02. Ramyeon

[Atención: Hay varios saltos en el tiempo a lo largo de capitulo].

Parte 2._ Ramyeon
Fideos picantes instantáneos.

"Vivir con otros es complicado", reflexiona Namjoon. Esto lo había aprendido desde que vivió con sus padres: ambos eran obsesivos del orden, capaces de convertir cada hogar en un lugar asfixiante, sin importar su tamaño.

Hace unos minutos, Jimin le preguntó dónde podía desechar la caja en la que había traído sus cosas. Aunque la pregunta le pareció extraña, Namjoon se dispuso a ayudarlo. Se levantó del sofá y se dirigió a la cocina para tomar una bolsa de basura. Jimin lo siguió, aparentemente confundido; Namjoon, al no entender la razón de su gesto, se ofreció a ayudarlo a doblar la caja para que pudiera entrar junto con el resto de la basura.

Fue entonces, cuando Jimin preguntó: "¿Los del edificio se encargan de separar la basura?", que Namjoon finalmente comprendió su pregunta y la razón de su expresión.

Namjoon mintió al decir que sí, avergonzado de admitir que, en los 4 años que llevaba viviendo allí, jamás se había preocupado por saber si el edificio tenía un centro de reciclaje. Su tensión se traslada a la fuerza que ejerce sobre la caja: el sonido de una explosión sobresalto a los dos. 

Nervioso, Namjoon se disculpó por el ruido, a lo que Jimin respondió con un simple movimiento de cabeza, tratando de restarle importancia al asunto. Sin pronunciar una palabra, el único sonido en la habitación fue el del cartón siendo empujado al interior de la bolsa de basura.

Aunque estaban cerca físicamente, sentían una distancia emocional entre ellos. Habían pasado tres días desde la llegada de Jimin, y era comprensible sentirse incómodos con la presencia del otro. Namjoon solo esperaba que ese proceso de adaptación pasara pronto.

En un intento de aligerar el ambiente, Jimin retomó una de las conversaciones que habían tenido durante su cena de bienvenida, la única ocasión en la que habían hablado abiertamente el uno con el otro.

—Entonces, ¿te has mudado muchas veces? —preguntó Jimin con curiosidad.

—Sí, unas 10 o 11 veces, incluso llegué a vivir en 3 casas diferentes en un solo año —respondió Namjoon mientras el cartón de la caja quedaba dentro de la bolsa de basura. Se puso de pie justo cuando Jimin se agachaba para atar la bolsa.

El movimiento provocó un roce de sus alientos, revelando la fortaleza de cada uno para afrontar lo inesperado. Mientras Namjoon retrocedía con una expresión de espanto, Jimin fingía que nada había pasado, demostrando la excelencia de un actor de la compañía de teatro más grande del país.

El bailarín y actor retomó la conversación con completa naturalidad.

—¿Por qué te mudaste tantas veces? —preguntó.

Namjoon seguía aturdido, así que no pensó con precisión lo que estaba a punto de decir.

—Mi padre era un pésimo abogado, su reputación era tan mala que solo cambiando de ciudad podía volver a ser contratado —explicó—. Después de varias mudanzas, descubrió que su verdadera vocación estaba en la compra y venta de casas.

De repente, se quedó callado. Cruzó miradas con Jimin y, al notar la sutil impaciencia en sus ojos, decidió que era mejor dejar de hablar. Se despidió de él y cada uno siguió su camino.

La incomodidad que se sentía en la casa era parte de un proceso que, esperaba, pronto terminaría. Namjoon sabía que vivir con otros es cuestión de adaptación. Y si no puedes adaptarte, te vas. Pero sin dinero ni empleo, la única opción que Namjoon tuvo para dejar la casa de sus padres fue estudiar en la universidad en otra ciudad.

(...)

—Vaya, estudiaste en la Universidad de Seúl, debes ser muy listo —comentó Jimin de repente, haciendo que Namjoon se sobresaltara, ya que no lo había oído salir de su habitación. Se asomó sobre la puerta del refrigerador y vio al menor con su certificado que había dejado sobre la mesa de la sala. En las dos semanas que había estado viviendo con Jimin, se había dado cuenta de lo escurridizo que podía ser.

—¿Viviste en el internado? ¿Cómo es? ¿Es igual que en las películas? —preguntó Jimin, soltando una avalancha de preguntas. Namjoon soltó una sutil risa ante la pregunta y luego de limpiar la salpicadura de jugo que cayó sobre su mano, cerró el refrigerador y se acercó a la sala.

—Por lo menos en la Universidad de Seúl, son cuartos muy pequeños, similares a esta sala. Imagínate meter dos camas aquí, además de un armario y dos cajoneras —explicó Namjoon.

A pesar del reducido espacio, Namjoon recordaba la emoción con la que realizó su primera mudanza hacia los pisos universitarios. De manera ilusa, creyó que llegaría a un lugar que se sentiría como suyo, olvidando que tendría que compartir la habitación con alguien más.

"Vivir con otros puede ser una tortura". Durante los dos años en que vivió en los pisos universitarios, cada semestre solicitó un cambio de compañero de habitación; y cada uno fue peor que el anterior.

(...)

—¿Quién ha sido la peor persona con la que has vivido? —preguntó un Jimin muy borracho, sentándose al lado de Namjoon.

La cercanía de Jimin seguía siendo ajena, incluso después de 3 semanas desde su llegada.

Por un instante, cruzó por la cabeza de Namjoon la idea de que el bailarín era el compañero de piso más incómodo que había tenido. No obstante, esto quedó descartado al recordar a los otros.

—Un estudiante de ingeniería en los pisos de la universidad. Ni siquiera recuerdo su nombre, mucho menos su cara —respondió Namjoon.

Jimin rió sin poder controlarse.

—¿Y qué pasó con él? ¿Tenía algún gusto raro? ¿O era un pervertido?

Namjoon negó, con la vista perdida en un punto lejano.

—No, él se enteró de mis gustos raros y eso lo volvió extraño.

—Uy, ¿qué descubrió ese chico? —inquirió Jimin, con un tono curioso.

—Que soy gay —respondió Namjoon, notando la expresión inquisitiva de Jimin. Rápidamente aclaró: —Este chico nunca me agredió ni se burló, simplemente se alejó —añadió, dejando la computadora sobre la mesa de centro al sentir que se le caía de las piernas—. No me hablaba ni me miraba, era como si fuera un fantasma para él.

El suceso afectó tanto a Namjoon que temió regresar a la universidad y enfrentarse a un nuevo compañero de cuarto. Durante las vacaciones, en casa de sus padres, se sentaba frente a los dos adultos a cenar sin poder probar bocado alguno debido al nudo en su garganta. Tampoco se atrevía a contarles a sus padres lo que había sucedido; su orgullo era tan grande ante ellos que preferiría lanzarse al mismo infierno antes de escuchar un "te lo dije".

"Te dijimos que la gente es mala, que te juzgarán e incluso te harán daño".

Sí, vivir con otros puede ser un infierno.

Días antes de regresar a clases, Namjoon recibió una llamada. Yoongi, uno de sus compañeros de curso con el que solía hacer trabajos en equipo, buscaba a alguien para alquilar una habitación en la casa de estudiantes en la que él se quedaba.

Él era esa persona interesada, respondió de inmediato. Al terminar la llamada, marcó a la universidad para solicitar una beca con la que podría pagar la renta de la habitación. Yoongi le daba confianza, y con el tiempo se dio cuenta de que fue su mejor opción.

(...)

—Namjoon, en la recepción tenían este paquete para ti —comentó Jimin, llegando al departamento—, es de un tal Min Yoongi y viene desde España.

Dejó la caja sobre la isla de la cocina. Namjoon agradeció y siguió trabajando en su portátil. Escribía y al mismo tiempo comía un snack salado.

Los segundos pasaban y Jimin seguía a su lado.

—¿Quieres ver lo que hay dentro? —preguntó Namjoon, sin saber qué más podría despertar tanta curiosidad en el bailarín.

—Lo lamento, no quería ser entrometido.

—No, no te disculpes. A mí también me intriga. Yoongi nunca decepciona con sus regalos.

—¿Es un amigo tuyo?

—Sí, desde la universidad.

Del interior de la caja sacó un modelo a escala de un edificio europeo y se lo entregó a Jimin para tener las manos libres y buscar la nota que siempre acompañaba las creaciones de su amigo. La nota consistía en unos cuantos datos curiosos acerca del monumento, los cuales después preguntaría a Namjoon en sus mensajes de texto. Esto solo podía ser la dinámica de dos apasionados de la historia.

—Vaya, es asombroso —Jimin estaba maravillado—. ¿Tu amigo vive en España?

—Por el momento, sí —respondió Namjoon con un suspiro, luego volvió a la computadora—. Antes estuvo en Escandinavia, Alemania y Holanda. También viajó a Rusia y Japón hace algunos años.

Yoongi había tenido mucha más suerte que Namjoon al adentrarse en el campo profesional.

Después de terminar la carrera, Namjoon y Yoongi, que se habían vuelto amigos inseparables tras compartir habitación durante 2 años, buscaron hacer sus prácticas profesionales en el mismo sitio. Por pura ilusión, acudieron a un centro de investigación privada y, para su sorpresa, fueron aceptados.

Tanto los padres de Namjoon como la familia de Yoongi estaban tan orgullosos de ello que les aumentaron el dinero que les mandaban para sobrevivir en Seúl. "Luego nos lo pagarán, por el momento busquen un buen lugar donde vivir". Fue así como Namjoon llegó a este mismo departamento en el centro de la ciudad hace 4 años.

Por otro lado, las prácticas en el centro de investigación fueron toda una fantasía: los investigadores de base eran amables con ellos, oían sus teorías y les mostraban con gran entusiasmo piezas históricas que jamás habían sido exhibidas en los museos. En ese año, Namjoon encontró su mayor sueño: ser parte de aquel equipo de investigación y "reinscribir la historia", como era el lema de la empresa.




Sin embargo, al final de sus prácticas profesionales, la empresa no les ofreció contrato a ninguno de los dos. Ambos pidieron entrevistas, pero al no tener experiencia laboral ni más títulos académicos, ni siquiera los llamaron.

Para dos historiadores recién graduados, encontrar trabajo en la capital era toda una odisea. Los meses pasaban y Namjoon no obtenía ni una sola llamada de vuelta; sus padres se enteraron y lo presionaron para conseguir un trabajo pronto, o de lo contrario regresaría a vivir con ellos.

Desesperado, aplicó en el museo nacional, donde Yoongi había entrado tiempo antes. Namjoon se había rehusado a enviar una solicitud a ese lugar porque no le agradaba la idea de dirigir excursiones escolares y entregar audífonos al inicio de la sala. Lo único que lo reconfortaba era pensar que sería temporal.

Sin embargo, aquel empleo que esperaba que durara solo unos meses se ha convertido en 3 largos años.

(...)

—Namjoon, ¿sigues trabajando? —Del oscuro pasillo apareció Jimin, iluminado por la luz que provenía de su habitación que dejó abierta—. Es la una de la mañana, deberías ir a dormir.

—Sí, estaba por hacerlo —bostezó y frotó sus ojos; otra vez se había concentrado tanto en el trabajo que perdió la noción del tiempo.

Jimin se acercó y tomó uno de los folletos que estaba sobre la mesa. Ya estaba acostumbrado a tomar todo lo que encontraba a su alcance.

—Exhibición de cerámica de la dinastía Joseon —leyó del folleto, torciendo la boca antes de volver a dejarlo sobre la mesa—. ¿Qué haces en el museo?

—Soy el encargado de la exhibición —Namjoon cerró el portátil y se estiró para alcanzar el interruptor y encender la luz de la sala—, planifico la estructura de la sala para tener un orden cronológico y geográfico, además de redactar la información sobre la era, los personajes y cada pieza histórica.

Un día después de la llegada de Jimin, Namjoon recibió un correo del supervisor de área, aquel que tanto había esperado: finalmente, le ofrecieron la oportunidad de dirigir uno de los próximos proyectos del museo.




Entonces, lo que Namjoon tardó 3 años en lograr, Yoongi lo consiguió en uno, gracias a la suerte de haber nacido en Daegu.

En ese momento, el museo nacional de Seúl realizaría un evento en uno de los templos de Daegu. El supervisor, al enterarse de que Yoongi es oriundo de allí y un apasionado de la arquitectura antigua, lo invitó a formar parte del proyecto. Estuvo dos meses en Daegu y, por su desempeño, ya le esperaba otro proyecto a su regreso a las islas de Jeju.

De ahí en adelante, Yoongi fue de una ciudad a otra, cada vez más lejos, hasta que hizo su primer viaje fuera del país: 3 semanas en Japón, y un mes más tarde, se dirigió a Rusia por el doble de tiempo. En esa época, parecía que Namjoon vivía solo.

Al regresar de Rusia, Yoongi anunció que tendría que ceder su parte del depósito del departamento, ya que había aceptado trabajar en un proyecto en el que viajaría a varias ciudades de Europa por un tiempo indefinido.

¿Y ahora? Namjoon no podía pagar solo el alquiler del departamento, no quería dejar el piso al que ya se había acostumbrado por dos años, y mucho menos aventurarse a buscar otro mucho más pequeño y lejano de su trabajo.

Yoongi conocía su problema, y por eso se puso en contacto con un amigo suyo que sabía que buscaba un lugar donde vivir.

(...)

—No lo entiendo, ¿por qué me odia? —Seokjin se queja al otro lado de la línea telefónica—. No espero que seamos amigos, pero al menos podríamos llevarnos bien, así el rodaje y la convivencia en el departamento no se sentiría tan extraño.

Jimin, que iba de paso por la sala, se detiene al notar el semblante preocupado de Namjoon. Se acerca y con un gesto pregunta qué pasa.

Namjoon le pide un momento y vuelve a la llamada.

—Tranquilo, hyung, dudo que Taehyung te odie. Es imposible que alguien pueda odiarte —cae en cuenta del hilo de sus pensamientos y se detiene—. Dale tiempo, acaba de llegar de otro país con costumbres muy diferentes. Además, debe ser muy difícil para él asimilar que en su país es toda una estrella y aquí tendrá que iniciar desde cero.

Jin le da la razón, agradece y promete volver a llamar en cuanto pueda.

—¿Seokjin está bien? —preguntó Jimin, luego de que Namjoon bajara el celular.

Namjoon se encogió de hombros. —Ha tenido mejores días.

Vuelve a acomodar la computadora en sus piernas para retomar su trabajo de la maestría.

—Noto que te preocupas por él, deben ser amigos desde hace tiempo.

—En realidad, solo conozco a Jin desde hace dos años, cuando llegó a rentar el departamento.

Namjoon no tuvo un buen presentimiento en cuanto supo que Jin era un aspirante a actor; pensó que sería alguien egocéntrico y muy ruidoso.

Sin embargo, llegaron a acoplarse de manera perfecta. Namjoon, con su ambición y seriedad, mantenía el orden en el departamento, mientras que Jin, al ser simpático y gentil, lo volvía un lugar cálido y agradable.

(...)

—¿Y qué cenarás? —preguntó Jin en una de sus conversaciones por teléfono que mantenía cada día.

—No lo sé. Tal vez pida Jajangmyeon, o ramyeon caliente.

—Has comido lo mismo toda la semana, vas a enfermar si continúas así.

—Te oigo como mi madre —bromeó sin gracia.

—Hablo en serio, debes cuidarte.

Un ligero movimiento de cabeza reveló lo que su garganta no dejaba escapar. Tal vez la fatiga que lo atormentaba era debido a eso.

Sin querer hablar más del tema, se despidió de Jin y colgó la llamada. El silencio se extendió por la habitación, es entonces cuando se da cuenta del vacío y la oscuridad que lo rodea. Revisa la hora y la tensión crece, en un par de horas Jimin va a regresar de los ensayos. Lo que supuso que sería una incomodidad momentánea, se mantuvo por 6 semanas.

Namjoon está harto; harto de esas conversaciones triviales que inician por pura cortesía y de las que tiene la necesidad de escapar apenas tiene la menor oportunidad. Él ni siquiera deseaba vivir con alguien más, y ahora que fue ascendido, podría costearse los gastos del departamento él solo. Cancelar el contrato de Jimin es algo en lo que piensa desde hace tiempo, pero por más que asegura que es la mejor opción, no se anima a llevarla a cabo.

Comienza a sentirse agobiado, necesita distraerse de manera urgente. Las palabras de Jin dan vueltas en su cabeza, y en un impulso se levanta del sofá, dispuesto a cambiar su rutina por esta noche. Su nuevo puesto lo había alejado del museo, ahora podía trabajar a distancia.

El proyecto del museo, junto con la elaboración de la tesis para su maestría, lo mantenían día y noche frente a la computadora, encerrado entre las paredes del departamento. 

Namjoon respiró hondo, intentando calmarse mientras se levantaba del sofá. Necesitaba un cambio de rutina esa noche, algo que lo sacara de esa sensación de agobio. Tomó su cartera y su abrigo, y salió en busca de algo diferente: sus pies lo llevaron a un restaurante de comida italiana.

A pesar de ser una persona solitaria, pedir "mesa para uno" era nuevo para él, y a juzgar por la mirada del mesero, tampoco era común hacerlo.

El mesero lo acompañó a una mesa demasiado grande para él solo. Frente a él, un asiento vacío; a su alrededor, personas que parecían sombras acechándolo. Él jamás se codeaba con personas pretenciosas, era una víctima de ellas: de sus miradas y gestos de desagrado.

¿Qué pensó al ir ahí? No era su lugar, no encajaba. Su cabeza dolía, su garganta se cerraba y su estómago se contraía. Se sentía débil, mareado; a punto de enfermar.

El aroma de la comida no ayudaba. Demasiados condimentos, demasiados sabores en un solo bocado. En cierto momento, la copa resbaló de su mano y el cristal se rompió en miles de pedazos. La mujer a su lado jadeó por la sorpresa, mientras que un amable hombre le preguntó si se encontraba bien.

Namjoon asintió, sin apartar su mirada de la salpicadura de vino que se expandía por el suelo. No fue hasta que el mesero llegó que logró salir de su aturdimiento y reaccionar.

Apenado, exigió pagar la cuenta en ese mismo instante, negándose a permanecer en un lugar en el que sentía que no pertenecía. Huyó del restaurante a grandes pasos, y en el camino entró a una tienda de conveniencia para comprar un par de cervezas y varios paquetes de fideos instantáneos.

Al llegar al departamento, lo primero que hizo fue calentar agua para preparar los fideos. La comida en el restaurante le había dejado un muy mal sabor de boca y desesperaba por quitárselo.

En el agua hirviente vació los dos paquetes de ramen que compró, junto con el aderezo picante. El vapor subió y el departamento se llenó de un aroma amargo, propio de alimentos ultra-procesados y que, sin embargo, resultaba tan reconfortante por ser lo que consumía noche tras noche.

Si tan solo no hubiera salido del edificio, y en su lugar se hubiera quedado a comer ramen como lo hacía desde hace tiempo, no tendría ahora una mancha de vino sobre su abrigo.

De uno de los cajones sacó otros dos paquetes de ramen, los que tenía reservados para esa noche, y los vertió sobre la olla. No pensó en lo que hacía; no lo hizo hasta encontrarse sentado en uno de los extremos de la mesa, con una olla repleta de fideos y un asiento vacío frente a él.

Una extraña sensación se instaló en su estómago, similar a sentir hambre. Regresó su mirada a los fideos, y de repente, quiso devorarlos como si no hubiera comido en todo el día.

Sin poder resistirse más, coronó la cima de los fideos con el filo de los palillos, les dio la vuelta y tomó una gran cantidad con la que llenó su boca.

Demasiados fideos, apenas podía masticar. Se concentró en comer todo, despacio y sin crear desorden. Su mirada estaba fija en la puerta, sin percatarse de esto hasta que un ruido lo sobresaltó.

Namjoon tragó lo último de los fideos y echó un rápido vistazo a la hora en su celular. Era la hora a la que Jimin acostumbraba a llegar.

La puerta se abrió y Jimin apareció con sus maletas deportivas y una apariencia desaliñada. lucía agotado, y aun así, sonreía.

—Me asustaste, no esperaba verte aquí. Normalmente, a esta hora estás en el balcón o saliste a dar una vuelta —expresó Jimin, sorprendido.

Namjoon sonrió, pero era una sonrisa que temblaba en sus labios. Era la primera vez que consideraba que Jimin también podía sentirse solo en el departamento, y era en parte por su culpa y su afán de alejarse de la incomodidad.

—A nadie le hace daño cambiar la rutina —respondió Namjoon, ajustando su abrigo para esconder la mancha de vino.

Jimin asintió en acuerdo y se dispuso a retirarse a su habitación. Sin embargo, Namjoon tenía otros planes.

—¿Quieres acompañarme? No creo poder comer todo esto solo —invitó Namjoon—. Debes tener mucha hambre debido a los ensayos. Déjame traerte un plato —propuso, anticipándose a cualquier respuesta negativa mientras se ponía de pie para buscar lo mencionado.

Jimin avanzó con dudas, y al darse la vuelta, Namjoon lo vio sentado en el otro extremo de la mesa, lo que lo hizo sentir más relajado.

Le extendió el plato y los utensilios, y en lugar de regresar a su asiento, Namjoon fue al refrigerador en busca de complementos.

—Entonces, ¿cómo fue tu día? —preguntó, tratando de mantener la conversación en marcha.

Jimin asintió. —Sí, fue un día ajetreado. Todos están tratando de conseguir un papel en la próxima obra.

—¿Incluso tú? —indagó Namjoon, con una ligera preocupación en su tono.

—Sí, yo también. Me encantaría formar parte de una obra y viajar por el país para presentarla —confesó Jimin, revelando sus sueños y ambiciones.

La sangre de Namjoon se hiela al pensar en la posibilidad de que Jimin también se vaya, como hizo Yoongi.

—Con todo el esfuerzo que haces, seguro lo consigues —intentó animarlo Namjoon, aunque la preocupación seguía latente.

—Gracias, hago lo mejor que puedo, aunque terminó agotado —respondió Jimin con sinceridad.

Hubo un silencio incómodo. Namjoon sintió la necesidad de decir algo para no dejar morir la conversación. —También debes cuidar tu salud. Dormir bien, comer bien —añadió, frunciendo el ceño al recordar algo—. Casi nunca te veo comer.

Jimin desvió la mirada, negándose a encontrarse con los ojos de Namjoon nuevamente.

—Entre los ensayos y las clases, apenas tengo tiempo de dar un bocado —explicó Jimin, tomando una pequeña porción de fideos y acercándolos a sus labios—. Desayuno aquí, compro algo fuera para el almuerzo y la cena.

—Los choco-pie no son comida —observó Namjoon.

Un sonido metálico resonó cuando Jimin devolvió los palillos al plato.

—Tal vez no lo sean, pero es mi única opción —respondió con dureza, su expresión reflejaba su cansancio—. Ya ves la hora que salgo, y estoy tan cansado que ni siquiera me da ánimo de preparar un ramen.

Namjoon lo sabía. Desde que Jimin llegó, había observado su ajetreada rutina: apenas despertaba cuando Jimin ya había regresado de correr y preparaba su desayuno. Luego iba al gimnasio y a ensayos de ballet o jazz, según el día. Por la tarde, volvía al departamento durante un par de horas antes de dirigirse a la agencia para realizar ensayos de coreografía para desfiles, rodajes o eventos. Cada semana era algo diferente.

Si Namjoon había estado ocupado durante esas semanas, Jimin lo había estado más. Y, peor aún, había llegado recién a la ciudad, donde había tanta gente pero nadie parecía dispuesto a mirar más allá de sí mismos. Ni siquiera Namjoon, su compañero de departamento, quien solo buscaba una excusa para cancelar su contrato.

Vivir con Jimin no era tan complicado, más allá de su extraña lejanía, de la cual Namjoon también se consideraba culpable.

—Yo podría preparar la cena para los dos, claro, si aceptas comer ramen todas las noches —propuso Namjoon, mirando a Jimin con determinación.

Jimin lo miró, y aunque no pudo hablar porque tenía la boca llena, su sonrisa y el rubor en sus mejillas dejaron en claro lo conmovido que se sintió ante la propuesta.

Namjoon lo decidió: sería para Jimin el apoyo que necesitaba para no sentirse tan solo.

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