por eso muchos terminan tomando clases durante el verano. Algunos ni siquiera se molestan en aparecer después de la primera semana de clase porque saben que reprobarán –decían los alumnos del último año–. ¡Es imposible aprobar con ella! ¡Es el demonio!»

Es una mujer de mediana edad, aunque su cabello ya comienza a delatar su verdadera edad. Usa vestidos largos y coloridos durante los meses más calurosos del año. Su nariz es respingada y en ella descansan unos anteojos de media luna. A simple vista parece una mujer agradable, pero cuando está en clase su voz se vuelve pesada y da escalofríos.

—Voy a entregarles los exámenes de la semana pasada. Cualquier duda o pregunta que tengan me lo dirán al final de la clase.

Comienza a repartir los exámenes, y a juzgar por las caras largas de mis compañeros puedo decir que no les fue bien. Incluso Jonathan se ve preocupado.

La clase está por comenzar cuando alguien llama a la puerta. Es el director Hunt.

—Buenos días, señora Collins. ¿Me permite hablar con usted? —pide con voz educada y algo rasposa. La maestra asiente y sale del salón.

Los murmullos y risas estúpidas no tardan en escucharse. Qué maduros son.

El director se despide de la clase y la maestra entra luego de unos segundos. Se acomoda los anteojos y dice:

—Chicos, quiero presentarles a Matthew Williams. El nuevo integrante de la familia de Los Caballeros de Sunset Hills.

La escuela es demasiado pequeña. Él sonríe. Dios, creo que esa sonrisa es demasiado agradable para mi gusto.

«¿Ya viste? ¡Es muy lindo! –susurran las chicas sentadas al lado de mí, ignorando que algunos podemos escucharlas– ¿Crees que necesite a alguien que le muestre la escuela?»

—Siéntate donde gustes, cariño. Después te pondrás al día con la materia.

Él asiente y camina al lugar vacío enfrente de mí. La maestra se gira para escribir en el pizarrón y él me saluda. «¿Por qué tú sonrisa es tan brillante?»

—Hola —dice en voz baja—. Si hubiera sabido que estamos en la misma clase te habría comprado una bebida para disculparme por... lo que pasó.

—No necesitas hacer eso. Nadie salió lastimado.

Su mirada se vuelve suave y se gira al frente para prestarle atención a la clase.

Durante las próximas dos horas mi atención está entre las ecuaciones escritas en el pizarrón y en los lunares que Matthew tiene en el cuello; podría jurar que si se unen se formaría la constelación de Cassiopeia.

El sonido de la campana marca el final de las horas más largas y agotadoras para algunos; para mí, marca el inicio de un periodo libre que planeo pasar en la biblioteca. Jonathan se estira y suelta un gruñido al sentir que sus músculos descansan luego de estar sentado por mucho tiempo. Se despide de mí y de Matthew, que camina al escritorio de la maestra seguramente para pedirle el plan de estudios que lo ayudará a ponerse al día con la materia. Debe ser problemático llegar a la mitad del año. Ella le entrega una hoja rosada y me llama antes de salir del salón.

—Andrew, ¿podrías ayudar a Matthew a que se ponga al día con la materia?

—¿Disculpe?

—Acaba de llegar a la escuela, creo que será más fácil para él ponerse al día si recibe la ayuda de un estudiante estrella —dice con voz exagerada—. Por favor, Andrew.

La miro a los ojos por unos segundos antes de asentir.

—Pero con una condición —digo a mitad de su celebración. Saco el examen de mi mochila y se lo entrego—. El ejercicio catorce está bien.

—No, cariño. Te equivocaste en los signos.

—Revíselo una vez más, por favor. El ejercicio está bien.

Ella deja su maletín sobre el escritorio, rebusca entre los bolsillos hasta dar con su calculadora. Revisa el ejercicio dos veces antes de mirarme con sorpresa, me dice que tengo razón y cambia mi nota por una A. «Es por eso que me gusta que mis alumnos revisen sus exámenes –dice con una sonrisa nerviosa–. Ayudarás a Matthew y te daré puntos extra en la materia.» La maestra sale del salón mientras yo guardo el examen en la mochila.

Matthew se acerca a mí. Puedo oler su perfume, tal vez usa uno diferente al de los demás chicos. Huele bien.

—¿Estás libre el siguiente periodo? —pregunta, su voz es suave y algo tímida. Le respondo que sí—. Si quieres, podríamos ir a tomar algo e ir algún lugar para trabajar.

—¿Esto sigue siendo por lo del accidente?

Matthew se acomoda la mochila y asiente con timidez. «¿Por qué tienes que ser tan amable? ¡Fue un accidente, no pasó nada grave!», quisiera decírselo.

—Tengo que ir al baño. Te veré en la biblioteca.

No soy bueno relacionándome con las personas, por eso no tengo muchos amigos y prefiero estar solo. Intento no ser grosero con los demás; tampoco es como si odiara a todo el mundo, pero cuando las personas intentan acercarse a mí es cuando yo me alejo más de ellos. Sus sonrisas, su felicidad, su amabilidad... Alguien como yo no merece ser tratado de esa manera. Con Jonathan y Sam es diferente, ellos se acercaron antes de que todo cambiara y se negaron a dejarme aun después de que les pedí que lo hicieran. No sé por qué se quedaron y a veces me asusta saber la respuesta.

Tuve que mojarme la cara después de hablar con Matthew; mis mejillas estaban rojas, ¿me estaré enfermando?

Al llegar a la biblioteca encuentro a Matthew esperando en una de las mesas, está leyendo. Me acerqué y él levantó la mirada.

—Llegaste —dice con voz suave.

Deja el libro de lado y veo el título que reza en la portada: El Faro del Fin del Mundo. No conozco a muchas personas a las que le guste leer a Julio Verne; Sam alguna vez leyó Viaje al Centro de la Tierra para su clase de literatura, ella sabía que yo quería leer el libro, pero terminó contándome el final por accidente. Me compró una golosina para disculparse.

—Es un buen libro —digo, tomándolo con cuidado—. Lo leí el verano pasado, me gustó mucho.

—¿De verdad? Esta es la segunda vez que lo leo. Me gusta la complejidad que hay en el personaje de Kongre, creo que es de los mejores villanos de Verne —dice con una sonrisa—. ¿Qué te gusta leer, Andrew?

«¿Por qué quieres...? ¡No! ¡No vas a hacer eso, niño bonito!»

—Novelas de misterio, son mis favoritas —suspiro, le entrego el libro y saco de mi mochila el material de álgebra—. Deberíamos comenzar. Llegaste a la mitad del año y tenemos que cubrir muchos temas para que te pongas al día.

Abro mi libreta en el primer tema. Él la toma entre sus manos y pasa las páginas con cuidado, como si tuviera miedo de romper las hojas o arrugarlas.

—Así que estas son las notas de un estudiante estrella —dice con voz suave, pero su sonrisa es burlona y linda—. Descuida, puedo trabajar con ellas y con el libro. Si tengo alguna duda te lo diré.

—De acuerdo. Iré a buscar algo, no tardaré.

No mentí, realmente tengo que buscar algo.

La biblioteca conserva una copia de los anuarios de cada generación de los alumnos de Sunset Hills y una copia de todos los periódicos que se han publicado desde hace más de un siglo; lo que me interesa saber pasó en los noventa, pero cuando se está investigando este tipo de cosas nunca se sabe qué encontrarás. Me acerco con la bibliotecaria, una mujer de cabellera plateada y amable sonrisa, ella me ha ayudado mucho con la investigación que estoy haciendo. Pero parece que no recuerda mucho de la época en la que Sean Richardson estudió aquí.

Regreso a la mesa con un anuario viejo y periódicos laminados. Dentro del anuario hay fotografías de los clubes, equipos deportivos y eventos escolares. En el anuario del '92 Sean recibe una mención honorífica por ser el mejor jugador del equipo y el chico más destacado del primer año. Algo llama mi atención entre los nombres de los otros chicos del primer año, hay un cuadro en blanco en donde debería estar la fotografía de alguien llamado Viktor Crane.

Me parece haber escuchado ese nombre antes, en algún otro lugar.

—Andrew —susurra Matthew. Le dirijo una mirada por encima del anuario, él ríe—. Lamento interrumpir tu trabajo de detective, pero ¿podrías ayudarme con algo? Por favor.

—Ah, claro.

Dejo el anuario de lado y él se acerca. Le explico cómo resolver una ecuación diferencial, pero tengo la sensación de que él ya sabía cómo hacerlo.

Estar cerca de él me permitió darme cuenta de algunas cosas: sus pestañas son largas y curveadas, y tiene la costumbre de morderse el labio mientras está analizando un problema.

Y su letra es bonita.

🌟

Después del periodo libre, Matthew escribió su horario de clases en mi libreta. Estamos juntos en la clase de historia y en la de ciencias por lo que no me sorprendió mucho que los maestros me pidieran que lo ayudara a ponerse al día con la materia. «¿Por qué no lo hacen ustedes? ¿O por qué no dejan que él lo haga por su cuenta? Es suficientemente capaz de hacerlo solo.»

Volví a la biblioteca en la hora del almuerzo; Jonathan estaría con Meghan y Sam estudiaría con Jenna, me alegra saber que pudieron arreglar sus problemas. Espero que realmente vayan a estudiar.

Durante la clase de historia intenté recordar dónde había escuchado antes el nombre de Viktor Crane, y la respuesta estaba allí mismo en el anuario: Valentina González. La escritora de esa popular trilogía de fantasía. Ella estudió en Sunset Hills y fue compañera de Sean Richardson. Usé las computadoras de la biblioteca para buscar más información que me diera respuestas de la relación que había entre Valentina y Viktor; entre los resultados destacaba una entrevista que dio Valentina para el New York Times poco después de que se publicara el primer libro de la trilogía. El entrevistador le preguntó qué la inspiró a escribir una novela de fantasía, por qué decidió salir de su zona de confort, y su respuesta llamó mi atención: «Cuando tenía dieciséis años le hice una promesa a mi amigo Viktor, y me tomó mucho tiempo y esfuerzo cumplirla. Espero que, donde sea que esté, Viktor se sienta orgulloso de mí y de lo mucho que he progresado desde la última vez que nos vimos...» El entrevistador dejó una nota al final de la entrevista donde dice que él, como un fanático de las novelas de Valentina, le sorprendió mucho leer algo diferente a lo que ella normalmente escribía. Y que esperaba que las lágrimas que guardaban sus ojos fueran de felicidad.

Nunca he leído a Valentina González, tal vez deba comenzar a hacerlo. Pero ahora tengo interés por saber si esas lágrimas que menciona el entrevistador en su nota fueron realmente de felicidad. Si Valentina y Sean fueron compañeros, entonces es probable que Viktor también esté relacionado a Sean. Buscaré más cosas en el anuario del '93. Espero encontrar más información de Viktor o Valentina.

Suena la campana. Tengo que ir a clase de arte.

🌟

Hace un buen día; el sol brilla, la brisa es fresca y es agradable sentirla en el rostro. Debo felicitar a Meghan por escoger un buen día para practicar en la cancha, ya me estaba cansando de estar en el gimnasio. El equipo de fútbol está en el otro extremo de la cancha así que no serán una molestia con los balones perdidos.

—¡Muy bien! Ya calentamos, ya nos estiramos, ahora daremos cuatro vueltas a la cancha. ¡El que deje de correr invitará la pizza el viernes! ¡Vamos, vamos!

Meghan estaba más animada que de costumbre, y podía deberse a la miradas ligeramente lascivas que le dirigía a Jonathan. «Si me piden que les cuide la maldita puerta una vez más... –pensé, pero después recordé a cierta persona a la que tenía qué ayudar. Tenía una buena excusa–. Tendrán que buscarse a alguien más.»

Salí primero. Jonathan y Meghan intentaban seguirme el paso pero estaban detrás de mí por un par de metros, además de que tenía la ventaja de haber salido unos segundos antes que ellos.

El clima se siente más caluroso cuando comienzas a sudar, al menos hace un poco de viento. Estaba por llegar al otro lado de la cancha, donde entrena el equipo de fútbol; reconozco sus apellidos porque algunos de ellos salen con las chicas del escuadrón de porristas. Sin embargo, hay uno que llama mi atención al instante y me hace querer sonreír al escuchar su voz. El chico con el número ocho en la playera, con el apellido «Williams.» Le quedan bien los colores de la escuela.

—¡Andrew! —grita con emoción, saludándome, agitando su mano.

Regresé el saludo, sonriéndole; él regresa al entrenamiento y me convenzo a mí mismo de que es imposible que haya podido ver su sonrisa a través del casco.

Jonathan logra alcanzarme, hay una expresión divertida en su rostro y tiene la ceja enarcada.

—Ese chico Williams es muy amigable, ¿no?

Asentí. No mentía. Las pocas horas que compartí con él me dejaron en claro que es alguien bastante amigable. Pero seguía preguntándome cómo es que las mejillas no le dolían por sonreír todo el tiempo.

Esperaba verlo un poco más de cerca en las últimas dos vueltas. Pero no volvimos a coincidir.

Repasamos la rutina una vez más después de correr, corrigiendo detalles menores que no se apreciarían al momento de presentarla en el partido. «¡Tiene que ser perfecta! No permitiré que esa pirata se burle de nosotros otra vez.» Aún no entendía el porqué de la rivalidad que había entre Meghan y la capitana de Los Piratas, pero estaba seguro de algo: es ridícula.

La práctica terminó temprano. «¿Es esto a lo que Meghan se refería con prácticas un poco menos demandantes? –pensé mientras salía de las duchas–. Sólo nos dejó ir media hora antes.» Sequé mi cabello y me vestí. Los demás ya se habían ido, otros estaban fumando en el estacionamiento, yo esperaba caminar tranquilo hasta la parada del autobús. Al llegar a casa podría leer un poco más sobre Valentina y Viktor; no puedo llevarme los anuarios a casa porque forman parte del archivo de la escuela así que tengo que conformarme con las entrevistas que hay en internet y con los periódicos viejos.

Habría pasado la noche solo, encerrado en mi habitación con nada más que una botella de jugo y palomitas, rodeado de periódicos y haciendo anotaciones en mi libreta, hasta que volví a oler ese perfume.

Sus pasos se hicieron más fuertes y volví a ver su sonrisa.

—¿Vas a casa? —pregunta él, le digo que sí— Estuve viendo su rutina, creo que es muy buena.

—Ustedes también son buenos —digo, intento que mi voz sea tranquila pero me pareció que se escuchó muy seca. «No, relájate. No estás siendo grosero con él. Respira»—. Es tu primer día en la escuela y te aceptaron en el equipo, debes ser realmente bueno. Felicidades.

—No es lo que parece —dice, nervioso—. Conozco al capitán desde hace tiempo, fuimos a la secundaria juntos. Le dije que mudaría a la ciudad y él dijo que les hacía falta un mariscal de campo. Le habló de mí al entrenador y me pusieron a prueba la semana pasada.

—Expulsaron al otro mariscal —él me mira confundido—. Lo encontraron fumando marihuana en los baños.

Caminamos en silencio hasta la parada del autobús.

—¿Quieres ir por un café? —dice con voz suave, tomándome por sorpresa— Podría necesitar ayuda con algunas materias, y aún queda mucho por hacer.

«Maldición. Es el tipo de persona al que cuesta decirle que no.»

—Supongo que me vendría bien una taza de café.

Él sonríe. Supongo que no es mala idea cambiar el jugo por el café, la oscuridad de mi habitación por una cafetería... Esa sonrisa es peligrosa.

Al tenerlo a mi lado me doy cuenta de otra cosa: es más alto que yo.

🌟

Para ser una cadena de cafeterías bastante popular terminamos en una que no tiene muchos clientes por la noche. Los muebles y espacios para descansar están bien distribuidos por lo que hay un poco de privacidad; el ambiente es tranquilo, se escucha una agradable música instrumental por las bocinas de la cafetería. No me molestaría pasarme el día entero en este lugar.

Pedí un café negro, como de costumbre, y él pidió una bebida que tenía trocitos de galleta.

Nos sentamos en un sofá, cerca de la ventana, y en poco tiempo la pequeña mesa de madera desaparece entre libros y hojas con ecuaciones. Matthew aprende rápido y sólo hace preguntas ocasionales sobre cosas sencillas, incluso llegué a preguntarme si lo estaba haciendo a propósito. Le presté mis libretas, y una vez más dijo que le gustaban porque estaban muy limpias y ordenadas.

Pasadas dos horas, Matthew se sentó sobre el alfombrado y transcribía algo de la clase de historia. Yo tenía la computadora en el regazo y estaba leyendo más de las entrevistas que había dado Valentina González cuando publicó el primer libro de su trilogía. En todas dice lo mismo y repite el nombre de Viktor Crane muchas veces refiriéndose a él como un amigo cercano.

Casi todo el personal de la escuela es nuevo, son muy pocos los que llegaron a conocer a Sean, Valentina o Viktor en su época de estudiantes; intenté preguntarle a la bibliotecaria pero la mujer tiene problemas de memoria, y el director Hunt se rehúsa a hablar de ello por respeto a la privacidad de los alumnos. Los maestros sólo los recuerdan cuando estaban en clase, pero aseguran que no había nada raro con ellos, eran adolescentes comunes y corrientes. Con cada segundo que pasa siento que me estoy adentrando en un callejón sin salida. Puede que realmente haya pasado algo en Sunset Hills, pero la probabilidad de que todo esto sea una pérdida de tiempo incrementa con cada segundo. Nada asegura que Sean, Valentina y Viktor hayan pasado más allá de un saludo en los pasillos o ser compañeros de clase. Pero por algún motivo siento que no puedo abandonar esta investigación, puede que sea porque es lo único que me mantiene cuerdo o porque es lo único que apenas puedo recordar de mi pasado.

—Andrew, ¿tienes hambre? —pregunta Matthew. Su cabello está ligeramente desordenado y cubre sus orejas. Me mira curioso—. ¿Estás bien? Te ves algo... pálido. ¿Quieres que te traiga un poco de agua?

Yo niego. Dejo la computadora de lado y suspiro, sintiéndome frustrado, cansado... ¿confundido? Mis manos comienzan a temblar, siento punzadas en la cabeza...

Matthew pone su mano en mi frente, está tomando mi temperatura. Tiene una expresión de preocupación en el rostro y no deja de mirarme a los ojos.

—¿Has comido algo? —pregunta con voz suave.

—Comí mucho en el almuerzo. No quería desmayarme en el entrenamiento.

—Tienes un poco de fiebre. Te traeré una pastilla y algo de comer. ¿Te gustan los sándwiches de pollo?

—S-sí...

—De acuerdo. Espera aquí.

Su voz es cálida, se siente como un abrazo. Como si siempre hubiera estado allí.

Me recosté en el sofá, viendo el techo de la cafetería, sintiendo que todo a mi alrededor comienza a dar vueltas. Las punzadas en mi cabeza se hacen más fuertes; me cuesta respirar, me tiemblan las piernas y no puedo ver con claridad. Todo comienza a hacerse más pequeño. Hace calor. Mi cuerpo se siente frío. Un zumbido me atraviesa la cabeza, se hace más fuerte, es insoportable... y me lastima.

Necesito respirar. Necesito...

No siento mis músculos, no siento ninguna parte del cuerpo, es como si no pudiera controlarlo. ¿Cómo es que me puse de pie? ¿En qué momento llegué a la calle? Las luces, me envuelven, me marean. Me confunden. No puedo pensar... en mi cabeza sólo está ese zumbido ensordecedor.

«Andrew... Andrew... ¡Andrew! ¡Andrew!»

Tengo frío.

«¡Andrew, despierta!»

Está lloviendo. Las gotas de lluvia se deslizan sobre mi rostro. Hay luces que se acercan, y voces que no reconozco. Apenas puedo moverme. Duele. Duele. Todo es doloroso.

«¿Está respirando?» «¡Tenemos que llevarlo a un hospital!»

¿Dónde estoy?

«¡Andrew, Andrew!»

¿Por qué estoy cubierto de sangre...?

«¡Andrew!»

Es su voz.

—Andrew, ¿puedes escucharme? —«No estás sonriendo... ¿Por qué?»— Andrew, despierta... Por favor...

Matthew... ¿Te han dicho que eres una persona muy cálida?

—¿Dónde estoy? ¿Cómo llegué aquí?

—¡Andrew! ¡Gracias a Dios estás bien! —dice, sosteniéndome entre sus brazos—. ¿Puedes ponerte de pie? ¿Quieres que te lleve a casa?

—No, estoy bien... Sólo... ¡Agh! Me duele mucho la cabeza.

Hay personas a nuestro alrededor, mirándonos curiosas. Matthew me toma por la cintura y pone mi brazo al rededor de su cuello para levantarme. Me llevo la mano a la cabeza, quejándome por el dolor que estoy sintiendo. Las personas a nuestro alrededor, algunas ayudan, otras murmuran cosas entre ellas; unos pasan de largo y otros le hacen preguntas a Matthew.

Siento un escalofrío en el cuello. Al otro lado de la calle hay alguien, está vestido de negro, no deja de vernos.

—Matthew... —digo con voz débil, sintiendo una extraña sensación de miedo al ver a esa persona— Matthew... por allá...

Él se gira con cuidado hacia donde estoy señalando.

—¿Viste algo?

—Hay alguien allí... al otro lado de la calle.

Matthew me sujeta con fuerza, intenta protegerme de algo que no podemos ver. Pero él sabe que está allí.

Ambos entramos a la cafetería. Él me sienta con cuidado sobre el sofá, tendiéndome un vaso con agua. Poco a poco comienzo a sentirme mejor; el frío deja mi cuerpo. El agua es fresca, y uno de los empleados de la cafetería nos dio unas aspirinas para el dolor de cabeza. Matthew no deja de preguntarme cómo me siento, si quiero irme a casa o recostarme en el sofá. Su rostro es brillante. Ha estado a mi lado en todo este tiempo, y por algún motivo tenerlo cerca se siente familiar para mí.

—¿Te duele algo? ¿Quieres que traiga un té? —pregunta, preocupado. Tiene los ojos cristalizados.

«Lo siento, Matthew, sólo te estoy dando problemas...»

—Ya me siento mejor... Gracias... —Él no se ve muy convencido de mis palabras. No me extraña, siento que mi voz está débil en estos momentos—. Sólo tengo que recostarme por un minuto. Estoy bien, en serio. No te preocupes por mí y sigue trabajando.

Él asiente, aún con esa mirada de desconfianza. Quiero decirle que no tiene porqué preocuparse de mí, pero saber que alguien como él puede cuidar de alguien de como yo... se siente diferente. No es como cuando mi hermana o mis amigos cuidan de mí; cuando él acaricia mi cabello o me sostiene para no caer, se siente diferente. Es diferente estar con él porque no se siente extraño.

Al verlo ahí, sentado sobre la alfombra, concentrado, haciendo las ecuaciones que le trajeron dolores de cabeza a todos los de la clase... Matthew no parece un mariscal de campo. ¡Por Dios, ni siquiera parece un jugador de fútbol! Es terriblemente inteligente (y también es terrible cuando intentando ocultarlo), es muy bueno en matemáticas y en ciencias, y sabe cosas de historia que no vienen en los libros de texto; su piel es suave, su sonrisa es linda al igual que los pequeños gestos y expresiones que hace cuando está estudiando, tiene lunares en el cuello que forman constelaciones, y es agradable escuchar su voz.

Matthew no parece un mariscal de campo. Él es...

—Un adorable nerd...

Tal vez fue porque me sentía agotado por todo lo que había pasado porque lo último que recuerdo es que estaba viendo a Matthew, sentado de forma infantil. Después de eso, después de que esas palabras salieron de mis labios como un susurro que apenas pude escuchar, me quedé dormido.

🌟

Al día siguiente Jonathan y Sam me atacaron con un preguntas: ¿Cómo llegaste a casa anoche?, ¿él te llevó?, ¿Matthew tiene auto?, ¿es lindo? ¿Qué dijo tu hermana cuando llegaste? ¿Por qué te desmayaste? Y en ese momento sólo quería esconderme en mi sudadera hasta quedarme dormido o hasta que se rindieran. Pero los conocía y sabía que la segunda opción estaba lejos de ser posible.

Matthew me despertó cerca de la diez de la noche; dormí por casi tres horas. Las luces de la cafetería estaban apagadas, había pocas personas, entre los clientes y el personal. Matthew ya tenía colgada su mochila, y había arreglado la mía. Yo estaba cubierto con una manta delgada.

—Andrew, despierta —dijo con voz suave.

Tomó mi mano y arregló un poco mi cabello.

—¿Te sientes mejor?

—Lo siento, no pude ayudarte con álgebra.

—Me importa más que estés bien —dijo él, con una mirada suave—. ¿Vives lejos de aquí? Puedo llevarte a casa.

—Llegamos aquí en autobús.

—Hablé con mi mamá, ella vendrá por nosotros.

Aún seguía cansado; me dolía el cuerpo y me costaba ver con claridad. Sentí que acarició mi mejilla. Me ayudó a ponerme de pie y le entregó la manta a uno de los empleados de la cafetería, agradeciéndole por su ayuda.

No recuerdo mucho de lo que pasó después; recuerdo a una mujer de hermosa sonrisa y voz maternal, a una camioneta blanca, y un hombro cálido en el que me quedé dormido. Creo que Verónica me ayudó a subir las escaleras.

Recuerdo que soñé con una bonita caligrafía y un agradable olor a café.

No pude seguir con mi investigación. Tal vez pueda leer algo durante la hora del almuerzo.

—¿Y bien? ¿Qué pasó anoche entre tú y Matthew? —canturreó Sam, con una sonrisa— ¡Te llevó a casa! Qué caballeroso.

—Por más feliz que me haga saber que ustedes dos se están llevando bien, estoy más preocupado por lo que te pasó —dijo Jonathan, sentándose frente a mí—. Es la primera vez en cinco años, ¿seguro de que estás bien?

—Estoy bien, en serio —digo en voz baja—. No quiero que se preocupen más por eso. Ya pasó.

—Matthew cuidó bien de ti —dijo Sam—. Después le daremos las gracias. Por eso, y por llevarse tan bien con nuestro pequeño bebé Andrew.

—Realmente esperas que pase algo entre nosotros, ¿verdad? —pregunto, recargándome en el respaldo de la silla. Ella mueve la cabeza, sin que esa sonrisa desaparezca—. Sam, esto no es una de esas novelas románticas que te gusta leer, esto es la vida real. Ambos sabemos que esto es sólo temporal mientras él se pone al día con las materias.

Jonathan comienza a reír y Sam reprime una carcajada.

—¡No puedo creerlo! ¡Te estás haciendo suave por él! —dice Jonathan entre risas— En el pasado ni siquiera habrías aceptado ayudarlo, eso quiere decir que al menos te agrada.

—El que me agrade no quiere decir que vayamos a tener algún tipo de relación.

—¿Alguien más te ha hecho sonreír, Andy? —cuestiona Sam, con aires de superioridad—. Además de él, tu hermana y nosotros, claro. ¿Alguien más lo ha hecho? Hacerte sonreír de verdad.

Lo que están diciendo no tiene sentido.

—Me cambiaré de lugar.

—¡NO! —chillan los dos, deteniéndome por la cintura— ¡Sólo estamos jugando! ¡No te vayas!

Aunque me pasé gran parte de la clase de biología haciendo dibujos en mi libreta, internamente sabía que tal vez Jonathan y Sam tenían razón; no soy bueno haciendo amigos, tengo que estar cerca de alguien como Jonathan para que hablar con los demás no sea tan complicado. Esto es mi culpa. Me siento incómodo cuando las personas intentan acercarse o quieren saber más sobre mí. Pero con Matthew es diferente. Anoche, al tenerlo a mi lado, esa sensación familiar se sintió más bien como si algo perdido regresara a donde se supone tiene que estar. «¿Por qué me siento así? ¿Es porque estar con él es agradable? ¿O es simplemente porque es una buena persona que trata bien a todo el mundo...? –pensé, viendo por la ventana– ¿Por qué serías bueno con alguien como yo?»

🌟

Cuando la clase terminó, entre las voces de las personas que salen de la clase, escucho a mis amigos diciendo: «¡Matthew, hola! ¿Cómo estás?» Al verlo, me aferro al tirante de mi mochila, mis labios enuncian con voz torpe un «Hola.» Entonces aparece su peligrosa sonrisa.

—¿Q-q-qué haces aquí? —pregunto.

«¿Por qué estoy nervioso?»

—Vine para saber cómo te sientes —dice, su voz es suave—. No pude dormir bien porque estaba preocupado. Anoche te veías muy agotado.

—Ah, sobre eso...

—¡Cierto! ¡Gracias por cuidar tan bien de Andrew, Matt! —dice Sam, interrumpiéndome— Qué bueno que estuviste allí para él.

—Salvar la vida de Andrew es algo que nunca podremos pagarte —dice Jonathan, dramatizando—. Te invitaremos un jugo de la cafetería.

—No es necesario —dice él, avergonzado—. Saber que Andrew está bien es suficiente para mí.

«¿Por qué tienes que decir eso cuando estás mirándome a los ojos? ¡Ya estoy bastante nervioso y confundido como para que vengas a hacer de las tuyas, niño bonito!»

—Gracias por ayudarme —digo—, y por llevarme a casa. Tu mamá fue muy amable.

Sam propone que almorcemos juntos, y antes de que pueda decir que no, ella me toma de la mano y caminamos juntos a la cafetería de la escuela con Jonathan y Matthew siguiéndonos. El día de hoy están sirviendo estofado de carne y guisado de vegetales, suena y se ve bien en el menú, pero no soy fanático de la comida que sirven aquí (hablando de los estofados). Las bebidas son buenas, siempre hay jugo de frutas y agua embotellada, algunos días sirven té y un café que no es muy bueno.

Les digo que iré a buscar una mesa y Matthew me acompaña. Se siente bien caminar junto a él, sin embargo, tiene poco tiempo de haber llegado a la escuela y parece que ya ha hecho amigos (no debería sorprenderme, él dijo que era amigo de alguien en el equipo de fútbol). Las personas nos miran, siempre miran a Matthew.

Hoy hace un buen día; la brisa es fresca. A muchas personas no les gusta sentarse en las mesas de la terraza porque no quieren que su cabello termine lleno de pequeñas hojas secas o que su costosa ropa de diseñador se ensucie con el polvo; a mí me gustan porque están lejos del caos y el ruido de la escuela, aunque sólo sean un par de metros.

—Este lugar es agradable —dice él—. En mi otra escuela no había terraza, pero este lugar... se siente bien estar aquí.

—Es muy tranquilo.

—Te gusta mucho la tranquilidad, ¿no es así? Por eso siempre estás en la biblioteca —dice, sentándose frente a mí—. No conozco a muchas personas a las que les guste Julio Verne, mucho menos si son porristas.

—No conozco a muchos deportistas que sean buenos en álgebra —contraataco. Él se sonroja—. Aunque aún te falta mucho para ser un estudiante estrella.

—Bueno, sólo he estado aquí un par de días. Aún tengo tiempo para ponerme a tu nivel de estudiante estrella, Hart.

Él se acerca, mirándome de forma retadora. Intenta ponerme nervioso, pero no pienso darle ese gusto.

«¿Está mirándome a los ojos... o a los labios?»

—Por cierto, te traje algo —dice él, sacando una bolsa de papel de su mochila—. Es el sándwich que te compré ayer. No pudiste comerlo, así que lo pedí para llevar. Parecía que no te gustaba lo que están sirviendo en la cafetería y creí que tal vez querrías comerlo.

—Tienes razón. Los estofados de la cafetería no me gustan mucho. Te lo pagaré...

—No es necesario. Yo invito.

—Gracias.

¿Qué habría pasado si el menú de la cafetería era diferente? ¿Qué tal si servían algo que sí me gustara comer? ¿Matthew se habría comido el sándwich o se quedaría guardado en su mochila?

«Realmente eres una buena persona, ¿por qué?»

Jonathan y Sam llegan a la mesa, cada uno con una bandeja de comida en mano, le entregan un jugo a Matthew y se sientan con nosotros. En medio de la conversación les pregunto de dónde se conocen ya que hablaban de cosas de las cuales yo no estaba enterado o desconocía por completo; Matthew comparte clase con los tres, pero tiene más clases con Jonathan. Álgebra, ciencias e historia las tiene conmigo; física y arte con Sam; literatura, geografía, química y economía doméstica con Jonathan. «Parece que todos compartimos a Matthew –dice Sam–. No peleemos por su atención, todos tenemos una dosis diaria del encanto Williams.»

—Qué graciosa eres, Sam —digo, burlándome de su expresión. Ella se ríe.

—¡Y qué delicioso sándwich tienes allí, Andy! ¿Tú lo preparaste? —pregunta ella.

—Es de la cafetería a la que fuimos ayer.

—¡Ah, ya veo! Ya se me hacía raro que pudieras preparar algo que se vea así de bien.

Ella se echa a reír a carcajadas hasta que el estómago le duele. A veces puede llegar a ser muy infantil, me pregunto si tendrá un botón de apagado en la espalda.

—Andrew —dice Matthew, interrumpiendo la risa de Sam—, hay algo que quiero preguntarte. ¿Puedo?

—¿Deberíamos dejarlos solos? —pregunta Jonathan, haciendo sonrojar a Matthew

—Es sobre lo que has estado investigando en la biblioteca, en los anuarios, periódicos y todo lo demás. ¿Es para alguna clase?

Puedo asegurar que él realmente quiere saberlo, tiene esa chispa de curiosidad en los ojos y se ve nervioso por saber la respuesta. Pero después de lo que pasó ayer, no he dejado de preguntarme la verdadera razón por la que estoy haciendo todo esto; a los ojos de los demás parece que sólo estoy obsesionado con Sean Richardson, y ahora se suma a la lista una autora best-seller del New York Times. Él creería que soy un fanático que está yendo muy lejos sólo para conseguir información de la vida privada de los famosos.

—Andrew cree que algo pasó en esta escuela, hace muchos años —responde Jonathan—. Algo extraño, pero que es difícil de ocultar. Algo que involucra a Sean Tempestad Richardson y tal vez a otras personas.

Matthew se queda en silencio por unos segundos. Me mira curioso, y mentalmente ya estoy preparado para escucharlo reírse de mí.

—¿Qué crees que pasó? —pregunta él.

Entonces lo miro a los ojos, veo que esa chispa crece y sigue creciendo. Realmente le interesa.

—Él lo sabe, no lo cree —repuso Sam, tranquilamente—. Andrew no cree que algo pasó, él lo sabe. ¿No es así, Andy?

Antes de que pueda decir algo, se acercan a la mesa dos de sus compañeros del equipo de fútbol; nos saludan con una sonrisa y le dicen algo a Matthew. Él intenta pedirme perdón con la mirada. Sus compañeros comienzan a hablar con Jonathan y Sam. Matthew se acerca, se inclina sobre mi oído y me susurra: «Estarás libre después del almuerzo, ¿no?» La calidez de su voz me eriza la piel, siento que mi rostro arde al decirle que sí. «¿Podemos vernos en la biblioteca?» Los demás nos ignoran, estarán riéndose de alguno de los chistes de Jonathan. Matthew me mira a los ojos, entonces siento que hay algo más en su mirada. «¿Necesitas terminar con los apuntes de la clase de ciencias, no? –pregunto, evitando mirarlo a los ojos. Él asiente–. Nos vemos en la biblioteca después del almuerzo.»

Matthew se despide con una sonrisa y se va con los chicos del equipo de fútbol. Mis amigos me miran, sonríen de forma burlona, y me acorralan entre ellos.

—¿Realmente quieres que creamos que lo de ayer no fue una cita? —se burla Sam— Dios, podríamos cortar la tensión con un cuchillo para mantequilla, Andy.

—No fue una cita.

—Supongamos que te creemos —dice Jonathan—. Si no quieres tener algún tipo de relación con él, ¿entonces por qué estás sonrojado?

—Pareces un to-ma-te —dice Sam—. Un adorable tomate que no quiere admitir que le gusta el chico Williams.

—No me gusta.

—¡Te compró un sándwich! ¡Un sándwich de pollo! —exclama Jonathan— Te llevó a casa, te ayudó cuando te desmayaste, te cuidó por horas hasta que mejoraste...

—Y te hace sonreír de verdad. ¡Mírate! Te ves tan lindo cuando no aceptas tus sentimientos.

—Ustedes dos realmente son hermanos, ¿cierto?

—Libera tus sentimientos, tesoro —canturreó Jonathan.

Termino de comer el sándwich. Me levanto de la mesa y me despido de ellos, estaban ahogándose en su propia risa cuando me fui de ahí.

Sentía que las manos me temblaban. Agradezco que hayan llegado sus compañeros de equipo, aún no me siento seguro de hablar con Matthew sobre lo que estoy investigando.

Al recordar lo que pasó la noche anterior siento un escalofrío recorrer mi cuerpo; había alguien al otro lado de la calle, estoy seguro de eso, no dejaba de mirarnos. No es la primera vez que siento que alguien me observa, y comienzo a preguntarme si podría estar relacionado con esta extraña corazonada que siento sobre la escuela Sunset Hills.

Nadie sabe la causa de muerte de Joseph Miller, y los rumores no tardaron en escucharse por los pasillos de la escuela. Según lo que me contó el profesor de inglés (que es de las pocas personas que todavía lo recuerdan), el luto por la muerte del entrenador Miller no pasó más allá del equipo de fútbol y de la oficina del director Hunt. Hay una página que honra su memoria en el anuario del '92, el hombre tenía una prótesis y parecía un saco de piel con mirada triste; Sean Richardson lo ha mencionado en algunas entrevistas, dice que Miller vio su potencial mucho antes que él mismo. Creo que Sean apreciaba al entrenador Miller.

Después está Viktor Crane...

Llegué a la biblioteca antes de que terminara la hora del almuerzo. Supuse que Matthew llegaría poco después de que sonara la campana. Saludé a la bibliotecaria, ella me entregó los anuarios, y me instalé en una de las mesas; en mi mochila guardaba una copia de los periódicos que guardaba la escuela en sus archivos y una libreta en la que anotaba cualquier cosa que llamara mi atención. Debajo del nombre de Viktor Crane había preguntas, y cada vez había más tinta roja señalando su nombre.

Hasta ahora lo único que sé es que Viktor fue estudiante de Sunset Hills, entrando en el '93, así que estaba en la misma generación que Sean y Valentina. El anuario se publica al final del año escolar, se toman las fotografías con cuatro o cinco meses de anticipación porque el comité encargado del anuario se esfuerza mucho en hacerlo (antes los hacían mejor, supongo que les tomaba más tiempo preparar todo). Viktor Crane es el único chico del primer grado que no tiene una fotografía. No hay ninguna fotografía suya en el anuario del '92. Pero sí hay fotografías suyas en las actividades de fin de curso del '93. ¿Qué pasó entonces? El profesor de inglés no recuerda mucho el nombre de Viktor, pero sí recuerda que se ausentó por mucho tiempo en su primer año. Aun así pasó de grado. «¿Será que se mantenía al día desde casa? –pensé– La escuela tiene una opción para los alumnos que contraen una enfermedad o algo así puedan seguir estudiando y no pierdan el año. Tal vez Viktor enfermó a principios de su primer año y estudiaba desde casa. ¿Pero qué pudo haberlo enfermado por tanto tiempo?»

—Hola, señor Holmes —susurra una voz, tomándome por sorpresa. Al girarme me encuentro con la sonrisa de Matthew—. Lo siento, te veías tan concentrado y creí que sería divertido asustarte.

—No me asustaste. ¿Hace cuánto que llegaste?

«¿Ya sonó la campana? No recuerdo haberla escuchado.»

—Acabo de llegar —dice él.

Se sienta frente a mí, buscando sus materiales de estudio en la mochila. Yo reviso la hora en mi celular; no he escuchado la campana porque aún no termina la hora del almuerzo. Le entrego a Matthew mi libreta de ciencias, y seguimos la dinámica que hemos manejado desde el primer día: él estudia, yo me dedico a algo más.

Y sumergidos en el silencio de la biblioteca, él escribiendo y yo revisando los periódicos, uno de los encabezados de primera plana llama mi atención: «¿Dónde está Viktor Crane?» Seguido de una fotografía y un resumen de la noticia. Después de leerla, escribo en mi libreta lo más importante de la nota:

Año: 1995. Estado: Desaparecido.

Viktor vivía con su madre. No se sabe nada del paradero de su padre.

No hay pistas que apunten a un secuestro. No hay pistas, no hay nada mas que unos diarios que fueron entregados a un familiar siete meses después.

Así que a esto se refería Valetina González cuando dijo «dónde sea que esté.» Pero si Viktor vivía con su madre y no había información sobre su padre, ¿a quién le fueron entregados los diarios?

🌟

Tenía la mente en blanco.

Llevaba veinte minutos jugando con una goma de borrar y un lápiz en espera de que las ideas llegaran a mi cabeza. Había terminado de leer Grandes Esperanzas, de Charles Dickens, y ahora tenía que escribir un reporte que tenía que entregarse mañana a primera hora.

Es una tarde tranquila; el clima es cálido y la luz del atardecer entra por mi ventana. Fundiéndose entre las cortinas y la superficie del escritorio.

No es la primera vez que leía a Dickens, tampoco era la primera vez que leía Grandes Esperanzas, pero en este momento siento que mi cabeza está llena de pensamientos, preguntas de las que necesito saber la respuesta y de las que no estoy tan seguro. También está Matthew. Últimamente he pasado mucho tiempo con él, incluso ha mostrado interés por mi investigación y me ha ayudado un poco (mejor dicho, ha ayudado a la bibliotecaria a guardar los anuarios en el archivo); pensar en Matthew me hace sentirme confundido. Es agradable estar con él, pero me extraña mucho lo familiar que se siente tenerlo cerca. Realmente es como si nos hubiéramos conocido en otra vida. Nunca me he sentido así con alguien. Y me asusta.

Entre mis lapiceras resalta una que no había visto antes. Es azul, tiene un grabado en letras doradas y la punta es fina. Es una lapicera elegante, parece costosa.

—¿De dónde saliste tú? —le digo en un susurro, como si realmente fuera a responderme.

Yo no uso este tipo de lapiceras. «Tal vez es de Matthew. Debió mezclarse con mis cosas cuando estuvimos juntos en la biblioteca.»

—Matthew...

Decir su nombre se sentía bien. Se sentía como tocar algo suave, se sentía dulce.

«Lo buscaré mañana para devolvérsela. Debe ser importante para él.» Y tal vez fue porque estaba pensando mucho en él, porque me di cuenta de lo agradable que es pronunciar su nombre o porque recordé que su cabello era suave, tal vez fue por eso que recibí la llamada de un número desconocido en mi celular. Nunca las contesto, pero esa vez lo hice.

—¿Hola?

Hola, Andrew. ¿Cómo estás?

Al escuchar su voz recuerdo cuando me susurró al oído. Es muy cálida, es agradable, es dulce. Podría acostumbrarme a ella.

—Hola, Matthew. ¿Cómo... conseguiste mi número?

Drew Marston lo tenía, él me lo dio. Lo siento.

Marston va con nosotros en clase de historia. Me pidió mi número para un trabajo en equipo que hicimos al inicio del curso. Es un buen chico, aunque dicen que embarazó a su novia.

Ninguno de nosotros habló por unos segundos.

—Matthew...

Andrew...

Nos llamamos al mismo tiempo. Ambos reímos. Dejé la goma de borrar de lado y me recargué en la silla; internamente sabía que quería disfrutar de escuchar su voz al otro lado de la línea.

Lo siento. Tú primero.

—Tengo tu lapicera, Williams. Es muy bonita.

Llamaba por lo mismo —dijo, nervioso—. Lo siento, debí dejarla entre tus cosas cuando estuvimos en la biblioteca. ¿Te gusta?

—Es de un color bonito. Te la devolveré mañana.

¿Mañana? ¿Aunque no tengamos clases juntos? ¿Vas buscarme o quieres que yo lo haga? —dijo, con un tono bromista.

—¿Te parece bien si nos vemos después de clases?

Bien. Entonces te veré mañana, Andrew —dice con voz suave—. Oh, ¿puedo pedirte un favor?

—Seguro.

Guarda mi número.

Quería seguir hablando con él; podría haberle preguntado sobre los libros de Verne, o si ya había leído Grandes Esperanzas o Matar a un Ruiseñor. Quería seguir escuchando su voz.

«¿Sabías que es agradable escuchar tu voz, niño bonito?»

🌟

Sam no para de decir que estoy enamorado, ha estado canturreando canciones de amor toda la mañana. Después de contarle sobre la llamada, y de mis escasas horas de sueño por terminar el reporte del libro, Sam me miraba expectante.

—¿Y bien? ¿Qué dice la lapicera?

—¿Cómo voy a saberlo? Está en coreano. Yo no sé coreano.

—¿Podría ser una declaración de amor planeada? —dijo ella, con la mirada brillante— Eso sería tan romántico.

—Lees muchas historias de amor, Sam. Puede que sólo sea la marca de la lapicera.

—¿A qué hora se la darás? Hoy no comparten clase —dijo mientras me señalaba con la manzana ya mutilada.

—Nos veremos después de clases. Le falta ponerse al día con historia, es la única materia que le hace falta.

—Y después de eso, ya no se verán más —dice, sentándose en su silla—. Tú mismo lo dijiste. Lo que hay entre ustedes dos sólo es temporal, sólo lo estabas ayudando con la escuela.

«Justo cuando comenzaba a agradarme pasar tiempo con él.»

—¿A dónde irán? —pregunta ella. Yo me encojo de hombros, realmente sólo esperaba verlo para devolverle la lapicera y prestarle mis notas de historia—. Hay un restaurante cerca de la playa, es tranquilo y el atardecer se ve hermoso desde allí.

—No es una cita.

—Vamos. Es la última vez que estarán juntos, sería lindo que fueran a un lugar tranquilo.

Me quedé en silencio por un momento, reflexionando sus palabras y el contexto en el que estaba envuelto. Ella sonríe cuando levantó la mirada. Y le envío un mensaje a Matthew, diciéndole a dónde iríamos después de la escuela.

Esperaba un mensaje diferente, y espero no haber sonreído mucho al leer su respuesta.

Hasta entonces, mis manos sudaban y las piernas me temblaban.

«No es una cita. No es una cita. No es... es la última vez que nos veremos, ¿no es así?»

Pasaba del mediodía; estaba en clase de geometría. Tengo dificultades para escribir, la mano no deja de temblarme. Sacudo la cabeza, intentando concentrarme, sin embargo, la pizarra comienza a dar vueltas; el rostro del profesor se vuelve borroso y su voz se vuelve un eco que lastima mi cabeza. Yo parpadeo rápidamente, comienzo a asustarme de que vuelva a pasar. Mi libreta cae al piso, llamando la atención de los demás.

Mi respiración se agita. No veo con claridad.

Jonathan está a mi lado, pero no escucho su voz. Sólo escucho ese zumbido, es agudo y eterno, siento que mis oídos sangran.

Todo se vuelve pequeño, el aire es escaso y me quema. Me pongo de pie, sosteniéndome de lo que pueda encontrar a mi paso. «No puedo estar aquí. No puedo respirar. Tengo que salir...» A tropezones, con un intenso dolor de cabeza, y sin poder escuchar a los que me rodean, consigo salir de ahí. Pero es en vano. El aire de afuera es más caliente, asfixiante. Uno no puede respirar en estas condiciones. Los pasillos están vacíos, no ni una sola alma, sólo hay azulejos blancos y un silencio que me ahoga.

«Agua, agua, necesito agua.»

Llego al baño más cercano. Aferró mis manos al lavamanos; abro el grifo con mis manos temblorosas y bebo del agua, es fría y se siente pesada, pero calma el infierno que hay al interior de mi cuerpo.

La cabeza aún me da vueltas, el zumbido me sigue perforando el cráneo, y todo se ve borroso.

Y lo que veo en el espejo me eriza la piel, me paraliza el cuerpo y me corta la respiración.

No tiene forma de persona, tampoco parece ser un animal, pero huele a humedad y a dolor; se acerca por las paredes, se mueve como un reptil. No veo su rostro o algo parecido, pero emite un siseo que recorre todo mi cuerpo. Tengo miedo de darme la vuelta. Eso puede estar allí.

Me alejo del lavamanos, viendo a esa cosa acercándose. Probablemente está detrás de mí.

«Andrew... Andrew...» Sisea. ¿Cómo produce ese sonido? ¿Cómo sabe mi nombre? «Andrew... mamá está preocupada por ti...»

Entonces, todo se detiene.

—¿Mamá...?

La habitación se vuelve oscura. El reflejo en el espejo se quiebra, desaparece, una corriente gélida me levanta y aprieta mi cuerpo. No hay luz, no hay sonido. No hay nada.

Se escucha la lluvia, se ven las luces de la policía, se escuchan voces de tristeza y horror. Hay personas detrás de una cinta amarilla que reza «PELIGRO NO PASAR». Hay ambulancias, un camión de bomberos y muchos policías en la zona. La carretera está húmeda; la luz de los relámpagos ilumina las nubes de tormenta.

Hay sangre en la carretera. Dos cuerpos cubiertos, de uno de los sobresale una mano delgada. El vehículo quedó hecho pedazos.

—¿Quiénes viajaban en el auto? —pregunta un policía.

—Un hombre y una mujer, tendrán treinta o treinta y cinco años, y un chico, preadolescente, creo que de doce años —le responde otro.

Ambos están a mí lado, visten con un impermeable y uno de ellos trae una libreta negra en mano.

—¿Y dices que solamente el chico sobrevivió? —pregunta, incrédulo. Su compañero asiente, acomodándose el cuello de la camisa—. Es imposible. ¡Ve el auto! ¡Está hecho pedazos! Nadie puede sobrevivir a algo así.

—Este niño tuvo suerte, Jim. Tuvo mucha suerte.

En una ambulancia hay paramédicos, todos alrededor de un chico que tiene cortadas y está conectado a un tanque de oxígeno. Se ve muy mal. Parece que está...

—¡Ya no está respirando! —exclama uno de ellos. Dos paramédicos suben a la ambulancia y otro la conduce.

El vehículo se aleja en la carretera, las luces rojas y la sirena se pierden entre los autos y la lluvia.

—¡Capitán! ¡Venga a ver esto! —llama uno de los policías. Un hombre, con el cabello llenándose lentamente de canas, se acerca y mira de cerca hacia donde el policía está señalando—. ¿Lo ve? ¿Será posible?

El Capitán toca con cuidado lo poco que queda del frente del auto.

—Es un zarpazo.

—¿Quiere decir que esto lo hizo un animal?

—No. Esto no lo hizo un animal, y estoy seguro de que tampoco fue un accidente —dice con voz seria—. En cuanto se lleven los cuerpos de aquí, quiero que acordonen el área en un radio de cinco kilómetros. No permitan que nadie se acerque y si ven algo sospechoso informen de inmediato. Y llamen a Daniels, ¡ahora!

El hombre se aleja, el policía de antes corre hacia él y le pregunta, con voz temblorosa, qué es lo que pudo haber causado el accidente. Me acerco con cuidado; la expresión del Capitán se endurece, su mirada se nubla y parece como si hubiera visto un fantasma.

—Esta cosa ya ha estado aquí antes.

—¿Capitán?

—Esas pobres personas...

Él sigue hablando, lo sé porque sus labios se mueven, pero no puedo escuchar su voz. Una luz comienza a cubrir toda la escena; los policías, las personas, el auto destruido, la sangre y la lluvia, todo desaparece frente a mis ojos.

Al abrirlos veo el techo de los baños de la escuela. Estoy contra la pared de uno los cubículos, la puerta está cerrada, mi respiración se regula y el zumbido ha desaparecido. Tengo el rostro cubierto de sudor.

Mi pecho duele. Las lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos. No sabía por qué aquello se sintió tan real; dolía pensar en eso. No sé por qué lo vi, pero al igual que las corazonadas que me han guiado a investigar la historia de Sunset Hills... ahora tenía la corazonada de aquello que vi, aquel accidente y aquellas personas muertas, aquello fue real.

Mis padres murieron por mi culpa. Yo los maté. Es mi culpa que ellos estén muertos.

No puedo relacionarme con los demás porque tengo miedo de que descubran lo que pasó. Porque relacionarse con los demás significaba tener sentimientos, tener emociones y una basura como yo no podía permitirse eso. Merezco que mis sueños se hayan destruido, merezco que mi vida se esté yendo a la basura. Lo que no merezco es estar con vida cuando le arrebaté la vida a las personas que más amaba.

La puerta del baño se abrió.

—Andrew, ¿estás aquí?

Era la voz de Jonathan.

—Aquí estoy —dije en voz baja, esperando que me escuchara.

La puerta del cubículo se abrió. Jonathan se acercó, está preocupado. Me mira a lo ojos, su sonrisa está quebrada; me abraza con cuidado.

—Por Dios, Andrew. No vuelvas a asustarme así. Por favor, no lo vuelvas a hacer —suplicó en un sollozo—. ¿Cómo te sientes? ¿Necesitas algo? ¿Puedes levantarte?

Lo miro a los ojos. Mi voz se rompe por completo y me recargo en su hombro, permitiéndome llorar después de mucho tiempo.

—Jonathan... Maté a mis padres... Fue mi culpa, siempre fue mi culpa.

Él acaricia mi cabeza.

—No lo fue, Andrew. Nada de eso fue tu culpa.

—¿Por qué no puedo recordar nada?

—Porque fue un accidente.

—¿Por qué me siento así?

—¿Así, cómo?

—¿Por qué me siento diferente cuando Matthew está cerca? ¿Por qué siento como si siempre hubiera estado allí, a mi lado?

Jonathan no responde, sólo me abraza hasta que las lágrimas se detienen.

🌟

Estuve en la enfermería el resto del día. Jonathan prometió no decirle nada a Sam, por ahora, pero dijo que después hablaría conmigo sobre lo que pasó.

Cuando terminaron las clases, la enfermera me dejó ir. Esperé afuera de la escuela, tenía las manos dentro de los bolsillos de la sudadera y una ligera punzada en la cabeza. No sé qué pasó en el baño, no sé si esa cosa era real, y tampoco quiero saberlo. No quiero saber si aquello que vi mientras estaba inconsciente fue real.

—¡Andrew! —llamó él, sonriendo.

Es la primera vez que lo veo en el día; le queda bien el color rojo.

—Lamento la demora, ¿esperaste mucho? —pregunta. Yo negué—. Te ves cansado, ¿fue por el reporte que hiciste de Dickens?

—¿También tuviste que hacerlo?

—Sí. Intentaba hacerlo ayer por la tarde, pero no sabía qué escribir. Fue entonces cuando te llamé.

—También estaba intentando escribirlo cuando recibí tu llamada —dije.

—¿De verdad? ¿Entonces no te interrumpí? —dice él. No puedo evitar sonreír al verlo así—. De haberlo sabido té habría hecho algunas preguntas sobre los libros de Verne.

—¿Querías ponerme a prueba?

—Tal vez —bromea él.

Ambos caminamos hasta la parada del autobús; Matthew terminó por hacerme las preguntas que no pudo hacer por teléfono. Y me divertí. Es agradable estar con él, pero este sentimiento sigue creciendo y aún no encuentro una respuesta. Una parte de mí sabe que lo mejor es dejar de ver a Matthew.

«¿Por qué se siente así? ¿Por qué siento que has estado a mi lado desde hace mucho tiempo? –pienso cada que lo veo— ¿Por qué tengo miedo de saber la respuesta?»

El restaurante es un lugar bonito; es tranquilo y sólo se escucha el sonido de la guitarra de la persona en el pequeño escenario de madera. Las paredes asemejan a un viejo barco, de los que nunca salen a alta mar y sólo están ocupando un espacio en el muelle; hay redes de pesca, figuras animales marinos hechas de porcelana y un acuario. Las últimas mesas estaban en la terraza, cubiertas por grandes sombrillas color crema.

El atardecer realmente se verá hermoso desde aquí, pensé.

La brisa es fresca. Las hojas de las libretas permanecieron en su lugar. Ordenamos una bebida, y mientras él trabajaba, yo me distraía en el horizonte. Gaviotas y pelícanos volaban por el cielo, barcos de diferentes tamaños navegan en el puerto y otros se dirigen a alta mar.

De vez en cuando veía a Matthew. Su cabello brillaba con la luz del sol, dándole una apariencia dorada.

«Es la última vez...»

Saqué la lapicera y se la entregué. Él agradece con su bonita sonrisa y sigue escribiendo.

Se escuchan las olas rompiendo en la playa.

Y mientras el sol baja, yo intento no pensar en mis padres, ni en esa cosa. No quiero pensar en nada; no tengo cabeza para pensar en Sean Tempestad Richardson, ni en Valentina González, ni en la desaparición de Viktor Crane, ni en lo que pueda estar pasando con la escuela. No quiero pensar en que será la última vez que esté así con Matthew.

—Andrew —dice—, gracias.

—¿Por qué?

—Por ayudarme. Por ser bueno conmigo.

«Te vas a despedir, ¿no?»

—Fue bueno pasar tiempo contigo, Matthew —suspiro—. Aprendes rápido y eres muy inteligente. No tendrás problemas para ser el próximo estudiante estrella de la escuela.

—¿Estarás ocupado el domingo por la tarde?

«¿Qué?»

—¿Qué?

—Me gustaría invitarte al cine.

«¿Me estás...? No, no me hagas esto.»

—Bueno, podemos ir con Jonathan y Sam si no quieres estar solo conmigo —dice—. Sólo quiero salir contigo.

—Matthew... Esto...

—Me agradas, Andrew. Eres una persona interesante y me gustaría conocerte mejor.

«Ya sabes mucho sobre mí, ¿qué más quieres saber?»

—No quiero.

«No quiero pensar en nada más. Sólo déjame disfrutar estos últimos momentos contigo, y después te olvidarás de mí.»

—¿Andrew? ¿Estás llorando?

«Estoy llorando porque no sé qué es lo que eres, porque no sé por qué me siento así cuando estoy contigo.»

—No...

«Tengo miedo de saber que siempre estuviste allí, y de que también te olvidé.»

—¿Por qué eres bueno conmigo? —pregunto, intentando mantener mi voz.

—Porque me importas.

—Lo siento —digo en voz baja.

—Soy yo el que debería disculparse. Lo que dije fue muy repentino. Te conocí hace tres días, no debí decírtelo de esa manera. Sólo no te vayas, por favor.

«Es la última vez... no lo eches a perder.»

🌟

No pasó mucho después de eso; realmente no dijimos mucho después de eso. No hablamos sobre Julio Verne, ni sobre la investigación que tanto le interesaba. No hubo nada.

Matthew se transfirió de una escuela en Washington, así que fuimos a caminar a la playa. Él se quitó los zapatos y se remojaba los pies en la espuma de las olas que rompían en la orilla; yo lo miraba, y ese temor crecía. Matthew era una buena persona, y me gustaba estar con él. «¿Podrá ser? ¿Será que también olvidé tu rostro?»

Mi hermana guardaba fotografías de nuestros padres; no eran muchas y algunas estaban quemadas de las orillas. Sé que tuve un accidente porque fue lo que dijeron los médicos; sé que me rompí varios huesos de la pierna y que no volvería a competir porque fue lo que dijeron; sé los nombres de mis padres porque mi hermana me los dijo, y recuerdo sus rostros por esas fotografías quemadas. Sin embargo, no recuerdo mi infancia; no recuerdo a mis abuelos ni lo que me gustaba hacer cuando era niño; no recuerdo a mi primera mascota ni la primera vez que competí; no recuerdo a muchas personas de mi familia. No recuerdo la mitad de mi vida.

Y tengo miedo de saber que Matthew está en esos recuerdos perdidos.

—¿Quieres tomar algo, Andy? Hay un mini súper por allá —dice, sosteniendo los zapatos cubiertos de arena.

—Pero yo invito.

Él sonríe. Compré dos refrescos de naranja y una paleta helada para cada uno; la noche se sentía calurosa y habíamos pasado mucho tiempo en la playa. Él fue el primero en abrir la lata de refresco, yo comía la paleta helada.

—¿Sabes a quién le gusta mucho el refresco de naranja? —dice él— A mi hermana. Le gustan mucho las naranjas.

—Tienen muchas vitaminas, y son deliciosas.

—¿También te gustan?

—Me gusta comerlas en el verano.

—A ella también. Seguramente se llevarían muy bien —dice, sonriendo—. ¿Tú tienes hermanos o hermanas, Andrew?

—Sí. Una hermana mayor, se llama Verónica. Es una chica linda.

—Entonces está en la genética de la familia Hart —dice, sonrojándose. Desecha la lata en un bote de basura y se para delante de mí—. Lo siento, por lo que dije allá en el restaurante.

—También lo siento. Yo... No he tenido un buen día.

—Pero lo decía en serio, Andrew. Me agradas. Me agradas mucho.

Lo miro a los ojos. Es la primera vez que me detengo a mirarlos fijamente, son de color marrón, creí que eran verdes.

—También me agradas, Matthew.

Él vuelve a sonreír. Siento que me estoy acostumbrando a verlo sonreír, a escuchar su voz. Me estoy acostumbrando a estar con él.

—Entonces... —dice, alargando la última sílaba— ¿Lo pensarás? Podemos ir como amigos, si así te sientes más cómodo.

—Lo pensaré.

🌟

Jueves. Dos días antes del partido en el que Matthew debutaría como el nuevo mariscal de campo de Los Caballeros de Sunset Hills.

Entre el entrenamiento y los trabajos de la escuela apenas he podido leer más sobre la desaparición de Viktor Crane. Comienzo a pensar que lo mejor sería dejar de lado la investigación por un tiempo. Estoy hecho un desastre.

Durante el almuerzo, Sam y Jonathan se acercaron a mí, preguntándome cómo me sentía.

El miércoles por la noche fueron a mi casa; Jonathan había hablado con mi hermana sobre lo que pasó en el baño y después de llegar de la playa los encontré. Todos tenían la misma expresión de preocupación y fue cuando comencé a hablar. Ninguno enunció una palabra hasta que terminé de decir lo que recordaba.

Verónica dijo que no podía asegurar que lo dicho por los policías haya sido cierto porque a ella sólo le dijeron que el accidente fue a causa de la lluvia y de la imprudencia de otro conductor. «La policía no se guardó ningún detalle del caso –dijo ella–. Fue un accidente. No había zarpazos en el auto.»

No dijeron nada sobre la cosa del baño. No porque no le interesara, sino porque no sabían qué preguntar.

Fue entonces que Jonathan me respondió las preguntas que le hice entre lágrimas.

—No es la primera vez que Matthew y tú se conocen.

Ahora estaba sentado en la cafetería, con una bandeja de comida intacta frente a mí y esperando el momento en que Matthew llegara sólo para debatirme por quince minutos si debía hablar con él o no. Sam dijo que debía hacerlo.

—¿Esto es bueno, cierto? —pregunté.

—Es lo que quieres —dice Sam—. Allí está, con el equipo.

Jonathan me da una palmada en la espalda. Camino hacia ellos; los chicos que me conocen me saludan y yo les respondo amablemente. Matthew me saluda y le digo que necesito hablar con él.

Jamás me he sentido más nervioso.

Lo llevé a un lugar en el que pudiéramos estar solos, sin la interrupción de nadie más.

Él me mira curioso.

—Jonathan me dijo que esta no es la primera vez que nos conocemos, y quiero saber si eso es cierto.

Él suspira, pasándose las manos por el cabello.

—Lo es.

—¿Cuándo?

—Hace cinco años. Recientemente me había mudado de Seattle, tenía otro apellido y tú eras el chico más lindo de la escuela —dice con voz suave—. Aún lo eres.

—¿Cómo nos conocimos?

—Sam nos presentó. Estábamos en la misma clase.

—¿Éramos amigos?

Matthew suspira y camina un poco por la terraza, como si intentara encontrar las  palabras adecuadas para responder.

—Estaba enamorado de ti, pero creo que tú no lo sabías.

—¿Me lo dijiste?

—Tenía miedo. Tenía miedo de que me rechazaras.

—¿Por qué te habría rechazado?

—¿Realmente me habrías dicho que sí?

—No lo sé —murmuré.

Matthew se acerca a mí, y desde este ángulo puedo ver que sus pestañas son curvas y lindas. «¿Así eras en ese entonces?»

—¿Y si te lo dijera ahora? Que estoy enamorado de ti, ¿qué me dirías?

—Te diría que una parte de mí estaba ansiosa por alejarse de ti, porque también tenía miedo. También te diría que tenía una corazonada, que no te había olvidado, que es la responsable de que me sienta así cuando estoy contigo.

—¿Estás diciéndome que estás enamorado de mí, Andrew?

—Estoy diciéndote que cuando estoy contigo me siento como un idiota que no piensa con claridad.

—Sí, estás enamorado de mí.

Matthew me rodea con sus brazos, y me abraza. Sus brazos son fuertes y puedo sentir la calidez que desprende su cuerpo; puedo sentir el ritmo de su corazón. Y se siente bien estar así.

No recuerdo la mitad de mi vida, y puede que me esté metiendo en un lugar peligroso al seguir investigando sobre la historia de Sunset Hills, pero desde ese día siento que el miedo que me invadía desaparecía lentamente. Se desprendía de mi vida como un diente de león.

¿Y cómo terminé de convencerme de qué era lo que sentía por Matthew? La respuesta llegó ese un sábado por la noche, durante el partido de Los Caballeros de Sunset Hills contra Los Piratas de la escuela Oakheart.

Esa noche, Los Caballeros ganaron 41 a 20 gracias a un buen pase de Matthew, el mariscal estrella con el número ocho en la playera. Todos los estudiantes que fueron al partido, incluyendo a los de la banda escolar y al equipo de porristas, entraron a la cancha a celebrar la victoria; en medio de todo, Matthew se acercó a mí y me besó. Y después de prometerle que no lo olvidaría, él dijo: «Sé que estás enamorado de mí, pero quiero que me dejes cortejarte. Déjame enamorarte cada día, Andrew Hart.» Y cómo decirle que no a esa bonita sonrisa.

🌟

Lo que no esperábamos, fue lo que pasó la mañana del lunes.

Matthew volvió a preguntarme sobre la investigación que estaba haciendo, y aunque no había hecho grandes avances, le hablé sobre lo que tenía hasta el momento. Iríamos a la biblioteca y ahí le mostraría los anuarios, los periódicos y las anotaciones que había hecho.

Pero cuando llegamos a la escuela, nos dimos cuenta de había una cinta negra en la entrada principal. Había policías, forenses y detectives; un cuerpo fue sacado de la escuela, dentro de una bolsa. La bibliotecaria fue asesinada, y el archivo de la escuela fue saqueado. Se llevaron muchos documentos, entre ellos estaban los anuarios de Sean, Valentina y Viktor.

🌟 🌟 🌟

¡Hola! Muchas gracias por leer la primera parte de esta historia; estoy muy emocionada por publicarles el resto.

Espero le haya gustado, déjenme saber su opinión en los comentarios. 😊

🌟 Photo by Emil Widlund on Unsplash

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