La escritura que te quiere cagar a trompadas

Por Aladeriva-


Roberto «El Negro» Fontanarrosa fue un humorista gráfico y escritor argentino.

«Fue» es la palabra clave acá. Porque al Negro Fontanarrosa lo descubrí, obviamente, después de muerto. Ese es mi karma: llegar tarde a todos lados.

Falleció el 19 de julio del 2007, hace más de diez años. Pero decí que su trabajo lo volvió inmortal. No sólo los libros y las historietas, también estos vídeos en YouTube. Una pena que nadie haya pensado a futuro y puesto una cámara para filmar con la calidad y el audio y el respeto que merecen sus palabras. Quizás, porque era imposible creer que un día nos iba a dejar. Resulta impensable para cualquiera que lo haya leído o escuchado. El Negro se siente cercano. No sólo por su humor, que ha vuelto populares temas que eran intocables, sino también por su honestidad. La cual hoy casi considero un don. Justo de ahí, de esa sencillez y ese compañerismo, nace el apodo tan cariñoso que muchos usan al hablar de él. La misma nostalgia que te salpica el corazón y quizá te haga soltar una lágrima. Negro con mayúscula, siempre. Porque de él se habla con respeto.

Creanlo o no, yo empecé a leer al Negro por su portada. Recuerdo haber visto sus libros más de una vez en Yenny y que me llamaran muchísimo la atención. La editorial Planeta ha sacado toda una colección denominada «Biblioteca Fontanarrosa». De unos colores brillantes y llamativos. Muy lindos. Algunos de los libros incluso llevan en la tapa los dibujos del Negro. Y se han reeditado varias veces ya.

Un día me dije, bueno, me rindo, voy a comprar uno. Y elegí, un poco al azar, un poco porque me había encantado el color, «El mundo ha vivido equivocado». Libro que me encantó y que en los próximos días, todo aquel que se cruzara conmigo conocería. Porque ya en el primer cuento, ya con el primer planteo, me había comprado. Me pareció re lúcido y coherente. El mundo ha vivido equivocado: no es primero la cena romántica y el vino tinto y luego acostarte con el amor furtivo. No, no, no. La que va es revolcarse y después comer como un cerdo y luego derechito al sobre.

¿Por qué?

Y cito al Más Grande:

«Porque si morfás antes de encamarte, por más que te sirvan el plato más sensacional y lo que más te gusta en la vida a vos no te pasa un sorete por la garganta porque tenés el bocho puesto en la mina y en saber si te va a dar bola o no te va a dar bola. Comés nervioso, para el culo, te queda el morfí acá. La mina te habla de cualquier cosa y vos estás pensando "mamita, si te agarro", y no sabés ni de qué mierda está hablando ella ni qué carajo le contestás vos. Es así. ¿Es así o no es así?».

Es así. Me pasó.

Y no sólo me pasó, sino que sé bien que le pasó al otro. Vamos, te das cuenta. Dale, chabón, te chupa bien un huevo lo que te estoy diciendo. Sino no me mirarías tanto las tetas y no sé si se te cae la baba por la comida o por lo que querés hacerme, ah, se iba a la mierda.

Enfin.

El Negro es argentino, eso se nota. De Rosario que siempre estuvo cerca. Y lo que me ha hecho reír en el bondi, por favor. Quedé como pelotuda tantas veces. Hay cuentos de un surrealismo épico. Pero no era esto de lo que quería hablar.

Este va a ser otro artículo en defensa del lunfardo, vamos. Que estoy cansada de tener que justificarme y tener que leer «ay, tu tono es tan despectivo». Piba, vos no sabés que es despectivo. Vos no sabés de lo que nosotros somos capaces. El porteño es mal hablado desde siempre. El punto central en el artículo del lunfardo era demostrar que nuestra lengua se fundó, no sólo en la mezcla de idiomas de un montón de zaparrastrosos, muertos de hambre, analfabetos, que se escaparon de la guerra, sino que también fue de la mano de la prostitución y el tango en su momento más marginal.

Esa es nuestra historia. Así somos. Hablamos por impulso y con el corazón en la mano. Si el lunfardo significa una agresión para un escritor que se cree decente, la verdad, no sé qué responder. Para mí significa historia y tierra y gaucho y mate y viva la patria, carajo, el que no salta es un inglés.

Pero como la historia nunca alcanza, y la mayoría la ignora, vamos a hablar en los términos decentes que tanto le gusta a la multitud anónima. Acá, voy a citar a uno de nuestros mejores referentes, dentro de uno de los campos académicos que tanto le gusta a la gente bien, como es el III Congreso Internacional de la Lengua Española. El cual se desarrolló acá, en Rosario, el 20 de noviembre de 2004.

¿Y saben de qué habla el Negro Fontanarrosa?

De las malas palabras. Pide la amnistía para la mayoría de ellas y reivindica su carácter terapéutico. Porque bien tienen el apoyo popular. Eso es innegable. Y como alguna vez escribió, o alguien más escribió bajo su nombre, si te golpeas y decís una mala palabra, te duele menos.

Antes de empezar con el desarrollo en sí, el Negro hace hincapíe a un hecho que es de lo más curioso. Este tipo de detalles es lo que hacen a un buen humorista. Ver lo absurdo en lo cotidiano. El punto es que la mesa de el Negro fue la única a la que se le asignó un escribano, no es joda, para controlar lo que se decía en ella. Tremendo.

El planteo es muy claro:

«¿Por qué son malas las malas palabras?»

Más arriba puede verse mi punto de vista. Para mí no son malas en sí. Más de una vez lo dije, las palabras carecen de trasfondo y si las arrancás del cementerio de un diccionario, una por una, no dicen nada. Sos vos el que las vuelve tridimensionales y le da profundidad. De vos depende alcanzar al otro y llegar a tocar con un medio tan imparcial como es la tinta en el papel, que ni corta, ni mancha, si la dejás sola. Al menos, esa es la búsqueda que yo inicié y ese es mi fin.

Pero mejor escuchar lo que tiene que decir el Negro, y cito:

«¿Qué actitud tienen las malas palabras? ¿Les pegan a las otras palabras? ¿Son malas porque son de mala calidad? O sea que cuando uno las pronuncia se deterioran y se dejan de usar. ¿Tienen actitudes reñidas con la moral? Sí, obviamente. Pero no sé quién las define como malas palabras. Tal vez sean como esos villanos de las viejas películas que nosotros veíamos. Que al principio eran buenos, pero la sociedad los hizo malos. Tal vez nosotros al marginarlas las hemos derivado en palabras malas».

O sea, es obvio que les pegan a otras. Es obvio que te pegan a vos cuando decís que mi escritura es fuerte o despectiva. Pero yo esa fuerza la valoro y eso no va a cambiar. Por más que se limiten a ver un par de puteadas, sin ningún trasfondo, ni ningún mensaje.

Las malas palabras, como bien dijo el Negro:

«Reflejan una expresividad y una fuerza que, difícilmente, las haga intrascendentes».

Esa es la posta. A veces, hay que nombrar las cosas por lo que son. Porque es un bajón tener que escribir con los límites ya impuestos de una sociedad hipócrita, siguiendo una estructura detallada, y en línea recta, siempre, sin emoción, sin desvío. Las cosas como son. Sé claro o sino no digas nada.

Además hay cosas mucho más importantes, por favor. Y cito al Negro:

«A mí no me preocupa que mi hijo o los amigos de él insulten, permanentemente. Lo que me preocuparía sería que no tengan una capacidad de trasmisión y de expresión y de grafismo al hablar. Como esos chicos que dicen, bueno, había un coso que tenía dos cositas acá y de acá le salía un coso más largo. Y uno dice ¡qué cosa! ante esa situación. Con que estreches de palabras se mueven estos muchachos».

Las palabras sirven para expresarse. Esa es la verdad. Y vuelvo a citar:

«Mientras más matices tenga uno, más se puede defender para expresarse (...) Hay palabras que son irreemplazables por sonoridad, por fuerza. Algunos incluso por contextura física de la palabra. No es lo mismo decir que una persona es tonta o sonsa a decir que es un pelotudo».

El secreto de la palabra pelotudo está en la "T" dice el Negro. Y acá difiero, y esta será acaso la única vez que lo haga, porque para mí el secreto está en la "P". Putear sin "P" no tiene sentido.

Y el único irreemplazable acá, en todo este discurso, Negro, sos vos.

Seguimos:

«Hay una palabra maravillosa que en otros países está exenta de culpa. Eso es otra particularidad. Porque todos los países tienen malas palabras, pero se ve que las leyes de algunos países protegen palabras que en otros no (...) hay una palabra maravillosa que es carajo (...) tengo entendido que el carajo es el lugar donde se colocaba el vigía para divisar tierra o lo que fuere. Entonces mandar una persona al carajo era estrictamente eso».

La primera vez que alguien me dijo el verdadero significado de la palabra «carajo» me decepcioné y hasta me pareció ridículo. Pero lo más gracioso fue imaginarme en qué situación se dio tal deformación.

¿En qué momento de la historia pasó a ser una mala palabra?

Me imagino a la Buenos Aires del siglo pasado, infestada por la peste amarilla y los inmigrantes en los conventillos, todos a los gritos, incapaces de entenderse entre ellos, hasta que alguien decidió cebar el primer mate. Y más allá, en el río, quizá en uno de los barcos, probablemente, haya un español, y se de el siguiente diálogo:

—Oye, tú, por qué no te vas un rato al carajo.

Y algún argentino, irracional, como siempre, que responde:

—¿Qué te pasa, pelotudo?

Y ahí se cagan a trompadas. Y ahí nació todo.

El Negro tampoco conoce bien el origen de esto, pero tiene un punto mucho más interesante, y cito:

«Acá apareció como mala palabra al punto que se llegue a los eufemismo a que se diga "caracho" que es de una debilidad absoluta y una hipocresía, ¿no? Entonces cuando hay periódicos que ponen "el senador fulano de tal envió a la M a su par" y pone puntos suspensivos, la triste función de esos puntos suspensivos. Realmente, el papel absurdo que están haciendo ahí, merecerían otra discusión acá en el Congreso de la Lengua».

Si alguien ve el vídeo, quiero decir que me encanta, pero me encanta en serio, el rechazo que utiliza para la palabra hipocresía. Casi con asco la tira. La siente y la escupe. Porque así es el Negro.

Y sigo:

«La palabra mierda también es irreemplazable. Y el secreto de la contextura física está en la "R", anoten las docentes. En la "R" porque es mucho más débil como lo dicen los cubanos, "mielda", que suena a chino. Y no sólo eso, yo creo que ahí está la base de los problemas que ha tenido la revolución cubana: la falta de posibilidad expresiva».

Me mata, el Negro me mata. Y la gente se ríe y lo aplaude. Como ya más de una vez hizo durante la charla. Un genio.

Pero como todos sabemos que hay que irse en el aplauso, y el tiempo se acaba, y el escribano ya perdió su razón de ser, el Negro termina de cerrar la idea, con el siguiente planteo:

«Integremoslas más al lenguaje que las vamos a necesitar».

Y cuánta razón la puta madre.

Cuánta razón, Negro.

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